lunes, 22 de febrero de 2010

Bandera, orgullo y prejuicio



Bandera, orgullo y prejuicio

Cinco meses de Obama bastan para que la cultura pop recupere con fervor su icono favorito. Reivindicativos, reflexivos u oportunistas, la moda, el arte y la publicidad abrazan la iconografía estadounidense.

En 1984 se celebró en Dallas la convención republicana. Las protestas en la calle contra la Administración Reagan fueron tremendamente violentas y Gregory Lee Johnson, un estudiante de filiaciones maoístas, fue arrestado por quemar la bandera. Cinco años más tarde, un juez de la mayoría republicana absolvía a Johnson. “Si hay un principio de base en la Primera Enmienda es que el Gobierno no puede prohibir la expresión de una idea simplemente porque la sociedad encuentra esa idea en sí misma ofensiva o desagradable”, rezaba la sentencia. Tras 25 años y varias Administraciones republicanas, nadie ha logrado derogar esa sentencia y condenar la quema de la bandera, aunque algunos sí han logrado prenderle fuego a lo que representa. Tras la era neocon llega el momento de recoger las cenizas de las banderas de barras y estrellas y hacerse un biquini con ellas.

Durante la primera guerra de Iraq (hablar de esto ya es casi como hablar de las guerras púnicas), el entonces embajador estadounidense en nuestro país emitió un comunicado destinado a sus conciudadanos residentes en España. Se les pedía que en su indumentaria no hicieran demasiado obvio su origen, pero esa advertencia llegaba con medio siglo de desajuste sociocultural: en 1990, todo el mundo iba vestido como un ciudadano estadounidense. Casi 20 años después, tras el 11-S, el derrocamiento de Sadam Husein, el eje del mal, Guantánamo y el fin de la Administración Bush, las cosas pasaron a ser un poco distintas. “Veía a Green Day diciéndole al mundo que los americanos somos idiotas y sentía vergüenza ajena”, nos comentaba Brandon Flowers (The Killers) en 2006, en plena fiebre antineocon; “esta idea de que los estadounidenses debemos ir por Europa pidiendo perdón por lo que somos me parece ridícula”.



El mundo cambió, y los norteamericanos, tal vez desacostumbrados, se sorprendieron diciendo demasiadas veces lo siento. El cambio de paradigma no había sido sólo político; también era cultural y, por tanto, con consecuencias económicas. Para el profesor de la Universidad de Texas Richard Pells, autor de varios ensayos sobre la universalización de la cultura yanqui, “ésta jamás volverá a ser la preeminente. Y no debemos preocuparnos por eso. Tal vez estaremos mejor en un mundo multicultural”. Y si hay un icono de esa preeminencia, ése es su bandera. Después de que, en 2000, la diseñadora de moda francesa Catherine Malandrino y los holandeses Viktor & Rolf utilizaran las barras y estrellas como motivo principal en sus colecciones, llegó el apogeo del plan Cheney de dominación mundial, y no fue hasta el verano de 2008, con la vista puesta en los Juegos Olímpicos y las elecciones presidenciales, que el emblema tricolor volvió a asomarse como icono positivo, fuente de orgullo y de, sobre todo, inspiración estética. “Aunque mi bandera sea la japonesa y la británica sigue siendo, en términos de diseño, imbatible, debo decir que la más atractiva es la americana”, declaraba Rei Kawakubo, de Comme des Garçons, tras presentar una línea de bañadores que creó para Speedo y que lucieron los nadadores del equipo nacional norteamericano en Pekín. Converse relanzaba el modelo Chuck Taylor (el diseño es de John Varvatos) con el motivo de las barras y estrellas, Pamela Anderson aparecía en la portada de la revista Radar en compañía de un biquini con la bandera yanqui y Jennifer Aniston hacía lo propio con una corbata tricolor en la portada del GQ estadounidense. “La bandera ha sido y será siempre importante, forma parte del ADN de la marca”, comenta Giovanni Peracin, country manager para España y Portugal de Wrangler, otro icono del estilo de vida yanqui que en su nueva reencarnación se ha abandonado sin pudor a las barras y las estrellas. “Son los orígenes y la herencia de la firma. Es más, nuestra colección actual se llama Flag [bandera, en inglés]”. El mismo nombre que recibió el vestido de Malandrino consagrado a la enseña y cuya reedición arrasa, nueve años después, al precio de 450 dólares en su tienda online. Tommy Hilfiger, cuyo logo no es más que una conceptualización de la bandera, presenta hoy bañadores en rojo y azul, y el mundo se congratula de la cantidad de obras de arte inspiradas por Obama y la iconografía yanqui aparecidas desde que la posibilidad de su llegada a la Casa Blanca dejó de ser algo que sólo podía ocurrir en un guión de Aaron Sorkin.



“El valor de la bandera ha sido el valor de EE UU cultural (cine, música, intelectualidad, arte, deporte, ciencia) y político (poder, despotismo, libertad, opresión, potencia, agresión, paz, opulencia). Esta variedad de connotaciones es rica para cualquier artista porque ofrece un sinfín de posibilidades, y cualquier analogía que se busque con su uso se parodia en sí misma”, comenta el artista cubano-neoyorquino afincado en Barcelona Jorge Rodríguez Gerada, responsable de aquella enorme efigie de Obama construida con arena en la playa del Fòrum y del simpático diseño de la camiseta de Democrats Abroad Spain en las pasadas elecciones. Alana Moceri, presidenta de este ente, asesora política y bloguera, recuerda que tal acumulación de simbologías en un pedazo de tela resulta a la postre “algo muy emocional para nosotros (los norteamericanos)”.



- El País -

2 comentarios:

Albi :) dijo...

Hola, me gustaria saber donde puedo enocntrar esas Zapas All star GRACIAS!!

Charles Smith dijo...

Pues ni idea, lo más fácil es que vayas a una tienda física o a http://www.converse.es/ y preguntes por ellas...