miércoles, 30 de septiembre de 2009

Belleza...

Al nivel más fundamental, la naturaleza, por alguna razón desconocida, prefiere lo bello.
– David Gross, físico -

lunes, 28 de septiembre de 2009

Dandis, bohemios y otros...



Dandis, bohemios y otros arquetipos de lo literario

Un ciclo de conferencias disecciona la vida intelectual de los últimos siglos

Escritores bohemios y malditos, héroes triviales y marginales, esnobs y hombres que anteponen su razón a cualquier poder o moda. El bohemio, el dandi, el esteta y el librepensador son arquetipos literarios que el tiempo ha desdibujado de diferente manera. Cuatro figuras en manos de cuatro escritores dispuestos a diseccionarlas. Fernando Savater, Félix de Azúa, Luis Antonio de Villena y José Carlos Llop analizan, en un ciclo de cuatro conferencias programadas por la Fundación Juan March de Madrid, cuatro figuras que conforman la vida intelectual de los últimos siglos.

Fernando Savater arrancaba el martes con el ciclo de charlas, que ayer continuó Félix Azúa y que se cerrará la semana próxima con De Villena (día 27) y Llop (29). "Todo pensar que no es libre no debe llamarse pensamiento", afirmó Savater ante una sala entregada a una conferencia sabia y chispeante. ¿Y qué significa hoy ser un librepensador?, se pregunta Savater antes de responderse que, frente al elogio público al librepensador, está el poco aprecio "real" por todo el que cuestiona el mundo que le rodea: "Hay gente que adora a los librepensadores del pasado y detesta a los del presente".

El hombre que nace con la edad moderna, el hombre que se "atreve" a pensar y que entra en la edad adulta de la historia al sacudirse la tutela de las autoridades. Irreverente ("el exceso de reverencia es incompatible con el librepensador") y militante ("uno piensa para algo"), Savater cita a Chesterton y la "tiranía" del futuro: "el verdadero librepensador se enfrenta por igual al pasado que al futuro, sobre todo en un mundo en el que nos preocupa más el qué dirán que el qué dijeron. La pasión por agradar está enfrentada al librepensador". Y, finalmente, "lo más difícil de todo: pensar contra uno mismo".

Si el librepensador mueve sus ideas con dificultad por este siglo, el dandi -según el escritor Félix de Azúa, un asunto en apariencia "trivial" pero en realidad muy profundo- lo hace convertido en un esperpéntico esqueleto. "El dandi es una figura que nos prepara para el origen de una mercancía que hasta entonces no existía y que es la del propio cuerpo", afirma Azúa. Si el embrión lo encontramos en figuras como Baudelaire, su traducción en el mundo presente estaría más cerca de la moda o del mundo del corazón.



¿Sus rasgos? El artificio en el plano estético y la inutilidad en el moral, el yo como principio y fin de todo. El dandi formaba parte de la familia de los héroes triviales, inadaptados al sistema, aferrados a los paraísos artificiales de Baudelaire. Asunto fundamental en la filosofía social del siglo XX, Azúa habla de Walter Benjamin y de Giorgio Agamben para definir el viaje al presente de ese arquetipo ("otra de las múltiples figuras construidas por la burguesía para sustituir los valores de una aristocracia decapitada") hoy fatalmente tocado de muerte.

Para el poeta y novelista mallorquín José Carlos Llop, el esteta es "el más nebuloso" de los cuatro arquetipos escogidos. Dividida en dos partes, su disección de la figura arranca con un "merodeo" histórico para luego detenerse en una figura: la del autor de Bearn, obra cumbre de Llorenç Villalonga. "Esteta es una voz que ni siquiera acepta el María Moliner", afirma Llop, que al definir al esteta ("forma fundamental en el artista adolescente") señala obras que por sí mismas definen esa figura. Del Barry Lindon, de Kubrick, a Muerte en Venecia, de Visconti. "En ellas está la voluntad de retener la belleza porque se frena el paso del tiempo. En el esteta está la voluntad de trasladar el paraíso al presente".

Explica el poeta y ensayista Luis Antonio de Villena que todos los arquetipos que se abordan en este ciclo de la Juan March están de alguna manera conectados entre sí. Él analizará el próximo martes al maldito y al bohemio: "La tradición del malditismo, que empieza en el siglo XIX, es un producto del romanticismo, esa idea de la persona que se sentía contraria al orden establecido". Un hombre antisistema total del que es perfecto ejemplo Lord Byron, guapo, rico y tocando siempre el mal, "que para él significa el bien". Una nómina larga de escritores llena de malditos, "porque no es lo mismo un maldito del simbolismo que uno surrealista que uno actual". Finalmente, la bohemia, o lo que se llamó "la golfemia", se enfrenta al ideal de la sociedad de consumo. Hombres que entre la miseria y la más exquisita elegancia querían construir un mundo más cerca de lo artístico y lo excepcional. "Algo", concluye el poeta, "que hoy tanto se ha olvidado".

- El País -

domingo, 27 de septiembre de 2009

Seres predecibles...

Mientras cada individuo puede ser un enigma insoluble, un conjunto de ellos se comporta con exactitud matemática.
– Sherlock Holmes Matemágicas, de Ignacio Soret Los Santos -

viernes, 25 de septiembre de 2009

El 'crash' de...



El 'crash' de Zelda y Scott

Simbolizaron una época de excesos y libertades, pero también el crash que rompió el mundo a finales de los años veinte. El mito de Zelda Sayre y Francis Scott Fitzgerald vuelve al primer plano literario con la novela Alabama Song, del francés Gilles Leroy.

Fueron los símbolos máximos de una época en la que pareció que todo era posible, una era que respiraba alcohol prohibido y foxtrot, en la que se empezó a forjar nuestra libertad, un tiempo de felicidad artificial entre el horror de la Primera Guerra Mundial y la barbarie de la Segunda en la que el mundo creyó que podría conseguirlo. Y también encarnaron el crash del 29, cuando el espejismo se rompió en mil pedazos y el mundo se precipitó al vacío. Pero Zelda Sayre (1900-1948) y Francis Scott Fitzgerald (1896-1940), Scott y Zelda, son mucho más que eso, más que la Generación Perdida; representan el mito de la pasión y del desamor, de la literatura que se funde con la vida, simbolizan el éxito y la tragedia, la decadencia y la caída, el alcoholismo y la locura. Y demuestran, como Rimbaud o como Salinger, que la literatura necesita leyendas.

Ernest Hemingway, fundamental a la hora de crear el mito, aunque fue profundamente injusto con Zelda, escribe al final de París era una fiesta: "Muchos años después, en el bar del Ritz, Georges, que ahora es el jefe del bar y que era un botones cuando Scott vivía en París, me preguntó: 'Papá, ¿quién era ese m onsieur Fitzgerald sobre quien todo el mundo pregunta?". Todavía muchos años más tarde, en otro siglo, en otra era, en otro espejismo seguido de otro crash, seguimos preguntando por Scott y Zelda en las barras de los bares de nuestra imaginación.

"Cuando empecé a escribir este libro no sabía que iban a volver los Fitzgerald y con ellos los años veinte y treinta", señala el autor francés Gilles Leroy, cuya novela Alabama Song (RBA), ganadora del Goncourt en 2007, reconstruye la vida de Zelda en primera persona. Pero este libro, que acaba de ser editado en castellano, no es el único indicio del regreso de la pareja. En febrero se estrenará El curioso caso de Benjamin Button, un filme de David Fincher, protagonizado por Brad Pitt y Cate Blanchett, basado en el cuento del mismo título, que Lumen reeditó a finales de 2008 dentro de una recopilación y Navona acaba de sacar en otra. Además, se están preparando versiones cinematográficas de Hermosos y malditos, protagonizada por Keira Knightley (que es hermosa, pero no maldita), y de El gran Gatsby, dirigida por Baz Luhrmann, el barroco realizador de Moulin Rouge y Australia.

"Tenía muchas ganas de hablar de Zelda, también tenía ganas de hablar de esa época. Los Fitzgerald eran una pareja de ensueño. Es verdad que la crisis se parece a lo que contaron en sus libros, pero lo que no siento es la gran explosión de creatividad que marcó los años veinte, cuando se forjó una nueva pintura, una nueva literatura, se cimentó el lenguaje del cine... Ahora tenemos la crisis; pero no la explosión creadora", prosigue Leroy en una entrevista telefónica. "Se parecen mucho en su forma de utilizar los medios de comunicación a las celebridades actuales, en un momento en que esos medios de masas empiezan a surgir. Su utilización de la celebridad es un poco cínica, pero son modernos en muchos planos, incluso en el plano moral. En su forma de romper las convenciones, de quererse, de enfrentarse a la sociedad, porque estamos hablando de la época anterior a Mayo del 68. Lo que atrae de esta pareja es la precocidad, la velocidad y su capacidad para consumir lo que llegaron a tener: felicidad, éxito, dinero".

La obra de Zelda se ha ido apagando y olvidando con el tiempo. Sus cuentos, su novela (Save me the waltz, "resérvame este baile"), sus artículos, su obra de teatro, sus pinturas tienen momentos brillantes, pero no han pasado el examen del tiempo (su personaje sí). Sin embargo, la obra de Scott no para de crecer, de engarzarse con nuestros días y nuestros sueños. Junto a Alabama Song, RBA va a reeditar un libro que reúne cuentos de ambos, Pizcas de paraíso. Algunos aparecieron firmados por Scott, aunque en realidad son obra de Zelda o de los dos. Los relatos de ella tienen momentos brillantes -"lo primero que llamaba la atención de Gay era su forma de comportarse, como si estuviera disfrazada de sí misma"-, metáforas evocadoras -"sus fortunas se levantaron sobre la insaciabilidad de los cazadores de leones de París" o "anduve con ellos bajo las sombras goteantes de la noche parisina, malva y cuarzo rosado bajo las farolas"-; pero les falta algo, el salto a la genialidad que rezuma en la obra de Scott. "La parrilla del Brix en París es uno de esos lugares en los que ocurren cosas -como el primer banco de la entrada sur de Central Park o Herrin, en Illinois-. Allí he visto romperse matrimonios por una frase irreflexiva e intercambios de bofetadas entre una bailarina profesional y un barón inglés y sé personalmente de al menos dos asesinatos que se hubieran cometido allí, si no fuera porque era julio y no había sitio. Incluso los asesinatos requieren cierto espacio y en julio no hay un sitio libre en la parrilla del Brix", es el arranque, difícilmente superable, de 'Un penique gastado', un cuento poco conocido de Scott que, como una parte importante de su obra, transcurre entre extranjeros en Europa.

A su muerte, Zelda escribió: "No existe que yo sepa ninguna personalidad divorciada de su tiempo. La contribución esencial de Scott es haber conseguido dramatizar la desesperanza y la pena de una época, y haber logrado, gracias a un valor trágico, una nueva razón de ser". En su necrológica, The New York Times ya hablaba de él como escritor pero también como mito. "La vida y la obra de Fitzgerald encarnaron a 'todos los jóvenes tristes' de la generación de la posguerra

[Estados Unidos todavía no había entrado en la Segunda Guerra Mundial]. Con la habilidad de un reportero y el talento de un artista, capturó la esencia de un periodo en el que las flappers [las chicas de los años veinte que Zelda encarnó] y la ginebra, los 'hermosos y malditos' fueron los máximos símbolos de una era sin preocupaciones". Pero esta inmensidad de la leyenda es también su kriptonita. "Los Fitzgerald eran figuras fantasmales que surgían de una era que había desaparecido, pero su impacto en la imaginación de Estados Unidos se ha mantenido", escribe Nancy Milford en Zelda. A biography, publicada por primera vez en 1970 y que, además de convertirse en un best seller y de ser finalista del Pulitzer, rescató la figura de Zelda de la larga sombra de Scott.

"El éxito del mito ha devaluado la estatura del hombre y desvalorizado la obra. F. Scott Fitzgerald creó sus propias leyendas. Su vida domina su obra. Se convirtió en un arquetipo o más bien en un conjunto de arquetipos que se pisan los unos a los otros. Es el escritor alcohólico, el novelista arruinado, el genio derrochado, la encarnación de la Era del Jazz, una víctima sacrificada en el altar de la depresión", afirmó Matthew J. Bruccoli, el mayor estudioso de la obra de Scott y Zelda, fallecido el año pasado ("quiere tanto a sus autores que si encontrara todas sus facturas de la tienda de ultramarinos creo que las publicaría", dijo sobre él la única hija de la pareja, Frances Scott Scottie Fitzgerald (1921-1986), que también se empleó a fondo para tratar de iluminar los rincones que se esconden detrás del mito).

Basta, de nuevo, con un párrafo, en este caso de 'Ecos de la Era del Jazz' (recogido en El Crack-Up), escrito en noviembre de 1931, para comprobar como la voz de Scott Fitzgerald resurge desde el crash y desde las ruidosas orquestas para hablarnos de nuestro tiempo. "Ahora tenemos apretado el cinturón una vez más y ponemos la expresión de horror adecuada cuando volvemos la vista hacia nuestra desperdiciada juventud. A veces, sin embargo, hay un rumor fantasmal entre los tambores, un susurro asmático en los trombones que me devuelve a los primeros años veinte, cuando bebíamos alcohol de madera y cada día, en todos los aspectos, nos hacíamos mejores y mejores, y hubo un primer intento abortado de acortar las faldas y las chicas parecían todas iguales con sus vestidos suéter y personas que uno no quería conocer cantaban: 'Yes, we have no bananas', y parecía sólo una cuestión de unos pocos años que la gente se hiciera a un lado y dejara que el mundo lo manejaran quienes veían las cosas como eran -y todo eso nos parece rosado y romántico, a nosotros, que entonces éramos jóvenes- porque no sentiremos tan intensamente lo que nos rodea nunca más".

¿Cuál es la realidad que se esconde detrás de la leyenda? ¿Quiénes fueron de verdad Scott y Zelda? Llegaron a ser tan famosos que existen cientos de documentos, una parte importante de ellos recopilados en el precioso volumen ilustrado The romantic egoists, coordinado por el omnipresente Bruccoli (también le debemos la edición de las obras completas de Zelda y de Pizcas de paraíso, una gruesa biografía de Scott y decenas y decenas de artículos) y por Scottie y editado por la Universidad de Carolina del Sur. Pero, hasta la irrupción de Nancy Milford, Zelda fue una gran desconocida, a la que Hemingway acusaba prácticamente de arrastrar con su locura a Scott hacia el alcohol.

"Zelda respondía a la tipología de la niña traviesa que pululaba por la literatura infantil de principios de siglo: una chica atractiva pero indómita, que mostraba todos los indicios de rebeldía ante las convenciones del tradicional papel femenino", escribe la crítica Kyra Stromberg en Zelda y Francis Scott Fitzgerald (Muchnik Editores, 2001). Nancy Milford arrancó a un compañero de escuela, en una reunión de antiguos alumnos a la que asistió, una definición que resumía su belleza, su fuerza y su atractivo: "Zelda era una kingmaker", una hacedora de reyes.

Zelda pertenecía a una buena familia de Montgomery, la capital de Alabama, y nació cuando la Guerra Civil (1861-1865) era todavía un recuerdo cercano en esta aletargada ciudad del Viejo Sur, donde estuvo brevemente la capital de la Confederación. De hecho, el único museo dedicado a la pareja se encuentra en el mismo barrio de la familia Sayre, una zona elegante, de mansiones sureñas, olor a magnolias y un cielo que, como describe Gilles Leroy, es "tan azul y tan triste que explica perfectamente por qué el blues se llama blues". El museo, en el 919 de Felder Avenue, está en un piso en una casa de ladrillo rojo mucho más anodina que otras mansiones que parecen sacadas de Lo que el viento se llevó, en la que la pareja vivió unos meses entre 1931 y 1932. "A este lado del paraíso. El único museo del mundo dedicado a Scott y Zelda. Pertenecen al mundo", puede leerse en un cartel cerca de la entrada. Es un barrio plácido, que dormita bajo el calor intenso del Viejo Sur, la temperatura de la historia y del aburrimiento, y es una de las pocas zonas agradables de Montgomery (la ciudad en la que, por otra parte, comenzó el movimiento por los derechos civiles en los cincuenta).

Fitzgerald, un joven católico de provincias, nacido en Minnesota; aunque estudió en la patricia universidad de Princeton, de origen irlandés, guapo y elegante, aunque un poco enclenque, conoció a la bella Zelda en el verano de 1918, cuando estaba en el Ejército, en Camp Sheridan, cerca de Montgomery. Fue un encuentro digno de novela rosa, que parece sacado de uno de los grandes cuentos de Scott, 'La última belleza sureña'. "Mientras bailaban en la pista, los tres músicos de la orquesta tocaban Cuando te hayas ido de una manera imperfecta y conmovedora, que me parece estar oyendo ahora mismo, como si de cada compás brotara un precioso minuto de aquel tiempo. A mi alrededor se fraguaban sin cesar parejas de organdí y verde oliva. Era una época de juventud y de guerra y nunca hubo tanto amor como entonces".

Fue un noviazgo complicado. Se casaron el 3 de abril de 1920 en Nueva York, apenas una semana después de que Scott hubiese publicado su primera novela, A este lado del paraíso, que se convirtió rápidamente en un gran éxito. Se bebieron todo Manhattan y alrededores ("Nueva York tenía toda la iridiscencia del comienzo del mundo", escribe Scott en El Crack-Up). En 1921, viajan por primera vez a Europa mientras su fama va creciendo y Scott comienza a ganar mucho dinero con sus cuentos. En 1925, publica El gran Gatsby, lo más parecido que existe a la mítica Gran Novela Americana, y conoce a Ernest Hemingway en París. "Su talento era tan natural como el dibujo que forma el polvillo en un ala de mariposa. Hubo un tiempo en que él no se entendía a sí mismo como no entiende a la mariposa, y no se daba cuenta cuando su talento estaba magullado o estropeado. Más tarde tomó conciencia de sus vulneradas alas y de cómo estaban hechas, y aprendió a pensar pero no supo ya volar, porque había perdido el amor al vuelo y no sabía hacer más que recordar los tiempos en que volaba sin esfuerzo", escribió el autor de El viejo y el mar.

Sin embargo, como describieron Zelda en Save the waltz y Scott en Suave es la noche, detrás de esta fachada comenzaba a fraguarse la tragedia. Nancy Milford cree que una infidelidad de Zelda con un aviador francés, en el verano de 1924, "había roto la confianza entre ellos en su matrimonio". Leroy, que describe con todo el dolor de Zelda aquel verano en su Alabama Song, cree que la auténtica ruptura fue mucho más profunda y tardó mucho más en fraguarse.

"Muchos lectores, y sobre todo lectoras, enamorados de Fitzgerald han chocado con el libro porque dicen que ofrece una visión demasiado crítica de Scott. Primero, creo que hay mucha gente que confunde a Robert Redford en la versión cinematográfica de El gran Gatsby con el propio autor. Y luego, yo no he inventado nada: son cosas que ocurrieron, es lo que hizo. Fue un hombre, un ser humano", señala el novelista francés, quien cree que la clave del final está precisamente en que ella publicase Save me the waltz antes de que él terminase su novela sobre el mismo tema, Suave es la noche. "Una de las cosas apasionantes de Zelda es que ninguno de los testimonios que hay sobre ella concuerda, cada uno veía a una persona diferente. Lo que encuentro terrible y a la vez apasionante es la rivalidad que acaba por convertirse en un infierno. Zelda es un personaje muy complejo, que trata de escribir, de bailar, pero que luego rechaza el contrato más importante de su vida, que pinta, que luego destruye una parte de su obra, su conducta parece que le lleva voluntariamente hacia el fracaso. Hay muchos elementos que dan la impresión de que ella no quiso triunfar, realizarse".

En 1930, Zelda comenzó su largo viaje hacia la noche de la locura con su primer ingreso en un psiquiátrico. El resto de su vida se convertiría en una larga sucesión de entradas y salidas, aunque siguió escribiendo, pintando. La larga tragedia de los años treinta acabó con Fitzgerald muriendo en 1940 de un ataque al corazón en el apartamento de su pareja, la periodista Sheila Graham, en Hollywood. "Dicen que la locura nos separó. Es justo lo contrario: nuestra locura nos unía. Es la lucidez la que nos separa", señala el personaje de Zelda en Alabama Song. En 1948, un fuego en el psiquiátrico de Asheville (Carolina del Norte), donde estaba ingresada, acaba con la vida de la última Belleza del Sur. Hasta 1975 no serían enterrados en la misma tumba, en Rockville (Maryland). Su epitafio es el final de El gran Gatsby: "Y así seguimos adelante, botes contra la corriente, empujados incesantemente hacia el pasado". También podría haber sido la primera frase de El Crack-Up -"toda vida es un proceso de demolición"- o, por qué no, la última de 'Éxito prematuro', otro artículo autobiográfico que publicó en Squire en 1937: "Nunca he vuelto a ser como durante aquel periodo tan breve en el que él y yo fuimos la misma persona, en que el futuro realizado y el pasado anhelante se fundían en un sólo momento esplendoroso: en que la vida era literalmente un sueño".

Porque al final quedan las palabras de Scott y Zelda, sus sombras, y la triste esperanza de que hubo un momento, en algún rincón perdido de los años veinte, en que la vida fue un sueño. "Piensa en cuánto me quieres. No te voy a pedir que me quieras siempre como ahora, pero sí te pido que lo recuerdes. Pase lo que pase siempre quedará en mí algo de lo que soy esta noche", dice el personaje de Nicole en la más triste de las novelas de Scott, Suave es la noche, en una certera definición de lo que representa un verdadero amor: algo que, ocurra lo que ocurra, se queda con nosotros para siempre. Podemos decir algo parecido de los grandes escritores y de sus leyendas. Tras pasar por la vida y por la obra de Scott y Zelda, siempre quedará algo de ellos en nosotros.
Bibliografía

Francis Scott Fitzgerald ha tenido mucha suerte con las traducciones al castellano. Zelda no ha tenido suerte ni con las traducciones ni con las ediciones, ya que casi toda su obra permanece inédita, salvo los cuentos de Pizcas de paraíso y su correspondencia -Querido Scott, querida Zelda (Lumen) o Cartas de amor y de guerra (Mondadori).

Sin embargo, muchas de las ediciones castellanas de la obra de Scott son un auténtico lujo. Juan Benet sólo tradujo un libro en su vida, A este lado del paraíso (Alianza); Justo Navarro hizo para Alfaguara una insuperable recopilación y traducción de sus cuentos en dos tomos; Mariano Antolín Rato ha traducido El Crack-Up y La historia de Patt Hobby (Anagrama), mientras que Enrique Murillo hizo una versión El crucero de la chatarra rodante para la misma editorial. José Luis López Muñoz ha traducido El gran Gatsby y Hermosos y malditos.

Gilles Leroy. Alabama Song. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia. RBA. Barcelona, 2009. 192 páginas. 18 euros. Francis Scott Fitzgerald. Benjamin Button y otros cuentos. Lumen. Barcelona, 2008. 272 páginas. 18,90 euros. Los mejores cuentos de Francis Scott Fitzgerald. Traducción de Vicente Campos y Gemma Martínez. Navona. Barcelona, 2009 (sale en febrero). Zelda y Scott Fitzgerald. Pizcas de paraíso. RBA. Barcelona 2008 (sale en febrero).

- El País -

jueves, 24 de septiembre de 2009

Es el amor...

“Ye l’amor lo que mata, ye lo duel, ye l’amor lo que espero, ye l’amor lo que destrui”

“Es el amor lo que mata, es el amor lo que duele, es el amor lo que espero, es el amor lo que destruye”

martes, 22 de septiembre de 2009

Los mejores libros de ciencia-ficción según...



Los 70 mejores libros de ciencia-ficción según Menéame

La lista de los 10 mejores libros de ciencia-ficción según el Times que publicamos esta semana ha llegado a portada de la red menéame, donde ha causado un estupor similar al que nos provocó a nosotros (que se olvidaran de Asimov y Clarke en beneficio de Doris Lessing sólo es imputable a la excentricidad británica). Más de 100 meneadores han contribuido con sus enmiendas a la lista sumando 70 recomendaciones de títulos que como fans de la web 2.0 procedemos a recoger aquí.

Los primeros 25 títulos siguen un orden aproximadamente jerárquico, en función de las veces que los usuarios de menéame los mencionan. A partir de ahí son libros recomendados por un único usuario y la clasificación es aleatoria. En algunos casos se da el título de una saga en lugar de una obra concreta.

1) ‘Fundación’, de Isaac Asimov
2) ‘Dune’ de Frank Herbert
3) ‘Solaris’ de Stanislav Lem
4) ‘Cita con Rama’ de Arthur C. Clarke
5) ‘Fiasco’, de Stanislav Lem
6) ‘Fahrenheit 451’ de Ray Bradbury
7) ‘Contacto’ de Carl Sagan
8) ‘Valis’ de Philip K. Dick
9) ‘Neuromante’ de William Gibson
10) ‘Hyperión’ de Dan Simmons
11) ‘El juego de Ender’ de Orson Scott Card
12) ‘Los propios dioses’ de Isaac Asimov
13) ‘Ciberiada’ de Stanislav Lem
14) ‘El fin de la Infancia’ de Arthur C. Clarke
15) ‘La guía del autoestopista galáctico’ de Douglas Adams
16) ‘Estación de tránsito’ de Clifford D. Simak
17) ‘Mundoanillo’ de Larry Niven
18) ‘El invencible’ de Stanislav Lem
19) ‘Crónicas marcianas’, de Ray Bradbury
20) ‘Huevo de dragón’ de Robert L. Forward
21) ‘Yo, robot’ de Isaac Asimov
22) ‘Ubik’, de Philip K. Dick
23) ‘Sirio’, de Olaf Stapledon
24) ‘20.000 leguas de viaje submarino’, de Julio Verne
25) ‘El Fin de la Eternidad’ de Isaac Asimov
26) ‘El rebaño ciego’, de John Brunner
27) ‘Las estrellas de mi destino’, de Alfred Bester
28) ‘Ciclo de Tschai’ de Jack Vance
29) ‘Diarios de las estrellas’, de Stanislav Lem
30) ‘1984’, de George Orwell
31) ‘El hombre en el castillo ’ de Philip K. Dick
32) ‘Un abismo en el cielo’ de Vernor Vinge
33) ‘Flores para Algernon’ de Daniel Keyes
34) ‘Tropas del espacio’ de Robert A. Heinlein
35) ‘La máquina del tiempo’ de H. G. Wells
36) ‘Gente de Barro’ de David Brin
37) ‘Cánticos de la lejana Tierra’ de Arthur C. Clarke
38) ‘Fábulas de robots’ de Stanislav Lem
39) ‘¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?’ de Philip K. Dick
40) ‘La radio de Darwin’ de Greg Bear
41) ‘Pórtico’ de Frederik Pohl
42) ‘La rueda celeste’ de Ursula K. Le Guin
43) ‘Líneas Muertas’ de Greg Bear
44) ‘La feria de las tinieblas’ de Ray Bradbury
45) ‘Cántico por Leibowitz’ de Walter M. Miller Jr
46) ‘La Saga de Chanur’ de C. J. Cherryh
47) ‘Marciano vete a casa’ de Fredric Brown
48) ‘La naranja mecánica’ de Anthony Burgess
49) ‘La paja en el ojo de dios’ de Larry Niven
50) ‘La voz de los muertos’ de Orson Scott Card
51) ‘La guerra de los mundos’ de H. G. Wells
52) ‘La Cultura’ de Iain Banks
53) ‘Neverness’, de David Zindell
54) ‘Los señores de la instrumentalidad’, de Cordwainer Smith
55) ‘Snowcrash’ de Neal Stephenson
56) ‘Muero por dentro’ de Robert Silverberg
57) ‘Historia del futuro’ de Robert A. Heinlein
58) ‘El libro del día del juicio final’ de Connie Willis
59) ‘Campo de concentración’ de Thomas M. Disch
60) ‘La mano izquierda de la oscuridad’ de Ursula K. Le Guin
61) ‘Forastero en tierra extraña’ de Robert A. Heinlein
62) ‘La guerra interminable’ de Joe Haldeman
63) ‘La luna es una cruel amante’, Robert A. Heinlein
64) ‘La carretera’ de Cormac McCarthy
65) ‘El quinto día’ de Frank Schätzing
66) ‘El Día de los Trífidos’, de John Wyndham
67) ‘Ciudad’ de Clifford D. Simak
68) ‘Los amantes’ de Philip José Farmer
69) ‘Criptonomicon’ de Neal Stephenson
70) ‘Dios emperador de Dune’ de Frank Herbert

Queda claro con esta lista que el autor favorito de los meneadores es Stanislav Lem, seguido a cierta distancia por Isaac Asimov y tras ellos Dick, Clarke, Heinlein y Bradbury. Sería imposible acreditar a todos los usuarios que han contribuido así que remitimos a los comentarios del enlace a menéame.

lunes, 21 de septiembre de 2009

El amor en los hombres...

"El amor en los hombres reflexivos, callados y virtuosos, prende, casi siempre, con fortaleza"
- Armando Palacio Valdés -

sábado, 19 de septiembre de 2009

El top 20 de...



El top 20 de "literatura geek"

La guía del autoestopista galácticoEl fenómeno de internet ha acarreado invariablemente un movimiento con un término quizá confuso para el común de los mortales pero perfectamente válido en el ámbito en el que se mueven: los denominados “geeks” (no confundir con friki).

No os aburriré con la definición de esta palabreja (puedes ver qué se cuece en la Wikipedia: ¿qué es un geek?). Pero no cabe duda de que el nicho que abarca es amplísimo, y para ello The Guardian organizó una encuesta con tal de sentar las bases de la “literatura geek”: un top 20 repleto de ciencia ficción y las distopías ya clásicas.

Sin más dilación, el top 20 de “literatura geek”:

01. La guía del autoestopista galáctico – Douglas Adams
02. 1984 – George Orwell
03. Un mundo feliz – Aldous Huxley
04. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? – Philip Dick
05. Neuromante – William Gibson
06. Dune – Frank Herbert
07. Yo, robot – Isaac Asimov
08. Fundación – Isaac Asimov
09. El color de la magia – Terry Pratchett
10. Microsiervos – Douglas Coupland
11. Snow Crash – Neal Stephenson
12. Watchmen – Alan Moore & Dave Gibbons
13. Criptonomicón – Neal Stephenson
14. Pensad en Flebas – Iain M Banks
15. Forastero en tierra extraña – Robert Heinlein
16. El hombre en el castillo – Philip K Dick
17. American Gods – Neil Gaiman
18. La era del diamante – Neal Stephenson
19. The Illuminatus! Trilogy – Robert Shea & Robert Anton Wilson
20. Trouble with Lichen – John Wyndham

- http://www.papelenblanco.com -

viernes, 18 de septiembre de 2009

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Edgar Allan Poe...



El afamado desconocido


Maestro del misterio y la fantasía, Edgar Allan Poe no se conformó con revestir de tinieblas sus sublimes poemas y relatos. Este lunes se cumplen 200 años de su nacimiento, y las sombras todavía pueblan su biografía, cargada de datos controvertidos y dosis generosas de leyenda negra. Poe manipuló minuciosamente su imagen pública para favorecer la venta de sus cuentos. Asentando verdades que no resisten la tentación de la sospecha, fue él mismo quien construyó el lecho de arenas movedizas que sostiene su distorsionada historia vital.

Las investigaciones más aplaudidas señalan que Poe nació en Boston el 19 de enero de 1809. Sus padres, actores de teatro itinerantes, morirían casi simultáneamente apenas dos años más tarde, a pesar de que llevaban meses separados. Al quedar huérfano, el pequeño Edgar fue acogido por un rico comerciante de tabaco de Richmond, Virginia. Su nombre era John Allan, quien cedió al escritor su primer apellido pero jamás llegó a adoptarlo legalmente.

Y es que Poe no era un joven dócil. En su estancia en la Universidad de Virginia mostró más amor por el alcohol y el juego que por los libros. John Allan se negó a hacerse cargo de sus crecientes deudas y la relación entre ambos se envenenó. Además, quedó al descubierto la escasa solvencia económica del escritor. Ese fue el argumento esgrimido por el padre de Sarah Elmira Royster, amor de juventud de Poe, para prohibirle a su hija contraer matrimonio con él. Rechazado y acuciado por las deudas, Poe abandonó los estudios y se enroló en el Ejército.

El fallecimiento de Frances, la esposa de John Allan, propiciaría un acercamiento con Poe. Pero la reconciliación fue efímera. Harto de la rutina militar, el autor se rebeló contra la disciplina de West Point, negándose a asistir a clase y a misa. Tras ser juzgado por un tribunal castrense, se le expulsó del Ejército. Fue la gota que colmó el vaso. John Allan nunca le perdonó semejante deshonra y lo excluyó de su jugoso testamento.



El revés fue mayúsculo para un Poe que padecía problemas crónicos de dinero. Al fin y al cabo, él fue el primer autor reconocido que trató de vivir exclusivamente de la literatura. Subsistió precariamente, enlazando trabajos como crítico literario y editor en distintos diarios de Baltimore, Philadelphia, Nueva York... Nuevamente en Richmond, Poe asumió el cargo de editor en 'Southern Literary Messenger', y en 1836 contrajo matrimonio con Virginia Clemm, su prima carnal. Ella contaba sólo 13 años; él, 27.

Quizá ese desafío a la moral de la época gafara la trayectoria posterior de Poe, aunque la raíz de sus problemas se halla más probablemente en el alcohol. El abuso de la bebida le costó su puesto de trabajo y afiló su mito de escritor atormentado, de literato que destila virtuosismo en el papel mientras el infierno se desata a su alrededor.

Y es que Virginia enfermó de tuberculosis. Se dice que estaba cantando al piano cuando empezó a sangrar por la boca. Era el escabroso prólogo a una larga y penosa enfermedad, cruelmente trufada de engañosas mejorías. Poe asistía desesperado al declive de su mujer, pero fue su propia indiscreción la que asestó la herida definitiva. Porque la adversidad estimula el genio, Poe había firmado en aquellos años algunas de sus obras más prestigiosas. 'El cuervo' le había colocado en la cima, y logró despertar el interés, intelectual y sensual, de la escritora Frances Sargent Osgood. Profundamente afectada por los rumores de infidelidad, Virginia exhaló su último aliento en 1847.

La muerte de su esposa sumió a Poe en una espiral autodestructiva, sumergido en alcohol y en brumas de insuperable literatura, tan terrorífica como sobrecogedora. Era el principio del fin para un Poe cuyo corazón albergaba aun así un resquicio para el amor. Se reencontró con su novia de la adolescencia, Elmira, y se presume que llegaron a prometerse. Pero la muerte segó cualquier plan de boda.



Poe falleció en Baltimore el 7 de octubre de 1849. Se desconoce la causa de su muerte, y las hipótesis abarcan desde el alcohol hasta una enfermedad cardiaca, la rabia o la sífilis. Tampoco se descarta que muriera vapuleado por unos matones. Enigmas e interrogantes sin respuesta, al más puro estilo Poe.

Y su propia tumba guarda todavía más intrigas y secretos. Cada 19 de enero, desde mediados del siglo pasado, el sepulcro del escritor amanece engalanado con tres rosas y una botella medio vacía de coñac, colocadas por un sujeto anónimo bautizado como 'Poe Toaster' (el que brinda por Poe). Admiradores, detractores y curiosos se preguntan quién es este misterioso personaje. En verdad, deberían cuestionarse quién diablos era realmente Edgar Allan Poe.

- El Mundo -

martes, 15 de septiembre de 2009

Caminos de la naturaleza...

La naturaleza sabe lo que está haciendo, y lo hace, incluso aunque nosotros no sepamos porqué.
– Sir Arthur Eddington, astrofísico -

domingo, 13 de septiembre de 2009

Miedo a lo desconocido...

…de modo que el teléfono, al servir para llevar la música y los sermones de los curas a las casas de la gente, sin duda vaciará las salas de conciertos y las iglesias…
– The New York Times, 1876 -