miércoles, 29 de junio de 2011
Cuando la distorsión es arte...
Cuando la distorsión es arte
Una exposición recorre 25 años de creación alternativa a través de Sonic Youth
Kim Gordon, bajista, guitarrista y cantante del legendario grupo indie Sonic Youth, no siente especial nostalgia por el Nueva York de principios de los ochenta, cuando la banda explotó con la escena downtown de Manhattan, allá donde la ciudad perdió el nombre en una sucia sinfonía de arte, punk rock y decaimiento urbano. "La sentiría por un lugar bonito como California, no por aquel gris agujero de mierda", exclama la madrina de la nación alternativa con una de esas sonrisas suyas que, y la frase es del artista Raymond Pettibon, "te hacen sentir como un millón de pavos".
El caso es que esto no es California, pero lo intenta. Butlins es un resort turístico para hooligans y familias desestructuradas, donde los bungalós se suceden en calles llamadas Muelle del Atardecer o Paseo de los Cocoteros. Un par de veces al año, en temporada bajísima, este Malibú de cartón piedra sirve de sede al festival All Tomorrows Parties en Minehead, lluviosa localidad de la costa occidental inglesa. Y tan improbable escenario fue escogido recientemente por la banda para explicar las razones de Sensational fix: Sonic Youth, etc..., ambiciosa muestra que llegará en febrero al Centro de Arte Dos de Mayo en Móstoles.
La exposición no es sólo el típico recorrido por la historia de una banda que enfila su trigésimo aniversario de rock ruidista, guitarras desafinadas en Re y la inconfundible suma de voces de Gordon y los guitarristas Lee Ranaldo y Thuston Moore, uno de esos tipos que al dar la mano miran su propia mano. La clave está en el etcétera del título, que trata de retratar las circunstancias artísticas de un grupo que se mantiene milagrosamente inalterable desde el principio, no sólo en su formación (Steve Shelley, batería, completa el cuarteto primigenio) sino sobre todo en su apuesta por la creación contemporánea.
En el caso de Sonic Youth la etiqueta art rock trasciende al cliché. "Nos consideramos antes que nada artistas", explicará poco antes del concierto Lee Ranaldo, sentado en el sofá de escay de la cabaña contigua a la que comparten Gordon y Thurston Moore, uno de los matrimonios más estables del rock. "Hacemos música con un ojo puesto en la alta cultura. Jugamos con los conceptos, con la clase de emociones que surgen de la experiencia intelectual".
Su historia de éxito transcurre pareja a la de la escena que los alumbró y dio a conocer a algunos de los nombres más interesantes del último cuarto de siglo. Pesos de pesada cotización como Richard Prince, Tony Oursler, Mike Kelley o Dan Graham (todos, viejos amigos de la banda), forman parte de la nómina de 120 artistas presentes en una muestra que también trata sobre la amistad y fue armada por Roland Groenenboom, comisario holandés. "Muy pocos tienen el poder de Sonic Youth para lograr que artistas de esa talla presten obra", había explicado Groenenboom en el trayecto en coche que separa, por el lado equivocado de la carretera, el aeropuerto de Bristol del festival.
Un 20% de lo expuesto lo aportan los miembros del grupo entre obras propias y ajenas atesoradas a lo largo de los años. Hay fotografías de Richard Kern e instalaciones de Christian Marclay junto a collages del compulsivo coleccionista Thurston Moore, instalaciones de Lee Ranaldo y acuarelas de Kim Gordon. Del mismo modo democrático en que la banda funciona como una suma de individualidades que resulta mejor junta que por separado, sus miembros siempre han mantenido una identidad artística aparte, como en una cuadrilla de superhéroes. "No es fácil que tomen en serio tu trabajo cuando eres una cantante famosa", lamenta Gordon. "Creo que soy un mejor artista que músico. Ése es mi problema". O quizá lo sea la imposibilidad objetiva de destacar en dos disciplinas. Ni siquiera Michael Jordan pudo triunfar en el béisbol. "Es evidente que vienen a tus exposiciones porque conocen tu música", añade Ranaldo. "Aunque quiero creer que la creatividad surge independientemente del medio".
Como el hijo de alguien importante que renuncia a sus influencias por orgullo, la banda nunca ha empleado su proyección en beneficio propio. Es costumbre que las portadas de Sonic Youth corran a cargo de grandes del arte contemporáneo. De Gerhard Richter (la fotografía del esencial Daydream nation) a Raymond Pettibon (esos dibujos sin colorear del álbum Goo). El hábito ha hecho de sus discos un lugar de exposición privilegiado para artistas de medio mundo.
Acaso por esa razón, la muestra es un alarde de la influencia y el prestigio de Sonic Youth. "Lo que nos interesó es que retrata la faceta más underground del arte de los ochenta, que se ha convertido con el tiempo en la más relevante", opinará después Ferran Vanderbilt, director del Dos de Mayo, en un restaurante de Móstoles, destino final de una itinerancia que ha recalado en Francia, Italia, Suecia y Alemania.
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