viernes, 31 de diciembre de 2010

Adictos a lo mono...


Adictos a lo mono

Se acabó el reinado de lo cool. Un tsunami de animales achuchables y demás lindezas no aptas para diabéticos está transformando el marketing, la política o Internet. Pero ¿cuánta dulzura es capaz de tolerar nuestro organismo?

El padre exclama: "¡Bing!". El bebé se desternilla de risa. Espera unos instantes a que se calme, y luego, en voz baja, dice: "Dong". El bebé se muere de la risa, es demasiado para él.

Este clip de 2006, titulado Hahaha, lleva casi cien millones de visitas en YouTube. Los ejecutivos de Google se lo mostraron a la reina de Inglaterra durante su visita a sus oficinas en Londres. "Qué cosita tan mona, ¿a que sí?", dijo Su Majestad.

Muy mona, pero, ante todo, una prueba de la fascinación por todo lo mono que reina como tendencia cultural. Un movimiento que ha florecido con la guerra, la crisis económica y el Wi-Fi de fondo.

Hasta hace poco, el cuchi-cuchi solía reservarse a la intimidad del hogar. Ahora, con Internet, la gente se siente libre para regodearse masivamente con las monerías en compañía de desconocidos. La web Cute overload, de 100.000 visitas diarias, está repleta de fotos y vídeos de perritos, gatitos y conejitos que al parecer hacen ñam ñam mientras mastican sus comiditas.

"Forma parte de nuestro ADN reaccionar ante lo mono", dice Meg Frost, que fundó Cute overload en 2005. "Cuelgo sólo aquellas imágenes que provocan en mí una reacción audible. Un gritito". La popularidad de su web (y de las más de 150 que, como la suya, catalogan animales bonitos) refleja una infantilización creciente que tampoco escapa a Facebook, donde innumerables usuarios han colgado fotos de cuando eran bebés como imagen de perfil. "¡Alerta: monerías!", advierte el portal de cotilleos The Hollywood Gossip ante una instantánea de Matt Damon y sus "adorables criaturitas" en Central Park.

Hasta los coches se han vuelto más monos. El Mini Cooper se introdujo en el mercado estadounidense en 2002. Siete años después, en plena crisis económica, encaja perfectamente con la imagen cambiante de un país donde General Motors, el fabricante de Cadillac, ha quebrado. Su competencia, Smart (una marca tan mona que escribe su nombre en minúsculas), fue presentada allí en 2008. Aún hay lista de espera. "Si lo miras por delante, donde la rejilla y los faros, parece sonreír", dice Ken Kettenbeil, portavoz de la marca.

En este ambiente, no sorprende que la empresa más monstruosamente rentable de nuestra época tenga un nombre que podría haber inventado un bebé: Google.

Hasta cierto punto, no podemos evitarlo. En la década de 1940, el etólogo Konrad Lorenz propuso —correctamente, según se vio— que instintivamente queremos cuidar de cualquier criatura que tenga aspecto mono. "Lorenz insinuaba que las características infantiles —cabeza grande, ojos grandes, cara muy redondita— estimulan el deseo de dispensar cuidados", explica Marina Cords, profesora de ecología, evolución y biología ambiental de la Universidad de Columbia. "Todos los años estudio los monos azules en Kenia y experimento la misma reacción. Las crías me parecen una monada. Mi asesor me aconsejó que nunca dijera a nadie que ése era un motivo por el que hacemos esto. Pero es difícil evitar esa reacción visceral".

Un estudio científico de 2009 dirigido por la bióloga Melanie Glocker, de la Universidad de Münster (Alemania), ha sido el primero en presentar pruebas sólidas de que los seres humanos experimentan una profunda reacción química en el cerebro cuando miran bebés. En concreto, despiertan una parte del cerebro medio denominada núcleo accumbens. "Es la parte más vieja del cerebro desde un punto de vista evolutivo implicada en el procesamiento de las recompensas", explica la bióloga.

Glocker es una científica y no puede admitirlo, pero sus experimentos han demostrado en gran medida que las monadas provocan adicción física. A nadie debería sorprender que los clips de bebés y animalitos sumen más de 1.000 millones de clics en YouTube. No se trata sólo de niños mirando cosas de niños: más del 80% de los que ven YouTube tiene 18 años o más, según un estudio demográfico del portal.

El mundo de los negocios no es ajeno al poder de lo mono. Gecko, la mascota de la marca de seguros de coches estadounidense Geico, irrumpió en 1999 como un reptil deslizadizo. Con los años se ha ido transformando y ahora tiene una cabeza más redondeada, ojos grandes y demás rasgos que inconscientemente asociamos con los bebés. Es tan mono que nos hace olvidar que representa a una gran corporación que se ocupa de asuntos tan poco adorables como accidentes, muertes y litigios sobre reclamaciones de pagos.

En un artículo de 1979 para Natural History, el biólogo evolucionista Stephen Jay Gould apreció una metamorfosis parecida en Mickey Mouse. Poco a poco, escribía Gould, el personaje evolucionó y dejó de ser el roedor flacucho y socarrón de la era del cine mudo para convertirse en la figura con cabeza regordeta y voz estridente de los años cincuenta en adelante. A medida que Walt Disney, la compañía, iba haciéndose más poderosa y rentable, su rostro público se volvía más mono.

Probablemente, no existen imágenes monas sencillas. Según exponía convincentemente el ensayista Daniel Harris en su libro de 2000 Cute, quaint, hungry and romantic [mono, pintoresco, hambriento y romántico], nuestro disfrute de las cosas adorables tiene un lado oscuro oculto. "Al querer transmitir monadas al espectador privamos a los objetos monos de poder, les imponemos situaciones ridículas haciéndoles parecer más ignorantes y vulnerables de lo que realmente son", escribe Harris. "Las cosas adorables con frecuencia son más adorables cuando se produce un batacazo o una metedura de pata". Cita como ejemplo a Winnie The Pooh cuando se le atasca la cabeza en una colmena y argumenta que, en realidad, los niños no son tan monos; más bien somos nosotros los que nos empeñamos en hacerlos monos. "Internet ha despertado nuestra avidez por estas cosas. Usar a los niños [como el del vídeo Hahaha] para el placer de nuestras necesidades maternales tiene algo siniestro. Disfrutamos tanto cuidando que creamos situaciones en las que nuestros cuidados se hacen necesarios".

La relación de poder más bien enfermiza entre los amantes de lo mono y los objetos que contemplan se observa en Up. La película de Pixar es adorable no sólo porque el protagonista sea viejo y vulnerable. La cinta es un auténtico desfile de personajes necesitados: el niño patoso y gordito con el padre ausente; el perro torpe ávido de afecto; el pájaro en peligro al que persigue el malo. Up explota sin piedad nuestra necesidad de proteger a los indefensos.

Mucho antes de la era de lo mono, cuando reinaba lo cool, el presentador de la NBC Steve Allen hizo mella en la entonces peligrosa imagen de Elvis Presley haciéndole cantar Hound dog a un perro basset. Pero la antigua pose cool ya no es tan cool: lo mejor ahora es parecer poco amenazador. La veterana banda de rock alternativo Weezer, para mantenerse al día, ha promocionado recientemente un producto mono, la manta con mangas snuggie, de la que se han vendido más de cuatro millones de ejemplares. La idea de "al filo" ha envejecido. Solíamos idealizar a las almas torturadas como Jim Morrison, Jimi Hendrix y Janis Joplin, pero sus equivalentes de los últimos años —Kurt Cobain, Elliott Smith y Heath Ledger— han suscitado expresiones de piedad más que otra cosa.

Durante generaciones, los niños no podían esperar a hacerse adultos para fumar, beber, ganar dinero, conducir coches, tener sexo y, si se alistaban en el ejército, matar legalmente a otros seres humanos. Ahora preferimos conectarnos a Internet y pasar de todo mirando fotos de gatitos mientras masticamos magdalenas glaseadas.

La cultura popular nunca sale de la nada. Es un claro reflejo de los tiempos. Así pues, ¿a qué viene tanta monería? ¿Y por qué ahora? Todo el mundo estará de acuerdo seguramente en que la última década ha sido fea. Pero, ¿por qué ha dado paso a los gatitos? Con una recesión en las postrimerías del 11-S y dos guerras interminables, los estadounidenses están produciendo una cultura popular que parece estar diciendo: "Por favor, quiérenos".

Durante la era Bush, la imagen estadounidense cambió de protectora a invasora, de la de defensor de los derechos humanos a la de agresor que busca lagunas en los Acuerdos de Ginebra. Parece lógico que la monería popular surgiera como una especie de corrección, como para convencer a los propios estadounidenses y a sus amigos de que no eran tan malos como sus recientes acciones les hacían parecer. La monería se inició como una forma cobarde de resistencia, una rebelión de terciopelo dirigida por emoticonos.

Se lo merezca o no, a Obama se le representa continuamente como mono. Una imagen de los primeros días de su presidencia mostraba el cambio de aires que acompañó al cambio de guardia: una cámara captó a una pata y sus patitos cuando atravesaban el césped de la Casa Blanca. En abril, el periódico online

Huffington Post hizo una encuesta para elegir los "momentos más monos de Obama". Entre las imágenes, Obama con el

conejito de Pascua, Obama llevando al perrito Bo por el vestíbulo de la Casa Blanca y Obama frunciendo la nariz mientras baila con la primera dama en un baile inaugural. Suficiente como para hacerte añorar a Dick Cheney.

Lo mono también está filtrándose en el lenguaje. El neologismo cutegasm (traducible como monogasmo) ha sido definido en Urbandictionary.com como "reacción que uno siente al estar expuesto a algo demasiado mono. Puede tratarse de una respuesta emocional, física o incluso sexual". Un ejemplo: "Cuando Holly vio al bebé intentando bailar, tuvo un monogasmo".

La desdicha social y lo mono parecen ir de la mano. El precedente en este campo ha sido Japón. La fiebre por lo mono empezó allí, influida en buena parte por las películas Disney Bambi y Fantasía, en la sombría cultura de posguerra de la nación derrotada en las décadas de 1940 y 1950. Y prosigue ahora bajo el nombre de kawaii. Cada prefectura japonesa tiene, en la actualidad, su propia mascota mona. Lo mismo que muchas grandes empresas. Los letreros públicos se llenan con personajes monos que dan consejos de seguridad y otras instrucciones. Unos cuantos aviones de pasajeros de All Nippon Airways están pintados con enormes pikachus, el personaje de Pokémon.

El gusto por lo mono en Estados Unidos sin duda ha bebido del país asiático. Gwen Stefani, por ejemplo, ha tomado prestado el estilo kawaii para su última gira. El director creativo de Disney y Pixar, John Lasseter, es un fan del director de animación Hayao Miyazaki (y podemos decir sin temor a equivocarnos que cada película animada estadounidense de los últimos diez años bebe también del cineasta japonés). El rostro sin expresión de Hello Kitty, de la empresa japonesa Sanrio —que factura 1.000 millones de dólares anuales—, se ha infiltrado con éxito en la cultura estadounidense, con Miley Cyrus o Britney Spears luciendo sus accesorios por la alfombra roja.

Un personaje mono que emergió de la basura atómica fue Astroboy. Creado por el genio del manga Osamu Tezuka, es un robot de ojos grandes y aire de muchacho construido por un científico para sustituir a su hijo muerto. Su nombre recuerda los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki: en japonés no se llama Astroboy, sino Tetsuwan Atomu (Átomo, el brazo poderoso). Al igual que su contemporáneo Godzilla, es atómico y tiene gran capacidad destructiva. En la época de su creación, Japón tenía que confiar en la amabilidad de sus conquistadores para poder recuperarse.

"Sin duda alguna, lo mono ha sido parte de la estética japonesa desde los años de la posguerra", afirma Roland Kelts, autor del libro de 2006 Japanamerica: how japanese pop culture has invaded the U.S. [Japanamerica: cómo la cultura pop japonesa ha invadido Estados Unidos]. "Una teoría propuesta por muchos artistas y académicos japoneses señala que, tras la humillación y mutilación del país en esos años, Japón desarrolló una extraña posición de 'hermano pequeño'. Y si te conviertes en eso, la única forma que tienes de conseguir la atención del hermano mayor es siendo tan mono que no le quede otra que cuidarte. Además, como la vieja idea de querer preservar la intimidad está dando paso a la idea de hacer lo que sea para que te conozcan, qué mejor estrategia que ésa: ser tan mono que necesites que te cuiden", argumenta Kelts. "Ésa ha sido, en cierto modo, la posición de Japón durante los últimos 60 años: 'Fabricaremos vuestros productos muy, muy requetebién, y vamos a ser el mejor hermanito de todos".

La película Astroboy ha terminado por cerrar el círculo. Se estrenó en octubre de 2009, unos 50 años después de que Tezuka lo armara con los escombros atómicos. Resulta raro, pero seguramente es correcto, pensar que cada vez que miramos una imagen mona en la actualidad estamos viendo algún extraño efecto secundario de la Segunda Guerra Mundial. Las monadas que crearon nuestras bombas han vuelto para seducirnos.

Aunque claro, la dulzura que puedes tragar antes de que se te antoje algo salado tiene un límite. Y ya hay en marcha un reajuste. Un tráiler falso para una película de acción apocalíptica llamada My little pony: reign of buttercup sprinkles [mi pequeño pony: el reino del azúcar espolvoreada en los pastelitos] se burla de todo ello en YouTube. En apenas tres minutos, los caballitos vuelan, conducen bólidos y cocean a prisioneros humanos durante interrogatorios estilo Abu Ghraib. El tráiler detiene su ritmo para mostrar el discurso de un presidente negro tipo Obama: "Hemos cabalgado en sus lomos. Los hemos comprado para nuestras hijas, ¡pero ahora debemos reafirmar la autoridad de la humanidad y abatirlos! Sus ejércitos llegarán en un arco iris de colores, olerán y brillarán como el algodón de azúcar, ¡pero no os engañéis! Se trata de una guerra entre la humanidad y la ponidad".

South Park también ha reaccionado al fenómeno de lo mono con una alusión al vídeo del bebé Hahaha: "Cierra tu puñetera boca, bebé, y deja ya de reírte". Sin embargo, a pesar de la labor de detractores tan hábiles, que nadie ponga en duda el poder de lo mono. Hará fruncir la nariz a sus críticos y los silenciará con su suavidad.

© Jim Windolf. Publicado originalmente en Vanity Fair.

- EL PAIS -

martes, 28 de diciembre de 2010

El día que murió el gonzo...


El día que murió el gonzo

Hunter S. Thompson, autor de Miedo y asco en Las Vegas, rompió todos los clichés del periodismo. Un documental rescata su memoria de la caricatura toxicómana.

el 25 de febrero de 2005, Hunter S. Thompson se pegó un tiro en la cabeza. Bajo sus sesos quedó la máquina de escribir con una hoja en blanco. "El suicidio es un acto esencialmente narcisista, y en el caso de Hunter, un gesto consecuente; toda su vida había reflexionado en voz alta sobre quitarse la vida, como Ernest Hemingway", cuenta Alex Gibney, director de Gonzo. Vida y hazañas del Dr. Hunter S. Thompson.



Hay argumentos que permiten hablar de algo más que del gesto de un narcisista: "Estaba clavado en una silla de ruedas por una lesión de cadera, alcoholizado, deprimido tras la reelección de Bush en 2004 y afrontando el aburrimiento que suponía el vacío en la agenda deportiva tras la Superbowl". Por entonces, Thompson sólo publicaba regularmente una columna semanal de deportes. Poco quedaba del tipo que saltó de la trinchera al campo de batalla para reformular el periodismo a principios de los sesenta. El inventor del gonzo (una fórmula a caballo entre la investigación en primera persona y la escritura de ficción) había sido absorbido por su propia caricatura a finales de los años setenta. Su desmedida afición por las drogas, el coleccionismo de armas y un aura de celebridad excéntrica trascendieron a su talento como escritor. Él mismo lo declara en el documental: "Antes era un tipo anónimo actuando desde dentro, y de repente pasé yo a ser el centro de atención".

"Había sido eclipsado por su propia reputación. Todos conocemos al Hunter salvaje, pero ¿alguien se ha molestado en leer lo que escribía? Si este tío no hubiera escrito bien, a nadie le habría importado una mierda", completa Gibney. "Ése fue el punto de partida de este documental. Empecé por Miedo y asco en la campaña presidencial de 1972, un texto que conserva su vigencia". Thompson se coló en la comitiva que seguía a Nixon y su oponente, el senador George McGovern, porque nadie tenía ni idea de quién era ese tipo con la credencial de Rolling Stone. Sus andanadas contra Nixon ("el hombre que encarna el sueño y la pesadilla americanos") lograron que se tambaleara en las encuestas casi más que los discursos de su querido demócrata McGovern.



El propio McGovern, Jimmy Carter, Tom Wolfe o Johnny Depp (que lo interpretó en Miedo y asco en Las Vegas y posteriormente costearía el espectacular funeral que el propio Thompson diseñó para sí en su rancho de Aspen) son algunos de los entrevistados que nos guían por su leyenda. Antes de que el periodista Bill Cardoso bautizara su estilo como gonzo en 1970, Thompson había practicado el nuevo periodismo conviviendo con Los Ángeles del Infierno, se había burlado de la generación hippy que abandonó las convicciones de izquierdas en favor de los psicotrópicos, había tomado conciencia política al contemplar las cargas policiales durante la convención demócrata de Chicago de 1968 y hasta se había presentado a sheriff del Condado de Pitkin, Colorado. "Hoy sería imposible encontrar un periodista superestrella como él, pero al mismo tiempo es innegable que ayudó a establecer las bases que hoy hacen que hablemos de bloggers superstars".

Gonzo. Vida y hazañas del Dr. Hunter S. Thompson (Versus) se publica en DVD el 24 de febrero.


- EL PAIS -

lunes, 27 de diciembre de 2010

No me importa...


"No me importa si hay un millón de respuestas para una sola pregunta o una sola respuesta para un millón de preguntas..."

Trilogía de las Tierras de Jordi Sierra i Fabra

sábado, 25 de diciembre de 2010

La atracción por el riesgo...


La atracción por el riesgo

El riesgo es un gran estimulante, y encontrar retos de forma natural fuerza a sacar recursos positivos. El peligro es dejar de ser conscientes de los límites y la vulnerabilidad de cada uno.

Qué puede impulsar a una persona a proponerse objetivos casi imposibles, a conducir de manera temeraria a gran velocidad o a engancharse a los juegos de azar? Exponerse a una situación incierta o peligrosa supone una conducta difícil de explicar, sin embargo, algunas personas sienten una atracción especial hacia el riesgo, como un imán irresistible que les empuja a vivir al límite y a comprometer reiteradamente su seguridad.

“Este anhelo de intensidad es característico de una sociedad que tiende al exceso y necesita estímulos cada vez más impactantes”

Desde la sociología se habla de la cultura del riesgo. Esta expresión apunta que el desarrollo tecnológico de las últimas décadas no ha venido acompañado de una mayor sensación de seguridad, sino más bien al contrario: el cambio y la incertidumbre se han convertido en una constante. Como resultado, el riesgo se percibe y está más presente que nunca, lo que genera en algunos casos una necesidad exacerbada de control o, en el otro extremo, estilos de vida unidos al gusto por la novedad y las sensaciones fuertes.

La atracción por el riesgo puede ir desde la afición a deportes o actividades que conllevan cierto peligro, la necesidad de poner a prueba las relaciones, emprender conductas arriesgadas, rozar la ilegalidad, provocar continuamente apuros económicos o profesionales… hasta actitudes autodestructivas como ciertas adicciones o poner en juego, consciente o inconscientemente, la vida propia y ajena.

La exposición al riesgo es captada por el organismo como una amenaza para la supervivencia. Como consecuencia, se dispara la adrenalina, los músculos se tensan, la respiración se agita, aumenta el ritmo cardiaco y la persona permanece alerta, vigilante, focalizando su atención en el peligro advertido.

Para algunos individuos este estado de activación resulta muy excitante. Según los neurobiólogos, se debe especialmente a los picos de dopamina, el neurotransmisor cerebral asociado a las sensaciones de placer y bienestar, que pueden resultar adictivas. Pero la cuestión es: ¿por qué algunas personas viven el riesgo con temor, mientras que para otras resulta altamente gratificante?

Buscadores de sensaciones

“Todas las pasiones son buenas cuando uno es su dueño, y todas son malas cuando nos esclavizan” (J. J. Rousseau)

Marvin Zuckerman, un psicólogo estadounidense, definió un rasgo de personalidad al que bautizó como “buscador de sensaciones”. Las personas que presentan este rasgo tienen un marcado deseo de experimentar sensaciones nuevas e intensas y son más propensas a exponerse a distintos tipos de riesgos. Se ha observado, por ejemplo, que en estas personas las sensaciones fuertes activan con mayor facilidad las estructuras cerebrales relacionadas con la recompensa y la satisfacción. Por tanto, uno de los atractivos del riesgo son las poderosas vivencias que aporta: la impresión de la caída libre, la sensación de velocidad, la exaltación que producen ciertas drogas, la aceleración del corazón ante el vértigo de la apuesta…

Este anhelo de intensidad resulta característico de una sociedad que tiende al exceso. Acostumbrados como estamos a un nivel de activación muy alto, se necesitan estímulos cada vez más impactantes para producir sensaciones. Basta con observar cómo las películas, las atracciones o las actividades de ocio aumentan progresivamente de intensidad, persiguiendo el “más difícil todavía”.

Sin embargo, disponer de un abanico tan amplio de alternativas y experiencias fuertes no implica mejor capacidad para disfrutar. En la actualidad existe una mayor intolerancia al aburrimiento y a la rutina, y se aprecia en general cierta “anestesia” emocional. Sólo lo que supera cierto umbral de excitación es susceptible de despertar los sentidos, como si éstos se encontraran saturados ante la multitud de estímulos que reciben.

Las personas que se sienten atraídas por el riesgo acostumbran a tener la necesidad de vivirlo todo y de gozar al máximo cada momento. Este deseo de vida, cuando es excesivo, puede conducir paradójicamente a un atajo hacia la muerte. Lo observamos, por ejemplo, en las adicciones, en que la búsqueda de placer puede terminar resultando sumamente destructiva.

Ilusión de control

“La conciencia es la voz del alma; las pasiones, la del cuerpo” (Shakespeare)

Tras las conductas de riesgo a menudo existe lo que se denomina una ilusión de control. Es decir, la persona cree y piensa que siempre podrá dominar la situación. Entre los jóvenes, las conductas temerarias resultan muy comunes. No en vano en esta época la primera causa de mortalidad entre ellos son los accidentes de tráfico, o resulta tan frecuente el abuso de drogas o las prácticas sexuales de riesgo. Este fenómeno se atribuye, por un lado, a la necesidad de transgresión y de ponerse a prueba, y por otro, a un desconocimiento de los propios límites.

Ser consciente de la propia vulnerabilidad es un signo de madurez. Además, debido al valor que se otorga socialmente al coraje, fácilmente se confunde la verdadera valentía con la inconsciencia.

Todo exceso implica una carencia. Por eso, quienes perciban que con frecuencia ponen en peligro sus relaciones, su salud o su trabajo pueden plantearse qué intentan encubrir o resolver a través de esa actitud. Quizá supone una manera de escapar del tedio o bien un modo de construir una autoimagen de seguridad e intrepidez, en la que el miedo se encuentra desterrado.

Sin embargo, lo que a menudo impulsa realmente hacia el riesgo son aspectos emocionales inconscientes. Esta actitud a veces puede suponer una especie de autoboicoteo, pues la persona no se permite alcanzar el éxito en alguna faceta de su vida y opta por ponerla continuamente en peligro. Sucede así, por ejemplo, con la necesidad que tienen algunos individuos de llegar al límite, o en sus relaciones afectivas provocar constantes conflictos, como un modo de evitar el compromiso o subir el tono emocional de la relación, fenómeno que asocian con un amor más verdadero.

Tal y como definió Freud, el ser humano se siente atraído por la creación y el placer tanto como por la destrucción. Y las conductas de riesgo, cuando implican un descuido grave hacia la propia vida, a menudo esconden un deseo inconsciente de autodestrucción. De algún modo se desafía al destino dejando la propia existencia en manos del azar.

El riesgo resulta un poderoso estimulante. Aporta viveza, intensidad, reto. Al encontrarnos ante una situación complicada, de manera natural nuestra atención se centra en el presente y nos fuerza a sacar a la luz recursos personales. Sin duda, como seres humanos necesitamos desafíos. Es posible que disponer de una vida acomodada, con tantas facilidades que antes no existían, nos lleve en la actualidad a buscar retos quizá más artificiales o en lugares inadecuados.

Las personas acostumbran a sentirse satisfechas cuando afrontan y resuelven un riesgo. Pero, como sucede a menudo, las dificultades se hallan en los extremos. Tan problemática puede resultar una actitud imprudente y temeraria como vacilar en exceso, reemplazando la acción por el análisis. La raíz psicológica en ambos casos suele ser una relación inadecuada con el miedo.

El ser humano, pese a ser probablemente la única especie plenamente consciente de su propia mortalidad, en ocasiones actúa como si fuera inmortal. La proximidad del peligro fascina y puede alentar una sensación de poder inaudita. La intrepidez para asumir riesgos es un requisito para el progreso, pero es preciso distinguir cuándo se convierte en una necesidad que puede alcanzar límites alarmantes.

Para saber más

1. Libros‘Las nuevas adicciones’, de Jean Adès y Michel Lejoyeux. Editorial Kairós.‘El jugador’, de Fiódor Dostoievski.

2. Películas‘Réquiem por un sueño’,de Darren Aronofsky.

Conductas de riesgo

1. Se definen como una exposición repetida y voluntaria a un peligro.
2. Implican una atracción irresistible hacia las sensaciones intensas y novedosas.
3. La conducta en sí aporta una gratificación y un refuerzo positivo.
4. En ocasiones puede estar asociada a rasgos psicopatológicos que actúan como facilitadores o agravantes de estas conductas.
5. Existe a menudo un “sesgo optimista” que provoca que la persona se sienta menos expuesta al peligro real.
6. Pueden estar asociadas a distintos tipos de adicciones o a la dificultad para controlar los impulsos.

EL PAIS

viernes, 24 de diciembre de 2010

Einstein playero...


Como persona inteligente que era, Einstein llevaba sandalias sin calcetines (blancos) en la playa.

– Fotos de tiempos pasados (¡hay que verlo!)

jueves, 23 de diciembre de 2010

Sumo sacerdote...

Sumo sacerdote Helmut Newton

El fotógrafo alemán huyó del Berlín nazi y regresó, ya famoso, para abrir un museo donde guardar su obra exquisita y su memoria. Allí celebran hoy los diez años de ‘Sumo’, un libro-icono del que Newton fue arte y parte.

Una escena digna de ser retratada: el editor Benedikt Taschen baja a todo correr las escaleras señoriales de la Fundación Helmut Newton en Berlín. Y durante un segundo, su imagen queda ahí, congelada: su cuerpo, bajo los cuerpos de cinco modelos en cueros allá en lo alto... Un hombre famoso, mujeres poderosas, provocación y ambiente palaciego... No hay duda, aquí se respira el espíritu exquisito de Helmut Newton. Ésta es su casa. Desde las salas se oyen los altavoces de la estación Zoologischer Garten anunciando los trenes que vienen y van. "Bajen, por favor; suban, por favor...". Fue el eco de este ajetreo —el mismo que el fotógrafo berlinés oyó el día de 1938 que abandonó su ciudad natal entonces nazificada— lo que le decidió a elegir como sede de su archivo este edificio construido en 1909 por el rey de Prusia para sus oficiales. El mismo Newton lo recuerda en su Autobiografía: "El interior... está casi en perfectas condiciones, como si me esperara... Desde las ventanas se ve... el muelle desde el que me despedí de mis padres hace 64 años al partir rumbo al ancho y vasto mundo. No soy un sentimental, pero no pude reprimir cierto escalofrío al revivir aquel día".



Y no era todo: ahí, en las escaleras de este palacio, antaño casino militar, colgaban originalmente imágenes avejentadas de cinco militares prusianos con el tradicional empaque... Newton, pura imaginación como era, lo visualizó a la primera: aquél era el sitio. Aquellos cuerpos uniformados del pasado eran ideales para ser sustituidos por las féminas desnudas, glamourosas, frías, altivas, inasibles, que había retratado en serie (Big nudes) desde los años ochenta... Quedaba descrita, así, en esa pared-mural su propia vida: del ejército a la moda; de Berlín a Berlín; del inicio al fin. Pero Benedikt ahora no lo piensa... sólo se apresura para supervisar la que será la próxima exposición: la del décimo aniversario de Sumo, ese libro-icono (que lleva, además, en portada a una de estas mujeres, ver abajo) que fotógrafo y editor montaron en 1999 mano a mano.



Sí, en este palacio se guardaría y mostraría su colección, su memoria... Era 2002. El centro se inauguró en 2004. Pero Newton no lo vio. El creador del porno chic, el mirón elegante, el dandi de la fotografía, se estrelló con su coche al salir del hotel Chateau Marmont de Los Ángeles en enero de 2004. "Quizá otra vez el corazón le jugó una mala pasada; mira, éstas son las esquelas, las condolencias, las reacciones...", dice el comisario Matthias Harder enseñando su museo. La obra ingente y el itinerario personal y profesional de Newton son reflejo de un siglo: de la vida burguesa y judía de su niñez, los primeros amores y las revistas ilustradas berlinesas que luego él reinventaría como Newton's Illustrated, al horror de Hitler, los bienes familiares que se esfuman, el padre al que ya nunca volverá a ver... Y en su huida, Singapur, el sexo, Australia, el Ejército... Y June, alias Alice Springs, la actriz que apareció un día de 1946 y con la que estaría casado más de medio siglo. "Todas las otras chicas, en realidad, eran para follar. Con ella había otras dimensiones", escribió Newton definiendo a su modo el amor. Poco a poco, se hace un hueco en las revistas; crece su fama y se habla de su mirada artística: bohemio, pero elegante; distante, pero estimulante; sofisticado, pero humano.



Trabajo, trabajo, trabajo... Aquí se ve a Newton en acción, en los vídeos Helmut at work con el making of de sus sesiones con Jeanne Moreau, Armani, Vanessa Redgrave... "Movía mucho a sus personajes, y luego sólo disparaba dos, tres veces... y ya", dice Harder.



Hay fotos familiares, portadas (Vogue, Elle, Nova...), sesiones de moda (de los sesenta y setenta, reunidas en la muestra Fired!, que es como ir a beber de las fuentes), pósters, calendarios "alimenticios"..., libros (siempre Isherwood y las Berliner Illustrated) y hasta su despacho último o su todoterreno hortera, azul y cromo. "Todo está aquí gracias al afán de June, que, a sus 86 años, aún tiene esa fuerza tan especial; ella lo mantiene vivo". Tanto, que han batido un récord de visitantes: más de 600.000 en un lustro.



Otra escena fotográfica. Otra vez gente que corre. Sucedió hace una década. Lo cuenta June: "Un día de 1997, Helmut recibió una llamada del editor alemán; le dijo que estaba en Los Ángeles y tenía algo que enseñarle. Fue, y al poco me llamó él a mí diciéndome que dejara todo y corriera a verle... Aquello fue el principio de lo que sería una magnífica pieza de trabajo...". El producto del encuentro y el diálogo entre fotógrafo y editor se llamó Sumo. Una obra de arte en sí, exclusiva, expuesta en museos, muy querida por los coleccionistas. Y otro de los retos asumidos (y conseguidos) por Newton: casi 400 fotografías, la mayoría inéditas, en 35,5 kilos de libro; un festín de retratos y cuerpos, de erotismo y moda... "La pretensión era mostrarle como en uno de esos compendios del XIX, ver a las modelos casi vivas, tangibles", dirá Benedikt. Convertir una obra gráfica fundamental en una suerte de exhibición privada. El fotógrafo, dice, lo entendió enseguida.



Y ahora, 10 años después, el editor alemán que nunca para -salvo para mirar fotos o layouts- se reencuentra de nuevo con la obra del maestro Newton, aventurero, provocador y puntilloso como él. "Cruzarnos en nuestro camino fue fundamental para mí y la editorial", dice. Sobre todo, le agradece el riesgo que asumió ("Era mayor para él que para mí; él era famoso, si el libro no era perfecto, podía sufrir las consecuencias. Pero ni lo dudó") y la enorme sabiduría que le aportó durante el proceso de elaboración: "La manera de mirar, de seleccionar... Aprendí cómo piensa y trabaja un artista, cómo se comunica y siente... Y me hizo conocer a mucha gente. Me encantó que funcionara. Lo merecía". Sumo fue un éxito y la base del valor de la editorial Taschen, asegura. "Hay dos libros muy importantes para nosotros: el primero que editamos, en 1985, y éste". Gracias a ellos pudieron producir otros y seguir arriesgándose tras la obra perfecta. ¿Y por qué pensó en Newton para su libro mayor? "Fue automático. El Sumo era él".



'Sumo', Editorial Taschen; 100 euros. La exposición, hasta enero en la Fundación Helmut Newton de Berlín.

El Pais

miércoles, 22 de diciembre de 2010

La cara de los dos millones de copias



La cara de los dos millones de copias

Tamara Villoslada jamás pensó que su rostro vendería libros. Gino Rubert, autor de las porta- das de la edición española de Millennium, de Stieg Larsson, la dibujó cuando eran pareja. Hoy su imagen forra las librerías de todo el país.

HACE unos años, en un barrio residencial de Suecia, encerrado en una habitación con un ordenador, poniéndose hasta las cejas de comida chatarra, en la quinta taza de café y por el cuarto paquete de Marlboro, Stieg Larsson soñaba y se enamoraba de una chica andrógina y bisexual, pequeña, casi escuálida, tatuada y llena de piercings. En Barcelona, otro hombre soñaba y se enamoraba también de una mujer muy delgada, pero de largos cabellos que crecían mágicamente como raíces.



La primera se llama Lisbeth Salander y es la heroína creada por Larsson para su saga policial y best seller póstumo Millennium, que se compone de tres libros de nombres interminables: Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire. La segunda es Tamara Villoslada, la artista argentina cuyo rostro ilustra las tres cubiertas de la edición española y entonces pareja del pintor catalán Gino Rubert. Cuando, en 2007, la editorial Destino le hizo el encargo por una modesta cantidad, nadie podía prever que sus cuadros -que parten de fotografías que luego él transfigura- iban a estar pronto en las paredes del metro, en los supermercados, en los aeropuertos, omnipresente en las tapas de los dos millones de ejemplares que lleva despachados en España.


Arte y amor no siempre mezclan bien. La combinación puede tener una fuerza depredadora y criminal. Stieg Larsson terminó tres novelas frenéticamente y esto probablemente le afectó. El escritor sueco nunca se casó con Eva Gabrielsson -con la que vivió los últimos 30 años- para protegerla de los peligros de estar vinculada a alguien que investigaba los movimientos de la extrema derecha de su país, pero no haciéndolo la dejó más desprotegida que nunca. Murió de repente y no dejó testamento. Los herederos legales, su padre y su hermano, no quieren darle un duro.



El arte puede hacer otras cosas raras. Un día, su tío y mentor le dijo a Gino: "Ten cuidado con lo que pintas, que se puede hacer realidad". Y es que no ha hecho otra cosa que pintar a la mujer de sus fantasías "dominante, lista, audaz, seductora, fetichista, perversa..., siempre en brazos de hombres reducidos, enfermizos y sumisos" y a veces ha tenido que ver cómo, de pronto, cobraba vida: "Efectivamente, el arte asusta un poco". En la portada del segundo libro de la trilogía, Gino fue borrado con Photoshop de la ilustración original, en la que aparecían juntos. La editorial sólo quería a su criatura femenina de profundos ojos que evocaba a Salander. Y fue eso lo que quedó. En las tres portadas sólo aparece ella. Para cuando el boom de Larsson estalló y su rostro empapeló las calles españolas, Tamara Villoslada ya era la ex.



A Gino le preocupa un poco ser etiquetado como "el pintor de las cubiertas de Larsson". Mientras, a Tamara las portadas no le han cambiado la vida. La argentina, también ilustradora profesional, dice que verse como tapa no le ha inflado el ego: "Sigo viéndome dentro de una obra de Gino. A veces me miro bien y me pregunto qué pinto ahí". Tamara sabe que es parte del juego de realidad y ficción de la novela. No han faltado en su ciudad reportajes del tipo "Lisbeth Salander es argentina" y algún fan acérrimo de Larsson le ha pedido un autógrafo. Ella, que no sueña con una cerilla y un bidón de gasolina, admite sentir cierta afinidad con Salander. "En la vida real me identifico más con esa fragilidad disfrazada de dureza de Lisbeth que con las mujeres más dominantes y manipuladoras de Gino".

Rubert, por su parte, cree que entre sus personajes femeninos y masculinos no hay rivalidad, sino complicidad, incluso en la tortura. Basta ver la portada del primer libro, en que la mujer aparece atada, pero casi sonriente: "Me interesa la ambigüedad, la confusión entre un cuerpo que te habla de sumisión y dolor y un rostro que te habla de altivez y autosuficiencia".



Hay gente que cuando acaba una relación quema la foto de su ex. Pero como si la realidad fuera un cuadro de Gino Rubert, una de sus pesadillas surrealistas, Larsson ha conseguido que la cara del antiguo amor del pintor se multiplique ad infinitum. De alguna manera, la clave de esta trilogía, y quizá el sentido de su éxito, está en "lo inquietante, lo siniestro y lo extraño", como señala Rubert, que rodean las relaciones entre hombres y mujeres, tanto los que aman como los que no, los que maltratan o los que no, un abismo insondable al que el arte se sigue asomando.



Gino Rubert (www.ginorubert.com) expondrá en enero en la galerías Senda (Barcelona) y Michael Haas (Berlín). Tamara Villoslada (www.tamarindous.com) expone actualmente en la Mite de Buenos Aires.

El País

domingo, 19 de diciembre de 2010

Memoria de una reina del...



Memoria de una reina del porno

Sophie Evans es una gran estrella del cine para adultos. Pieza clave de un negocio global de 10.000 millones de euros. Ha rodado más de 200 películas. Una profesional que ama su trabajo. Y aspira a la normalidad.

La pornografía alberga dos misterios. Primero: ¿consumen los actores sustancias que prolonguen sus erecciones? Contesta uno de ellos: "La Viagra se ha extendido en el porno como la pólvora; ha sido nuestra revolución sexual. Pero ningún actor se lo reconocerá. Es su secreto mejor guardado". Segundo: ¿alcanzan las actrices orgasmos durante los rodajes? Contesta una de ellas: "Esto es cine. Finges. Te pueden estar penetrando dos tíos y tú pensando en los guisantes de la cena. Nadie te lo va a confesar. Es como si le preguntas a la Princesa si disfruta con su profesión; aunque se aburra como una mona, no lo va a admitir; acabaría con la magia. Aquí lo mismo".

Esta respuesta no es de Sophie Evans. Tiene demasiado respeto hacia su oficio. Es una profesional. "Yo no finjo; actúo. Hago lo que me gusta y me gusta estar donde estoy. Intento sacar lo mejor de mí en cada escena erótica. He vivido dedicada al porno; lo he hecho de corazón. Hay chicas que lo hacen por temporadas; vienen y van; se sacan unos euros y luego dejan colgado al empresario. Yo no. Yo he vivido de esto y para esto".

Sophie Evans es una estrella. Perfeccionista y exigente. Se cuida. Pasa controles de hepatitis, VIH y herpes genital. Es monógama. No fuma ni bebe ni se droga. Lleva una vida ordenada. Como una deportista de élite. Ha intervenido en 200 películas. Ha rodado en Los Ángeles y Budapest, las mecas del sector. A la orden de los más grandes directores del cine para adultos. Junto a los galanes del género. Ha protagonizado miles de escenas sexuales. Sin trampa ni cartón. Ni condón. Felaciones, sexo anal y vaginal; números lésbicos; dobles penetraciones. Su récord en pantalla ha sido mantener sexo con cinco hombres a la vez. "Fue muy bonito. Una sensación diferente. Era precioso ver a esos cinco chicos tan excitados conmigo. He hecho de todo en pantalla salvo cosas extremas; no me gusta que me aten; ni hago nada con animales ni lluvia dorada. Y prefiero la doble penetración al anal, me excita más y pagan mejor".



Sophie Evans es la heroína del porno español. Y un referente mundial. La versión femenina de Nacho Vidal. Entra cada día en miles de hogares en todo el planeta a través de las ventanas del DVD, la televisión de pago, Internet y la telefonía móvil. Un negocio, la pornografía, que sólo en España factura 450 millones al año y da empleo a un centenar de actores y actrices y una veintena de directores a través de 178 empresas. Tiene seguidores desde Europa e India hasta Estados Unidos. Veneran cada centímetro de su cuerpo. Hace unas semanas, un joven se le acercó en Barcelona y le dijo: "Sophie, no sabes la de pajas que me he hecho contigo". "Y no me pareció un insulto. Me pareció muy bonito. Me lo dijo con cariño. Mi trabajo es excitar a gente como el de un cómico hacer reír. Puro espectáculo".

-¿Usted consume mucho porno?

-Me da corte. Como soy amiga de los protagonistas, no me excito viéndolos. No me pone. Son amigos. Y a lo mejor he cenado la noche anterior con ellos. Los veo y no se me ocurre pensar: "¡Qué bueno está este tío!", sino "¡qué ilusión verlo!". Además, cuando veo una peli estoy todo el tiempo pensando: "Esa penetración está mal hecha o no se ve bien o no me gusta el decorado". Lo veo desde el punto de vista profesional y no disfruto.

-¿Y haciéndolo?

-A veces sí; depende del rodaje. Si es en un sitio íntimo; si estás relajada, cómoda; con un chico que lo hace bien y tienes un buen día, te puedes correr. Hombre, si tienes calor, la escena es larga y lo tienes que hacer en la playa y se te clava la arena, no disfrutas; todo es interpretación.

-¿Cuál es su secreto para calentar al público?

-Disfrutar con lo que haces. Y para que disfrutes, el actor te debe respetar y ser sensato. El actor tiene que tratarte con cariño. Es bueno hablar antes del rodaje de lo que te gusta y no te gusta. De las posturas. Para eso, Nacho Vidal es extraordinario. He trabajado con él en diez películas y es un amigo. Si existe ese feeling, sale una buena escena. Pero si el actor tiene reputación de tratar mal a las actrices o viene sucio, me niego a trabajar con él.

Sophie Evans habla despacio con un curioso deje entre castizo, catalán y húngaro. Es educada. Flemática y modosa. De una timidez infantil. Alta, delgada, de constitución atlética, pecho perfecto y caderas amplias y ondulantes. De las pocas estrellas del porno que no han sucumbido a la silicona. Un ejemplo de pornostar europea frente al californiano de adictas al bisturí. El aclarado pelo rubio recogido, boca grande, nariz de María Callas y unos bellísimos ojos verdes. Vaqueros ceñidos, mínimo top y botas de altísimos tacones. Maquillaje excesivo. Está recostada indolente en un sofá desventrado del camerino de la sala Bagdad, el templo barcelonés del sexo duro. A su lado, sus uniformes de trabajo envueltos con mimo en fundas de tela: "El vestuario es importantísimo; me gasto lo que haga falta; éste es el de policía con su porra y su gorra; éste, de colegiala; aquél, de enfermera hecho de látex, y el que más me gusta, el de ninfa con sus alitas". El elegido para su primer número esta madrugada es el de corredora de fórmula 1: rosa chicle, ceñido como un guante y escotado hasta la cintura.

El espacio donde se cambian y descansan y aguardan turno para saltar al escenario las estrellas del Bagdad es una enorme, destartalada y mal ventilada sala a la que se accede por una estrecha escalera de caracol, con un largo mostrador abrasado por miles de cigarrillos, espejos enmarcados por bombillas fundidas, taquillas cuarteleras y sillones huérfanos. Llamar camerino a este rincón es un eufemismo. Huele a comida de varias nacionalidades consumida con cubiertos de plástico; algunos artistas dormitan, saben que su trabajo concluirá rayando el alba y conviene estar fresco para aguantar los tres pases. Chirrían en la radio ritmos latinos. Los profesionales del porno se cambian, desnudan y duchan ante los ojos de sus colegas. La piel es su mono de trabajo. Un semental del Este cruza la sala con cara de pocos amigos. Acaba de eyacular en el escenario y está enfadado con su pareja. Es mejor no cruzarse en su trayectoria. Tara, una transexual brasileña, balancea sus posaderas embutidas en un vestido rojo. Una stripper chilena chatea ausente con su portátil. Y la argentina Karyna Moure, abultados labios y pechos con implantes, se despoja de sus vaqueros y Converse de adolescente, se calza un tanga de lentejuelas y se transforma en la bomba sexual de la noche. Acaba de ser portada de Interviu. En la pared, un sobado pasquín advierte: "La entrada de todos los artistas es a las 22.45; si llegan más tarde, no trabajan".

Las normas del Bagdad son estrictas. Hay que ser puntual; nada de drogas ni alcohol; ni hablar de prostituirse. Gobierna con mano de hierro Juani de Lucía. La matriarca del porno español. La emperatriz del Paralelo. Roza los 60 y recibe cordial y redicha en un despacho presidido por una caja fuerte y decorado con un mural de una sensual puesta de sol caribeña. Todo en ella es muy Miami Vice. El traje-pantalón blanco y las botas tejanas; el amplísimo escote y el Rolex de oro. Se las sabe todas. Es jefa, maestra, consejera sentimental y madre postiza de los actores y actrices del Bagdad. Cuida su salud y asuntos financieros. Les anima a ahorrar y estudiar. A ellas les enseña cómo se hace una felación; a ellos, a retrasar su eyaculación. Para ser un buen profesional del porno hay que ser un atleta. Olvidar el placer propio para brindárselo al público. "La relación sexual se tiene que ver; a la gente le gusta que la penetración se distinga; que la pareja no se acurruque en una posición cómoda. No quiere perderse nada. Y tiene que ser estético", describe Sophie. "Hay que ser profesional y artista. Esto es un espectáculo, no Gran Hermano. Se trata de cubrir pista; de cambiar de postura aunque estés cómodo y cambiar suponga que puedas perder la erección. Al chico le gustaría eyacular dentro, pero no puede, no es bonito para el público. Se tiene que ver. Si hay conexión entre la pareja, el público lo percibe. Hay que ser artista. Si lo haces sólo por dinero... es mejor que te vayas de puta", recalca Juani de Lucía.



En diciembre de 1975, con el cadáver de Franco aún caliente, Juani levantó sobre un polvoriento tablao flamenco de posguerra este santuario del porno español. En aquellos tiempos importaba números eróticos desde Hamburgo, entonces capital de la industria europea. "No teníamos actores en España; el porno había estado prohibido durante 40 años. Nos obligaron a poner un cartel en la puerta advirtiendo a la gente que aquí había sexo explícito", explica Juani. En poco tiempo crearía su cantera. Toda productora que pretendiera rodar cine erótico en España tendría que recurrir al Bagdad para sus castings. De esta factoría saldrían grandes estrellas mundiales. En cabeza, Sophie Evans.

La sala Bagdad ha conservado en todos estos años esa decoración de tablao kitsch y decadente que tenía en tiempos de su primera propietaria, la Bella Dorita. Con su escueto escenario rodeado de celosías de patio andaluz y un mostrador tapizado de espejos donde ponen copas las actrices en minúscula ropa de trabajo. Se mira pero no se toca. Todo tiene un tono entre lila y rosa y aroma a desinfectante. Varias cámaras filman las actuaciones y las difunden desde la web del Bagdad. Sophie es la atracción de la noche. Puede cobrar hasta 500 euros por jornada. Algo más si hay una despedida de soltero y le piden un pase privado. Inicia un strip tease que no deja nada a la imaginación. Su rostro muta de niña buena a chica mala. Insinúa. Sonríe. Provoca. Deja que el cava se deslice por su cuerpo. La noche está floja. Hay crisis y la entrada cuesta 90 euros. Ella se esmera. Resulta graciosa y elegante. Relajada y sensual. Es un porno aligerado. Borda los movimientos. Entre 1997 y 2000 hizo el amor en este escenario con su ex marido -el actor y director de cine porno Toni Ribas- dos veces por noche seis días a la semana. Ribas resume esa época en 1.500 penetraciones en directo. No fallaron ni una vez.

Sophie Evans no es una gran actriz. No es Meryl Streep. Lleva tres años estudiando interpretación en el Centro de Estudios de las Artes Cinematográficas y Escénicas de Barcelona con intención de saltar al cine convencional, pero confiesa que cuando trabaja en montajes normales le cuesta sustraerse al registro histriónico del porno, a su actitud exagerada y depredadora. "Al principio, en la escuela hacía siempre el mismo personaje. En el porno te inventas uno y lo interpretas mil veces, hagas de enfermera, azafata o ama de casa. Siempre es igual. El mismo ritmo, gemidos y final. Con el tiempo he aprendido otros movimientos e incluso he hecho teatro clásico. Pero en el porno he sido una autodidacta", explica al final de su actuación, con la piel reluciente de cava y sudor. Exhibe su desnudez con naturalidad. "Nadie me ha enseñado a hacer porno. No hay profesores. Cuando empiezas, copias a las otras; pones las caras que ellas ponen; cómo se acarician y miran al espectador. A partir de ahí, vas creando tu imagen. Toni y yo nos inventamos un estilo especial; durante la penetración cambiábamos de posición sin separarnos; estábamos como fundidos. Nos copiaban. Y después de haber hecho tantos espectáculos en vivo, rodar la escena de una peli erótica es un juego de niños. Si eres capaz de hacer sexo tres veces por noche, eres capaz de cualquier cosa ante una cámara. Y un actor, ni te cuento. Delante del público no se le puede caer la erección. Sin erección no hay espectáculo. Y en el cine porno, eso es lo más importante; cada gatillazo significa perder tiempo y dinero".

No, a primera vista Sophie Evans no parece una gran intérprete. Pero no es del todo cierto. Cuando uno reflexiona, llega a la conclusión de que si a lo largo de 12 años ha hecho creer a millones de espectadores de todas las razas y edades que experimentaba grandes y felices orgasmos mientras era atravesada por un miembro de 25 centímetros, es que es merecedora del Oscar.

No estaba destinada a ser estrella del porno. No nació en una familia rota ni marginal. Vino al mundo como Zsofia Szabo, en 1976, en Szeged, una somnolienta capital húngara. Sus padres eran una joven pareja de biólogos. Ganaban poco dinero; en Hungría coleaba el régimen comunista y los intelectuales huían. A mediados de los ochenta obtuvieron sendas becas de investigación en la Universidad de Tennessee. Su padre, en biología molecular y genética, y su madre, en el campo de los estudios biomédicos. La pareja y sus dos hijas vivirían en aquel campus de la América conservadora durante tres años. Zsofia aprendería un buen inglés. "Era una niña tímida, pero me gustaba actuar y disfrazarme; tenía una educación cristiana tradicional. Nunca fui lanzada en cosas de sexo aunque me gustaba divertirme y experimentar".

En 1990, la familia regresaba a Budapest. Tras terminar el instituto, Zsofia se matriculó en psicología. Ese verano, con 18 años, comenzó a trabajar de camarera y, para sacarse un sobresueldo, posó para un catálogo de lencería. Había comenzado a subir los peldaños del estrellato. Su siguiente paso sería un club de strip tease en Atenas durante las vacaciones de verano. "Fue de broma; no había visto un espectáculo de esos en mi vida; estaba muy nerviosa y no tenía vestuario. Salí a bailar de los nervios, pero me gustó. Descubrí que era una exhibicionista. Me pone que me miren. Gustar a los hombres. Ver sus ojos de deseo. Para mí no es algo sucio, sino un piropo. Y se me daba bien. Era 1994. Me apunté a una agencia de bailarinas y les dije que quería ir a otro país y seguir actuando. Me mandaron a Toronto. Allí estuve seis meses en un club y aprendí la técnica de stripper. Quería seguir conociendo mundo. Me apetecía moverme a un lugar más cálido. Por ejemplo, España".

Zsofia, conocida en el negocio como Leslie, aterrizaba en 1997 en Asturias. Batacazo. Era una encerrona. No había club. El empleo era de prostituta. "Un engaño. No llegué a actuar. Salí disparada. Cogí un avión con mi último dinero y vine a Barcelona. Tenía 23 años. Me habían hablado de un club que se llamaba Bagdad. Pensaba que era de strip tease. No sabía que existía el porno. Juani me lo explicó como pudo y me dijo que probara sin compromiso. Ensayé con una chica y un chico. El chico era Ramón Nomar, que hoy es un número uno. Hicimos de todo, y todo es todo, pero no me dolió porque Ramón es un profesional. Me trató bien, vio que era novata. Me gustó. Y Juani me contrató. Así empezó todo. Nunca imaginé que me iba a meter tanto en este mundo; que se iba a convertir en mi vida. Y España, en mi país. Me gustó el ambiente. Y podías ganar 900 euros (de entonces) a la semana. Éramos gente joven y con ganas de divertirnos. Como una familia. Siempre estábamos juntos. Que tengamos sexo entre nosotros hace que se rompan muchas barreras. No hay hipocresía".

Bagdad ya era una leyenda en el porno europeo. Nacho Vidal, una estrella en ciernes. La industria española comenzaba a despegar. En gran parte gracias al director José María Ponce, que con su novia, la actriz María Bianco, un vídeo doméstico y un grupo de amigos luchaba por revitalizar el paupérrimo cine erótico made in Spain a base de títulos como Los vicios de María, Venganza sexual o Perras callejeras. En ese trasvase de profesionales entre el Bagdad y el cine para adultos, Ponce daría a Zsofia su primera oportunidad. Antes enterraría su viejo sosias artístico, Leslie, y la bautizaría Sophie Evans. Era 1997. En una de aquellas películas conocería al que sería durante diez años su socio, marido y pareja artística: Toni Ribas. Fue un flechazo. "No tenía ninguna escena con él; la tenía con Nacho; pero mientras hacía el amor le miraba a él".

La industria mundial del porno vivía un momento dorado gracias a la explosión de Internet y la extensión de la televisión de pago. La web era el maná, como lo había sido en los ochenta el vídeo doméstico. Corría el dinero. Brotaban las productoras. En España, 18; además de 28 distribuidoras y en torno a 50 webs. Se hablaba de un negocio global de 10.000 millones de euros. Hacían falta contenidos. España quería su tajada. En 1997, Juani de Lucía comenzaba a emitir por la web los números del Bagdad y ofrecía conexiones íntimas con sus chicas. Un negocio hoy extendido al teléfono móvil de tercera generación. En los suburbios de Los Ángeles se rodaban a diario decenas de escenas. Y Hungría y la República Checa brotaban como capitales europeas del porno tras la caída del muro. Faltaban chicas. "Siempre se necesitan actrices", explica Natalia Kim, una de las organizadoras del Festival Internacional de Cine Erótico de Barcelona. "El porno está hecho para hombres. Y las protagonistas de las películas son tías, y mejor si son desconocidas. El problema es que se queman enseguida. Tienen una vida más corta que los actores. Por eso cobran más. Con los actores, por el contrario, las productoras apuestan por valores consagrados. La tía puede ser la protagonista, pero si el tío no funciona, si se le baja, no hay escena. No es un oficio fácil y los que valen pueden seguir en la brecha con 50 años, como Rocco Siffredi. El éxito de Sophie ha sido aguantar. Pocas estrellas han tenido una carrera tan larga y son tan respetadas".

En aquellos fulgurantes años noventa iba a surgir un peculiar star system en la industria del porno. Un Hollywood en pobre. Una estrella del cine para adultos puede cobrar un máximo de 5.000 euros por película. Una actriz de segunda división, poco más de 1.000. A partir de ahí, el negocio está en entrar en el circuito de los clubes de strip tease, las discotecas, las apariciones en Internet y las despedidas de soltero. "Se gana mucho más en la prostitución", reflexiona Sophie. "Aunque en el porno cada una tiene su precio; decide dónde, cómo y con quién trabaja y qué está dispuesta a hacer. Te pagan según lo lejos que llegues. Si lo haces sin condón, ganas más. Y cuanto más lejos vayas, cobras más".

-Habla de prostitución. ¿En qué se diferencia de su profesión? Porque ustedes cobran por vender su sexo...

-Es diferente. Si me llaman puta, no me están insultando; es que no lo soy. Soy actriz. Es un trabajo distinto; una prostituta va en secreto con un cliente al que no elige y yo tengo sexo con un director y un equipo de cine y exclusivamente para hacer una película. Todo es sexo pagado, pero el cliente es distinto. Y la forma de expresarnos... la prostituta se mueve en el anonimato, y nosotras, cuanto más conocidas seamos, cuantas más películas, fotos y actuaciones hagamos, mejor.

"Hay muy pocas actrices porno que se dediquen a la prostitución", aclara Juani de Lucía, que da trabajo a una veintena de chicas en el Bagdad de Barcelona además de decenas más a las que subcontrata para alimentar sus contenidos en la web. "Una puta no se pone a follar a cara descubierta. Y nadie la protege. En el Bagdad tenemos contratos, pagamos laSeguridad Social, exigimos a las extranjeras el permiso de trabajo, y a todas, que se hagan un análisis de sangre periódico. Vivimos del espectáculo; esto es espectáculo y diversión. Industria del ocio. El que quiera putas, que se vaya a otro sitio".



Dentro de ese peculiar star system del porno, Sophie Evans y Toni Ribas se convertirían en los Angelina Jolie y Brad Pitt del cine para adultos. La pareja de oro. Su boda, el 19 de diciembre de 1998 en Cataluña, de blanco y por la Iglesia, supondría la consagración de la industria española. Estaban todos. Actores y actrices; productores y directores. Y sus padres. Cuando el oficiante exhortó a los contrayentes, "Antonio y Sofía", a la fidelidad absoluta, surgieron en el templo risas contenidas. "Muchos de los que estábamos allí habíamos tenido sexo con los novios; el sermón era un chiste para nosotros", explica una asistente al enlace. "La endogamia en esta profesión es total. El porno es una burbuja. Y es difícil salir. Es muy difícil que alguien de fuera entienda nuestra forma de vida. Por eso las estrellas se casan con estrellas".

Sophie y Toni decidieron apostar por su amor y no trabajar en el porno con otras parejas. De esa decisión saldrían sus 1.500 penetraciones en directo y más de 50 películas juntos. "Éramos muy posesivos y nada liberales, optamos por no trabajar con nadie más. Nos ofrecían rodar con otros actores, pero aguantábamos por amor. Y también por celos. No es agradable ver a la persona que quieres disfrutando con otro. Después nos dimos cuenta de que éramos jóvenes y estábamos perdiendo dinero. Y volvimos a trabajar con otros actores, pero con preservativo. Y nos pagaban menos. Total, que volvimos a hacerlo sin condón. Aquello resucitó nuestra carrera. Había que explotar el filón. Entendimos que lo podíamos pasar bien rodando con otras personas y probar cosas nuevas y que eso fortalecería nuestra relación... en teoría".

-¿No sentían celos?

-El tema de los celos es complicado en el porno. Comprendes que es tu trabajo y el de tu pareja, pero surgen emociones muy fuertes cuando ves que tu chico está practicando sexo con otra mujer y se está corriendo y la gente lo ve. Teníamos unas broncas impresionantes. Es complicado que un matrimonio aguante en este negocio.

Era la pareja del momento. Rodaron de Cataluña a Francia, Italia, Europa del Este y por la puerta grande a California, al Valle de San Fernando, el "Hollywood del porno"; el "otro Silicon Valley". "Vivíamos como estrellas. No teníamos mucha pasta, pero era bonito estar en comunidad, ser conocido y respetado. Allí todo está organizado alrededor del porno. El 90% de las películas para adultos se producen en San Fernando. Yo rodaba todos los días. Es una industria paralela a la del cine convencional, con sus agencias de actores, asociaciones y hasta un sindicato. Tienen incluso sus clínicas para hacer análisis a los actores. Cuando en 2004 se supo que un actor con VIH había infectado a varias actrices, se pararon los rodajes durante un mes, se nos puso en cuarentena y se hizo un estudio de todos los que habían trabajado con esa persona en las últimas semanas y con quien había rodado a continuación. Eran 65. Todos nos hicimos análisis. Y se controló el contagio. En la industria no hay sida, se controla demasiado. Estuvimos en San Fernando un par de años. Toni comenzó a dirigir y yo me encargaba de la producción y los castings. Ganábamos dinero. Y empecé a plantearme dejar el porno. Ya no me sentía cómoda rodando con algunos actores. Cada vez me pedían cosas más bestias para la web. Tenía 200 películas a mi espalda y había hecho todo lo que tenía que hacer. Pero Toni me animaba a seguir. Toni no paraba".

La mayoría de los grandes actores y actrices de la industria del porno se han convertido en directores y productores. A la cabeza, Toni Ribas con su productora, Hot Frames. Produce, rueda, dirige, protagoniza y promociona. Un hombre orquesta. Cubriendo todos los resquicios del negocio. Es la única forma de ganar dinero para los actores profesionales en un momento en que cualquier aficionado con una cámara barata puede filmar porno y lanzarlo a la Red sin intermediarios. En 2005 ya se rodaba menos. Y con presupuestos más bajos. La piratería, sumada a la avalancha de contenidos gratuitos en Internet, estaba machacando a las productoras. No podían competir. Comenzaron a tirar de sus viejos éxitos. De su librería. La web, que había sido una bendición para la industria a mediados de los noventa, se estaba convirtiendo en su verdugo. El pudding del porno se iba desinflando. Y también el matrimonio de Sophie Evans y Toni Ribas. La pareja de oro del porno no daba más de sí. Se divorciaron en 2005. "Se nos acabó la pasión de tanto usarla".



Pasadas las cuatro de la madrugada, concluido su último número en el Bagdad, Sophie Evans despacha una ración de melón con jamón, pan tumaca y una Fanta de naranja con pajita. Su cena y su desayuno. Caen las luces del escenario. A primera hora tiene clase de interpretación. No puede faltar. Es su futuro. En los últimos tres años sólo ha rodado media docena de películas porno. Quiere cambiar de registro. Pero tiene que comer. Y la transición no es fácil. "El porno te cierra muchas puertas en el cine convencional. Mucha gente no se da cuenta de que esto es un trabajo y que cuando acabas eres una persona como otra cualquiera". Durante este tiempo de reflexión ha simultaneado el cine con apariciones en discotecas, televisiones locales y festivales eróticos, espectáculos de strip tease y actuaciones en el Bagdad. Hace tiempo que la página web que lleva su nombre se vino abajo. "No podía competir con los contenidos gratis (incluso fotos mías) que ofrecían otras páginas y dejé que se muriera". A sus 34 años, Sophie tiene una nueva pareja que nada tiene que ver con la industria y se plantea tener un hijo. "Me gustaría ser madre pronto. Y contarles que he sido una estrella del cine para adultos antes de que se lo digan los otros niños".


-¿Le recomendaría a su hija que se dedicara al porno?

-No se lo recomendaría, pero le ayudaría si se metiera en esto. Le aconsejaría que tuviera cuidado con quién trabaja; hay productores falsos; tíos que son unos cerdos y quieren acostarse contigo, te contratan y no hay película detrás. Hay mucha mentira.

-¿Cómo es la vida sexual de una estrella del porno?

-Normalita. En casa no hago acrobacias. Las dejo para la pantalla. Pero los hombres me tienen miedo. Les asusta no dar la talla; que les vayas a exigir mucho. Piensan que te van a dejar insatisfecha y se ponen a hacer cosas raras en la cama, como si fueran actores porno. Y a mí me entra la risa. Mi trabajo no es normal. Pero yo lo soy

El País

sábado, 18 de diciembre de 2010

Interpretaciones ingeniosas...

Le pedí una bicicleta a Dios y no me la consiguió. Me dijeron que es que Dios no funciona así. De modo que lo que hice fue robar una bicicleta y luego pedirle que me perdonara.

Emo Philips, humorista

viernes, 17 de diciembre de 2010

World Press Photo 2010... 06


David Guttenfelder, segundo premio en Noticias de actualidad con esta fotografía de soldados estadounidenses respondiendo desde un bunker a un ataque talibán en el valle de Korengal Valley, Afganistán.

jueves, 16 de diciembre de 2010

La verdad transparente de Camus


La verdad transparente de Camus

El autor se perfila, a los 50 años de su muerte, como uno de los grandes de su siglo

Albert Camus no dejó nunca de ser un escritor leído, pero sólo la publicación póstuma del manuscrito inacabado de El primer hombre, en 1994, derribó las últimas barreras que habían impedido considerarlo como lo que fue, uno de los más grandes del siglo XX. Las últimas barreras eran, en realidad, una sola: el anatema lanzado contra él por Sartre y su camarilla de Les temps modernes tras la publicación de El hombre rebelde, donde Camus cuestionaba el papel que la izquierda intelectual asignaba a la violencia revolucionaria. La sobrecogedora belleza de El primer hombre, la novela en la que trabajaba cuando, el 4 de enero de 1960, le sorprendió la muerte en un accidente de automóvil, no fue ajena a este cambio en la apreciación de la obra de Camus, pero seguramente no lo explica por sí sola. Porque la principal aportación de El primer hombre a la obra de un autor que ya había publicado novelas indiscutibles como El extranjero o La peste iba más allá de su excepcional mérito literario: mostraba lo que en vida Camus jamás mostró, huyendo del exhibicionismo al uso entre artistas e intelectuales de todas las épocas; mostraba la experiencia íntima desde la que había concebido la totalidad de sus libros y de sus posiciones políticas y morales.

Ante los asombrados lectores de El primer hombre aparecía desnudo por primera vez, sin las máscaras de la ficción o las deliberadas opacidades del ensayo, un mundo de fascinante belleza y, a la vez, de aterradora miseria, que no era otro que el mundo argelino en el que Albert Camus pasó su infancia y primera juventud. El escritor que recibiría el premio Nobel en 1957 y al que poco después darían la espalda quienes ingenuamente había considerado sus iguales, sin advertir desde una desarmante humildad que su calidad humana e intelectual era infinitamente superior a la de ellos, describe con la ternura de la que sólo son capaces quienes deciden celebrar la vida por encima de todas las adversidades a una madre vestida de negro y analfabeta, sin otra diversión cuando regresa de su trabajo de doméstica que contemplar en silencio la calle desde un balcón. Describe, además, al maestro que creyó en él y lo libró de abandonar la escuela para buscar un salario de huérfano que aliviara las imperiosas necesidades de una casa donde lo único que había eran elementales virtudes humanas, como respeto y amor. Describe, en fin, el momento en que visita por primera vez la remota tumba del padre, caído como poilu en la guerra del 14, y descubre con un estremecimiento de asombro que él, el hijo, es ahora mucho mayor que el padre cuando murió y cuya imagen casi adolescente apenas consigue recordar: sus sentimientos filiales quedan de pronto desplazados por un incontenible torrente de compasión hacia una vida joven truncada, y la historia se le aparece como un monstruo mitológico que sacrifica en la fatuidad de su fuego seres humildes y anónimos.

Era desde este mundo, desde esta experiencia íntima descrita en El primer hombre, desde donde Camus siempre había hablado. Las polémicas muchas veces maliciosas en torno a alguna de sus tomas de posición, como aquélla en la que, refiriéndose a Argelia, aseguró que entre la justicia y su madre, escogería a su madre, cesaron de inmediato. Y no porque se reconociese por fin que Camus no se equivocaba, sino porque, gracias a las páginas absorbentes, conmovedoras de El primer hombre, se descubría que el dilema era, en efecto, un dilema. La justicia a la que Camus se refería era, sin duda, la justicia; pero también la madre era la madre, no un recurso estilístico para subrayar el contraste entre los términos abstractos y concretos. La bruma de sospecha, e incluso de desprecio, que envolvía su obra desde el anatema lanzado contra ella por Sartre y su corte de Les temps modernes comenzó a disiparse. Camus podía no ser un intelectual con sólidas bases académicas, según le acusaron, pero tuvo razón frente a sus contradictores bien pertrechados de títulos y posiciones universitarias. Tuvo razón, por descontado, al condenar el abyecto papel que la izquierda intelectual asignaba a la violencia revolucionaria. Pero también al ser uno de los pocos escritores que, junto a Günther Anders y Karl Jaspers, condenó las bombas de Hiroshima y Nagasaki. O al negarse a establecer identidad alguna entre Alemania y el nazismo, interpretando el desenlace de la guerra como una victoria, no de unos países sobre otros, sino de los hombres y mujeres de cualquier nacionalidad comprometidos con la libertad sobre quienes abrazaron la causa del totalitarismo. O al defender desde la dirección de Combat la necesidad de que quienes dirigen o escriben en los periódicos arrostren con orgullo, incluso con soberbia, las consecuencias de su independencia frente al poder.

Hoy, a los 50 años de la muerte de Camus, las tornas han cambiado, y son sus contradictores en vida quienes han perdido el reconocimiento. No a causa de un anatema equivalente al que lanzaron contra el autor de El hombre rebelde, sino de la verdad transparente a la que siempre se mantuvo fiel Albert Camus.

EL PAIS