viernes, 28 de febrero de 2014
El arte de consolar...
El arte de consolar
Apoyar y escuchar a quien sufre, sin juzgar ni atosigar, es tremendamente curativo. No hay recetas mágicas, pero se puede aprender a hacerlo. Tenemos un cerebro social y para sobrevivir nos necesitamos los unos a los otros
Si ha perdido el trabajo o a una persona amada o ha sufrido una injusticia, la pérdida suele estar acompañada de sentimientos de aislamiento, soledad y vacío interior. Amortiguar los golpes de la vida puede ser más complejo de lo que parece, pero menos difícil si alguien nos consuela. Este bálsamo para el alma que tienen los seres humanos tranquiliza y reanima y ayuda a recuperar la confianza en el futuro.
Saber consolarnos y consolar a los demás tendrá cada vez mayor importancia: “En nuestro tiempo, la mayoría de la gente está muy sola, vivimos en una sociedad excesivamente individualista”, dice la psicoterapeuta y musicoterapeuta Irmtraud Tarr. “Tenemos un cerebro social, y para sobrevivir nos necesitamos los unos a los otros”. La gente se ha perdido en el autismo social, añade, y la era de Internet empeora, en su opinión, este panorama. “Las máquinas y las nuevas tecnologías no proporcionan el calor humano, son sustitutos fríos”.
De continuar este desequilibrio social, asegura esta especialista, el cerebro humano puede ver reducido su número de neuronas espejo (según los neurocientíficos, estas neuronas están íntimamente ligadas a las capacidades cognitivas relacionadas con la vida social, como la empatía). “Compartiendo los estados emocionales de otras personas nos sentimos directamente concernidos y se despiertan en nosotros la simpatía y la compasión, que nos mueven a la acción”, dice Tarr.
No hay recetas exactas para el consuelo, pero se puede aprender. En primer lugar, es importante escuchar al otro, prestarle atención sin juzgarle. Familia o amigos. “Muchas veces, el mejor consuelo que podemos dar a una persona afligida es decirle que nos importa mucho, que queremos lo mejor para ella o que nos preocupamos de ella”, dice la psicoterapeuta. Pero nunca debe sustituir las funciones de un terapeuta. Muchas personas no saben cómo comportarse ante el sufrimiento de los demás. Por ello, Tarr recomienda evitar los consejos del tipo “no llores”, “no estés triste” o frases del tipo “¿cómo te va?”, que pueden incomodar a la persona que atraviesa una situación difícil. Además, el llanto, cuando llega, tiene siempre un efecto beneficioso y permite fluir al dolor.
“Lo que se dice con buena intención puede sonar a desafortunado, y también es importante tomarse en serio el sufrimiento del otro”. Mejor plantearle preguntas matizadas, situadas en el aquí y ahora: “¿cómo te sientes ahora?”, “¿qué crees que podría aliviarte?”. El hecho de estar ahí, de mostrar interés sincero, ya es de gran ayuda. También es positivo ponerse en lugar del otro y pensar en qué podemos ayudarle sin que nos lo tenga que pedir, “pero sin atosigarle”. Eso le demuestra al amigo, al compañero, “que no está solo en su situación”.
Cuando la vida nos trata mal, el contacto físico, los gestos, ayudan a establecer un vínculo y pueden dar tanta o mayor sensación de cercanía y de seguridad que las palabras. En todo caso, se debe tener en cuenta que la propia historia de consuelo puede contaminar la acción de consolar.
Para afrontar las pérdidas, en las psicoterapias se acostumbra a utilizar el mecanismo del luto, “pero con las neurociencias sabemos que este trabajo es un poco peligroso, porque si se utiliza demasiado tiempo esta herramienta, las huellas que produce son cada vez más profundas y se convierte en luto patológico. Es necesario construir un camino diferente, que es el consuelo, la certitud de que se tiene otra persona a tu lado que te apoya, que no estás solo”, añade.
No es lo mismo consolar a un adulto que a un niño. En los menores, la acción de consolar puede ser más sencilla “porque basta tocarlo, es un trabajo más corpo ral”; entonces se sincronizan ambos cerebros. Esta sincronización emocional no se da cuando un pequeño se encuentra siempre solo. Con la terapia vive una experiencia diferente, y el niño buscará repetirla; “si no puede ser con los padres, lo hará con amigos o con vecinos”, afirma Irmtraud Tarr. En los adultos, el consuelo es diferente porque no están acostumbrados al arte del contacto, se necesita prudencia, sensibilidad y respeto a los límites del cuerpo.
Hay momentos en la vida que desafortunadamente hemos de atravesar solos. ¿Qué hacer cuando estamos huérfanos de apoyo? El tópico de “quererse a uno mismo” cobra aquí el mayor de los sentidos. Se puede aprender a ser amigo de uno mismo. “Un filósofo muy antiguo decía: primero bañarse, después llorar y luego rezar: el agua es muy agradable y refleja el contacto con otro; llorar es la expresión de los sentimientos, es la desinfección del alma y del cuerpo, y rezar es el sustituto del contacto humano”, añade Tarr. La lectura, la naturaleza, la música, la creación artística, los animales domésticos…, todo vale para masajear la propia alma, son medios para activar el puente roto con los otros. De hecho, Tarr es organista y concertista y utiliza instrumentos musicales junto con sus pacientes en sus terapias. “Las cantatas y oratorios de Bach son pura consolación”. El consuelo no es algo transitorio, sino una herramienta para toda la vida. “Si se tiene la capacidad de consolar, se es una persona muy rica”, asegura la psicoterapeuta.
BIBLIOGRAFÍA
- Los estados de ánimo. El aprendizaje de la serenidad. Christophe André. Editorial Kairós, 2010.
- El consuelo. El arte de hacer bien al alma. Irmtraud Tarr. Plataforma Editorial, 2009.
Para recuperar la felicidad
- Tener pensamientos positivos al acostarse
- Trabajar regularmente la gratitud
- Conocer las propias necesidades
- Establecer prioridades
- Aceptar las sorpresas de la vida
Estados de ánimo
Los estados de ánimo existen continuamente, sin requerir una intervención voluntaria por nuestra parte. Duran más que las situaciones que los desencadenan y tienden a reaparecer. Christophe André, psiquiatra y psicoterapeuta, ha estudiado detenidamente estos estados emocionales. “Son un eco del mundo exterior hacia nosotros. Pueden ser beneficiosos, porque nos conectan más a los detalles del mundo exterior (ver un mendigo en la calle, un niño que llora, un pájaro que canta, de repente provoca un vínculo muy fuerte a esos detalles), pero también estos estados pueden aislar de la realidad: “Si empiezo a encerrarme en mí mismo, en estados de tristeza, o también en los estados positivos como el enamoramiento, que es un mundo virtual”.
Nuestra mente tiene necesidad de lentitud, calma y continuidad. Existen numerosos aprendizajes para sumergirse en los estados de ánimo, desde la meditación zen hasta la budista. Por ejemplo, la meditación plena permite tomar distancia de los acontecimientos para comprenderlos.
Barry Kerzin, monje budista, médico y ex profesor de medicina, cree necesario distinguir la mente burda, la que muchas veces recoge información de la realidad que no es cierta, de una mente más pacífica y más presente, que no tiene tanta expectación sobre el futuro ni está constantemente mirando a los sucesos pasados ni juzgando, simplemente permanece en el presente, en concentración, en el momento
jueves, 27 de febrero de 2014
miércoles, 26 de febrero de 2014
Era un hombre atrevido...
Era un hombre atrevido el primero que se tragó una ostra
Jacobo I de Inglaterra
martes, 25 de febrero de 2014
Wikileaks sirve al ciudadano...
"Wikileaks sirve al ciudadano"
Ellsberg, que filtró documentos sobre la guerra de Vietnam, sufrió acoso como Julian Assange
Todos los ataques que reciben ahora Assange y Wikileaks fueron dirigidos contra mí cuando publiqué los Papeles del Pentágono". Es uno de los últimos mensajes de Daniel Ellsberg en Twitter. El más famoso filtrador de todos los tiempos ha estado muy activo en Internet esta semana. La red de mensajes cortos le ha servido para convertirse en uno de los mayores partidarios del fundador de Wikileaks, detenido en Londres y acusado de delitos sexuales en Suecia. También le ha ayudado a difundir sus recuerdos de aquellos años y contar cómo se convirtió de la noche a la mañana en un héroe de la libertad de prensa.
Él fue lo que los ingleses llaman un whistleblower (denunciante); literalmente, el tipo que hace sonar las alarmas; el que avisa. Él fue quien avisó de que la mayor parte de lo que su Gobierno había contado sobre la guerra de Vietnam era una sarta de mentiras.
"Recuerdo perfectamente la fecha en que decidí que los documentos debían publicarse. Fue el 30 de septiembre de 1969", dice Ellsberg al otro lado del teléfono. "Ese día, el Ejército retiró los cargos contra seis boinas verdes acusados de matar a un traductor al que creían agente doble. La CIA les denunció ante los mandos del Ejército pero todo se amañó para que nadie testificara. Yo conocía todas las mentiras del proceso y decidí que no quería formar parte de ese sistema". Al día siguiente, Ellsberg comenzó a fotocopiar las 7.000 páginas de documentos que después se conocerían como los Papeles del Pentágono.
Ellsberg formaba parte de un equipo de analistas que llevaba desde 1967 preparando un informe enciclopédico sobre Vietnam, encargado por el secretario de Defensa, Robert McNamara. Cuando empezó a colaborar en el trabajo, todavía era un tipo convencido de la necesidad de la guerra y de sus medias verdades. Para McNamara, una especie de dios en el Departamento de Defensa, había encontrado, por ejemplo, argumentos para atacar al Vietcong con las fotos de sus atrocidades. Era un tipo listo y con imaginación para dar ideas y encontrar respuestas a las preguntas que se hacían sus jefes; una rueda dentada que encajaba perfectamente con el resto de la maquinaria de guerra estadounidense.
Probablemente el desgaste de Ellsberg comenzara mientras escuchaba las extremadamente optimistas declaraciones del entonces presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, sobre la Guerra de Vietnam. La ofensiva vietnamita del Têt en 1968, que acabó en el corazón del mismo Saigón, había hecho desvanecer el mito de que Estados Unidos ganaba la guerra.
Ellsberg estaba harto de guardar secretos y empezó a filtrarlos. Primero a políticos que no mostraron sensibilidad por el tema y luego al periódico The New York Times. Al igual que han hecho los diarios que están publicando el Cablegate -entre ellos EL PAÍS- la dirección del Times guardó el asunto en el más estricto secreto. Se llevaron los papeles a la suite del Hilton y allí los estudiaron. Los papeles probaban las mentiras sistemáticas sobre Vietnam, no solo a la opinión pública sino también al Congreso de Estados Unidos. Sobre todo, demostraban las artimañas de la Administración Johnson para hacer creer a todo el mundo que Vietnam era un peligro y no había más remedio que atacarlo.
Los primeros artículos se publicaron el 13 de junio de 1971. Los intentos por parar las rotativas del Times cuajaron poco después, pero The Washington Post tomó el relevo. Sucedió lo mismo, se prohibió la publicación y otro periódico se hizo con los papeles. El Boston Globe, Los Angeles Times... 17 periódicos en total publicaron los informes. El 1 de julio, el Tribunal Supremo fallaba a favor de la prensa.
Dos días antes, Ellsberg se había entregado y había admitido ser quien filtró los documentos. Kissinger dijo de él que era "el hombre más peligroso de Estados Unidos". "Hoy me habrían llamado terrorista", comenta Ellsberg, que señala que eso mismo es lo que han llamado a Assange y a Bradley Manning, el soldado de inteligencia que, según el Departamento de Estado, filtró los documentos a Wikileaks. "Si ha sido Manning, cosa que aún está por ver, yo me identifico con él. Defiendo a Wikileaks porque creo en el servicio que está haciendo a los ciudadanos".
"El primer día de la publicación del Cablegate, me sorprendió que lo que publicó el Times no parecía de mucha importancia", señala. "El grado de confidencialidad de los papeles no es muy alto, pero sin embargo, sí que he visto historias que me han llamado la atención, como la de ese juez español, Garzón, y el hecho de que Estados Unidos tratase de frenar su investigación sobre Guantánamo".
La semana ha sido larga para Ellsberg. Tiene 79 años y no ha parado de atender a medios y publicar artículos y comunicados como el que ha difundido para pedir el boicoteo a Amazon por dejar de hospedar a la página de Wikileaks en su servidor. Al mismo tiempo, ha seguido con sus mensajes en Twitter. Algunos de ellos son continuamente reenviados por muchos de sus casi 8.000 seguidores: "La mayoría de operaciones encubiertas merece ser divulgada por la prensa libre"; "he esperado 40 años para la publicación de documentos de esta escala"; "debería haber unos Papeles del Pentágono cada año"; "acabo de votar a Assange como personaje del año en la encuesta de la revista Time".
"Es hora de que este país deje de tratar como héroes nacionales a los que roban secretos y los publican en periódicos". La frase es del presidente Nixon y aparece recogida en un documental sobre la vida de Ellsberg titulado con la sentencia de Henry Kissinger: El hombre más peligroso de América (2009). La declaración de Nixon bien podría sustituir muchas de las cosas que se han dicho estos días de Assange o Manning.
Otro paralelismo con el Cablegate es la creación de una unidad específica para abordar las publicaciones. Clinton ha creado el War Room (sala de guerra) mientras que Nixon se inclinó por la unidad de los fontaneros, llamada así porque debían encargarse de las filtrac iones. Ese paso, según The New York Times, condujo al escándalo del caso Watergate y, en última instancia, a la dimisión del presidente. La manía de Nixon por grabar todo acabó sirviendo para tener un testimonio interesante sobre lo que un medio de comunicación puede suponer para un Gobierno.
Un asesor de Kissinger habla sobre los Papeles del Pentágono:
-El Times ha revelado los documentos más secretos sobre la guerra.
-¿Te refieres a lo que se ha filtrado del Pentágono?-, pregunta Nixon.
-Señor, este ha sido el mayor fallo de seguridad que he visto en mi vida.
-¿Y sabíamos que iban a publicarlo?
-No señor.
-Ese periódico no sabe lo que se le viene encima.
lunes, 24 de febrero de 2014
domingo, 23 de febrero de 2014
sábado, 22 de febrero de 2014
República consumista china...
República consumista china
La clase media del gigante asiático -unos 200 millones de personas- se ha lanzado a comprar y romper con su pasado de austeridad. Sienten fascinación por las marcas occidentales y ya forman el segundo mercado mundial de artículos de lujo, tras Japón.
Mi Tingjun se inclina sobre la bandeja, agarra con las dos manos el trozo de pollo rebozado y en unos minutos da cuenta de la porción de ave, el puré de patatas, una hamburguesa y un café. Todo por 38 yuanes (4,2 euros). El olor a fritanga inunda el local de comida rápida KFC (Kentucky Fried Chicken), cuyas paredes están decoradas con grandes fotos de caras sonrientes y jóvenes abrazados. Varios carteles lanzan mensajes en inglés a los clientes que a las tres de la tarde se afanan sobre las mesas: "amigable, relajado, fresco, de sabor único".
Mi Tingjun menea la mandíbula ornamentada por un bigotillo ralo. El cuerpo, rendido al exceso de comida. El pelo, lacio. "Vengo aquí muy a menudo porque trabajo en este edificio. Es rápido y práctico, y por este dinero no es posible almorzar comida china", asegura este joven de 28 años, vestido con una sudadera negra y un vaquero agujereado de tonos cobrizos. Sobre la mesa descansa un teléfono Nokia de última generación. "A los jóvenes chinos nos gustan los productos extranjeros", dice, y añade que tiene un coche japonés, Nissan.
Mi, que trabaja en el sector publicitario, es un claro ejemplo de la nueva clase media china y su pasión consumista, especialmente por todo lo que venga de fuera, ya sea electrónica Sony, ropa de Zara o pollo KFC. "La calidad de los productos extranjeros es mejor", afirma. "Además, en el caso de los coches, los fabricantes chinos siempre copian los diseños extranjeros. Sería una vergüenza conducir una imitación de un BMW". Dice que gana unos 20.000 yuanes (2.200 euros) al mes. "A veces, mucho más; depende de las campañas".
La agencia en la que trabaja se encuentra unos pisos más arriba en este complejo de viviendas y oficinas llamado SOHO New Town. El conjunto de torres multicolores, situado en el lado este del CBD -el distrito financiero y de negocios de Pekín-, fue el primero en aplicar en China, cuando fue inaugurado en 1998, la idea de combinar pequeños negocios y viviendas; un concepto importado por sus promotores, que fue instantáneamente un éxito. SOHO es el acrónimo de las palabras inglesas small office, home office (pequeña oficina, vivienda oficina).
En los bajos del grupo de rascacielos se suceden los paneles publicitarios con leyendas en inglés y los comercios llegados de otros países: un restaurante de la cadena japonesa Yoshinoya, una tienda 7 Eleven, una heladería italiana. Son una constante en todas las grandes ciudades chinas, donde las ansias compradoras de las nuevas clases adineradas han dado alas a muchas marcas extranjeras, cuyos mercados nacionales, ya maduros, renquean especialmente en estos tiempos de crisis.
Se estima que la clase media china está integrada por unos 200 millones de personas, una cifra que aumenta sin cesar al calor de una economía que ha crecido a una media del 10% durante las dos últimas décadas y ya es la segunda del mundo tras superar el año pasado a Japón. Para 2025 se prevé que llegue a 800 millones. Un informe del banco de negocios Credit Suisse del pasado enero vaticina que para 2020 el mercado de consumo chino alcanzará 16 billones de dólares y se convertirá en el mayor del planeta.
En el segmento del lujo las cosas van aún más rápido. El país asiático desplazó en 2010 a Estados Unidos como segundo comprador mundial de exclusividad, solo por detrás de Japón. Se estima que en cuatro o cinco años será el primer mercado de artículos Louis Vuitton, Chanel, Hermes, Cartier, Patek Philippe o Gucci, cuyos locales y puntos de venta se han multiplicado por el país en los últimos años. Según el grupo Boston Consulting, a finales de 2009 había en China 670.000 familias con una riqueza superior a un millón de dólares, un 60% más que un año antes. Para otras marcas más mundanas como Volkswagen (automóvil), Dell (ordenadores) o Colgate (dentífrico), el cliente chino es desde hace tiempo un paraíso.
"La gente tiene cada vez más confianza y medios para comprar, porque dispone de más dinero, se han producido mejoras en la red de seguridad social y hay un avance continuo de los servicios de crédito. China se está transformando en una sociedad con una cultura visible del consumo, de la misma forma que ocurrió en Occidente en la década de 1960", explica Sun Feng, profesora en la Escuela de Sociología de la Universidad Qinghua, en Pekín, una de las más prestigiosas del país.
Ningún sitio como Ikea para palpar el cambio que ha experimentado la sociedad china. A primera hora de la tarde del sábado, el mastodóntico centro construido por la cadena sueca a las afueras de la capital es un termitero. Miles de parejas, grupos de amigos y familias con hijos y abuelos deambulan por sus laberínticos pasillos. Muchos han llegado en sus flamantes coches recién estrenados. Unos acuden a comprar, aunque sea un pequeño jarrón de cálido diseño nórdico. Otros, simplemente, a pasear, atravesar sus apartamentos modelo y disfrutar de un viaje virtual a Occidente.
Sentados en un sofá, dos jóvenes cogidos de la mano sueñan con el futuro en silencio. "Hemos venido a ver. Nos queremos casar este año y estamos pensando cómo decorar el piso", explica Zhang Hua, empleado en el sector inmobiliario. Un piso que aún no tienen, pero que Zhang piensa comprar antes de la boda y aportar al matrimonio como dictan los cánones en China. "Me gusta el estilo de los muebles de Ikea y el ambiente. Puedes mirar, probar y nadie te presiona. Venir aquí es como viajar", dice, mientras su novia teclea sin cesar en su móvil.
Unos metros más allá, Yu Haiyan, de 35 años, acaricia unas cortinas. "Quiero comprar algunos complementos y, de paso, buscar ideas", afirma esta decoradora. Al lado, un hombre de unos 60 años se echa una siesta desde hace más de 15 minutos en un amplio sofá.
"¿Crees que podría utilizar esta sartén para hervir unos fideos instantáneos?", pregunta un joven, hipnotizado por el diseño, a su acompañante en la sección de cocinas, quizá consciente de que el utensilio, que cuesta 149 yuanes (16,6 euros), no es el más adecuado para hervir pasta.
La curiosidad por los productos occidentales -que muchos chinos creen que elevan su estatus social- se extiende también a la comida. El restaurante del centro comercial sueco está abarrotado. El menú ofrece principalmente comida extranjera: albóndigas por 20,5 yuanes (2,3 euros), salmón marinado (1,9 euros) y pechuga de pollo rebozada (2,2 euros).
La gastronomía foránea tiene gran éxito. En el complejo comercial al aire libre más chic de Pekín, Sanlitun Village -un conglomerado de edificios coloristas de cristal y acero-, se suceden los restaurantes y cafés estadounidenses, italianos, españoles, japoneses, indios... Por ejemplo, Element Fresh, un local decorado con madera clara, especializado en platos de fusión asiática y occidental, con "ensaladas de firma", sándwiches o quesadillas. En cada mesa, un cartoncillo ofrece el vino del mes -un caldo del Languedoc (sur de Francia)- a 48 yuanes (5,3 euros) el vaso, que promete "una delicada fragancia de lirios y albaricoque", " fabuloso para acompañar el filete de atún con verduras de invierno". El local está lleno.
Mucha gente recuerda en China los tiempos en que para, comprar una bicicleta, tela o carne en el mercado, hacían falta cupones de racionamiento. Hoy, la abundancia de productos y el fervor consumista es evidente en los supermercados, con estanterías que han sufrido una indigestión de bollería industrial y golosinas; pero, sobre todo, es visible en los centros comerciales, donde cada fin de semana los jóvenes se lanzan a su deporte favorito: ir de compras.
Chen Yao, de 21 años, ha salido de tiendas con una amiga por Sanlitun Village. Parece sacada de una revista de moda: ropa multicolor, gorro de lana, gafas modernas, y, en el brazo izquierdo, una bolsa de la tienda de moda española Mango. "Siempre tengo una idea clara de lo que quiero, y normalmente solo lo encuentro en marcas extranjeras. Son frescas, nuevas", dice en un excelente inglés esta estudiante de Finanzas en la Universidad de Melbourne (Australia). "La gente quiere conocer cómo son las cosas de otros países. Actualmente existe cierto rechazo a las tradiciones chinas. Pero es una etapa. En el futuro, habrá una vuelta hacia lo chino", añade.
Un vistazo a los rótulos de los comercios presentes en Sanlitun Village da idea de hasta qué punto el consumo de la clase media se ha convertido en una herramienta de crecimiento para las compañías extranjeras: Benetton, Starbucks, Lacoste, Calvin Klein, Swatch, Vero Moda, The North Face, Puma, Casio, Esprit, Columbia, Levi's, Rolex, Nike, Diesel, Balenciaga, Balmain y un largo etcétera. Todas ellas están situadas alrededor del negocio estrella del complejo: la tienda de cristal y color aluminio de dos plantas de Apple, en la que cientos de jóvenes, vestidos a la última moda, prueban con pasión teléfonos iPhone, ordenadores MacBook Air o la tableta iPad. En el exterior, un enorme logotipo de la manzana de la marca estadounidense arroja su luz blanca sobre los paseantes como si de un ojo divino se tratara.
Cui Ni, de 20 años, vendedora de L'Oréal en el cercano centro comercial Pacific Century, describe lo que está ocurriendo: "Los clientes vienen a comprar porque es un producto extranjero. Luego, vuelven porque les gusta la calidad. Pero cada vez más gente compra porque lo que quiere es la marca". En la pared, una foto de la actriz Gong Li, imagen de la compañía de cosmética francesa, sonríe a los clientes.
Sun Feng, la socióloga de la Universidad Qinghua, explica el auge de los artículos llegados de fuera y de lujo. "Las empresas extranjeras conocen la mercadotecnia, saben cómo utilizar valores como el éxito, la felicidad, el gusto o simplemente el hecho de estar a la moda. En China, existe una apreciación por todo lo que es extranjero y un anhelo desde hace mucho tiempo de vivir algunos aspectos del estilo de vida occidental".
Este interés ha mordido con fuerza en el sector inmobiliario, cuyos promotores recurren con frecuencia a la inspiración extranjera en el diseño y, sobre todo, en los nombres y las campañas publicitarias. "Majestic Mansion. Corazón noble durante generaciones. Dé un bonito paseo aquí, exactamente igual que en los Campos Elíseos", dice el cartel de un complejo residencial en Wangjing, un barrio de Pekín cercano al aeropuerto, cuyos precios se han disparado en los últimos años. "Lincoln Park. 4.000 acres de parque ecológico para uso residencial. La vida en este lugar es comparable a la vida en Central Park, en Manhattan (Nueva York)", asegura un proyecto en el distrito Daxing, al sur de la ciudad. Otros exhiben nombres como Renaissance, King's Garden Villa o Number 8 Royal Park; una fusión, este último, del número de la fortuna en China con un término aristocrático.
Wang, una abogada de 45 años que solo da su apellido, compró un apartamento de 190 metros cuadrados hace dos años en uno de estos complejos residenciales de nombre grandilocuente, Upper East, un proyecto compuesto por cuatro grupos de torres en el este de la ciudad, identificados con Australia, España, Estados Unidos y Dinamarca, aunque su diseño no recuerde en nada a estos países. "Muchos chinos se sienten atraídos por el estilo de vida occidental. Son casas más cómodas, y los extranjeros son más tranquilos".
"El gran tamaño de la población china obligó a las familias a vivir en casas muy pequeñas durante los años de economía planificada", señala Sun Feng. "Una vez que comenzaron las reformas económicas, los valores occidentales llegaron a China y la gente comprendió el concepto de vivir en mansiones. Esto explica en parte por qué, cuando una persona en China tiene dinero, elige vivir en una casa grande. Además, la asociación de los proyectos residenciales con términos extranjeros como Vancouver Forest o Venice Channels ha demostrado ser una potente herramienta comercial. Estos nombres evocan imágenes de elegancia, tranquilidad y delicadeza".
Mi Tingjun -el publicista- coincide en parte: "Desde la creación de la nueva China (en 1949, por Mao Zedong), no tenemos cultura. Hemos olvidado nuestro pasado. Así que los promotores inmobiliarios prefieren apostar por lo que tiene éxito".
Algo similar ocurre en el sector de la educación, donde se ha producido un boom de escuelas internacionales. SOHO New Town tiene una guardería llamada Oxford y Upper East cuenta con un colegio con excelentes instalaciones, Beanstalk International Bilingual School. "El nombre es muy importante. Lo internacional está de moda. Si dices que un colegio es internacional, tienes asegurado que más padres quieran enviar a sus hijos. Es una tendencia, sobre todo en las grandes ciudades como Pekín y Shanghái", explica Cathy, una joven de 26 años que trabaja en el sector y utiliza su nombre inglés.
Las torres blancas, los jardines interiores rodeados de hormigón y los terraplenes cubiertos de césped artificial imprimen un carácter frío e irreal a Upper East. La sensación crece cuando se camina por la calle que bordea el complejo residencial, a lo largo de un muro de ladrillo de varios cientos de metros cubierto con fotos del proyecto y frases publicitarias: "Somos una familia", "Disfrute completamente de la prosperidad en un lugar próspero", "Pureza y belleza, gusto supremo", "Una vida diferente, la tolerancia es lo que más cuenta", "Casas amplias y exquisitas, con corazón, que no conocen fronteras".
Pero la prosperidad y las casas exquisitas solo están en un lado. Detrás del muro y sus frases, late la miseria: un conjunto de chabolas rodeadas de basura; unas letrinas sin techo, en las que hurga una rata; un negocio de reciclaje de botellas de plástico en un patio polvoriento, por el que deambulan las gallinas bajo un cordel en el que se seca carne de cerdo al sol.
Es la paradoja de la sociedad china hoy, una de las más desiguales del mundo, en la que conviven, a veces solo separadas por una calle, riqueza y pobreza; en la que por las mismas calzadas de sus ciudades ruedan millonarios en Ferrari junto a chamarileros en triciclo y vendedores de sandías en carromatos tirados por mulas.
La brecha es especialmente profunda entre las zonas urbanas y las rurales, donde viven dos tercios de la población. La renta per cápita mensual en las primeras -1.752 yuanes (195 euros)- más que triplica la de las segundas -493 yuanes (55 euros)-. De ahí que, aunque las ciudades vivan una euforia consumista, China en su conjunto está aún muy lejos de ser una sociedad de consumo madura, el objetivo que persigue el Gobierno, que ha tomado medidas para incentivar la demanda interna y bascular de un modelo económico excesivamente basado en la inversión y la exportación a otro más sustentado en el consumo.
El cambio necesitará tiempo. Por un lado, para elevar el nivel de ingresos de la población y desarrollar una red de seguridad social, que permita a las familias no tener que ahorrar tanto para hacer frente a los gastos sanitarios -los hospitales son de pago, ya sean públicos o privados- y de educación de los hijos. Por otro, porque muchos en China no comparten la actitud consumista de jóvenes como Mi Tingjun (el publicista), Zhang Hua y su novia o Chen Yao (la estudiante en Australia).
La generación de sus padres atravesó las hambrunas y el caos del Gran Salto Adelante (1958-1961) y la Revolución Cultural (1966-1976), décadas en las que murieron millones de personas, la gente se vio obligada a comer cortezas de árbol para sobrevivir y se dieron incluso casos de canibalismo. Estas experiencias les marcaron profundamente y han desarrollado un espíritu de austeridad extrema. Hasta el punto que algunas personas mayores se duchan encima de un barreño y utilizan el agua que recogen para fregar el suelo de la vivienda o como sustituto de la cisterna en el retrete. No lo hacen por conciencia ambiental, sino por ahorrar unos céntimos.
Lo ocurrido no hace mucho tiempo a una joven empresaria del este de China cuando su madre vino a visitarla a Pekín refleja claramente esta brecha generacional. "Mi madre estaba haciendo una sopa y yo entré en la cocina para calentar una bolsa de leche de soja al baño María", cuenta. "Eché agua en una cacerola y encendí otro fuego, pero, cuando iba a meter la bolsa, mi madre la cogió, la introdujo en la sopa hirviendo y me dijo: 'Así ahorras".
Esta generación poco inclinada a gastar representa aún una parte importante de la población. Pero los jóvenes vienen empujando. No han conocido las penurias de sus progenitores, y pocos padres les han hablado de ellas. China está inmersa en un acelerado proceso de transición de una economía de la producción a una economía del consumo. Mi Tingjun lo resume de forma muy directa, gráfica y sencilla, en solo cinco palabras: "La gente quiere gastar dinero".
viernes, 21 de febrero de 2014
jueves, 20 de febrero de 2014
Información y preguntas...
Cuanta más información tenemos, más preguntas podemos hacer.
– Scott Tyler, hidrogeólogo -
miércoles, 19 de febrero de 2014
Cuando fueron reyes...
Cuando fueron reyes
Karpov y Kasparov relatan su histórica rivalidad en 'Informe Robinson'
"La rivalidad entre Anatoli Karpov y Gary Kasparov es una de las más grandes no solo en la historia del ajedrez, sino en la de cualquier deporte". Quien así habla es Leontxo García, experto y entusiasta del ajedrez, y una de las personas con más capacidad para analizar a los dos jugadores que hicieron de su enfrentamiento una de las imágenes características de los ochenta. El sexagésimo cumpleaños, el pasado 27 de mayo, del ahora catedrático de Economía de la Universidad de Moscú, Karpov, sirve para que Informe Robinson ('La doble K. Historia de una rivalidad' se emite esta noche en Canal +, a las 22.00) repase un duelo que mantuvo en vilo primero a la Unión Soviética, y más adelante, a todo el planeta. La supremacía intelectual de dos conceptos de lo que debían ser Rusia y el mundo estaba en juego.
Cual partida de ajedrez, son los propios Karpov y Kasparov los que durante el reportaje, en vez de movimientos, van intercambiando frases, recuerdos, anécdotas. Son ellos los que reconstruyen aquellos años en los que vivieron el uno para y contra el otro.
Cuesta pensar en un enfrentamiento tan agotador como aquella lucha que mantuvieron durante el periodo final de la guerra fría. Solo en campeonatos del mundo disputaron 144 partidas. Unas 500 horas frente a frente. Dice Karpov que aquella pelea "no se repetirá jamás". Y lo justifica Kasparov de la siguiente manera: "Probablemente fue un momento muy singular en la historia del ajedrez. Cuando dos jugadores estábamos tan por encima de los demás".
El tiempo ha pasado. Los discursos de Karpov y Kasparov son amables incluso cuando el recuerdo les conduce a heridas que aunque ya no duelen siguen sin cerrar. Fue la pelea de dos generaciones, de dos estilos, de dos ideologías. De dos mundos.
De acuerdo con las verdades establecidas, la semejanza entre Anatoly Karpov y Gary Kasparov acaba en la sonoridad de sus apellidos. En cuanto a estilo, Karpov fue el jugador académico, que esperaba agazapado y a la defensiva su oportunidad de hacer daño cuando atisbaba una rendija en su rival. Kasparov, en cambio, era el ajedrecista exuberante que no aceptaba jamás las tablas, y que se lanzaba a la conquista del adversario desde el primer movimiento. "Karpov era un jugador clásico. A Kasparov le gustaba matar a sus rivales", dice Yuri Averbakh, el gran maestro internacional vivo de más edad, que fue árbitro en el primero de sus cinco duelos por el título mundial. Pero con todo, esta no era la más atractiva de sus diferencias.
Para entender la circunstancia de Karpov, nacido en los Urales, en Zlatoust, hay que detenerse en el primer jugador capaz de desposeer a la URSS de un título que había sido suyo durante décadas. El estadounidense Bobby Fischer, una de esas leyendas que trascienden lo meramente deportivo, destrozó a cuanto soviético se le puso por delante, incluido el campeón Spassky, en 1972. El elegido para devolver la gloria y restablecer el honor mancillado había de ser el joven que había ganado con claridad a sus compatriotas, hijo de una familia de trabajadores y ejemplo del perfecto soviético... Pero Karpov adquiriría, en cambio, el rango de jugador melancólico, ese que conquista el campeonato porque su enemigo no quiere medirse con él: el de Chicago se negó a sentarse al tablero (en el reportaje se apuntan varias teorías explicativas), y Tolia se convirtió en campeón mundial sin mover un peón en 1975.
El primero de sus duelos oficiales en campeonato del mundo se suspendió, en 1984, entre circunstancias extraordinarias. Un escándalo que mereció portadas en la prensa estadounidense, y que inició el crescendo de acusaciones entre Karpov y Kasparov, a partir de aquel entonces, enemigos irreconciliables durante mucho tiempo.
Informe Robinson repasa aquellos duelos y sus anécdotas, además de los tres que se jugaron más tarde (uno de ellos, en Sevilla). Se detiene en la oportunidad de desquite de Karpov en el memorable torneo de Linares de 1994, en las biografías, las diferencias en preparación, la perspectiva política y hasta la actitud vital de dos personalidades irreconciliables... O puede que no tanto.
martes, 18 de febrero de 2014
lunes, 17 de febrero de 2014
La delgada línea mental...
La línea entre una gran habilidad y una gran incapacidad parece extremadamente delgada.
Daniel Tammet, savant (Brain Man, 2005)
domingo, 16 de febrero de 2014
Comida comprensible, por favor...
Comida comprensible, por favor
La picaresca en el etiquetado de los alimentos dificulta elegir los más saludables - La UE quiere unificar la información que se ofrece
La UE prepara un reglamento sobre etiquetado de alimentos que pretende ser útil y común para los ciudadanos de todos los Estados miembros. Difícil empresa cuando la información que ahora se presta en los productos envasados -leche, galletas, latas, dulces, sopas- es tan complicada que ni con un máster en nutrición puede uno saber si las grasas que va a ingerir son suficientes para una dieta saludable o bastarían para matar a un caballo.
Los especialistas que trabajan en estos asuntos suelen hablar de una información que sea accesible al "consumidor medio". ¿Quién es el consumidor medio? ¿Es igual el de Francia que el de España? ¿Es un anciano, un adulto? ¿Puede un niño determinar leyendo los ingredientes del bollo que está dando de merendar a su colesterol cada tarde?
Ni sus padres. En el paquete de cereales de la mañana, puede que la información nutricional se ofrezca por cada ración de 90 gramos, y así salen menos azúcares, menos grasas, menos sal. Pero, ¿quién se come 90 gramos? Si se hace caso de la foto que aparece en la caja, cada niño se irá a la escuela con una ensaladera de cereales en el estómago.
¿Tiene el consumidor, medio o no, formación suficiente para entenderla? "No", responde sin ambages Alicia de León, profesora de Derecho Civil, especializada en Derecho del Consumo de la Universidad de Oviedo. "Hemos pasado de un etiquetado muy reducido a una amplitud temeraria. El consumidor no está preparado, pero además quiere un etiquetado completo, pero también útil y sencillo, y eso no va a ser tan fácil". Y justo en un momento, recuerda De León, en que el etiquetado ha cobrado gran importancia debido a las crisis alimentarias de finales del siglo pasado (colza, vacas locas).
A la espera del reglamento europeo, en España está en vigor un decreto de 1999. Se trata de una norma modificada en varias ocasiones, la última en 2008. A pesar de que no es muy reciente, aún hoy pueden encontrarse incumplimientos, a veces derivados de la ambigüedad de la propia norma. El último estudio que ha efectuado la confederación de consumidores Ceaccu identifica "algunas deficiencias relevantes". Todas ellas deberán quedar solucionadas cuando se apruebe, quizá en verano, el nuevo reglamento, esta vez de aplicación para toda Europa. Pero todavía se está negociando el articulado, que determinará la colocación de las etiquetas y la información que deberán contener. "Los consumidores estamos intentando que la información que se recoja en esas etiquetas sea fácil y que cumpla el principio de veracidad y evidencia científica, que la letra sea suficientemente grande y que esté en un lugar visible. Si no lo entienden es que no estará claro", resume Francisca Sauquillo, presidenta del Consejo de Consumidores y Usuarios, donde se agrupan las grandes organizaciones que trabajan en este terreno.
Pero muchos de los productos que encontramos en las tiendas ya cuentan con esa etiqueta nutricional que aún no es obligatoria, donde se indica el porcentaje de grasas, azúcares y sal. "La industria va por delante de los gobiernos. Quizá por eso será más difícil que ahora modifiquen algunas de las informaciones que no son del todo claras", dice Yolanda Quintana, de Ceaccu.
Hay otros aspectos importantes que se están perfilando en las negociaciones entre la industria, los consumidores, los Estados miembros y en el Parlamento Europeo sobre la información obligatoria y nutricional.
¿Dónde? El proyecto habla de que la información obligatoria deberá colocarse "en el mismo campo visual", pero no determina si debe ser en la parte frontal del paquete o en alguno de sus lados. España defiende que no sea en el frontal, sino que toda la información vaya en un lado, porque de haber optado por el frontal se perdería información que luego podría ir en otro sitio. Ceaccu encuentra, en esta posible ventaja, el siguiente inconveniente: "Eso dejará el frontal del producto libre para que las empresas coloquen ahí cualquier otra información voluntaria y de menor relevancia para el consumidor", dice resignada Yolanda Quintana. Y, en cualquier caso, la organización mantiene su exigencia de que la denominación del producto aparezca en el frontal.
¿Cuánto? La cantidad de energía y nutrientes, como sal y azúcares, se expresará por 100 gramos o mililitros, según está redactada actualmente la propuesta. Y también se recoge que, adicionalmente, puedan expresarse esas cantidades por porción, siempre que se especifiquen las porciones que contiene el envase. "Pero no se dice que la sal no debe denominarse sodio, algo que consideramos fundamental para que el consumidor no se llame a engaño. Y sobre las porciones, no lo damos por perdido, pero previamente, los Estados deberían regular el tamaño de esas porciones y cómo se comunican al consumidor", dicen en Ceaccu.
¿Cómo? El tamaño de la letra usada para la información obligatoria nutricional -una de las causas principales de descontento de los consumidores- deberá ser como mínimo de tres milímetros y "con un contraste considerable entre el texto impreso y el fondo", dice el borrador. "No parece que esto vaya a prosperar", lamenta Quintana. "España es el único país que sigue defendiéndolo, y la industria está en contra". De hecho, aunque el proyecto global ha de pasar muchas votaciones, en alguna esto ya se ha rechazado.
La postura española en estas negociaciones prima la utilidad para el consumidor de lo que lea en la etiqueta por encima de una información excesivamente exhaustiva. "No se trata de meter toda la información bioquímica, sino aquélla que al consumidor le permita decidirse por la compra del producto, o rechazarlo. Una etiqueta muy amplia obligaría a una letra más pequeña, y todo ello puede disuadir al comprador de leer el contenido nutricional", afirma Etelvina Andreu, directora general de Consumo del Ministerio de Sanidad.
España está por la letra de tres milímetros y por informar al consumidor sin saturarlo. Por ejemplo, entre las prioridades de la delegación española en Europa figura la identificación del origen de las grasas, animales o vegetales; que se sepa si hay grasas trans y su proporción y una buena información proteica.
"Los reglamentos exigen largas y costosas negociaciones porque son de aplicación inmediata en todos los países, y aún estamos corrigiendo incoherencias en la legislación que existen entre países o incluso en un mismo país". Pero si finalmente se consiguiera un reglamento claro, Andreu piensa que habrá que formar al consumidor para que sepa lo que lee y, por tanto, lo que come. Pero también cree que el que hace la compra debe "fijarse más en la etiqueta". "Aún nos fijamos poco", reconoce.
Muy poco, pero es que las etiquetas tampoco lo ponen fácil. El decreto español fija tres informaciones obligatorias: denominación del producto, ingredientes y fecha de caducidad. Pues ni eso es claro a veces. Ceaccu ha efectuado un estudio sobre 56 productos habituales en supermercados y ha encontrado deficiencias.
En primera lugar, en la denominación del producto. En el envase ha de quedar claro de qué se trata, si es leche, poner leche, si zumo, zumo. Pero no siempre ocurre. Hay preparados lácteos que pasan por leche y néctares o refrescos bien azucarados que se compran en la creencia errónea de que es un bondadoso zumo de frutas. "Eso ocurre porque la denominación del producto en algunos casos o no aparece o está muy escondida", critica Yolanda Quintana, de Ceaccu. Lo han detectado en algunas marcas, como Esencial Fruta Solán de Cabras, Simon Life o en Natur Fibra (que es un preparado lácteo) o Bugles 3Ds de Matutano.
Los ingredientes han de aparecer "claramente legibles e indelebles". "¿Y quién determina lo que es legible?", se pregunta Quintana. Las miniaturas de letras que utilizan algunos productos, por no hablar de aquellos que imprimen en plástico arrugado y transparente, hace imposible la lectura de los ingredientes en algunos casos. Ceaccu ha observado letra demasiado pequeña en marcas como las barritas de cereales Kellogs o el Cola Cao Complet. O la tinta dorada que usan para rotular el jamón cocido de Hipercor.
Sobre los ingredientes, simplemente se exige que se enumeren (el primero que aparece es el más abundante y siguen en orden decreciente de peso). Esta información lleva años así, pero muchos consumidores aún lo desconocen.
La fecha de caducidad es en lo que más se fija el ciudadano. Pero a veces hay que detenerse mucho, porque no todos los envases utilizan el mismo sistema.
La experta en Derecho del Consumo Alicia De León cree que un buen sistema, que ahora está de moda, es la información por medio de símbolos, por ejemplo el semáforo que se usa para explicar si hay mucha poca o nada de sal. "La información simbólica está bien, pero siempre que se complemente con la lista de ingredientes y su proporción". Desde Ceaccu rechazan ciertos símbolos porque creen que tras ellos se esconde la picaresca. El semáforo tampoco ha salido bien parado en los primeros filtros de esta negociación.
Lecturas de supermercado
En España hay un decreto que declara tres informaciones obligatorias en todos los productos alimentarios envasados:
- Denominación del producto. Ha de decirse de qué se trata, si es yogur, leche, galletas. Parece obvio, pero en ocasiones esta información se camufla con rocambolescas denominaciones o se esconde en un rincón el producto en cuestión.
- Ingredientes. Deben aparecer en orden de peso. El más abundante irá el primero y así sucesivamente. Además, si hay algún ingrediente destacado en la información al consumidor habrá de determinarse su proporción. Si es yogur con fresas, especificar cuánta cantidad de fresas.
- Fecha de caducidad. Debe ser una información legible, pero el consumidor se encuentra en ocasiones con números punteados de difícil lectura, que no siempre van separados entre sí. A veces incluso hay que dar la vuelta al huevo entero y no se es capaz de discernir hasta dónde llega la caducidad y dónde empieza el código del lote.
sábado, 15 de febrero de 2014
viernes, 14 de febrero de 2014
La elección de un líder...
jueves, 13 de febrero de 2014
Aprender a leer y escribir deja huella...
Aprender a leer y escribir deja huella en el cerebro
Unos experimentos muestran la modulación de la actividad mental en personas analfabetas y alfabetizadas
La alfabetización, la capacidad de leer y escribir, es algo muy reciente en la historia del ser humano, por lo que el cerebro debió recurrir a lo que ya tenía para hacer frente a esta nueva e importante actividad mental y no habría desarrollado mecanismos nuevos, genéticos o de desarrollo, algo que exige bastante tiempo evolutivo, creen los científicos. Unos investigadores han hecho ahora unos experimentos curiosos para medir su huella en el cerebro, analizando con técnicas de resonancia funcional el cerebro de 63 voluntarios brasileños y portugueses: 11 analfabetos, 22 alfabetizados ya de adultos y 31 que aprendieron a leer y escribir de niños.
Han identificado así las regiones cerebrales moduladas en la alfabetización, que están en zonas ya conocidas por su especialización en el vocabulario y en el reconocimiento visual de caras. Además la alfabetización mejora las funciones del habla. Todavía no saben si estos cambios en la anatomía cerebral, esta especialización dedicada a leer y escribir, merman o no la capacidad, por ejemplo, de reconocer rostros.
Stanislas Dehaene (Universidad Paris-Sur) y sus colegas destacan en el informe de su investigación en la revista Science que no sólo se aprecian diferencias en el cerebro entre las personas analfabetas y alfabetizadas, sino que son notables también las diferencias en aquellos que aprendieron de adultos, lo que indica que la educación a edades tardías "puede refinar profundamente la organización de la corteza".
El experimento es interesante, además, porque parte de los sometidos a resonancia funcional son analfabetos, mientras que la inmensa mayoría de los sujetos sanos de ensayos de este tipo son voluntarios de entornos académicos. Durante las pruebas, los científicos presentaron a las 63 personas diferentes tareas de reconocimiento de rostros, problemas de cálculo y respuesta a frases oídas y leídas.
La alfabetización, ya sea adquirida en la infancia o en la edad adulta, refuerza la respuesta cerebral de varias maneras, explican Dehaene y sus colegas. Por un lado relanza la organización de la corteza visual, pero también permite que, en respuesta a frases escritas, se active toda la red del lenguaje hablado en el hemisferio izquierdo. "La capacidad de leer, una invención cultural tardía, se aproxima a la eficiencia de la vía de comunicación más evolucionada de la especie humana, que es el habla", explican en Science.
miércoles, 12 de febrero de 2014
martes, 11 de febrero de 2014
Escuelas de pensamiento...
Sócrates contestaba a las preguntas con otras preguntas. Chuck Norris responde a la violencia con violencia. ¿Son de la misma escuela?
@joseantoniogall
lunes, 10 de febrero de 2014
El legado de Tony Judt...
El legado de Tony Judt
Admirado tanto por su talla intelectual, como por su valiente respuesta a la enfermedad que le llevó a la muerte, el historiador defiende en un libro póstumo la necesidad de ser críticos con quienes nos gobiernan y mantiene que la disconformidad es la savia de la vida social
Quienes afirman que el fallo es del "sistema" o quienes ven misteriosas maniobras detrás de cada revés político tienen poco que enseñarnos. Pero la disposición al desacuerdo, el rechazo o la disconformidad -por irritante que pueda ser cuando se lleva a extremos- constituye la savia de una sociedad abierta. Necesitamos personas que hagan una virtud de oponerse a la opinión mayoritaria. Una democracia de consenso permanente no será una democracia durante mucho tiempo.
Es tentador hacer como todos: la vida en comunidad es mucho más sencilla cuando cada uno parece estar de acuerdo con los demás y la disconformidad es adormecida en aras de las convenciones del compromiso.
Las sociedades y las comunidades en que estas faltan o se han desintegrado no prosperan. Pero la conformidad tiene un precio. Un círculo cerrado de opiniones o ideas en el que nunca se permiten ni el descontento ni la oposición -o solo dentro de unos límites circunscritos y estilizados- pierde la capacidad de responder con energía e imaginación a los nuevos desafíos.
Estados Unidos es un país fundado sobre comunidades pequeñas. Como puede atestiguar cualquiera que haya vivido durante algún tiempo en uno de esos lugares, el instinto natural siempre es imponer una uniformidad normativa al comportamiento público de sus miembros. En Estados Unidos, esta disposición en parte es contrarrestada por la predisposición individualista de los primeros colonos y por la protección constitucional que otorgaron a la disconformidad individual y minoritaria. Pero este equilibrio, observado por Alexis de Tocqueville entre muchos otros, hace tiempo que se ha inclinado hacia la conformidad. Las personas siguen siendo libres de decir lo que quieran, pero si sus opiniones contradicen las de la mayoría, son marginadas de la sociedad. Como mínimo, el impacto de sus palabras es silenciado.
Gran Bretaña solía ser diferente: una monarquía tradicional gobernada por una élite hereditaria que mantenía su control del poder permitiendo e incluso incorporando la disconformidad y anunciando su tolerancia como una virtud. Pero el país se ha hecho menos elitista y más populista; la vena no conformista en la vida pública ha sufrido una descalificación constante -como Tocqueville habría previsto-. Actualmente, el desacuerdo enérgico con la opinión generalmente aceptada sobre cualquier cosa, desde la corrección política hasta los tipos impositivos, es casi tan poco frecuente en el Reino Unido como en Estados Unidos.
Hay muchas fuentes de disconformidad. En las sociedades religiosas, particularmente en aquellas que tienen un credo establecido -catolicismo, anglicanismo, islamismo, judaísmo-, las tradiciones de disconformidad más efectivas y duraderas están enraizadas en diferencias teológicas: no es casualidad que el Partido Laborista británico naciera en 1906 de una coalición de organizaciones y movimientos en la que las congregaciones no conformistas tuvieron gran protagonismo.
Las diferencias de clase también son un terreno abonado para la disconformidad. En las sociedades divididas en clases (o, en algunos casos, en las comunidades organizadas en castas), los que están abajo suelen tener una fuerte motivación para oponerse a su condición y, por extensión, a la organización social que la perpetúa.
En décadas más recientes, la disconformidad ha estado estrechamente relacionada con los intelectuales: un tipo de persona que primero se identificó con las protestas de finales del siglo XIX contra el abuso de poder por parte del Estado, pero que en nuestro tiempo es más conocido por hablar y escribir a contrapelo de la opinión pública.
Por desgracia, los intelectuales contemporáneos han mostrado muy poco interés en aspectos clave de la política pública, mientras que han intervenido o protestado sobre temas definidos éticamente en los que las opciones parecen más claras. Esto ha dejado los debates sobre la forma en que debemos gobernarnos en manos de especialistas políticos y think tanks, en los que rara vez tienen cabida opiniones no convencionales y el público queda prácticamente excluido.
El problema no es si estamos de acuerdo o no con un acto legislativo determinado, sino la forma en que debatimos nuestros intereses comunes. Por tomar un ejemplo evidente (por ser muy conocido): en Estados Unidos, a cualquier conversación sobre el tema del gasto público y las ventajas o desventajas de un papel activo del Gobierno enseguida se le aplican dos cláusulas de exclusión. De acuerdo con la primera, todos estamos a favor de que los impuestos sean tan bajos como sea posible y de que el Gobierno se entrometa lo mínimo en nuestros asuntos. La segunda -en realidad, una variación demagógica de la primera- afirma que nadie quiere que el "socialismo" sustituya nuestra forma de vida y de gobierno tradicional y eficiente.
A los europeos les gusta creerse menos conformistas que los estadounidenses. Les hacen sonreír los corrales religiosos a los que se retiran tantos ciudadanos estadounidenses, renunciando así a la independencia mental para adoptar el lenguaje del grupo. Señalan las consecuencias perversas de los referendos locales en California, donde unas iniciativas legislativas populares bien financiadas han destruido la base fiscal de la séptima economía mundial.
Sin embargo, en un reciente referéndum en Suiza se prohibió la construcción de minaretes en un país en el que solo hay cuatro y donde casi todos los residentes musulmanes son refugiados bosnios laicos.
Y los británicos han aceptado sumisamente todo, desde las cámaras de televisión de circuito cerrado hasta la vigilancia más invasora de la intimidad, en lo que ahora es la democracia más autoritaria y "sobreinformada" del mundo. En muchos aspectos, la Europa actual es mejor que los Estados Unidos contemporáneos, pero está lejos de ser perfecta.
Hasta los intelectuales han doblado la rodilla. La guerra de Irak vio cómo la gran mayoría de los comentaristas británicos y estadounidenses abandonaban toda apariencia de pensamiento independiente y se alineaban con el Gobierno. La crítica al ejército y a quienes ostentan la autoridad política -que siempre es más difícil en tiempo de guerra- se marginó y se trató casi como si fuera una traición. Los intelectuales de la Europa continental tuvieron más libertad para oponerse a la precipitada campaña, pero solo porque sus propios líderes eran ambivalentes y sus sociedades estaban divididas. (...)
Pero, al menos, la guerra, como el racismo, ofrece opciones morales claras. Incluso hoy, la mayoría de la gente sabe lo que piensa acerca de una acción militar o de los prejuicios raciales. Pero en el ámbito de la política económica, los ciudadanos de las democracias contemporáneas nos hemos vuelto demasiado modestos. Se nos ha aconsejado que dejemos esas cuestiones a los expertos: la economía y sus implicaciones políticas están mucho más allá del entendimiento del hombre o la mujer corrientes, de lo que se encarga el lenguaje cada vez más arcano y matemático de la disciplina.
No es probable que muchos "legos en la materia" se opongan al ministro de Economía o a sus asesores. Si lo hicieran, se les diría -como un sacerdote medieval podría haber aconsejado a su grey- que son cosas que no les incumben. La liturgia debe celebrarse en una lengua oscura, que solo sea accesible para los iniciados. Para todos los demás, basta la fe.
Pero la fe no ha bastado. Los emperadores de la política económica en Gran Bretaña y Estados Unidos, por no mencionar a sus acólitos y admiradores del resto del mundo desde Tallin hasta Tiflis, están desnudos. No obstante, como la mayoría de los observadores comparten desde hace mucho sus gustos sartoriales, no están en condiciones de decir nada. Tenemos que volver a aprender cómo criticar a quienes nos gobiernan. Pero para hacerlo con credibilidad hemos de librarnos del círculo de conformidad en el que tanto ellos como nosotros estamos atrapados.
La liberación es un acto de la voluntad. No podemos reconstruir nuestra lamentable conversación pública -lo mismo que nuestras ruinosas infraestructuras físicas- si no estamos lo bastante indignados por nuestra condición presente. Ningún Estado democrático debería poder lanzar una guerra ilegal sustentada en una mentira deliberada y no tener que responder de ello. El silencio que rodea la vergonzosa respuesta de la Administración Bush al huracán Katrina delata un cinismo deprimente hacia las responsabilidades y competencias del Estado: en realidad, esperamos que Washington no esté a la altura. La reciente decisión del Tribunal Supremo estadounidense de permitir el gasto ilimitado de las empresas en los candidatos electorales -y el escándalo de las "dietas" en el Parlamento británico- ilustra el papel incontrolado del dinero en la política actual. (...)
Entretanto, la vertiginosa pérdida de apoyo del presidente Obama, en gran medida debida a su torpe defensa de la reforma sanitaria, ha contribuido más todavía a la desafección de la nueva generación. Sería fácil retirarse en un hastío escéptico ante la incompetencia (y peor) de aquellos que actualmente tienen encomendado gobernarnos.
Pero si dejamos el desafío de la renovación política radical a la clase política existente -a los Blairs, Browns, Sarkozys, Clintons y Bushes y (me temo) Obamas-, solo acabaremos más decepcionados.
La disconformidad y la disidencia son sobre todo obra de los jóvenes. No es casual que los hombres y mujeres que iniciaron la Revolución Francesa, lo mismo que los reformadores y planificadores del new deal y de la Europa de la posguerra, fueran bastante más jóvenes que los que los precedieron. Ante un problema, es más probable que los jóvenes lo afronten y exijan su solución, en vez de resignarse. Pero también tienen más probabilidades que sus mayores de caer en el apoliticismo: como la política está tan degradada, debemos desentendernos de ella. (...)
Por consiguiente, lo primero que se le ocurre a un joven que quiere "comprometerse" es afiliarse a Amnistía Internacional o a Greenpeace, o a Human Rights Watch o a Médicos Sin Fronteras. El impulso moral es irreprochable. Pero las repúblicas y las democracias solo existen en virtud del compromiso de sus ciudadanos en la gestión de los asuntos públicos.
Si los ciudadanos activos o preocupados renuncian a la política, están abandonando su sociedad a sus funcionarios más mediocres y venales. La Cámara de los Comunes británica ofrece actualmente un espectáculo penoso: un reducto de enchufados, subordinados serviles y pelotas profesionales -al menos, tan lamentable como en 1832, la última vez que fue asaltada y sus "representantes" expulsados de su sinecura-. El Senado estadounidense, en el pasado un bastión del republicanismo constitucional, se ha convertido en una parodia pretenciosa y disfuncional de su carácter original. La Asamblea Nacional francesa ni siquiera aspira al visto bueno del presidente del país, que la soslaya cuando quiere.
Durante el largo siglo del liberalismo constitucional, de Gladstone a Lyndon B. Johnson, las democracias occidentales estuvieron dirigidas por hombres de talla superior. Con independencia de sus afinidades políticas, Léon Blum y Winston Churchill, Luigi Einaudi y Willy Brandt, David Lloyd George y Franklin Roosevelt representaban una clase política profundamente sensible a sus responsabilidades morales y sociales. Es discutible si fueron las circunstancias las que produjeron a los políticos o si la cultura de la época condujo a hombres de este calibre a dedicarse a la política. Políticamente, la nuestra es una época de pigmeos.
Sin embargo, es todo lo que tenemos. Las elecciones al Parlamento, al Senado y a la Asamblea Nacional siguen siendo nuestro único medio de convertir la opinión pública en acción colectiva dentro de la ley. Así que los jóvenes no deben perder la fe en nuestras instituciones públicas. (...)
El fracaso democrático trasciende las fronteras nacionales. El vergonzoso fiasco de la Cumbre del Clima de Copenhague en diciembre de 2009 ya se está traduciendo en cinismo y desesperanza entre los jóvenes: ¿qué va a ser de ellos si no nos tomamos en serio las implicaciones del calentamiento global? El desastre sanitario en Estados Unidos y la crisis financiera han acentuado la sensación de impotencia incluso entre los votantes con mejor voluntad. Hemos de actuar guiándonos por nuestra intuición de una catástrofe inminente. (...)
La mayoría de los críticos de nuestra condición presente comienzan con las instituciones. Dirigen su atención a los parlamentos, los senados, los presidentes, las elecciones y los grupos de presión, y señalan las formas en que se han degradado o han abusado de la autoridad que se les ha confiado. Cualquier reforma, concluyen, debe comenzar ahí. Necesitamos leyes nuevas, sistemas electorales distintos, restricciones a los grupos de presión y a la financiación de los partidos; debemos dar más (o menos) autoridad al ejecutivo y hallar la forma de que las autoridades, elegidas o no, escuchen y respondan a quienes son su base y les paga: nosotros.
Algo va mal , de Tony Judt. Ediciones Taurus, 19 euros. (En catalán en La Magrana, 20 euros).
domingo, 9 de febrero de 2014
sábado, 8 de febrero de 2014
¿Tristeza?
Al final, la palabra tristeza sólo es un sinónimo de insuficiente cafeína.
Wally, en Dilbert
viernes, 7 de febrero de 2014
Qué queda de Vietnam, en Vietnam...
Qué queda de Vietnam, en Vietnam
Recorrido por la Zona Desmilitarizada y túneles de Vinh Moc desde la antigua capital, Hué, que conecta el esplendor imperial con el belicoso y contemporáneo pasado del país del oro blanco
El reloj no alcanza todavía los dos dígitos y el calor de la mañana ya es insoportable. La Carretera Nacional 1, que une Hue y Dong Há resulta sudorosa e insufrible desde la cuneta, a causa de un inoportuno pinchazo. El tedio se alivia caminando unos metros, hasta el maltratado asfalto de un paso elevado. Justo en frente, la castigada estructura de un viejo puente de hierro oxidado sobrevive en pie sobre las aguas de un río color chocolate; se revela premonitoria.
Desde Hue, esplendorosa capital vietnamita en tiempos imperiales, parten la mayoría de tours organizados que recorren la llamada Demilitarised Zone (DMZ). Una franja teóricamente desmilitarizada de 5 kilómetros de ancho a ambos lados del río Ben Hai (frontera entre las dos Vietnams desde 1954), que paradójicamente concentró lo más crudo de tan mediático enfrentamiento bélico.
Helicópteros sobre los arrozales
Recorrer los vestigios de la guerra de Vietnam sobre el terreno confiere otra perspectiva al viajero. Bien a bordo de un autobús en dirección a Vinh Moc, bien recorriendo las salas del Museo de la Guerra en Ciudad Ho Chi Minh, la antigua Saigón, el discurso corresponde al de la otra cara del conflicto: vietnamitas que, en algunos casos, lo sufrieron personalmente.
En primera persona y un inglés de marcado acento local, el relato del guía habla de helicópteros volando bajo sobre los arrozales, interrogatorios imposibles, campesinos que no entienden y huyen despavoridos bajo el ensordecedor ruido de las hélices y erróneas deducciones de soldados armados que ven al Vietcong donde solo hay granjeros (y niños) asustados.
La vida bajo tierra
Vinh Moc, al norte de la DMZ, fue uno de los lugares más bombardeados del planeta entre 1966 y 1972: se cifra en nueve mil toneladas de proyectiles la actividad militar estadounidense desde el cielo. Para evitar el despoblamiento de la zona, el Vietcong inició la excavación de una red de túneles en la que la vida continuó bajo tierra, en todos los sentidos: hasta se registraron 17 nacimientos en la habilitada sala de partos.
El sistema de túneles, con tres niveles de profundidad (12, 15 y 23 metros), alcanzó casi los tres kilómetros de recorrido. Alojó tanto a soldados norvietnamitas como a familias campesinas y contaba con doce bocas de salidas, siete de las cuales daban a las cercanas playas del Mar de la China.
Los túneles permanecen prácticamente intactos (tan solo se han apuntalado algunas salidas hacia el mar) y permanecen escuetamente iluminados, como antaño. Se pueden recorrer en visitas guiadas y resultan menos claustrofóbicos (tienen más de metro y medio de alto) que los de Cu Chi, al norte de Saigón, retocados para acoger al mayor número de turistas posible. Para no perderse, desde la nacional 1A hay que girar a la derecha en la aldea Ho Xa, unos seis kilómetros después de haber cruzado el Ben Hai.
Ruta Ho Chi Minh
La DMZ fue un muro de contención estadounidense contra las incursiones norvietnamitas que transportaban suministros y provisiones hacia el sur, para garantizar el avance hacia Saigón. En las montañas del Truong Son, cerca de la frontera con Laos, la Ruta Ho Chi Minh truncó tal objetivo. El cementerio de Truong Son recuerda especialmente a los miembros del batallón Mayo de 1959, responsable de trazar y mantener abierta esta hoy legendaria ruta. De hecho, el camposanto ocupa el mismo terreno donde se hallaba la base de este escuadrón.
El Ho Chi Minh Trail no era, en realidad, un camino único, sino una red de senderos que recorrían las montañas occidentales de Vietnam. Obligó a los americanos a multiplicar sus puestos de vigilancia y artillería a fin de evitar lo que se demostró inevitable. Poco queda de ellos, caso de The Rockpile (Highway 9, km.26, al oeste de Dong Há), colina incluida en los recorridos turísticos que puede pasar desapercibida cuando se viaja sin guía.
Hacia el sur por la Ho Chi Minh Highway, en las inmediaciones de A Luoi, se encuentra Hamburguer Hill (o monte Ap Bia), escenario de una de las más costosas operaciones americanas de Search and destroy: casi 250 soldados muertos en menos de una semana. La Colina de la Hamburguesa, abandonada como objetivo militar poco después, se mantiene como símbolo de la cara más cruenta (e inútil) de la guerra de Vietnam.
La batalla de Khe Sanh
Entre los highlights que destacan los tours por la DMZ, la base americana de Khe Sanh ocupa un lugar preferente. Hay motivo histórico: sufrió el asedio más brutal de la guerra, con miles de marines rodeados literalmente por el ejército norvietnamita (el abastecimiento llegaba por vía aérea) y una trágica suma de fallecidos por ambos bandos. Pero además, hay cosas que ver.
Un pequeño y frío museo (a pesar del clima exterior) recuerda los combates que se vivieron en esta explanada verde encajonada entre colinas y cafetales, en enero de 1968. Ahora impresiona, sobre todo, el silencio reinante. Entre fotos aquí y allá, fusiles y viejas ametralladoras, el escueto recorrido de la exposición acumula también objetos y restos de vieja indumentaria militar. Quizá sin esa intención, el libro de visitas que recoge las impresiones de veteranos de guerra (estadounidenses) que han regresado años después también se ha convertido en reclamo del museo.
Fuera, todavía se atisba lo que queda de la antigua pista de aterrizaje, se han levantado una par de recreaciones de los búnkeres que encajaban cañonazos entonces, así como destartalados restos de la maquinaria de guerra americana: helicópteros, tanques, bombas de todos los tamaños y hasta el retorcido fuselaje de un avión de combate que se estampó contra el suelo.
jueves, 6 de febrero de 2014
miércoles, 5 de febrero de 2014
Los componentes mágicos de una buena relación...
martes, 4 de febrero de 2014
Jane Eyre: 164 años y en plena forma...
Jane Eyre: 164 años y en plena forma
Entre 1910 y 1996 se han estrenado quince versiones cinematográficas de 'Jane Eyre', de Charlotte Bronte.- Cary Fukunaga estrena otra adaptación, con una protagonista más dura
Seguro que si a Charlotte Bronte le hubieran asegurado a mitad del siglo XIX que su nombre seguiría apareciendo en los carteles bien entrado el siglo XXI, la escritora se habría echado a reír o llamado a las autoridades. Pero la cuestión es que Bronte, como Jane Austen, ha obrado el milagro y no pasa mucho tiempo entre que alguien decide que sería interesante adaptar Jane Eyre (su novela más célebre) a la gran pantalla y que otro/a decide hacer lo mismo inmediatamente después. Los hechos son los que siguen: entre 1910 y 1996 se han estrenado quince Jane Eyre (y eso sin contar una maraña de adaptaciones televisivas) a un intervalo de cinco años entre película y película: unas cifras solo al alcance de los elegidos.
Sin embargo, en los últimos quince años la cosa se ha parado y, excepto dos producciones para la televisión, la díscola Eyre no había vuelto a visitar la gran pantalla. La espera -como era de prever- ha finalizado abruptamente con una sorprendente versión a cargo de Cary Fukunaga, que a sus 33 años ha convertido a la criatura de Bronte en una tipa dura y sin manías a la que es imposible doblegar. Todd McCarthy, crítico de The Hollywood Reporter, llegaba a comparar la adaptación de Fukunaga con Valor de ley, el wéstern de los hermanos Coen. McCarthy equiparaba el carácter indomable de las heroínas de ambas películas y la modernidad de su planteamiento vital, superando las inclemencias de la época para acabar convertidas en iconos de la resistencia contra la intolerancia.
La Jane Eyre de 2011 es más dura que las anteriores y menos dispuesta a que la sermoneen y aunque el propósito de la obra se mantiene intacto es -probablemente- la traslación más osada desde que en 1910 Theodore Marston la llevara al cine por primera vez. Por sus brazos han pasado desde Susannah York a Orson Welles y de Franco Zeffirelli a William Hurt, pero el público parece demandar más y la obra resiste el paso del tiempo con la fortaleza de un peñón.
Un clásico
Charles McGrath afirmaba en The New York Times que el único secreto de la longevidad (con trazos de inmortalidad) de la novela de Bronte es su condición de clásico. Parece una obviedad pero los personajes que la escritora sacó de su chistera siguen siendo relevantes y sus lecciones perfectamente aplicables a la sociedad moderna. McGrath concedía ese mismo honor a Orgullo y prejuicio, la obra de Jane Austen, que se sitúa inmediatamente después de Jane Eyre en cuanto a número de adaptaciones y que goza de la misma invulnerabilidad a la vejez que su (casi) coetánea.
El carácter de sus protagonistas femeninas y el hecho de que resulten tan sumamente atractivas en su rebeldía ha ayudado a mantener el aura de culto que convence a los mandamases a poner el dinero una y otra vez en la misma película. La empatía que despiertan las desventuras de Jane y Elizabeth Bennet (protagonistas de Orgullo y prejuicio) entre el público femenino es otra de esas cosas que hacen que la rueda siga girando y es que, aunque algunas cosas cambien con el paso del tiempo, hay otras que no cambian nunca. Parece que la Inglaterra del siglo XIX sigue resultando igual de atractiva (y extrapolable) que cuando Jane, Rochester o las hermanas Bennet se paseaban por sus -ficticios- parajes, hace una eternidad. De momento, Elton John va a producir una adaptación de Orgullo y prejuicio llamada Pride and Predator, en la que la trama de la novela se ve complementada con la llegada al barrio de un extraterrestre con ganas de guerra (no, no es broma). En cuanto a Jane Eyre, en 2016, por aquello de seguir el patrón, deberíamos tener otra entrega. De momento el contador vuelve a estar a cero.
Fragmentos de algunas versiones
-1996, de Franco Zeffirelli, con Anna Paquin, Charlotte Gainsbourg.
-1944, adaptada por Robert Stevenson.
-En 1934 la llevó al cine Christy Cabanne.
lunes, 3 de febrero de 2014
La pasión por fotografiar a las mujeres... 00
La pasión por fotografiar a las mujeres
Guapas y libres. Así eran las mujeres que retrató el fotógrafo neoyorquino Winogrand. En la década de las revoluciones, los años sesenta, ellas hacían notar su presencia sintiendo por primera vez la importancia de su sexo. La serie 'Las mujeres son bellas' es un valioso documento para comprender una época.
"Cuando veo una mujer atractiva, hago lo que mejor sé hacer, fotografiarla". Garry Winogrand (1928-1984), uno de los grandes fotógrafos estadounidenses, era así, directo y sincero. El "príncipe de las calles", como le apodaron sus colegas, huyó de los estudios, de los flases, de escenarios fabricados, y eligió el contacto directo con la realidad. Su serie de retratos agrupados en la serie Women are beautiful (Las mujeres son bellas) es un testimonio directo de aquellas americanas que rompieron con los corsés y desafiaron al mundo en la década de los sesenta.
Nació y creció en el Bronx neoyorquino, se enroló fugazmente en el ejército y estudió arte en la Universidad de Columbia, pero todo pasó a un segundo plano cuando un amigo le mostró un cuarto oscuro. Fue su primera experiencia en el proceso de la fotografía. Un descubrimiento. "Nunca volví a pintar", diría después.
Transformado en un compulsivo reportero -influido por Walker Evans y sus retratos de la América profunda-, fotografiaba "las cosas para ver a qué se parecen cuando han sido fotografiadas". Expuso en tres ocasiones en el Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York, consiguió dos becas del Guggenheim y fue un excelente profesor en el Instituto de Diseño de Chicago y en la Universidad de Tejas.
En 1950, las revistas ilustradas lo invadían todo. El mercado de la posguerra demandaba fotorreporteros y la generación de Winogrand, lejos de la imagen del fotógrafo de acción y aventurero, perseguía la autenticidad. Una buena muestra es la serie de mujeres de Winogrand, propiedad de la coleccionista Lola Garrido, que por primera vez se exhibe completa en Barcelona, en la Fundación Colectania. "Inge Morath [fotógrafa y esposa del escritor Henry Miller] me aconsejó comprarla. El portfolio de 85 fotografías salió a la venta en 1984 en San Francisco; es el trabajo de muchos años por las calles de varias ciudades, Nueva York, San Francisco, Aspen... Winogrand supo retratar lo que significó el cambio de actitud de la mujer", afirma.
Las mujeres que inmortalizó Winogrand transmiten alegría de vivir, reflejan el cambio de hábitos de una sociedad a la que se incorporaron sin complejos. Ellas se convirtieron en protagonistas. Se manifestaban con pancartas a favor del aborto, lanzaban sus sujetadores a la basura, cortaron sus faldas y trabajaron en oficios hasta entonces considerados solo de hombres. En los años de la guerra fría, una nueva generación pedía paso. John F. Kennedy llegaba a la presidencia de Estados Unidos como la gran esperanza; I want to hold your hand, de Los Beatles, escalaba el primer puesto de las listas americanas; las mujeres se enrolaban en el movimiento feminista, mostraban su cuerpo sin inhibiciones, paladeaban su libertad. Winogrand atrapó aquel goce de una conquista. "No es un reportaje", dice Garrido, "son fotos hechas al azar. Para hacer esta serie disparó más de 15.000 imágenes. Buscaba el gesto y luego editaba las fotos". Women are beautiful apareció en 1975. No tuvo mucho éxito. Fotógrafos y críticos encontraron la obra desigual, pero se convirtió en un símbolo. De una época, de una revolución. Winogrand inició este trabajo en 1960, a las puertas de la guerra de Vietnam, que marcó a fuego a la sociedad norteamericana, y la publicó en 1975, cuando cayó la ciudad de Saigón.
"No sé si todas las mujeres de las fotos son bellas, pero sí que las mujeres son bellas en las fotos", escribió Garry Winogrand en el prólogo de su libro. Aquellas guapas mujeres anónimas ni siquiera se fijaban en un hombre con una Leica de gran angular preenfocado que tomaba fotos sin mirar por el visor, sin encuadrar. Winogrand observaba, divisaba una chica guapa con buenos pechos y disparaba. Mujeres en las avenidas neoyorquinas, riendo, sonriendo, tumbadas, con una pierna levantada, en gestos que hasta entonces nunca habían sido reflejados. "Es uno de los fotógrafos que más han hecho por la liberación de la mujer", asegura Lola Garrido. "El primero que retrató a las mujeres como son de verdad".
John Szarkowski, el primer director del departamento de fotografía del MOMA, llamaba a Garry Winogrand "el principal de su época". Junto a Diane Arbus y Lee Friedlander encabezó una nueva generación de fotógrafos que pretendieron no reformar la vida, sino conocerla. O, como decía el pintor Frank Stella, todo lo que hay que ver es lo que ves. Eso es lo que hacía Winogrand con un estilo de encuadres diagonales muy cercano al expresionismo abstracto.
Winogrand oscilaba entre el optimismo y la melancolía. Su primera mujer le acusaba de egocéntrico, exigente e insensible. Lo cierto es que vivía para la fotografía. "Sentí que era mi camino y me agarré a él. Lo necesito desesperadamente y nada me ha hecho nunca apartarme de la fotografía". 1975, cuando publicó Women are beautiful, fue un mal año para él. Dejó de fumar, engordó 15 kilos, y detectaron que algo no iba bien en su tiroides. Cuando murió, en 1984, dejó en su estudio más de 300.000 rollos de películas sin revelar, miles de fotos sin clasificar. Un final digno para su gran pasión.
La exposición 'Women are beautiful' se inaugura en la Fundación Foto Colectania (Julián Romea, 6. Barcelona), el próximo miércoles.
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