Las horas de niño son eternas. Las horas de hombre, en cambio, caen del cielo como la lluvia y no hay nada que pueda uno hacer para detenerlas. Las horas de viejo son aún más rápidas, te atraviesan a la velocidad de la luz. Se va un día en un pestañeo.- "Tokio ya no nos quiere" de Ray Loriga -
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