jueves, 10 de septiembre de 2009
Los últimos cartuchos...
Los últimos cartuchos de la nostalgia
La desaparición definitiva de las películas Polaroid cierra una página en la historia de la fotografía - Un movimiento espontáneo reclama su salvación
El ritual era sencillo: se apuntaba al objetivo, se disparaba apretando al botón y la película, acompañada por una ruidosa arcada, salía como una lengua negra de las tripas de la cámara. Luego, llegaban los 60 segundos de espera, que a veces resultaban eternos, en los que parecía brotar de la nada la imagen que había captado la Polaroid. Un momento que también se perderá en el tiempo.
En 2009 se enterrarán definitivamente los últimos cartuchos de una cámara que cambió el curso de la historia de la fotografía, del arte y de la vida cotidiana de millones de personas de todo el mundo. "Polaroid inventó la primera técnica que se saltaba el cuarto oscuro, ofrecía una imagen inmediata y totalmente documental", dice el artista Joan Fontcuberta, cuya obra ha estado estrechamente ligada a una técnica que supuso una revolución por dos motivos: "el aspecto lúdico de la cámara: es un juego de manos. Y por otro, la gran privacidad que permitió al hacer fotos únicas que nadie más tenía por qué ver".
Fue el capricho de una niña lo que en 1944 cambió el rumbo de la historia de la fotografía. La hija de Edwin Land, el creador de las cámaras Polaroid, se quejaba de que en verano tenía que esperar demasiados días para ver las fotografías de sus vacaciones. El invento no se hizo esperar. "Fue como si todo nuestro trabajo hasta entonces sólo hubiese sido una preparación para lograr el proceso de una fotografía seca en un solo paso", escribía Land.
El modelo más popular, la S-X 70, llegó en los setenta. En 1972 la revista Life le dedicaba una portada. El título: "La cámara mágica". El diseñador Charles Eames escribió, rodó y filmó una película de 11 minutos en los que se explicaba el sencillo uso del aparato. Los actores más populares la anunciaban, era una cámara alegre. Y hasta el Museo del Vaticano la utilizaba para mostrar sus trabajos de restauración en las estancias de Rafael, también era una cámara seria. En definitiva, era algo que nadie podía perderse. A mediados de la década ya se habían vendido más de seis millones. Sólo era el principio. En manos de Andy Warhol (que realizó miles de retratos con ella) se convertiría en otro icono pop.
Polaroid dejó de fabricar en 2007 su cámara instantánea ante el auge de las digitales. A partir de mediados de los años noventa las ventas millonarias de la empresa habían empezado a caer, hasta que en 2001 se declaró en bancarrota. En 2008 vino el anuncio del cierre de las fábricas de sus carretes. Ante la oleada de foros (de www.savepolaroid.com a páginas especiales en Facebook y otras redes sociales) que pedían salvar la vida de los cartuchos, la empresa dejó abierta la posibilidad de vender la licencia. Hace unas semanas presentó su nuevo producto: la impresora de revelado instantáneo de bolsillo PoGo.
Rafael Doctor, director del Museo de Arte Contemporánea de León (MUSAC) y destacado experto en fotografía, cree que el fin de la vieja Polaroid está enmarcado dentro de la desaparición de la fotografía analógica, reflejo de un mundo "en el que desaparece la magia del objeto cotidiano. Y supongo que la gente de mi generación, los que rondamos los cuarenta, no estábamos acostumbrados a enterrar algo tan cotidiano". Doctor también tuvo su Polaroid: "Con ella participábamos de la magia de la fotografía, la sorpresa de lo instantáneo, era un laboratorio en una pequeña caja". Como el cineasta Ivan Zulueta, que en una exposición en La Casa Encendida en 2005 reunía 2.000 de sus 10. 000 polaroids. El cineasta comparaba el efecto de la cámara con el del Súper 8. Trabajar sin pretensiones comerciales, rodando por rodar y fotografiando por fotografiar. Zulueta dijo entonces: "Aquella maquinita tenía unas posibilidades enormes. Sólo había que leer el prospecto: No haga esto que entonces pasará aquello. Yo lo hice todo".
Empujados por la filosofía de su creador, Polaroid fue además una empresa que desde el principio quiso acercar su invento al arte. "Hay tantas cosas que se podían hacer con una Polaroid, tantas posibilidades manuales", señala Barbara Hitchcock, una de las responsables de la Fundación Polaroid y autora del libro que sobre sus fondos publicó la editorial Taschen. Andy Warhol, Helmut Newton, Luciano Castelli, Robert Rauschenberg, Chuck Close, David Hockney, Walker Evans... decenas de artistas buscaron otras formas de expresión con sus polaroids. "Las manipulaban, las recortaban, las pintaban, eran capaces de inventarse mil maneras de trabajar con la película. Hace unas semanas en una conferencia en Nueva York, uno de nuestros grandes fotógrafos, Ralph Gibson, decía que hoy tenemos que hablar de fotografía y de fotografía digital porque la técnica es determinante. Quizá él es mayor, pero no le falta razón".
Hitchcock recuerda como Aaron Siskind, ya anciano, encontró en la Polaroid, la respuesta a sus ojos cansados: "veía mal, no podía enfocar con una cámara normal, y entonces descubrió la Polaroid, podía fotografiar casi sin ver, sin enfocar... es algo hermoso. ¿No?" Polaroid ha mantenido durante años un programa cultural que facilitaba material a escuelas y creadores. "Una filosofía ejemplar", dice Joan Fontcuberta. "Era un perfil de empresa que cuidaba sus productos. Yo empecé con una de bolsillo, en los ochenta, que hacía fotos tamaño cartera. Al manipularla los efectos eran muy interesantes. Luego trabajé con la Positive/Negative 55, que era en blanco y negro y de la que salía una copia en negativo y otra en positivo. Por aquellos años Polaroid había ganado la batalla de la patente instantánea a Kodak y con el dinero que ganaron empezaron a mover por todo el mundo las actividades de su Fundación. Trajeron a España su cámara gigante, que sacaba unas instantáneas de gran formato y con la que también pude trabajar". Para Fontcuberta el fin de la Polaroid forma parte del "darwinismo tecnológico". "Lo curioso fue que al acabar con esa magia alquímica del cuarto oscuro, la Polaroid ofrecía algo totalmente inmediato y documental. Era una imagen absolutamente carente de trampas y de trucos. Era una cámara capaz de dar el testimonio exacto de nuestra vida".
David Hockney logró con la cámara instantánea un diálogo con su propia pintura. Los mismos paisajes frente a frente. Andy Warhol (que también adoraba el juego de otra reliquia del pasado: el fotomatón) tomaba hasta 60 polaroids de sus modelos antes de retratarlos. Luego escogía cuatro de las instantáneas y las mandaba al laboratorio. De ellas se quedaba con una, la recortaba y la manipulaba, hasta, finalmente, ampliarla y serigrafiarla.
En los años setenta, Polaroid envió su popular S-X 70 y cajas y cajas de película gratis a una leyenda de la fotografía: Walker Evans. El fotógrafo que había retratado como nadie los rostros de la Gran Depresión ya era un hombre mayor, divorciado y de salud frágil. En sus manos, las pequeñas polaroids paseaban por un pastel mordido, un buzón o un pobre maniquí. Evans hizo una selección de 120 instantáneas para su libro Polaroids, un elocuente ejercicio de nostalgia documental que hoy representa el viaje sin retorno de un fotógrafo que, obsesionado con la perfección, prefirió despedirse con un guiño a la belleza de lo imperfecto.
- El País -
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