jueves, 31 de diciembre de 2020

Las otras esquinas de Manhattan... 00


Las otras esquinas de Manhattan

La fotorreportera Jessica Dimmock expone en Madrid 'La novena planta', una serie de fotografías en las que se cuenta la convivencia de veinte jóvenes yonquis en un apartamento de la Quinta Avenida

Una tarde de diciembre de 2004, la fotógrafa Jessica Dimmock (Nueva York, 1978) paseaba por Manhattan y disparaba tranquilamente su cámara sobre todo aquello que le llamaba la atención. Jim Diamond, un joven traficante de cocaína, se le acercó y le pidió que le hiciera unos retratos. Horas después, Diamond propuso mostrarle algo que le iba a fascinar. Le acompañó hasta un alto y estrecho edificio en la Quinta Avenida y aunque en el trayecto en ascensor hasta la novena planta fue advertida de lo que vería dentro la fotorreportera (colaboradora de The New York Times Magazine, HBO, The New Yorker, Newsweek, Rolling Stone...) aún recuerda el desasosiego que sintió ante lo que tenía delante: sobre un suelo lleno de basura un pequeño grupo se buscaba la vena mientras otros dormitaban. Todo era negro y marrón y la atmósfera era irrespirable, pero Jessica Dimmock quedó tan atrapada que sus visitas se repitieron durante tres años. El resultado de este viaje al infierno fue publicado en forma de libro y una exposición con la que ganó el Premio Inge Morath de Magnum y que ahora se puede ver en la Galería Cero de Madrid.

El apartamento y sus intentos de desalojo fueron noticia durante meses. Que en una de las zonas más exclusivas de Manhattan se hubiera instalado una veintena de jóvenes yonquis no era de recibo por el selecto vecindario. Otra cosa hubiera sido verlos en una de esas esquinas que HBO ha convertido en series gloriosas para la televisión, pero tenerlos en la parte alta de la ciudad era indigerible.

Muy morena, menuda y toda vestida de marrón, Dimmock recuerda que el inquilino titular del apartamento era un actor, Joe Smith, quien en los años setenta había sido muy popular en espectáculos en el Down-town. Cuando le empezaron a ir mal las cosas, alquiló una habitación a alguien que resultó ser un estafador y que convirtió el lugar en un coladero para gente que consumía y traficaba. Lo menos selecto de la ciudad desfilaba por allí a cualquier hora del día y de la noche. El apartamento se convirtió en un auténtico submundo con muchas historias dramáticas dentro.


Sin parar de trabajar

La cámara de Dimmock no paraba de trabajar. No sabe cuantas fotografías llegó a hacer. Consiguió ser admitida a cambio de no molestar. "Me confundía con el ambiente. También tenía buen cuidado de que mi presencia no resultara agresiva. Buscaba la discreción". Por ello, el proceso fue muy lento. El ambiente era como una noria, con muchos picos. De la euforia al hundimiento pasan muy rápido".

Curtida en incómodos reportajes, aunque confiesa que nunca cubriría una guerra porque opina que es más fácil para los reporteros masculinos, confiesa que lo suyo son las batallas que se libran entre cuatro paredes, los dramas individuales. En el apartamento de la Quinta Avenida hizo un seguimiento de todos los habitantes, pero para la exposición ha escogido dos historias: la pareja formada por Rachel y Dionn y la de Jesse. Ellos se habían conocido en el invierno de 2006 y poco después, Rachel quedó embarazada. Las peleas (palizas incluidas) por la droga se acrecentaron con el anuncio de la llegada del bebé. En las fotos se ven esos desencuentros, los momentos de remordimiento, sus intentos de recuperación el hospital, la llegada de su hija... La historia de Jesse muestra desde sus orígenes (familia de clase media alta) hasta su prostitución para conseguir drogas y sus vanos intentos de desintoxicación.

Las fotografías finales apuntan ambiguamente a la esperanza: metadona, vida en familia, un cierto relajo. "No he querido poner un punto final en ninguna de estas vidas. No sé cómo terminarán. Ninguno está bien. Es difícil que enderecen sus vidas, pero se que muchos lo intentan", remata Jessica Dimmock ante una fotografía de gran formato en la que se ve a Rachel con el embarazo bien avanzado, la jeringuilla a mano y una misteriosa sonrisa.

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