viernes, 31 de enero de 2014

No me hice gay... ¡Nací gay!


No me hice gay... ¡Nací gay!

Del éxito de un blog con dos semanas de vida que homenajea a los niños que crecieron sabiendo que eran 'diferentes'

En la imagen un niño rubio sonríe feliz a cámara. Viste un mono de cuadros, tiene los brazos en jarras y la pierna delicadamente doblada. Hace cuatro años, su protagonista, hoy un adulto gay, la colgó en su perfil de MySpace y a uno de sus amigos de la red social, el dj y promotor musical Paul V., se le encendió la bombilla.

"Pensé, 'sería estupendo hacer un libro con fotos de niños gais, donde las imágenes muestren que nacieron ya así al igual que los heterosexuales nacen heterosexuales", explica por correo electrónico el propio Paul, que reside en Los Ángeles y es reticente a decir a las claras su edad ("puedes decir que tengo perpetuamente 33 años... más un tercio").

"Hacer un libro es complicado, así que decidí empezar con un blog y que la cosa fuera rodando. Así podría verlo cualquier persona del mundo, especialmente los menores gais. La idea me rondaba, pero lo que me empujó a hacerlo de una vez por todas fue la tristeza y la rabia que sentí ante los recientes suicidios de jóvenes gais en Estados Unidos y el éxito de proyectos como It Gets Better -'la cosa va mejorando', una web en la que adultos gais intentan animar a menores que estén sufriendo por su sexualidad contándoles su propia experiencia-. Me pareció que el blog podría ayudarles a sentirse menos solos y a ver que esos sentimientos y experiencias que están viviendo llevan décadas existiendo. Así que empecé rogando a mis amigos gais de Facebook para que me mandaran su propia foto y su historia y de pronto la cosa explotó. ¡Como un tsunami!".

Paul lanzó el blog, borngaybornthisway ('nací gay, nací así'), el domingo 9 de enero, hace dos semanas. A los tres días sumaba 60.000 páginas vistas. A los siete, más de 240.000. De momento, Paul ha subido 180 historias de personas que han colaborado mandando su foto y su relato. Le han llegado muchas más. Pero el éxito le ha desbordado.

Las fotos muestran a niños sonrientes disfrazados con vestidos y naranjas en los pechos o posando, con las rodillas cruzadas, camisetas de color rosa y un Pequeño Pony en el regazo, o con gestos de diva. También hay fotos de niñas a las que le gusta empuñar martillos, jugar con coches o al rugby. Entre los textos, breves y tiernos, hay relatos felices y también alguno triste, aunque siempre con un mensaje final positivo.

Hay relatos felices como el de Matt, de 42 años y originario de Virginia (EE UU), que envía una foto de cuando tenía seis años y posaba soñador y delicado: "Recuerdo esta etapa de mi vida como súper libre y feliz, con mucho potencial y creatividad. Me sentía querido y a salvo. Me daba cuenta de que era diferente de los demás niños pero lo vivía como un don, algo especial que me hacía ser tan... yo!". O casos como el de John, de 50 años y originario de Georgia (EEUU), que envía una foto de sus 5 años y el siguiente texto-revulsivo: "Así era yo antes de las mofas, del adoctrinamiento, antes de que me obligaran a hacer deporte, antes de la vergüenza (...). Desde que tengo memoria soy diferente. Ojalá pudiera encontrar algo de humor en esta imagen para embellecer mi relato".

"Nuestra sexualidad está predeterminada"

Aunque menos numerosos, también hay relatos de mujeres. Como Morgan, de 50 años, que envía una foto de cuando tenía ocho y le gustaba ponerse el uniforme de boyscout de su hermano. "Me encantaba, estaba lleno de bolsillos, con cinturón y corbata (...). Yo quería ir con él y escalar montañas. Pero me metieron en las girlscouts, con mi falda, haciendo cosas de chicas y vendiendo galletas. No duré mucho... Respecto al uniforme de mi hermano, me tuve que conformar con desfilar con él por casa. Cuando veo esta foto me acuerdo de lo natural que era para mí ser un chicazo. Me parece clarísimo que nuestra sexualidad está predeterminada y no es en absoluto una elección".

También escribe Samantha, de 23 años, y residente en la "Iowa rural", que envía una foto de cuando tenía dos años en la que sale empuñando un destornillador: "Siempre fui un chicazo. Pedí una caja de herramientas a los nueve años. En esta foto estoy ayudando a mis tíos y mi padre a montar mi propio balancín".

La inmensa mayoría de los relatos son de estadounidenses aunque también hay algún que otro foráneo. Como Javier, un andaluz que envía una foto de un veraneo y el siguiente texto: "Este soy yo con ocho años. Cada verano iba de camping con mi familia. Me encantaba y me gustaba especialmente estar en el vestuario de los hombres. Me tiraba horas viendo a los hombres de 40 secando sus cuerpos peludos".

El éxito ha cogido tan de sorpresa a Paul que todavía no le ha dado tiempo a escoger la foto que ilustre su propio relato, ocupado como anda administrando el blog. "Lo mejor es que todo el que lo ve, lo pilla", concluye el creador de este tierno homenaje a esos niños que crecieron sabiendo que eran diferentes.

martes, 28 de enero de 2014

Una guerra que no ha acabado...


Una guerra que no ha acabado

En torno a las seis de la mañana, los últimos efectivos de la cuarta brigada Stryker de la II División de Infantería del Ejército estadounidense, con base en Abu Ghraib, salieron de Irak. Siete años y cinco meses después del comienzo de la invasión y, sobre todo, 4.419 militares muertos después (según datos del Pentágono) y un número indeterminado de iraquíes que se puede medir en decenas de miles de víctimas, ha comenzado la retirada de las tropas de combate. "¡La operación Iraquí Freedom ha terminado!", exclamó el coronel John Norris nada más cruzar la frontera con Kuwait, según el relato del periodista empotrado de The Washington Post. "!Hoooah¡", le replicaron los soldados con su grito de combate.

Atrás quedan la batalla del aeropuerto de Bagdad, en la primavera de 2003, el desmantelamiento del Ejército iraquí y del Partido Baaz -gobernante del país durante casi cuarto décadas-, el falso rescate de la soldado Lynch, el caos de los saqueos, las sucesivas batallas de Faluya, las torturas en Abu Ghraib -prisión de Sadam reconvertida en cárcel militar-, la voladura del santuario chií de Samarra (2006) que desencadenó una guerra civil entre las dos confesiones del Islam, las rebeliones del Ejército del Madhi, la base española en Diwaniya, el incremento de tropas (surge) ideado por el general Petraeus que logró calmar la situación. Y queda una guerra que empezó con unas mentiras sobre las armas de destrucción masiva de las que ya casi nadie se acuerda. Porque hay frentes en los que las guerras nunca terminan.

"La guerra ha terminado para ti, amigo mío', dijo Kauzlarich. Y de todas las cosas que había dicho en la vida, jamás nada había parecido menos cierto que aquello". Ralph Kauzlarich es el teniente coronel del Ejército de EEUU que protagoniza uno de los libros más impresionantes sobre el conflicto, Los buenos soldados, del periodista de The Washington Post David Finkel, que Crítica publicará en septiembre. Finkel sigue durante el año 2007 a un batallón de combate en Bagdad en plena ofensiva. Y relata la guerra real, la de los soldados despedazados por los bombas de carretera, la de los heridos que nunca se recuperarán, la de los correos electrónicos que llegan preguntando si hacen falta más bolsas para cadáveres.

"Mientras el 4 de septiembre en la base de Rustamiyah todas las noticias giraban en torno a tres soldados muertos y un cuarto que había perdido ambas piernas y a un quinto que había perdido ambas piernas y un brazo y la mayor parte de su otro brazo y tenía quemaduras graves en todo lo que quedaba de él, en Estados Unidos las noticias no giraban en torno a eso. Allí las noticias eran todas macro en vez de micro", escribe Finkel. Esos soldados cansados y despedazados, física y moralmente, también protagonizan La guerra eterna, del enviado especial de The New York Times Dexter Filkins. En sus crónicas aparece el fósforo blanco lanzado sobre Faluya, el sonido de los morteros, la destrucción sin fin y sobre todo el caos que devoró durante dos años el país en una orgía de violencia sectaria mezclada con violencia común.

"Los norteamericanos ya no entraban en muchos sitios en Bagdad. Bagdad era una ciudad que estaba muy próxima a la anarquía total, en la que cada día secuestraban a treinta o cuarenta iraquíes. A menudo las víctimas eran niños, a menudo les mataban. Era un mundo de pesadilla", escribe Filkins sobre Irak en el año 2006.

George W. Bush ya había decretado el final de las operaciones de combate el 1 de mayo de 2003. Aquello parece hoy una broma de mal gusto, sobre todo porque sólo tres días después comenzaron las primeras acciones de resistencia en Faluya, cuando esta ciudad sólo era un lugar en el que había que tener cuidado con los asaltos de carretera y no el epicentro del triángulo suní. Entonces Abu Ghraib era una prisión abandonada, símbolo del terror bajo Sadam, que recorrían los últimos saqueadores, capaces de llevarse los retretes del corredor de la muerte favorito del dictador iraquí. Nadie imaginaba hasta qué punto llegarían a torcerse las cosas, hasta qué punto la violencia destruiría este país. Un atentado esta semana provocó decenas de muertos en Bagdad recordando que el terrorismo sigue allí.

Y ahora, a través de los heridos, la guerra se quedará también en Estados Unidos, como permaneció la de Vietnam. En un momento de Apocalypse Now, el capitán Willard interpretado por Martin Sheen dice mientras se adentra con su barco en la selva: "Lo único que querían los muchachos era volver a su hogar. Pero yo había vuelto y sabía que ya no existía". Ha comenzado la retirada de las tropas de combate, pero nada volverá a ser igual. Tampoco en casa.

sábado, 25 de enero de 2014

Fantasmagoría...


Fantasmagoría

Karl Marx vino a contarnos lo que sucede cuando la mercancía toma vida propia y el ser humano se convierte en esclavo de las cosas. Cuando no hay vuelta atrás y acaba sumergido en una fábula gótica, irrespirable, donde las cosas camelan hasta la dependencia.

Sin duda alguna, 'El carácter fetichista de la mercancía y su secreto' es el apartado más literario de El Capital de Karl Marx, uno de los libros menos leídos del mundo y una referencia para nuestro tiempo que corre a la velocidad de Internet, barriendo con su vuelo los cacharritos donde escuchábamos música. Visto desde aquí, la recuperación de los discos en vinilo se antoja fantasmagórica. Como si la peña que ahora compra un long play fuera lo más parecido a una pandilla de espiritistas alrededor de una güija que se mueve a 33 revoluciones por minuto. Es curioso que se reediten viejos vinilos cuando la comodidad arrinconó al tocata, cuando ya no hay que levantarse a cambiar la otra cara del disco y donde el único espacio a temer es el de la memoria de la computadora.

Pero más curioso resulta comprobar cómo, vinilos que en su día no fueron valorados, ahora se ponen a la venta y se agotan igual que si fuera droga. El tacto, ese sentido que en la era digital tiende a atrofiarse, se despierta ante la mercancía y se pone a su disposición. Ver es creer pero tocar es mejor. Así ha sucedido con La leyenda del tiempo, de Camarón, el disco más importante que ha prensado la industria made in spain y lo más parecido al Sgt. Pepper's pero en caliente. En su día no tuvo repercusión alguna. Hace nada que se reeditó en vinilo y al poco ya no quedaban existencias. La industria musical de nuestro país estuvo desatinada en su momento y prefirió apostar en otras timbas a melodías fáciles, ritmos binarios y asuntos tales que llevaron a las disqueras instaladas en España a determinarse como sucursales del extranjero. Nuestra música de origen, la más auténtica y por lo mismo la más exportable, fue relegada al ghetto de donde salió, a las casetas de feria y a las pistas de coches chocones. Pero no hay que asombrarse por la paradoja, ya nos avisó Marx: el sistema capitalista trae en sus contradicciones el germen de su propia destrucción. No toda la culpa la va a tener ahora la banda ancha, ni su vuelo de escoba que barre viejos soportes.

Como si fueran los restos fantasmas de un cataclismo, resurgen algunos de aquellos vinilos. El caso de La leyenda del tiempo es el más señalado pero también está ese otro, de Veneno, con su cubierta original. La misma que retiraron de circulación por aparecer el nombre del grupo marcado sobre un placote de jachís al que no faltaba el detalle del papel plata. Tampoco podía faltar el disco pionero en lo que a fusión flamenca se refiere, un trabajo valiente grabado años antes de La leyenda del tiempo y que marcaría rumbo. Se trata del Gypsy Rock de Las Grecas. Guitarras ácidas, batería con el pellejo a punto, pulsaciones de bajo eléctrico, tiros de teclados y toda la cocina de la negritud en las percusiones. La memoria sentimental de las barriadas, la del lumpemproletariado está escrita en cada uno de los surcos.

En resumidas cuentas, el cadáver de la industria discográfica que hoy cuelga en los campanarios, como fantasma que sólo espanta a los pájaros, es asunto que ya profetizó Karl Marx en sus escritos. Sólo hay que poner la música apropiada para darse cuenta de ello.

Montero Glez (Madrid, 1965) ha publicado recientemente Pistola y cuchillo (El Aleph. Barcelona, 2010. 128 páginas. 18 euros).
http://gentedigital.es/comunidad/monteroglez.
www.monteroglez.com.

jueves, 23 de enero de 2014

Hay vida antes de...


Is there a life before death? (Hay vida antes de la muerte).
 El viaje al poder de la mente - Eduardo Punset

miércoles, 22 de enero de 2014

Afganistán. No hay salida...


Afganistán. No hay salida

Un verano sangriento, filtración de documentos, relevo de generales, ruptura de la unidad de los aliados, anuncio de retirada de tropas… El Vietnam de Obama. Un lodazal. Cunde el desánimo en los ocupantes y el enojo en los ocupados. Nueve años después del 11-S, la violencia marca la vida de Afganistán y el conflicto parece no tener fin.

“Es esto”, profirió impertérrito el general de cuatro estrellas Stanley McChrystal, máxima autoridad militar en Afganistán, cuando contempló el pasado 3 de junio a un grupo de legionarios españoles y de soldados afganos jugando al fútbol en Sang Atesh, un poblado perdido en la provincia de Badghis, al oeste del país. En ese partido “hombro con hombro” se materializaba su particular concepción de las operaciones militares del futuro y la propia estrategia de Obama para ganar la guerra. Al menos para no perderla. Los análisis estratégicos de un aluvión de laboratorios de ideas y las doctrinas de los nuevos supermanes del Ejército americano, capitaneados por el general más carismático de su generación, David Petraeus, tomaban cuerpo en esa veintena de individuos cansados y polvorientos corriendo tras un balón. “Solo los afganos pueden ganar esta guerra contra la insurgencia, pero necesitan nuestro apoyo”, sentenció McChrystal, célebre por haber capturado en 2003 y enviado al patíbulo a Sadam Husein. “No triunfaremos matando insurgentes; lo haremos dando seguridad a los afganos; protegiéndoles de la intimidación, la violencia y los abusos, y respetando su cultura y religión. Debemos cambiar la forma en que pensamos y actuamos”, sentenció el fibroso centurión.
Ganarse a los afganos es el último cartucho de la coalición internacional para resolver el interminable conflicto que padece el país desde que fue invadido por EE UU en 2001 para deponer al régimen talibán durante la onda expansiva de los atentados del 11 de septiembre. “Se ha acabado el concepto de guerra total”, explica un oficial de la Legión que ha permanecido cuatro meses en Qala-i-Naw. “Es imposible ganar un conflicto asimétrico con un componente militar. La solución no llega por la aplicación de la fuerza. Los militares aportamos un elemento de reacción rápida, de seguridad, pero los nuevos conflictos tienen actores civiles, policiales, gente de narcóticos, diplomáticos, analistas, ong… Es un trabajo de equipo, y todo bajo el escrutinio del Parlamento, la prensa y la opinión pública”.

–¿Y el enemigo?

“El enemigo no es un señor con uniforme al que le ves la cara y se rinde cuando pierde. El enemigo es invisible; es una nebulosa de talibán, líderes tribales, terroristas, narcotraficantes, contrabandistas y delincuentes. Los del nivel más bajo se buscan la vida; no están ideologizados. Por la mañana recogen pistachos por un euro, y llega un talibán y les ofrece 2.000 y les proporciona un artefacto explosivo; lo colocan al paso de nuestros vehículos y vuelven con los pistachos. Esa es la realidad en este país donde el 75% de la población tiene menos de 25 años, es analfabeta, está en paro y no confía en el Gobierno de Hamid Karzai, al que consideran corrupto e ineficaz. Nuestro objetivo no es tanto derrotar a un adversario como lograr la vuelta a la normalidad del país. Que su Gobierno extienda justicia, seguridad y bienestar a cualquier punto del territorio. Y que haya desarrollo socioeconómico. Los soldados españoles hemos tenido que aprender a interactuar con la población civil, las ong y las autoridades nativas. Somos gente cercana; y tenemos suficiente templanza para no ponernos a pegar tiros a la primera de cambio. Sabemos aguantar una provocación. Y eso que nos pegan fuerte todos los días. La población afgana no puede vernos como una amenaza. Les pintamos la madraza y les hemos construido conducciones de agua, un hospital, una carretera; les estamos ayudando en su desarrollo agrícola y patrullamos sus caminos para que no les extorsionen. Estamos con los afganos. No venimos a cambiar su forma de vida. No tenemos objetivos militares propios. Estamos para ayudar. Ellos son los que deben solucionar sus propios problemas con su Ejército y su policía”.

“Al final del día, un soldado debe preguntarse: ¿cuántos amigos afganos he hecho hoy? Debe irse siempre a la cama con menos enemigos que cuando se levantó”, es la definición de la contrainsurgencia desarrollada por el general de cuatro estrellas David Petraeus, jefe de las tropas internacionales en Afganistán desde el fulminante cese del general McChrystal por Barack Obama, el pasado 23 de junio, tras haber criticado agriamente en la revista Rolling Stone la dirección política de la guerra de Afganistán. Petraeus, al que muchos ven como futuro candidato republicano a la Casa Blanca, redactó en 2006 el manual FM 324 Contrainsurgencia, en el que se recogía la experiencia acumulada en los primeros conflictos asimétricos de la historia contemporánea; muchos de ellos unidos al fin del colonialismo: la derrota de EE UU en Vietnam, de Francia en Argelia y de la URSS en Afganistán. Y los cinco primeros años de la guerra de Irak, cuando morían cada año mil soldados americanos y miles de civiles. Hasta que Petraeus tomó cartas en el asunto en 2007.

Hoy ese manual se ha convertido en la Biblia para las nuevas intervenciones militares de EE UU en el mundo y ha sido aceptado como dogma de fe por sus aliados. Se basa en que las grandes potencias deben tomar conciencia de que no todas las guerras son ya susceptibles de ser ganadas. “Se pueden ganar todas las batallas y no ganar la guerra”. “En los conflictos asimétricos, la cuestión no es derrotar al enemigo, sino quitarle el apoyo de la población”. Es la clave.

El teniente coronel John A. Nagl, uno de los oficiales de think tank que intervino en su elaboración, sentencia en el preámbulo del FM 324: “En 2003, en Irak, el Ejército americano estaba organizado, diseñado, entrenado y equipado para derrotar a un ejército convencional. Ahí no tenía rival. Pero no estaba preparado para luchar con un enemigo que tenía claro que no podía derrotar al Ejército de EE UU en un campo de batalla convencional y prefería hacerlo desde las sombras”. Había que cambiar de estilo. Y al clan Petraeus le gusta recordar una frase de Lawrence de Arabia, aquel exquisito británico educado en Oxford que levantó a las tribus árabes contra el imperio otomano durante la Primera Guerra Mundial inaugurando el moderno concepto de insurgencia: “No se puede comer sopa con cuchillo”. O lo que es lo mismo: un ejército convencional, por muy poderoso que sea, no tiene nada que hacer en Afganistán.

Según el tándem Petraeus/McChrystal, para obtener la victoria hay que contar con los afganos. “Hablarles con caridad y escucharles con respeto”. Conocer su cultura; comprender el terreno que pisan; chapurrear su idioma; no ofenderles; no meterse en sus cuitas y tradiciones; respetar a los detenidos. “Comer, dormir y trabajar juntos”, resumía McChrystal. “Nosotros tenemos mejores armas y técnicas de guerra. Pero los afganos hablan la lengua de los insurgentes, conocen sus costumbres y tienen mejores fuentes de información. Por eso es tan importante vivir y luchar a su lado”.

Ganarse el corazón y las mentes de los afganos. Para conseguirlo, es primordial no hacerles daño. Evitar los bombardeos sobre civiles y reducir al mínimo las incursiones nocturnas de los escuadrones de la muerte de las Fuerzas de Operaciones Especiales norteamericanas. Los cazadores de cabelleras de la Task Force 373 que husmean sin descanso el rastro de los líderes de Al Qaeda para eliminarlos sin juicio previo. Aunque se lleven por delante a una decena de inocentes en el empeño. Esos soldados con licencia para matar son inconfundibles en este escenario afgano de galones, disciplina castrense y uniformes occidentales.

Recuerdo contemplar hace solo un año a esos equipos de eliminadores moviéndose con arrogancia por los aeropuertos de Kabul y Mazar-e-Sharif portando bolsas de lona cargadas de armas automáticas. Y llegando de madrugada a bordo de Toyota Land Cruiser blindados, dotados de complejos sistemas de guerra electrónica y cubiertos de polvo, a Kabul, al cuartel general de la ISAF (Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad en Afganistán), procedentes de las montañas, exhibiendo su agresiva estética guerrillera: manojos de músculos, gafas oscuras, barbas de muyahidin, pañuelos palestinos, vaqueros ceñidos, botas militares y también el atuendo típico afgano, el shalwar kameez, bajo cuyas túnicas sobresalían los cañones de sus fusiles M4.

Hoy, su presencia no es tan evidente. No es políticamente correcta. Aunque 20.000 soldados americanos de la Operación Libertad Duradera siguen haciendo la guerra por su cuenta al margen de la ISAF, la coalición internacional de la OTAN (en la que participan otros 80.000 soldados americanos, estos sí, con reglas de enfrentamientos) en el sur y el este del país. ¿Cuál es la diferencia entre la ISAF y Libertad Duradera? Un coronel americano veterano de Irak nos lo explicaba en The Garden, el club de oficiales del cuartel general aliado en Kabul, con un enorme habano entre los dientes y el fusil bajo la silla: “En Libertad Duradera buscamos acabar con el terrorismo. Capturar y matar a los talibanes; localizar sus redes e instalaciones y destruirlas. Queremos hacer de Afganistán un país estable y libre de los terroristas que nos atacaron el 11-S. Ellos empezaron esta guerra. Nos jugamos la seguridad de nuestros hijos. Y en el otro lado, la ISAF tiene un mandato de la ONU para dar seguridad y estabilidad al país y hay cosas que no pueden hacer, como acabar con los narcotraficantes. Libertad Duradera no pregunta, dispara. Somos distintos”.

La nueva estrategia de Petraeus ya no se basa, sin embargo, en cazar a los malos (Al Qaeda y los talibanes), sino en proteger a los buenos (el pueblo afgano); conseguir su confianza; proporcionarle seguridad; cooperar en su desarrollo; formar y organizar y entrenar a su ejército y policía hasta 400.000 efectivos en 2014, y acabar juntos con los insurgentes. Para un general español que exige anonimato, “se trata de la estrategia de la anaconda: asfixiar a los terroristas antes de romperles los huesos; igual que una anaconda. Les cortas la financiación internacional e impides que les lleguen suministros y combatientes extranjeros. Les arrebatas el apoyo de las tribus y con ello la posibilidad de que creen santuarios en ciertas áreas de Afganistán. A continuación convences a los talibanes moderados que no nos combatan, pactas con los que puedas y les reinsertas en la sociedad. Es un trabajo de reconciliación. Una mesa de paz. Y al mismo tiempo vas contra Al Qaeda a sangre y fuego, como está haciendo la coalición en Helmand y Kandahar, en el sur del país. Limpias la zona de insurgentes y, cuando la has estabilizado, transfieres el control al presidente Karzai y sus fuerzas de seguridad. Y te vas a otra provincia. Así sucesivamente. El día que su ejército y policía se hagan cargo del país, podremos dar por finalizada la misión y retirarnos con honor”.

–¿Cuánto tiempo puede llevar esa estrategia?

–Una década.

Sencillo sobre el papel. Irrealizable por el momento. La realidad no coincide con las doctrinas estratégicas. La situación en Afganistán va de mal en peor. El verano ha sido una sangría. Militar y de imagen. La confianza de la coalición se tambalea. Obama ha cesado en dos años a dos generales que estaban a cargo de las operaciones: a David D. McKiernan, por cavernícola, y a Stanley McChrystal, por indisciplinado. Todo un riesgo cambiar de jinete a mitad de la carrera. Su última carta es Petraeus. Su cortafuegos. Obama tiene en contra a los congresistas republicanos y al ala izquierda del Partido Demócrata. Unos le tachan de paloma; otros, de halcón.

Obama se ha tenido que enfrentar este verano a la humillante filtración por parte de la organización Wikileaks de 92.000 documentos confidenciales de la Administración americana sobre la guerra de Afganistán. En ellos se desvelan las mentiras y errores de la guerra: el doble juego de Pakistán, la muerte de civiles, el asesinato de inocentes. Ante ese panorama, pocos creen en una victoria. Al menos con mayúsculas. La unidad de los aliados ha saltado por los aires. Los líderes occidentales observan inquietos sus calendarios electorales. Se ha perdido la batalla psicológica. La de las percepciones. Abunda el pesimismo. Los afganos piensan que es inevitable el retorno de los talibanes. Y los occidentales, que no pintamos nada en Asia central; que es una misión inútil. Un sondeo del pasado mes de agosto realizado para EL PAÍS concluía que el 51% de los encuestados opina que no es necesaria la presencia de tropas españolas en Afganistán. Mueren a diario soldados de la coalición en rincones tan recónditos e infernales como el valle de Korengal, el valle de la muerte, cuyas imágenes captadas por el fotógrafo Tim Hetherington ilustran este reportaje.

Pocos recuerdan que EE UU invadió Afganistán en 2001 con todas las bendiciones de la ONU para acabar con el feudo terrorista donde se fraguaron los atentados del 11-S. Dos años más tarde, la comunidad internacional dio un paso adelante: decidió transformar este orgulloso país de clanes, tribus e islam a machamartillo, machacado por 30 años de invasiones y guerras civiles y anclado en la Edad Media, en una democracia de estilo occidental; en un país dinámico, avanzado y con una estructura gubernamental centralizada; respetuoso con los derechos humanos y de la mujer; libre del narcotráfico y en convivencia con sus vecinos. No ha sido posible.

Las potencias occidentales se conformarían hoy con una solución de mínimos: que la República Islámica de Afganistán se gobierne sola, se defienda sola y sea su aliado contra el terrorismo. Punto. Ya no se trata de meterles la democracia con calzador ni de construir una nación moderna, sino de salir del país de la forma más digna posible. Cunde el desánimo entre los ocupantes y el enojo entre los ocupados.

La seguridad del mundo se dirime en uno de los territorios más pobres e impenetrables del planeta. Sin carreteras, aeropuertos ni medios de comunicación. Sin Internet. Donde cada individuo vota lo que le indica su jefe de tribu. Y el burka es el atuendo de la mujer. Aquí juegan una partida mortal Rusia, China, Pakistán, India, Irán y las ex repúblicas soviéticas, con la OTAN y EE UU como actores invitados e Israel afilando sus garras. Una región repleta de armas nucleares, opio, petróleo, materias primas, extremismo religioso, rivalidad entre chiíes y suníes y multitud de intereses internacionales. Afganistán es el tablero de juego en el que se libra un conflicto ya más largo que Vietnam y que ha costado a EE UU y la comunidad internacional la vida de 2.000 soldados, más de 7.000 heridos y más de 300.000 millones de euros. Donde cada año mueren un millar de policías afganos y dos millares de civiles. Y que se encuentra empantanado. Sin salida aparente. “Lodazal” es la palabra más repetida en la prensa estadounidense.

Es un buen símil. Tras nueve años de guerra, Afganistán sigue siendo una tierra de miseria y analfabetismo; sin luz ni agua potable; donde las mujeres mueren al parir y los habitantes viven con un euro al mes; en el que los insurgentes dominan un tercio del territorio donde han implantado su autoridad y justicia; el Gobierno de Karzai navega entre la inoperancia, el descrédito y la corrupción; lugar de origen de la mayoría de la heroína que se consume en Occidente y donde un centenar de soldados de la OTAN ha muerto cada mes este verano. Los Gobiernos occidentales buscan una salida desesperada para sus 150.000 soldados sobre suelo afgano. Holanda, Canadá y Polonia ya han fijado calendario para la retirada. Reino Unido, con más de 330 muertos, no quiere mantener sus tropas más allá de 2014. Francia y Alemania aguardan. En cuanto a España, en un viaje a Kabul a finales de julio, el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, afirmó que la actual cifra de 1.500 soldados es suficiente y que no se contempla fecha de retirada para nuestras tropas: “Estamos en un periodo de transición para lograr la estabilidad”. Un general español opina sobre la retirada: “Pase lo que pase, esta vez no podremos irnos por las bravas como hicimos en Irak; esta vez tendremos que coordinarnos con nuestros aliados”.

–¿Qué pasaría si la OTAN se retirara ahora de Afganistán?

–Los talibanes retomarían el poder y Afganistán volvería a ser un santuario terrorista financiado con dinero del opio que desestabilizaría la región, empezando por Pakistán.

Mientras tanto, Obama pone una vela a dios y otra al diablo. “Se encuentra atrapado entre el poderoso complejo militar industrial de su país y la inexperiencia de su Administración”, explica un veterano diplomático español. “Petraeus ha demostrado en su manual que hoy podría ganar en Vietnam. Lo que está por ver es si puede ganar en Afganistán”. En diciembre de 2009, Obama afirmó en la academia militar de West Point (cuna de generales pretorianos) que desplegaría este año 30.000 soldados más para retomar la iniciativa contra los talibanes y limpiar de insurgentes el sur del país, el reino del opio; sin embargo, añadió, comenzaría a retirar esos refuerzos en julio de 2011. Una de cal y otra de arena. En estos momentos ya hay 100.000 soldados americanos en Afganistán. El doble que hace un año. Tres veces más que cuando Obama llegó. Pero quizá más importante en su discurso fue el mensaje que lanzó a Karzai para que se pusiera las pilas en la gobernación y el juego limpio: “Los afganos deberán asumir la responsabilidad de su propia seguridad porque EE UU no está interesado en librar una guerra interminable”. Con Occidente inmerso en la cuenta atrás de una retirada precipitada, cobran sentido el reto con aroma a profecía del mulá Omar, el veterano líder talibán, a sus enemigos occidentales: “Vosotros tenéis los relojes; nosotros, el tiempo”. La prensa americana habla del Vietnam de Obama. El presidente intentó conjurar también esa maldición en su discurso: “A diferencia de la guerra de Vietnam, en Afganistán nos acompaña una extensa coalición de 43 países que reconocen la legitimidad de nuestros actos. (…) Si no creyera que la seguridad de EE UU está en juego en Afganistán, con gusto daría la orden de que cada uno de nuestros soldados regresara mañana a casa”.

Cuando el Hércules C-130 de la Fuerza Aérea se aproxima a Kabul describiendo complicadas fintas con el objeto de ser imprevisible para cualquier insurgente determinado a derribarnos (los documentos filtrados por Wikileaks afirman que cuentan con misiles tierra-aire Stinger, algo que la coalición siempre negó), me vuelvo a encontrar con el mismo paisaje desolado de Afganistán. Nada ha cambiado: la luz lechosa; el calor; las montañas inabarcables; caminos polvorientos; descampados; edificios acribillados; una marea inacabable de casuchas de adobe a medio construir; burros y motocicletas. Escasos occidentales en las calles. Mucha desconfianza. El producto de tres décadas de guerra. La década de invasión soviética se saldó con dos millones de muertos. Muchos afganos ven en EE UU y sus aliados un ejército de ocupación. Otro más.

El cuartel general de la ISAF en Kabul, el llamado Yellow building, un vetusto edificio colonial en el distrito de Dasht-e-Taiyara desde el que Petraeus dirige las operaciones, es un buen relato de décadas de batalla sin tregua. A comienzos de los setenta, este palacete albergaba un elegante club militar frecuentado por el rey Mohammed Zahir Shah y su corte; tras la invasión por la URSS, en 1979, se convirtió en cuartel general soviético; a mediados de los noventa, tras la toma del poder por los talibanes, prestó el mismo servicio al régimen del mulá Omar. Hoy es cuartel general de la ISAF. Un decorado bucólico para dirigir una guerra inacabable. Desde el siglo XIX se denomina a Afganistán “la tumba de los imperios”.

Llegar hasta la localidad de Sang Atesh, la posición más peligrosa en la que opera el Ejército español, no es fácil. Se encuentra apenas a 40 kilómetros de Qala-i-Naw, centro de operaciones de España en la provincia de Badghis, en cuya base Ruy González de Clavijo se concentran más de mil militares y un equipo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), pero el trayecto por tierra es largo y peligroso. Durante el invierno, Sang Atesh queda aislada durante semanas. La temperatura desciende a 15 bajo cero. El centenar de soldados españoles allí destacados sufre a diario los ataques de la insurgencia. Precisamente en esta base, el miércoles de la semana pasada fueron asesinados dos guardias civiles y un intérprete. Los últimos de los 92 españoles muertos en esta misión.

El helicóptero CH-47 Chinook oscila de uno a otro lado del desfiladero como una atracción de feria; parece derrapar en el aire como un monopatín. Volamos a ras del suelo desde Qala-i-Naw a Sang Atesh. A través de los dos portones situados a cada lado de la cabina, dos tiradores cubiertos con cascos estilo Darth Vader mueven sincopadamente sus ametralladoras M-60 en dirección al terreno que vamos dejando atrás. Un tercer tirador va colgado con su ametralladora en el portón trasero de la nave, que permanece abierto todo el trayecto. Sobrevolamos rebaños de ovejas y cabras y las primitivas tiendas de campaña de los kuchis, los nómadas de la región. Cuando algo se mueve allí abajo, el cabo Mendoza apunta su arma en esa dirección y el helicóptero hace un quiebro. Y se te ponen los pelos de punta.

En Sang Atesh se jugó en junio aquel partido de fútbol entre españoles y afganos que hizo exclamar con admiración al duro general McChrystal: “Es esto”. Lo relata un oficial que participó en el encuentro: “Habíamos repelido por la mañana un ataque de la insurgencia; hubo un tiroteo muy fuerte. Se retiraron a las montañas. Lo pasamos mal. Necesitábamos soltar adrenalina. Y echamos un partido a nuestros compañeros del Ejército afgano, la gente con la que trabajamos, comemos y dormimos. No puedes estar con ellos durante el combate y luego marcharte a una base herméticamente cerrada y dejarles colgados. Sabes que si les dejas solos habrá represalias. Tenemos que estar juntos. Demostrarles que estamos con ellos. Que no apagas la luz cuando todo acaba, como hicieron con ellos los soviéticos en 1989”.

La bofetada de calor que recibes al tomar tierra en Sang Atesh es difícil de describir. Abrasa; se pegan al cuerpo el casco de kevlar y el chaleco antibalas. El aire es seco como la lija. 50 grados. Cuesta respirar. Los fuertes vientos levantan una densa cortina de polvo que ciega y se adhiere al rostro. Se mastica. La base operativa avanzada Bernardo de Gálvez es una explanada desolada, rodeada de sacos terreros y búnkeres de la firma británica Hesco Bastion, en la que los españoles han excavado trincheras protegidas por ametralladoras y morteros. Bajo tierra, como ratas, vive un centenar de militares durante periodos de tres semanas junto a militares y policías afganos. Un par de grandes tiendas de campaña verde oliva son zarandeadas por el viento como hojas. Es un paisaje lunar. La nada. No hay en qué emplear el tiempo. “Lo único que puedes hacer es prepararte la comida con tres amigos o echar una partida de PSP”, explica un legionario.

Desde esta peligrosa posición y desde la de Moqur, los españoles defienden y garantizan la circulación por la Ruta Lithium, una pista sin asfaltar que conecta las dos principales capitales de la provincia de Badghis, Qala-i-Naw y Bala-Murghab (el feudo talibán) y que durante años ha permanecido inactiva por los ataques terroristas. La misión del Ejército español es que el tránsito aquí recupere la normalidad cueste lo que cueste. Es un paso fundamental para el comercio y el desarrollo de la zona. Para el futuro del país. “Dar seguridad en Lithium supone promover la libertad de movimientos de la gente, el comercio, el progreso. Ahí nuestro trabajo es tangible; eso es estabilizar”, nos explica en Qala-i-Naw el teniente coronel Juan Luis Sanz y Calabria. Otro teniente coronel, Miguel Ballenilla, el jefe del batallón de maniobra, con el fusil bajo el hombro, nos confirma en Sang Atesh los continuos ataques que recibe la posición de la insurgencia y las octavillas que lanza en la zona “amenazando de muerte a la población si colabora con nosotros. Es un trabajo complicado. Pero nadie nos dijo que iba a ser fácil; esto es Afganistán, y nosotros somos la Legión”.

España ha hecho un buen trabajo en Afganistán. Todo ha funcionado. Siempre bajo la idea de seguridad y reconstrucción. Por este país perdido en la geografía y la historia han pasado más de 18.000 cooperantes, soldados y policías españoles. Desde el primer día con la filosofía de afganizar; es decir, trabajar para que el país se haga cargo de su futuro. El Ejecutivo español ha tenido siempre claro que no es posible liberar un país sin la colaboración de sus ciudadanos. Algo que los americanos acaban de descubrir. “No estamos en Afganistán para quedarnos, ni para decirles cómo tienen que vivir, sino para que ninguna organización terrorista pueda preparar aquí sus ataques”, resumía la ministra de Defensa, Carme Chacón, durante un viaje a Afganistán el pasado julio. Es la clave. El Ejército ha cumplido su misión: estabilizar Badghis. Y la AECID, lo propio: colaborar en su desarrollo. España ha gastado en esta provincia 133 millones de euros. Además del millón de euros que consume a diario la operación. Ha financiado y dirigido la renovación de la red de aguas; ha asfaltado calles y aceras; renovado hospitales, escuelas y red eléctrica. Además de realizar decenas de proyectos de impacto rápido, bajo coste y rápida realización, para ganarse a la población. Ahora su objetivo es asegurar la construcción a lo largo de esta provincia de la Ring Road, la carretera de circunvalación de 3.000 kilómetros que unirá y vertebrará Afganistán y la comunicará por primera vez con el resto de Asia. Y entrenar una brigada del nuevo Ejército afgano que deberá hacerse con el control del país. Cuando se consigan ambos objetivos, se podrá exclamar: “¡Misión cumplida!”.

El futuro de Afganistán es imprevisible. El próximo noviembre, en Lisboa, los socios de la OTAN deben decidir qué hacer, cómo y cuándo. En qué condiciones abandonarán Afganistán y en qué plazo. El pasado julio, en una conferencia internacional en Kabul, el presidente Karzai fijó la transferencia de la seguridad al Ejército afgano y la retirada de las fuerzas militares extranjeras en 2014. Una fecha que a la vista del verano catastrófico que ha vivido la coalición, preñado de bajas, filtraciones y derrotas, está aún por ver.

La realidad es terca. No siempre coincide con las previsiones de políticos o generales. Por eso quizá lo mejor sea preguntar a un oficial de los que se han jugado la vida en este terreno durante cuatro meses.

–¿Cuándo saldremos de Afganistán?

–Cuando el Gobierno lo decida. Es una decisión política. Según donde pongamos el listón. Ahora les toca a los afganos. Nosotros hemos hecho nuestro trabajo. Les hemos abierto una puerta que llevaba siglos cerrada y enseñado un camino. Les hemos proporcionado instrumentos de desarrollo; les hemos abierto y asegurado vías de comunicación; creado un mínimo tejido industrial; proporcionado luz y agua potable; sanidad, educación y libertad de movimientos. Y estamos entrenando a las fuerzas militares y policiales que les darán protección futura. A partir de ahora, tienen que ser ellos. Ellos verán hasta dónde quieren llegar. Solo ellos.

Nueve años de conflicto duradero

El 11-S marca un punto de inflexión en la historia de Afganistán. La supuesta presencia en su suelo de Bin Laden y la negativa del régimen talibán a entregar al responsable de los atentados, tal y como le pidió la ONU, desata una acción militar internacional, Operación Libertad Duradera, el 7 de octubre de 2001. Tropas estadounidenses y británicas inician operaciones para invadir este país de unos 30 millones de habitantes y derrocar a los talibanes. El 7 de diciembre cae en manos aliadas Kandahar, último bastión talibán.

2001. El 22 de diciembre se constituye un Gobierno interino presidido por Hamid Karzai y comienza una normalización política marcada por la dificultad para desarrollar grandes zonas del país. Los aliados, bajo mandato de la ONU, continúan operaciones militares tras talibanes y Al Qaeda.

2002. En septiembre, Karzai sobrevive a un atentado en Kandahar. Sufre otros: septiembre de 2004 (lanzan un misil contra su helicóptero que no impacta), junio de 2007 y abril de 2008.

2003. En agosto, la OTAN toma el control de la seguridad en Kabul a través de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF) y, por vez primera en su historia, se embarca en una operación militar fuera de Europa. En octubre, la ISAF amplía a todo el territorio afgano su ámbito de responsabilidades para ayudar al Gobierno afgano a conseguir mayor seguridad. Entre sus integrantes se encuentra un contingente de militares españoles.

2004 y 2005. En enero de 2004 se aprueba la nueva Constitución del país, que celebra elecciones presidenciales el 9 de octubre. Triunfa Karzai. El 18 de septiembre de 2005, Afganistán celebra las primeras elecciones parlamentarias en 30 años, para crear nueva Asamblea Nacional y consejos regionales en las 34 provincias.

2006. Año muy negativo pese a que en febrero una conferencia de donantes en Londres compromete 10.000 millones de dólares para reconstruir el país durante cinco años. Entre mayo-julio se realiza la Operación Empuje a la Montaña. Su objetivo: extender el control del Gobierno al sur. Se salda con cientos de muertos, muchos civiles. El panorama visible es de descontrol y fortaleza talibán. En Kabul se registran en mayo violentas manifestaciones antinorteamericanas por la muerte accidental de numerosos civiles causada por un vehículo militar. No había sucedido algo así desde la caída talibán.

2007. En marzo se lleva a cabo la Operación Aquiles. 5.500 efectivos de la OTAN y el Ejército afgano participan en la más ambiciosa operación militar hasta el momento con el objetivo de expulsar a los talibanes de la región de Helmand. En mayo, tropas de la OTAN matan al mulá Dalulá Lang, máximo jefe militar talibán, responsable de numerosas decapitaciones de rehenes secuestrados y de atentados suicidas. Uno, cometido el 6 de noviembre, mata a 42 personas en la delegación parlamentaria de Baghlan, al norte. Fue el más trágico hasta esa fecha; poco antes, el 17 de junio, hubo al menos 35 muertos al estallar un autobús frente a los cuarteles de policía de Kabul. La OTAN reafirma su compromiso a largo plazo de pacificación de Afganistán, lo considera su mayor prioridad.

2008. El 13 de junio, los talibanes consiguen la evasión de más de mil presos, 400 de ellos guerrilleros, de una cárcel de Kandahar. Ese mes, Karzai amenaza a Pakistán con el envío de tropas para luchar contra los talibanes. Pakistán suscitaba recelos respecto a su actitud con ellos, y, de hecho, el Gobierno afgano responsabiliza a los servicios secretos paquistaníes de estar tras el atentado suicida del 7 de julio contra la Embajada de India en Kabul, con más de 50 muertos. Los aliados incrementan sus tropas para intentar cambiar el curso de los acontecimientos. En diciembre, Karzai y su homólogo paquistaní, Zardari, firman un acuerdo estratégico para combatir a los talibanes a ambos lados de la frontera. Poco antes, los talibanes rechazan una oferta de negociaciones de paz formulada por Karzai con el argumento de que no habría negociación mientras hubiera tropas extranjeras en el país.

2009. Un nuevo giro. Llega a la Casa Blanca Obama y coloca el foco de su política en el conflicto afgano, pero la espiral de violencia no se detiene. EE UU anuncia el envío de 17.000 soldados y los aliados se comprometen a incrementarlos. Obama anuncia una nueva estrategia. En mayo designa al general Stanley McChrystal como comandante de las tropas americanas. Declara que se necesitan nuevas ideas en la lucha. En julio, tropas americanas y afganas desencadenan una ofensiva en Helmand para arrebatarles este bastión, donde cultivan la mayor parte del opio con que se financian. En agosto, elecciones presidenciales y regionales, saldadas con serias acusaciones de fraude electoral. La controversia acaba en octubre con la proclamación de Karzai, que es investido presidente en noviembre. Pero en el último año sus relaciones con EE UU se deterioran tras declarar que este desea en Afganistán un gobierno títere. En septiembre, controversia por un bombardeo ordenado por el mando alemán en el que mueren 142 personas. Y un octubre sangriento para los americanos: 58 soldados muertos. En diciembre, Obama decide ampliar en 30.000 sus tropas (hasta 100.000) y anuncia que iniciarán la retirada de Afganistán en julio de 2011. El 30 de diciembre, un terrorista suicida mata a siete agentes de la CIA en una base militar afgana.

2010. En febrero, los aliados lanzan otra ofensiva en Helmand. En junio, el general norteamericano McChrystal renuncia tras un polémico artículo de la revista Rolling Stone en el que critica la dirección política que EE UU hace de la guerra afgana. Le sustituye el general David Petraeus. El 20 de julio se celebra en Kabul una conferencia internacional (60 países) para sentar las bases de la afganización, paulatina recuperación de la soberanía afgana, que culminará en 2014 (fecha prevista para la total retirada de tropas extranjeras). La conferencia sirve de espaldarazo a Karzai. La violencia o cesa. Las dos preguntas de fondo siguen siendo las mismas: si es posible ganar la guerra y cómo hacerlo. El 25 de agosto, dos guardias civiles y su intérprete mueren tiroteados por un policía afgano.

domingo, 19 de enero de 2014

La báscula y el espejo...


La báscula y el espejo: el 'dramma' de las bailarinas

Varios artículos en 'The New York Times' y la película 'El cisne negro' abren el debate sobre la anorexia y el ballet

En la deliciosa novelita negra de Gore Vidal Muerte en la quinta posición (que publicara en 1954 bajo el seudónimo de Edgar Box) un personaje le dice a otro tras el primer crimen en el antiguo Metropolitan Opera House de Nueva York: "-Usted no sabe mucho sobre bailarinas". En esa novela hay intrigas, se baila El lago de los cisnes y todo es siniestramente conflictivo, desde los camerinos hasta las bambalinas, desde una estrella que se está quedando ciega al borde del retiro hasta un coreógrafo tocón. Fue en otros tiempos, los mismos de cuando Wallis Simpson dijo: "Nunca se es suficientemente rica ni se está suficientemente delgada". La obsesión por adelgazar no es nueva en ballet, lo que no es de parangón obligado con las exigencias de la disciplina de la danza académica . El drama ciertamente narcisista de la bailarina de ballet es un debate a perpetuidad entre la báscula y el espejo, en la búsqueda de la perfección ejecutiva, lo que comporta expresarse con el cuerpo, mantenerlo en unos márgenes cercanos a un ideal impreciso, establecido por las tradiciones iconográficas y estilísticas.

Durante años, la bailarina preferida de Anne-Marie Holmes (la ex directora del Ballet de Boston que fue casi incriminada por la muerte por anorexia de una de sus bailarinas, Heidi Guenter) era la zaragozana Trinidad Sevillano, una bailarina temperamental, virtuosa y exquisita que no era precisamente ni alta ni delgada. Hoy día, hipotéticamente hablando, si Trinidad Sevillano tuviera que someterse a una audición de pruebas de acceso en cualquier gran compañía del mundo, no las pasaría. En su caso, primó el arte por encima de unos patrones estéticos que si bien son válidos en su conjunto, su uso indiscriminado les quita toda su eficacia.

El filme Cisne negro de Darren Aronofsky, que debe mucho a la novela de Vidal y no lo dice, no es película sobre el ballet, siendo un thriller medio gótico con pretensiones psicológicas que ha levantado revuelo en el mundo del ballet y fuera de él con varios frentes temáticos: la anorexia, la vida interna de las compañías de ballet y la compleja personalidad de la protagonista, encarnada por Natalie Portman, papel por el que acaba de ganar el Globo de Oro y que todos apuntan a los Oscar. El rechazo del mundillo de la danza ha sido prácticamente unánime.

En paralelo, una recensióny un artículo de opinión del crítico del periódico The New York Times Alistair Macaulay aparecidos estos días y donde se critica la rotundidad corporal de Jenider Ringer, una solvente bailarina del New York City Ballet (NYCB), ha despertado la polémica con cargas de profundidad contra Macaulay al que se acusa de propugnar la anorexia n las artistas e incluso de meterse en un terreno vedado.

En realidad son tres piezas periodísticas las que vienen a cuento, si se suma el análisis de Joan Acocella en The New Yorker alrededor de una discusión que flota en el ambiente: ¿decadencia o fin de una era, la del ballet clásico tal como entendemos hoy? Con ambos escritos la polémica está servida. Hasta un hombre de la importancia y siempre distante como John Neumeier, director del Ballet de Hamburgo, se ha pronunciado esta semana en una entrevista en el diario alemán Hamburger Abendblatt, donde dice:

"No me gusta Cisne Negro ni en su forma ni en su contenido. Como una película de suspenso, es bastante aburrida. En cuanto al contenido se refiere, me choca. Se pretende abrir una puerta a un mundo desconocido, el del ballet, y retratar lo que realmente ocurre allí. Sin embargo, sólo muestra un mundo de fantasía, donde hay un cliché barato tras otro". Lleva razón.

¿Qué hay bailarinas anoréxicas? Es verdad, pero Cisne negro tampoco habla de esto explícitamente, sino que se sirve de una insinuación como ingrediente al suspense, otra cosa es que sea de dudoso gusto. La crítico de ballet Célida P. Villalón desde Nueva York no ha dudado en calificar la película como cercana a lo pornográfico y poco edificante para la danza en general. La realidad del ballet no le interesa a Aronofsky y se le puede decir aquello de la novela de Vidal: "-Usted no sabe mucho sobre bailarinas", lo que probablemente le dará igual, pues hasta pone a bailar (con un resultado patético) a la Portman.

Los grandes iconos del ballet académico del siglo XX no eran precisamente "esqueletos armónicos" (para volver a la frase rescatada en su artículo de fondo por Macaulay de una crónica del siglo XVIII): Maya Pliseyskaia, Alicia Alonso, Margot Fonteyn, Carla Fracci o Ivette Chauviré (por citar una rusa, una cubana, una británica, una italiana y una francesa) tenían cuerpos muy diferentes, propios, definitorios de su personalidad escénica en cada caso, y es cierto también que todas ellas, al final de sus carreras escénicas, adelgazaron, replegaron su musculatura en busca de retener la línea, palabra sagrada e importante. ¿Qué es la línea de la bailarina? El resumen armónico de sus formas con los que, desplegándose en el espacio, dibuja la danza misma. A este respecto, "Cisne negro" (la película) roza la caricatura, con unos arreglos coreográficos lamentables hechos por el francés Benjamin Millepied, a la sazón primer bailarín del NYCB y coreógrafo de la producción cinematográfica.

Una supuesta democratización actual de la escena se convierte en banal, en una progresiva vulgarización de la estética del arte del ballet, su arquitectura medular y sobre esto advierte Macaulay en su artículo. Seamos serios: el ballet en su esencia plástica no admite el sobrepeso tal como una orquesta no admite instrumentos desafinados. ¿Por qué hay tan pocas grandes bailarinas, las verdaderas estrellas? La singularidad, la excepción de esas figuras es el resultado de la coincidencia en una misma artista de muchos elementos y factores, entre ellos, la línea física. Muchas veces con adelgazar no se resuelve nada, como con sobreactuar, pues, como se dice en el mundo interno del ballet, ya se sabe que "no por mucho port de bras, amanece más temprano".

Hay quien quiere ver en el ballet algo románticamente religioso. Probablemente en el siglo XIX, en la época en que Gautier glosaba a Marie Taglioni y a Carlotta Grisi fuera realmente así; eso hoy es equivocado. Resulta mucho más práctico y objetivo guiar las carreras futuras por su vertiente más científica. Como es cierto también que el universo de conservación del ballet clásico y académico debe plantearse desde los grandes centros productores de una manera lógica, no pisando cruelmente sobre la tradición, sino rescatando de esas huellas lo perdurable. Acocella resume en su artículo el papel que juega la conservación del repertorio y cómo se trata de una conservación dinámica en sí misma, no museística, si bien otra cosa es el "versionado libre y contemporáneo" de esas grandes obras, como las que viene haciendo desde más de dos décadas el sueco Mats Ek, consiguiendo en ocasiones lo que puede ser un nuevo clásico, como ha sucedido con su Giselle. Pero esto ha creado un peligroso efecto mimético, como es el fallido ejercicio de David Dawson con el mismo ballet, estrenado en la Semperoper de Dresde en 2008 y visto el pasado noviembre de 2010 en el Liceo de Barcelona.

Por un lado la búsqueda de equilibrio y perfección en las grandes compañías de ballet ha traído una obsesión de igualitarismo armónico en la que se sopesa en primer lugar la estatura y el peso corporal de las bailarinas, una idea que no es tan nueva y que en absoluto puede atribuirse como culpabilidad a George Balanchine. El ballet como tal es una invención europea que en su momento viajó a América y a otras partes hasta hacerse universal. El perfil de la bailarina clásica contemporánea también es un hecho europeo y su origen se remonta a los albores del ballet moderno. Buscar responsables o culpables de la prosecución de tal perfil es ocioso cuando no equivocado. Cuando Balanchine habla de ángulos está refiriéndose a una figura fraseada en el espacio-tiempo que incluye los movimientos circulares, en sí mismo partes de la danza. Angulación no puede ser relacionado con delgadez. Y ambos criterios también entran en la discusión de si el ballet clásico está en su ocaso o se aboca a tan profundos como radicales cambios de forma y de fondo.

viernes, 17 de enero de 2014

En un psiquiátrico...

En un psiquiátrico entras hablando de la Virgen y sales hablando de nada...
 Leopoldo María Panero

jueves, 16 de enero de 2014

No es una sopa de letras...


No es una sopa de letras

La introducción del etiquetado nutricional en los productos alimenticios, con información cuantitativa sobre los principales nutrientes, incluyendo aquellos cuyo consumo excesivo y continuado puede suponer riesgos para la salud, constituye una herramienta importante en la estrategia global europea de combatir los principales problemas de salud relacionados con la alimentación, como la obesidad, la diabetes o las enfermedades cardiovasculares. Es un elemento esencial, sobre todo como parte de un conjunto de iniciativas relevantes, como el reglamento de declaraciones de salud en los alimentos en el conjunto europeo, la promoción por el Parlamento Europeo del libro blanco Estrategia europea sobre problemas de salud relacionados con la alimentación, el sobrepeso y la obesidad, o como iniciativas en diferentes países. Y merece un claro respaldo; por encima de los inevitables balances de intereses que enmarcan su desarrollo. En efecto, la información de la etiqueta nutricional ayuda a una mejor comprensión de lo que contienen los alimentos, facilita que el consumidor pueda elegir con más criterio y, consecuentemente, le ayuda a conformar dietas más saludables y mejores hábitos alimentarios, lo que sin duda supone notables beneficios para la salud del consumidor en general.

Sin embargo, tal conclusión se sujeta a dos condicionantes principales: que el consumidor lea la etiqueta y que, además, la entienda. En general, los estudios muestran que el consumidor entiende mejor determinada información (energía, grasa, fibra dietética, cantidades diarias recomendadas, azúcares, grasa saturada) que otra (sodio, kilojulios). En muchos casos el consumidor se beneficiaría más de un etiquetado que expresara la composición por raciones en lugar de por 100 gramos de producto, pero las raciones tienen un significado muy heterogéneo en Europa.

Desde luego, consideramos preferible una información cuantitativa y neutra como la contemplada por la CE, y acompañada de información/formación, que algunas formas de señalización (Reino Unido) demasiado simplistas (a modo de semáforo).

Para que la implementación de la nueva etiqueta nutricional se traduzca, efectivamente, en beneficios para la salud es preciso garantizar la claridad y legibilidad de la etiqueta (tamaño de letra, contrastes), siempre controvertidas. Otros factores condicionantes lo son a nivel de consumidor: su formación, nivel cultural y socioeconómico, edad, motivación, su interés por la salud, su adherencia a medios de comunicación, el tiempo disponible...

El grueso de los cambios en Europa en materia de alimentación y salud avanza pensando en un consumidor cada vez más consciente e informado, que toma decisiones superando (en parte) antiguas posiciones más paternalistas de la Administración (coma de todo, variado, y no se preocupe). Tampoco nos olvidemos de otros factores como la actividad física, los hábitos o patrones alimentarios, el ambiente social, o que cada uno de nosotros, con una dotación genética característica y con una historia de experiencias irrepetibles (alimentarias, emocionales), vamos configurando nuestra individualidad, también con una diferente respuesta a los alimentos. Pero ese etiquetado queda pendiente.

Andreu Palou es catedrático de Bioquímica de la Universidad de las Islas Baleares y presidente del Comité Científico de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN).

martes, 14 de enero de 2014

Qué hacemos...


¿Qué hacemos con 40 años de vida sobrante?
  El viaje al poder de la mente - Eduardo Punset

lunes, 13 de enero de 2014

Viajar al infierno sin pisarlo... 00


Viajar al infierno sin pisarlo

Una monumental edición discográfica rememora la guerra de Vietnam

Woodstock 1969. El rockero psicodélico Country Joe McDonald canta el estribillo de I-feel-like-I'm-fixin'-to-die [Me siento como si me estuviera preparando para morir]: "¿Para qué luchamos? No hay tiempo para preguntas porque, ¡hurra!, todos vamos a morir...". Poco a poco, el público se une a la mordaz crítica a la guerra de Vietnam, envuelta en una melodía de variété, hasta que miles gritan "Fuck" [Joder] junto al artista, conciso resumen de su rabia por una lucha absurda en un país en el que sentían que EE UU no tenía nada que hacer.

"Fue de las primeras canciones que trataban la guerra de manera sarcástica. Y choca porque la letra carece de simbolismo", explica McDonald desde California. Tanto es así que frases como "no dudéis en mandar a vuestros hijos a Vietnam porque podéis ser los primeros de la manzana en verlos volver a casa en una caja" siguen impidiendo que salga por la radio en el país de la libertad. "La gente se siente ofendida aunque es humor negro. Desde el 11-S reina la misma corrección política que en 1960", opina el cantante.

8.774.000 soldados estadounidenses sirvieron -de los cuales 58.220 dejaron su vida- en la guerra de Vietnam (1964-1973), cuya sombra persigue no solo a los supervivientes. Next stop is Vietnam. The war on record 1961-2008, una colección de 13 discos completada por un libro de más de 300 páginas con cientos de fotos y numerosos ensayos, explora aquel trauma que polarizó a la sociedad estadounidense a través de su impacto en la música popular. El equipo de la discográfica alemana Bear Family Records, famosa por sus cuidadas reediciones, seleccionó más de 300 canciones, algunas atemorizantes, otras casposas y muchas capaces de provocar un nudo en la garganta.

"Queríamos abarcar todo el espectro, de la izquierda a la derecha más profundas. Lo que me importa es la documentación", explica Richard Weize, fundador de Bear Family. Escuchar las más de 17 horas de material es como viajar al infierno sin tener que pisarlo. Desde la furia hirviente de Eve of destruction, de Barry McGuire, una de las primeras canciones antiguerra en convertirse en éxito comercial, pasando por la horrible Christmas wish, de Becky Lamb, que pide a Santa Claus que para Navidad mande a casa a su hermano muerto en Vietnam, hasta Universal soldier, de Buffy Sainte-Marie, que llama a los soldados a rebelarse, y la recalcitrante respuesta de Jan Berry, Universal coward, que acusa de cobardía a los disidentes.

No faltan grabaciones de los presidentes Johnson y Nixon, ni de la actriz y activista pacifista Jane Fonda o de Hanoi Hannah, la voz en inglés de la propaganda de los Vietcong, que con sus burlas debía desmoralizar a las tropas enemigas. Están los éxitos de The Doors, Bob Dylan, Marvin Gaye o Yoko Ono, aunque conseguir los derechos fue imposible en el caso de Ohio de Crosby, Stills, Nash and Young, sobre el asesinato de cuatro estudiantes por parte de la Guardia Nacional en Ohio.

Único es el material que los mismos soldados grabaron en los campamentos -allá donde fueran, incluida la jungla, los yanquis se llevaban su música, en vinilo y cinta magnética-, y luego como veteranos, que se estrena en dos discos de la antología. Aunque algunas canciones hablan de conflictos recientes, como Don't give us a reason, de Hank Williams Jr., que después de la invasión de Kuwait por Sadam Husein en 1990 advierte a este que el desierto no es Vietnam, la mayoría de los temas de la posguerra giran alrededor de los viejos fantasmas. Vietnam foreign correspondent, de The Peacemakers Band (2004), recuerda el fotoperiodismo de revistas como Life, Look y Time Magazine, cuyos fotógrafos intentaban "salvar vidas con una Leica en lugar de un M-16". Nunca más los periodistas tendrían ese acceso casi ilimitado a las guerras. "La gente entonces luchaba con armas y guitarras. No escribiría una canción sobre Irak o Afganistán incluso si fueran las últimas guerras en esta tierra. No tienen nada romántico", apunta Tim Otto, cantante de The Peacemakers Band, que era un niño cuando las tropas estadounidenses despejaban el terreno Vietcong con Agent Orange.

EE UU ha vuelto a la polarización, pero no solo sus guerras son distintas. "Nuestra música era rock and roll y eléctrica, controvertida en sí misma: la gente la odiaba", cuenta McDonald, cuya famosa canción, por cierto, es una de las favoritas de los veteranos de Vietnam.

sábado, 11 de enero de 2014

Qué hacemos...


¿Qué hacemos con 40 años de vida sobrante? 
El viaje al poder de la mente - Eduardo Punset

viernes, 10 de enero de 2014

Los jóvenes vistos por los jóvenes...



Los jóvenes vistos por los jóvenes

Una exposición en Madrid recoge 30 retratos generacionales promovidos por la Embajada de Francia



Leyendo en mitad de la corriente de río, enganchados a la consola frente a un bello panorama marítimo, con una falsa sonrisa colgada en los labios... 600 jóvenes españoles entre 14 y 18 años han querido inmortalizar a través de fotografías cómo se ven a sí mismos: lo han hecho para participar en el concurso 2010, Retratos de una Generación, organizado por la Embajada de Francia en España. Los ganadores han sido Francesc Xavier Marcé Perelló, Vera Martin Zelich y Ainara Fernández Enrique. Una muestra con 30 imágenes seleccionadas se presentó ayer en Madrid.



El objetivo de la iniciativa era movilizar a todos los adolescentes en España y proponía, a los jóvenes entre 14 y 18 años, captar en una fotografía, la esencia de su generación. Después del éxito de la película generacional francesa Les Beaux Gosses, del director Riad Sattouf, ganadora del César 2010 a la mejor ópera prima, que se estrenará en España este verano, nació la idea de proponer a los adolescentes que diesen su punto de vista sobre lo que más les representaba. De manera que todos los participantes verán su foto formar parte del cartel español de Les Beaux Gosses que será el mismo que el francés, diseñado con un mosaico de todas las fotografías del concurso, señalan fuentes de la organización.



El lunes 19 de abril se emitió el fallo por un compuesto por personalidades del mundo artístico y de la cultura entre las cuales se encuentran Pablo Jiménez Burillo, Director General de la Fundación MAPFRE, los fotógrafos Germán Gómez, Fernando Maquieira, Miguel Trillo y Rosa Muñoz y Antonin Baudry, Consejero Cultural de la Embajada de Francia en España se reunió para seleccionar las 30 fotografías ganadoras.



Un fin de semana en París

El sábado 15 de mayo se entregaron los premios durante la inauguración de la exposición de las fotografías, en el Auditorio de León, dentro del marco de La Europa que Educa, uno de los actos que, como programación especial, forman parte de la Programación Cultural de la Presidencia Española de la Unión Europea. El primer premio ha sido un fin de semana en París para dos personas y un cheque regalo de mil euros; el segundo, un cheque regalo de 750 euros y el tercero, un cheque regalo de 500 euros.



La exposición '2010 Rertatos de una generación' puede verse en la sala Azca de la Fundación Mapfre. En la página web vivelaculture.com se puede ver el listado completo de finalistas y una presentación de las imágenes





miércoles, 8 de enero de 2014

Emociones...


Alguien les había enseñado a machacar su emociones, no a gestionarlas. 
  El viaje al poder de la mente - Eduardo Punset

martes, 7 de enero de 2014

Demasiado antiguos para el teletrabajo...


Demasiado antiguos para el teletrabajo

El índice de los empleados a distancia en España es del 8%; mientras que en países nórdicos como Finlandia es del 17%. El cambio requiere una nueva cultura empresarial y un tejido productivo más centrado en el conocimiento

En Estados Unidos, algunos trabajadores se levantan con la alarma del despertador, se duchan, se visten y, a continuación, en lugar de coger el coche o el transporte público, encienden un ordenador en su propia casa. Desde allí, con una taza de café en mano, saludan por Skype a otros compañeros que, como ellos, no acudirán a la oficina. Son los teletrabajadores, una fuerza laboral que en España todavía representa aproximadamente al 8% de los empleados, frente al 15% de EE UU o el 17% de países nórdicos como Finlandia.

Esta manera de trabajar comenzó en EE UU en 1994, con un ensayo de la empresa AT&T en el que participaron más de 30.000 contratados, y no consiste simplemente -al contrario de lo que muchos creen- en trabajar a distancia, según explica Jordi Vilaseca, profesor de la Universidad de Barcelona y director del Observatorio de la Nueva Economía del IN3. El teletrabajo es una relación laboral específica y, como tal, debe incluir un contrato que estipule las condiciones laborales del empleado. Es decir, no se acepta como teletrabajo, por ejemplo, el hecho de consultar el correo electrónico de empresa desde casa y fuera de horas laborales.

Es esencial que el teletrabajador, además, ejerza una labor de "autoprogramación", en la que él mismo dicta los ritmos para sus tareas. También, que haga un uso intensivo de las tecnologías de la información, especifica Vilaseca. Llevarse trabajo a casa (estar permanentemente conectado a la oficina) no se considera teletrabajo.

Por el momento, esta forma laboral, carece de regulación formal en España. Eso sí, en noviembre, el Gobierno la anunció como parte de las políticas de conciliación laboral y ahora está trabajando en ello, según fuentes del Ministerio de la Presidencia.

No obstante, algunas comunidades ya están dando pasos por su cuenta. Castilla y León, por ejemplo, tramitan un decreto pionero que va a regular el teletrabajo como forma de prestación de la jornada laboral en la modalidad de "no presencial", y que verá la luz en el primer trimestre de 2011.

¿Por qué a España todavía no le convence el teletrabajo? Jordi Vilaseca cree que el tejido empresarial español "todavía está dando el salto de la economía industrial a la del conocimiento", y que los empresarios españoles, por esta razón, aún "no se han dado cuenta de que la economía es global, y de que la competencia tiene por tanto que afrontarse mediante la innovación".

Margarita Mayo, profesora de liderazgo y comportamiento organizacional del IE Business School, lo achaca principalmente a una cuestión cultural del país, que a su vez se traslada a la cultura organizacional de la empresa: "En países como Suecia hay directivos que, a las tres o cuatro de la tarde, han terminado su trabajo y se van a casa. La gente los envidia, piensa: 'Qué bien hace su trabajo que puede marcharse antes'. En España, de una persona que salga a las cuatro no se infiere que sea eficiente, sino que no está comprometida" con la compañía.

La dirección de empresas en países nórdicos, explica Mayo, está mucho más orientada a resultados: al empleado se le indican claramente los objetivos que debe cumplir, y se le especifica además el bono o la recompensa que recibirá si alcanza la meta fijada.

Coincide el presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles, Ignacio Buqueras y Bach: "Lamentablemente, aún está muy arraigada la cultura del presentismo, que hay que erradicar. Es tercermundista. Hay que pasar a la cultura de la eficiencia buscando la excelencia, si deseamos ser productivos en un mundo cada día más globalizado".

Otro factor que influye en la baja implantación del teletrabajo es el estilo de liderazgo de los directivos. "En España hay una cultura de control, de estar encima del empleado", sostiene Mayo, porque "si no ves lo que está haciendo, no confías", a pesar de que el problema, sorprendentemente, es que los empleados a distancia suelen trabajan demasiado, empleando las horas que haga falta hasta conseguir terminar el proyecto asignado. Así lo ha vivido José Antonio Gelado, periodista especializado en tecnología y teletrabajador desde hace una década: "Si no te adaptas correctamente, el trabajo suele acabar por comerse el espacio personal, y trabajas más".

¿Qué tipo de empresas se atreven con el trabajo fuera de las cuatro paredes de una oficina, un taller o una tienda? No hay muchos estudios al respecto, pero informes como el que publicó Margarita Mayo en la revista Human Resource Management en noviembre de 2009 aseguran que son dos los tipos de organizaciones que practican el teletrabajo: las grandes empresas y, curiosamente, las compañías más pequeñas (con un máximo de 20 empleados). Estas últimas son las que están más abiertas a esta práctica, mientras que las medianas (entre 100 y 200 asalariados) son las que menos se animan. Ayuda también que la compañía sea internacional: las empresas netamente españolas suelen ser reacias al teletrabajo.

Aunque haya quien pueda pensar lo contrario, el porcentaje de mujeres no determina "para nada" la adopción del teletrabajo "ni de ninguna otra práctica de flexibilidad" o conciliación, explica Mayo. ¿La razón? Probablemente, porque las mujeres no suelen ocupar puestos de alta dirección. Y, aventura, muchas de las que sí llegan seguramente han tenido que sacrificar parte de su vida familiar: las directivas tienen 0,54 hijos de media frente a los 1,3 de media de las españolas, según la encuesta de Adecco a mujeres directivas de 2009.

Las empresas que aplican el teletrabajo están de acuerdo en que incide de forma positiva en la eficiencia y en la retención de talento. La filial madrileña de Kellogg (que el año pasado recibió el Premio Empresa Flexible) es pionera en lo que han dado en llamar "trabajo flexible": un estilo de empleo orientado a los resultados, con total libertad para administrarse horarios y el lugar de trabajo. Incluso las oficinas están adaptadas para que los empleados cambien de ubicación según sus necesidades, algo que les ha supuesto un ahorro de hasta el 60% en energía.

Las Administraciones públicas están tomando ejemplo de la empresa privada. La semana pasada, 29 funcionarios del Departamento de Justicia vasco iniciaron su participación en un proyecto piloto de teletrabajo, por el que ejercerán desde casa tres días por semana y se ahorrarán el trayecto a la oficina.

Como Álex Rodríguez, que hasta ahora empleaba dos horas al día en desplazamientos entre Llodio y Vitoria y que ahora se conecta desde el salón de su casa. Cataluña también llevó a cabo dos planes piloto, en 2008 y 2010, con 80 funcionarios en total. El Gobierno catalán está ahora valorando la continuidad del proyecto. La Comunidad de Madrid, por el contrario, no cuenta con este tipo de experiencias.

Los expertos destacan las ventajas de este estilo de relación laboral: las encuestas aseguran que los trabajadores se sienten más satisfechos y motivados, con menores niveles de estrés, según explica Margarita Mayo.

Se acabaron los atascos o los interminables viajes en transporte público en hora punta. Además, las interferencias del trabajo en la familia también disminuyen. La empresa, por su parte, contribuye a evitar emisiones de CO2 y se ahorra en electricidad.

Sin embargo, no todo es positivo en el teletrabajo. La familia, por ejemplo, sí puede interferir en el buen desarrollo de la jornada laboral (niños corriendo, discusiones de pareja...).

Los inconvenientes se centran, principalmente, en la pérdida de contacto con los compañeros de trabajo y con los jefes. Un factor que puede perjudicar al empleado, por ejemplo, a la hora de que sus superiores piensen en él a la hora de conceder un ascenso, lo que los estadounidenses definen con el dicho out of side, out of mind (fuera de la vista, fuera de la mente).

Los expertos suelen aconsejar que se teletrabaje un máximo de tres días a la semana, para no alterar tanto las rutinas y no desvincularse del todo del ambiente laboral.

Otro inconveniente es el aislamiento psicológico del trabajador a distancia. De ahí los estadounidenses que desayunan frente al Skype, en camaradería virtual con otros colegas. José Antonio Gelado reconoce: "Te relacionas con menos gente, o no de la misma forma que acudiendo a un lugar de trabajo. No hay compañeros, no hay café, no hay quedadas...", pero compensa porque: "Por otra parte, permite que te relaciones de otra forma y con otro tipo de gente".

No todo el mundo vale para trabajar de esta manera. Gelado señala la importancia de que la persona en cuestión tenga habilidades de "autocontrol y organización", es decir, que sea capaz de separar empleo y vida personal y establecer rutinas.

La tendencia, sostienen los expertos, es parecerse a Europa: "Para la generación Facebook, que está trabajando continuamente con la tecnología y que valora más la vida personal, el telecommuting va a ser parte de su forma natural de trabajo", asegura Mayo.

Vilaseca cree que actualmente España es un ejemplo paradigmático de sociedad conectada en la Red, pero no le saca provecho: "Tenemos la conexión, pero no sabemos qué hacer con ella". Hará falta un cambio cultural y organizacional por el que las empresas entiendan que el teletrabajador es el primer y último responsable de su labor.

Ventajas e inconvenientes del trabajo a distancia

A favor

- La empresa puede reducir los costes al alquilar oficinas más pequeñas. Kellogg, por ejemplo, ha ahorrado hasta un 60% en electricidad en sus oficinas adaptadas de Madrid.
- Disminuyen los conflictos que el trabajo puede causar en la familia.
- El trabajador tiene total libertad para conciliar su vida personal con la profesional.
- Elimina los desplazamientos entre el lugar de trabajo y la residencia del trabajador.
- Aumenta considerablemente la satisfacción laboral del trabajador, y reduce sus niveles de estrés.
- Disminuye la rotación de los trabajadores.
- Permite que el trabajador elija libremente su lugar de residencia: algunos grupos de teletrabajadores proponen que los Ayuntamientos rurales acojan centros de teletrabajo u ofrezcan facilidades para que los empleados a distancia se instalen en ellos.
- Permite acceder a un mercado laboral global.
- Reduce las emisiones de dióxido de carbono de las empresas.

En contra

- Al trabajador le puede costar establecer nuevas rutinas para separar su vida personal de la laboral.
- La tendencia es que el empleado acabe sobrecargándose de trabajo y dedicando a su labor más horas que en un trabajo tradicional.
- La familia sí puede interferir con el trabajo, sobre todo si el teletrabajador no dispone de un espacio propio para realizar su tarea.
- Falta de interacción y relaciones sociales con compañeros de trabajo.
- El factor out of side, out of mind: el empleado que no pasa habitualmente por el centro tradicional de trabajo puede acabar perdiendo oportunidades de promoción profesional.
- No todas las empresas pueden afrontar los costes de una tecnología adecuada para el teletrabajo: Intranet, ordenador portátil, teléfonos móviles.
- Pueden existir problemas de seguridad en las transmisiones de datos.
- Algunos compañeros laborales pueden interpretar la ausencia del puesto de trabajo como una imagen de poca seriedad.