sábado, 31 de agosto de 2013

Un hombre asombrado... y asombroso


Un hombre asombrado... y asombroso

He tardado 16 años en visitar la tumba de Cioran en el cementerio de Montparnasse. Aunque soy pasablemente fetichista y no me disgustan los cementerios, siempre que sea para estancias breves, las tumbas por las que siento más afición son las de ilustres desconocidos: es decir, autores cuyas creaciones he frecuentado mucho pero a los que no conocí personalmente o apenas traté. En el camposanto de Montparnasse hay bastantes de ellos: Sartre y Simone de Beauvoir, Julio Cortázar y por encima de todos, Baudelaire. Pero en el caso de aquellos de quienes me he considerado amigo, soy más esquivo. Quizá por lo de que a los seres queridos uno los lleva enterrados dentro y todas esas cosas.

Cioran murió un 21 de junio, día de mi cumpleaños. Un par de años después desapareció también su maravillosa compañera Simone Boué, ahogada en la playa de Dieppe. Me es imposible decir a cuál de los dos recuerdo con mayor afecto. Ambos descansan bajo la lápida gris azulada de Montparnasse, de una sobriedad extrema, realmente minimalista. Mientras iba en su busca, sorteando mármoles, cruces y ofrendas florales por los vericuetos funerarios, a veces peligrosos para la verticalidad del paseante, recordaba sus consejos: "Vaya 20 minutos a un cementerio y verá que sus preocupaciones no desaparecen, desde luego, pero casi son superadas... Es mucho mejor que ir a un médico. Un paseo por el cementerio es una lección de sabiduría casi automática". Luego soltaba una de sus breves carcajadas silenciosas y yo, en mi ingenuidad juvenil, me preguntaba si hablaba realmente en serio. He tardado en aprender que hablar sinceramente de ciertos temas demasiado serios implica el tono humorístico como único modo de evitar la solemne ridiculez...

Traté a Cioran durante más de 20 años. Nos escribíamos con frecuencia y yo le visitaba siempre que iba a París una o dos veces por año. Me dispensaba una enorme amabilidad y paciencia, supongo que incluso con cariñosa resignación. Se interesaba especialmente por todo lo que yo le contaba de España, tanto durante los últimos años del franquismo como en los primeros avatares de la democracia posterior. Por supuesto no creo ni por un momento que fuesen mis comentarios apasionados y entusiastas sobre nuestras peripecias políticas lo que le fascinaba, sino la referencia al país mismo, esa segunda patria espiritual que se había buscado, la tierra nativa del desengaño. "Uno tras otro, he adorado y execrado a muchos pueblos: nunca se me pasó por la cabeza renegar del español que hubiera querido ser". Porque aunque se convirtió en gran escritor francés y se mantuvo apátrida, parece cierto que durante un tiempo pensó seriamente en hacerse español. La buena acogida que tuvieron sus libros traducidos en nuestro país le produjo una sorpresa tan grata como indudable. Creo que hubo un momento en que fue más popular -por inexacta que sea la palabra- en España que en Francia. Nunca le vi tan divertido como al contarle que en el concurso de televisión de mayor audiencia en aquella época (Un, dos, tres...) uno de los participantes citó su nombre tras el de Aristóteles cuando le preguntaron por filósofos célebres...

Apreciaba especialmente la paradoja de que tanto yo, su traductor, como la mayoría de los jóvenes españoles que se interesaban por él fuésemos gente de la izquierda antifranquista. Incluso le producía cierto asombro, porque para él la izquierda era un semillero de ilusiones vacuas y de un optimismo infundado -ese pleonasmo- de consecuencias potencialmente peligrosas, que había denunciado en Historia y utopía. Y sin embargo le halagaba tan inesperado reconocimiento. En realidad el asombro nos aproximaba, porque a mí me dejaba boquiabierto que alguien pudiera vivir y demostrar humor (Cioran y yo nos reíamos mucho cuando estábamos juntos) con tan implacable animadversión a cualquier creencia movilizadora y tan absoluto rechazo a las promesas del futuro. En cierta ocasión, tras haber demolido minuciosamente mi catálogo de candorosas esperanzas, me permití una tímida protesta: "Pero, Cioran, hay que creer en algo...". Entonces se puso momentáneamente grave: "Si usted hubiera creído en algunas cosas en que yo pude creer no me diría eso". Y acto seguido volvió a su cordial sonrisa habitual, ante mi desconcierto.

Como yo era tan ingenuo entonces que no quería por nada del mundo parecerlo, me empeñaba en tratar de convencerle de que mi pesimismo no era menor que el suyo. Cioran me refutaba con amable paciencia, insistiendo en demostrarme que yo era incapaz visceralmente de aceptar las consecuencias pesimistas de las premisas que asumía para ponerme a su altura, seducido por el vigor irresistible de sus fórmulas desencantadas. Confusamente, trataba de explicarle que mi pesimismo era activo: cuando no se espera la salvación de ninguna necesidad histórica ni de ninguna utopía consoladora terrenal o sobrenatural, solo queda la vocación activa y desconsolada de la propia voluntad que no se doblega. No siempre nos movemos atraídos por la luz: a veces es la sombra la que nos empuja... Más o menos disfrazadas, le repetía opiniones tomadas de Nietzsche, a quien también leía devotamente en aquella época. Solíamos dejar al fin nuestras discusiones en un amistoso empate. Pero es obvio que nunca logré convencerle... ni engañarle. Su último libro, Aveux et anathémes, me lo dedicó con estas palabras: "A F. S., agradeciéndole sus esfuerzos por ser pesimista".

Con los años, ambos fuimos poco a poco sosegando la vivacidad de nuestros debates en una especie de familiaridad cómplice. Tras el asentamiento de la democracia en España, mis fervores fueron progresivamente renunciando a la truculencia y aceptaron cauces pragmáticos: se trataba de vivir mejor, no de alcanzar el paraíso. Los excesos pesimistas, lo mismo que las demasías del conformismo ilusionado, me parecieron -y me parecen- manifestaciones culpables de pereza que ceden el timón de la vida a rutinas fatales. Pero también Cioran en sus últimos años de lucidez, tras la caída de Ceaucescu, me daba la impresión de inclinarse por una especie de pragmatismo escéptico aunque sin embargo positivo. Por primera vez le vi celebrar acontecimientos históricos, desde luego sin arrebatos triunfales. A veces hasta me daba la impresión de estar parcialmente desengañado del desengaño mismo, la suprema prueba de su honradez intelectual...

Guardo especial recuerdo de una visita que le hice en el año 90 o 91, en su apartamento del 21 de la rue de l'Odeon. Fui acompañado de mi mujer y por primera vez en tantos años me encontré a Cioran solo en casa, porque Simone había salido con unas amigas. Para nuestra cena habitual había dejado unos filetes de carne convenientemente dispuestos en la cocina, listos para freír en la sartén. Queriendo evitarle tareas culinarias, le propuse que fuésemos los tres a cenar a cualquier restaurante próximo del barrio pero no consintió en ello: yo siempre había cenado en su casa y esa noche no podía ser una excepción. Su exigente y generosa norma de hospitalidad no lo permitía. De modo que todos nos desplazamos a la minúscula cocina y allí se hizo evidente que el manejo de los fogones desbordaba ampliamente las capacidades de Cioran. Entonces mi mujer tomó el control de las operaciones, nos hizo abandonar el estrecho recinto para evitar interferencias y guisó sin muchas dificultades la sobria cena que debíamos compartir. Desde el exterior, Cioran la veía operar con rendida admiración, mientras me daba una breve charla sobre las admirables disposiciones naturales de las mujeres vascas para el arte culinario... Es una de las imágenes más conmovedoramente tiernas que guardo de él, tan incurablemente escéptico en la teoría pero capaz a veces de un asombro casi infantil ante los misteriosos mecanismos eficaces del mundo y los milagros de la amistad.

Creo que esa capacidad de asombro era uno de los encantos de su trato personal, pero también una de las características notables de su talante intelectual. A veces los escépticos adoptan la arrogante superioridad y la suficiencia desdeñosa de los peores dogmáticos: están convencidos de que nada saben ni nada se puede saber con la misma altanería que otros muestran en afirmar su convicción de que saben cuanto puede saberse. En ambos casos lo malo no es ignorar o conocer, sino el estar tan radicalmente convencidos que ya nada puede asombrarles. Cioran permanecía en la tierra del asombro, perplejo incluso en sus negaciones y rechazos más viscerales. Nunca abrumaba con displicencia al creyente que balbuceaba frente a él, incluso parecía envidiarle a veces, aunque le cortaba decididamente el paso. Se asombraba sobre todo de que en la vida la maravilla coexistiese con el horror, como ya señaló Baudelaire: somos conscientes de la matanza general que nos rodea y del encanto de Bach. Sólo dos posibilidades permiten soportar los sinsabores de la existencia, ambas en permanente entredicho pero ambas también irrenunciables: la posibilidad del suicidio y la de la inmortalidad. Cioran permaneció siempre entre ambas, escéptico y atónito.

Cuando encontré su tumba en el cementerio de Montparnasse, al leer su nombre en la lápida junto al de Simone, me puse a llorar. No de pena, desde luego, aunque tanto echo de menos a ambos cada vez que vuelvo a París y recuerdo nuestras cenas en la calle del Odeon, las charlas interminables y las risas. ¿Cómo podría lamentarme por ellos, cuando tanto les admiré y tanto enriquecieron generosamente mi juventud? No, supongo que lloré de gratitud y sobre todo de asombro. El asombro porque los que aún estamos ya no estamos del todo y de que aún siguen estando los que ya no están.

Los zarpazos del "filósofo aullador"
  • Vida. "El hecho de que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir, la única, en realidad".
  • Humanidad. "Amar al prójimo es algo inconcebible. ¿Acaso se le pide a un virus que ame a otro virus?".
  • Dios. "Una enfermedad de la que imaginamos estar curados porque nadie se muere de ella hoy en día".
  • Muerte. "La naturaleza, buscando una fórmula para satisfacer a todo el mundo, escogió finalmente la muerte, la cual, como era de esperar, no ha satisfecho a nadie".
  • Amistad. "Con la edad lo que más se teme es que los amigos nos sobrevivan".
  • Literatura. "Toda literatura empieza con himnos y acaba con ejercicios".
  • Relativismo. "¿Qué sería de nuestras tragedias si un insecto nos presentara las suyas?".
  • Filosofía. "Para poder vislumbrar lo esencial no debe ejercerse ningún oficio. Hay que permanecer tumbado todo el día, y gemir".
  • Pueblo. "Un pueblo no representa tanto una acumulación de ideas y teorías como de obsesiones".
  • Religiosidad. "Mientras más se alejan los hombres de Dios, más avanzan en el conocimiento de las religiones".
  • Tiempo. "No hago nada, es cierto. Pero veo pasar las horas, lo cual vale más que tratar de llenarlas".
  • Autodefinición. "Soy un filósofo aullador".

jueves, 29 de agosto de 2013

Nos agrupamos en función de...


Nos agrupamos en función de temores y quimeras.
- "EL VIAJE AL PODER DE LA MENTE" DE EDUARDO PUNSET -

miércoles, 28 de agosto de 2013

Pasado imperfecto: Los intelectuales franceses: 1944-1956 - Tony Judt


Pasado imperfecto: Los intelectuales franceses: 1944-1956 - Tony Judt

Un ensayo sobre la irresponsabilidad y la condición moral de la intelectualidad francesa.

Tras la Liberación, los intelectuales franceses regresaron al frente de la Historia. Pero las ideas políticas y las pasiones de estos intelectuales acabaron resultando polémicas. En Pasado imperfecto, Judt analiza los conflictos más controvertidos de esta comunidad intelectual: cómo responder a la promesa y a la traición del comunismo, y cómo mantener un compromiso con esas ideas radicales frente a la hipocresía de la Unión Soviética de Stalin, de los nuevos estados comunistas de la Europa del Este y de la propia Francia. Para toda una generación, esto fue un grave dilema moral, sus respuestas fueron condicionadas por la guerra y la ocupación, y las opciones políticas de la postguerra permanecieron inquietantes en la conciencia de las generaciones posteriores de intelectuales franceses.

El análisis de Judt va más allá de los escritos de las personalidades «existencialistas», como Jean-Paul Sartre, Albert Camus o Simone de Beauvoir, e incluye a una amplia comunidad intelectual de filósofos católicos, periodistas no alineados, poetas y críticos literarios, y comunistas y no comunistas por igual. Pero los dilemas intelectuales de la postguerra continúan. Los intelectuales franceses no han aceptado del todo el sentido de la «irresponsabilidad moral» de entonces. El resultado, según Judt, es una herencia de confusión que ha perjudicado a la categoría cultural de Francia, sobre todo en relación con la antigua Europa del Este y su liberación, y que reflejó la gran dificultad de la nación para afrontar su propio pasado ambivalente.

martes, 27 de agosto de 2013

Esperando la ayuda...


Esperando la ayuda
Un haitiano, tumbado en la calle junto a un muro que representa La última cena el mismo día que Clinton y Bush han visitado el país para conocer los daños del terremoto.

lunes, 26 de agosto de 2013

Tanto si miras...


Tanto si miras adelante como atrás somos memoria del pasado.
- "EL VIAJE AL PODER DE LA MENTE" DE EDUARDO PUNSET -

domingo, 25 de agosto de 2013

guifi.net...


¿Qué es guifi?

Los usuarios de guifi.net son particulares, empresas y administraciones que construyen una red de telecomunicaciones ciudadana, esto es, una red que es propiedad de todos los que forman parte de ella.

Es una red abierta porque los datos de configuración de la red se publican para que de esta manera cualquier persona, empresa o administración pueda ver cómo está construida la red y, por tanto, tenga la capacidad de mejorarla, mantenerla y ampliarla. Esto es importante porque la red no tiene una dependencia de ninguna empresa y los mismos usuarios puedes hacerse la conexión a la red o encargarla a la empresa de su confianza.

Es una red libre porque no hay nadie que pueda imponer restricciones; por ejemplo, no se limita el ancho de banda porque como la red es de los usuarios, éstos no tienen ningún interés por limitar la velocidad, ni las prestaciones. Esto es lo que los demás operadores tradicionales acostumbran a limitar por precio y en las redes libres no tiene sentido.

Es una red neutral respecto a los contenidos. Dentro de la red puede circular cualqjier contenido que alguien necesite: de interconexión de sedes, acceso a Internet. Además, los particulares, las empresas, las administraciones y los operadores que quieran aportar contenidos son bienvenidos.

guifi.net es una red en la que la mayoría de los miles de enlaces que hay son inalámbricos utilizando las frecuencias disponibles según el cuadro nacional de frecuencias. También hay operativos tramos de fibra óptica con conexiones a gigabit. Utilizamos las mejores tecnologías para capacitar a los usuarios para que se hagan llegar, allí donde lo necesiten, la red. Hay tramos de red guifi.net tanto en entornos urbanos como rurales.

guifi.net es de todo el mundo que participa en ella, y los mismos usuarios somos quienes hacemos el mantenimiento de los tramos de red que necesitamos. Esto nos garantiza poder tener los niveles de disponibilidad de la red en función de nuestras necesidades y del mantenimiento que hacemos.

Es un proyecto colaborativo organizado horizontalmente que aglutina a personas individuales, colectivos, empresas, administraciones y universidades. Es abierto y, por tanto, todo el mundo puede participar en igualdad de condiciones en el marco del Procomún.

El 11 de julio de 2.008 se creó la «Fundación privada para la red abierta, libre y neutral guifi.net» con el objetivo de ser un instrumento más al servicio de la red abierta sin alterar la forma original. Podéis poneros en contacto con la Fundación escribiendo a fundació (arroba) guifi.net pero encontraréis soporte en los foros, las listas de correo y el canal de chat.

La Fundación guifi.net es un operador de telecomunicaciones inscrito en el registro de operadores de la CMT.
También es una ONG de cooperación al desarrollo con diversos proyectos en África, Asia y América.

guifi.net es Premio Nacional de Telecomunicaciones y es uno de los miembros integrantes de la Red Europea de Living Labs de la Unión.

Podéis contactar con guifi.net en los foros http://guifi.net/es/forum, las listas de correo http://guifi.net/es/listas y el canal de chat http://guifi.net/es/chat

sábado, 24 de agosto de 2013

El abrazo de la victoria...


El abrazo de la victoria
Obama y Biden se abrazan tras comparecer ante los medios. La administración demócrata ha logrado una victoria histórica al sacar adelante su reforma sanitaria .

viernes, 23 de agosto de 2013

A diferencia de FACEBOOK...


A diferencia de FACEBOOK, dónde los usuarios introducen voluntariamente la información que ellos desean, GOOGLE recopila los datos que dejamos involuntariamente
  El engaño Google - Gerard Reischl

jueves, 22 de agosto de 2013

Sobre el olvidado siglo XX - Tony Judt


Sobre el olvidado siglo XX - Tony Judt

El sentido de la Historia para construir el futuro

Tony Judt afirma que hemos entrado en una «época de olvido». Hoy, el mundo es tan radicalmente distinto del de hace tan sólo veinte años, que hemos dejado de lado nuestro pasado inmediato incluso antes de haber podido entenderlo. No sabemos, literalmente, de dónde venimos, y el resultado de esta ignorancia creciente ha demostrado ser nefasto e incluso tiende a ir a peor.

Hemos perdido el contacto con tres generaciones de debate político internacional y pensamiento y activismo social. Ya no sabemos discutir sobre ese tipo de conceptos y hemos olvidado el papel que jugaban los intelectuales a la hora de debatir, transmitir y defender las ideas que conformaron su tiempo. En este libro, Tony Judt hace revivir aspectos clave del mundo que hemos perdido, y nos recuerda lo importantes que siguen siendo tanto para hoy como para lo que esperamos del futuro.

Judt halla sugestivos vínculos entre una asombrosa variedad de temas, desde la historia del abandono y recuperación del Holocausto, o la difícil cuestión del «mal» en la comprensión del pasado europeo, hasta el auge y la caída del papel del Estado en los asuntos públicos o el arrinconamiento de la historia en favor de la «herencia». Nos lleva más allá de lo que creemos saber para enseñarnos cómo lo aprendimos, y muestra hasta qué punto gran parte de nuestra historia ha sido sacrificada ante el triunfo del mito frente a la comprensión, de la negación frente a la memoria. Este libro es la necesaria hoja de ruta para recuperar el sentido de la historia que necesitamos con tanta urgencia.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Biberones...


Biberones
Día Internacional del agua . La ONG para la cooperación internacional Helvetas ha plantado 4.000 biborones en la Bundesplaz de Berna, rellenos con agua contaminada.

martes, 20 de agosto de 2013

Un futuro fabricado con...


Un futuro fabricado con retazos de la memoria del pasado.
 - "EL VIAJE AL PODER DE LA MENTE" DE EDUARDO PUNSET -

lunes, 19 de agosto de 2013

Árbol cinealógico: La red social...

Árbol cinealógico: La red social

Mientras Internet ya es una realidad que ha transformado la vida de media humanidad, en el cine se lo siguen pensando. Repaso a la venenosa relación entre cine y la red de redes.

De La red social, lo último de David Fincher, ya se ha dicho casi todo, en cambio del mundo de la red en el séptimo arte queda mucho por decir. La -entrecortada y problemática- relación entre cine e Internet ha dado de todo: malo, bueno y regular. Repasamos que se ha visto y oído en la gran pantalla sólo para comprobar que, como decía el poeta, "todo está por hacer y todo es posible". Ahondemos pues (libremente) en el tema.

Hablamos con los actores Jesse Eisenberg, Andrew Garfield y Justin Timberlake sobre interpretar a los nuevos amos del mundo en la películal La Red Social de David Fincher. Y hablamos con el guionista Aaron Sorkin sobre escribir una película que a pesar de hablar de Internet habla sobre algo mucho más universal: el poder. Estreno
Juegos de guerra (1983) fue la primera aventura de Hollywood en el incipiente mundo cibernético se convirtió de inmediato en película de culto y catapultó a Matthew Broderick al estrellato instantáneo. Internet aún estaba en pañales y los módems hacían el mismo ruido que una locomotora pero el resultado final de la combinación era bastante notable (para el estándar del cine con vocación teen de aquel entonces). El quid de la cuestión era que el personaje de Broderick estaba a punto de provocar la tercera guerra mundial al ponerse a trastrear con el ordenador que manejaba la defensa nacional estadounidense. Acompañaba al pirata informático una preciosa Ally Sheedy, emblema después del cine adolescente. Dirigía John Badham, en sus buenos tiempos.

Esta vez la cosa se financiaba mayoritariamente con capital inglés afincado en Hollywood: Hackers, (1995) subtitulada en España con el aclaratorio "Piratas informáticos" fue masacrada por la crítica por su absurda trama y lo plano de su reparto. Sin embargo, años después, culto al canto. A día de hoy es casi un clásico del cine malo, un divertimento estupendo donde asoman las jetas de una jovencísima Angelina Jolie (su peinado en el filme merecería un párrafo aparte) con su noviete por aquel entonces Jonny Lee Miller. Dirigía un desconocido llamado Iain Softley, que sigue siendo desconocido a día de hoy. La película por cierto narraba las andanzas de un grupo de corsarios informáticos dispuestos a todo para frenar las ocurrencias de un villano de pandereta y patinete. Sin más... pero de culto.

En La red (1995) una señorita de moral dudosa (legalmente hablando) caía en su propia trampa después de que unos malvados la borraban del mapa utilizando la magia de Internet. Cuando la joven en cuestión (Sandra Bullock) ve que ya no existe empieza una carrera contra reloj para volver a recuperar su identidad (que tampoco era gran cosa a decir verdad). El filme era malo con ganas, absurdo en su mayor parte y lleno de cháchara pseudo-informática que haría enrojecer a cualquier usuario de Windows pero a pesar de sus inexistentes méritos se hincho a ganar dinero y hasta acabó generando una serie de televisión, que era aun peor que su hermano de la gran pantalla. A los mandos del aparato estaba Irwin Winkler y acompañando a la Bullock un galán con comillas, el poco ponderado Jeremy Northam. Para arrancar a correr.

La primera incursión a toda mecha de un gran estudio en el mundo de Internet fue la (muy) olvidable comedia romántica Tienes un email (1998). Dirigida por la encomiable Nora Ephron con una ración extra de azúcar (un par de toneladas, por decir una cantidad redonda). Ephron trataba de repetir el éxito de Cuando Harry encontró a Sally (que escribió) y de Algo para recordar (que dirigió) pero la cosa no salió como esperaba y esta historieta sin importancia sobre un multimillonario-pero-muy-buena-persona y la humilde dueña de una librería que veía horrorizada como el primero se quería hacer con el barrio y cargarse su tiendecita acabó por ser un fracaso minúsculo (ganó dinero pero no el que se suponía que tenía que ganar). Al final el rico (Tom Hanks) se daba un homenaje y obsequiaba al público con una rotunda lección de capitalismo emocional: se lo quedaba todo, incluida la chica (la por aquel entonces bellísima Meg Ryan, antes de parecerse al Joker por obra y gracia de un cirujano algo zafio). La coña -cibernética- del asunto es que los tortolitos se comunicaban por email sin conocer sus respectivas identidades. No hay por donde cogerla pero eso sí, mails había, y muchos.

De Conspiración en la red (2001), dirigida por Peter Howitt y protagonizada por ese tipo debilucho y venido a menos llamado Ryan Phillippe (al que al menos acompañaba la siempre interesante Rachael Leigh Cook) sólo se pueden destacar dos cosas: primero el retrato despiadado que hacía del mundo de la informática en la era Microsoft, y segundo el personaje de Tim Robbins, un malo-malísimo que venía ser una combinación entre Bill Gates y la niña de El exorcista (con la pinta del primero y el carácter de la segunda) y que se comía la cinta con patatas. No hay mucho más que decir excepto que el título original (Antitrust) era bastante más clarificador que el español. El tiempo no ha tratado bien a la película (un cuento sobre un geniecillo que es contratado por una gran empresa sólo para descubrir que allí hay más mugre que en El nombre de la rosa) y a día de hoy parece un capítulo de Autopista hacía el cielo. Ya se sabe, el mal viaja rápido en la red y al cine nunca le ha sentado bien la velocidad.

Cuando reventó la burbuja de las .com (parece que somos la generación burbuja, con tanto reventón arriba y abajo) apareció Startup.com (2001) un producto firmado por Chris Hegedus y Jehane Noujaim que da buena cuenta de lo acaecido en Estados Unidos a finales de los '90 cuando parecía que Internet era no sólo la gallina de los huevos de oro sino la gallina propiamente dicha. En este documental se abordaba la historia de dos chavales que querían ser millonarios en diez minutos y su búsqueda de financiación de un proyecto que serviría para gestionar la economía de determinados organismos gubernamentales. Algunos bancos y fondos de inversión escuchaban con los ojos como platos y hasta les daban dinero... pero poco dura la alegría en casa del ahorcado y lo que podía haber sido una crónica del éxito se acabaría convirtiendo en una polaroid del batacazo. Así dejaban para la posteridad el testamento de toda una saga de incautos con carné.

Mala de solemnidad era Miedo.com (2002) la peliculilla de William Malone basada en una historia de Moshe Diamant (a saber que había consumido el señor Diamant cuando la escribió) sobre una web que mata a sus usuarios. Si el precepto tiene su aquel, el director y el guionista de encargan de rebajarlo hasta el infinito y más allá para acabar ofreciendo un filme que provoca vergüenza ajena . Lo más extraño es ver ahí metidos a nombres como Stephen Dorff o Stephen Rea, que hacen lo que pueden para otorgar algo de dignidad a este desvarío sobre los poderes diabólicos de la red y demás demonios. Eso sí, como comedia -involuntaria, obviamente- asegura un sinfín de carcajadas.

Ya tardaba la meca del cine en regalarnos una superproducción con terrorismo cibernético. El primer ejemplo de esta nueva corriente (al parecer de vida breve) fue La jungla 4.0 (2007) perpetrada por el realizador Len Wiseman y con un reparto en al que al habitual Bruce Willis daban la replica Justin Long y Timothy Olyphant, este último de infame delincuente/genio de la informática que decidía echar abajo el Capitolio, la Casa Blanca y al país entero dándole a la tecla y sin reparar en gastos. Naturalmente y como a John McLane lo de la tecnología se le escapa éste se hacía con las sabías manos del personaje de Long, un piratilla que sabe mucho de poco y todo de nada y que le acompaña arriba y abajo del país cargándose gente y derribando helicópteros con coches patrulla, todo muy correcto, sí señor. Al final el tremendo plan ciber-terrorista se desactiva a la antigua usanza: a tiros. Y es que donde esté una buena pistola que se quité todo. http://movies.foxjapan.com/diehard4/

Prometía grandes cosas Middle Men (2009), con reparto de lujo encabezado por Luke Wilson Kevin Pollack, , Giovanni Ribisi y el glorioso James Caan. La película ahonda en la historia del primer tipo que gritó "eureka" en la era moderna y que no fue otro que el hombre que unió las palabras "sexo" e "Internet" sin saber que estaba provocando un terremoto de dimensiones dantescas. En la película (basada libremente en hechos reales, como se suele decir en estos casos para evitar desagradables repercusiones legales) Internet se mezcla con tipejos sin escrúpulos, delincuentes con corbata, advenedizos profesionales y hasta la mafia rusa, en un cocktail que gustará a los amantes de las historias cibernéticas "bigger than life" y dejará impávidos a los que esperen un retrato más riguroso de una época de despiporre de la que -en realidad- sabemos bien poco.

sábado, 17 de agosto de 2013

Google estrena servicio...


Google estrena servicio de música y alquiler de películas para móviles y tabletas

Unificará las diferentes versiones de Android, su sistema operativo

Después de rumores y especulaciones durante todo este martes, Google ha confirmado el lanzamiento de Google Music que funciona tanto con Windows como con Mac. El programa permite exportar al teléfono o tableta toda la colección de canciones al dispositivo Android, a partir de la versión 2.2, que se desee. A partir de ahí las canciones pasan a la nube y están accesible en cualquier momento. A través Instant Mix, de forma muy parecida a Genius de Apple, sugerirá otras canciones que puedan interesar al usuario. Google Music está de momento en versión de prueba y solo disponible en Estados Unidos con más de 20.000 canciones gratis.

Hugo Barra, máximo responsable de Android dentro de Google, ha sido el maestro de ceremonias de una presentación centrada en hacer de este sistema operativo el núcleo de los contenidos multimedia no solo para llevar, sino también en el hogar.

La siguiente apuesta multimedia es Movies, integrado dentro de Android Market, la tienda de aplicaciones. Las películas se podrán alquilar por poco más de un euro directamente desde la tableta y verse tantas veces como se desee hasta 30 días después. En ambos servicios, en caso de quedarse sin conexión, los contenidos se guardan en la memoria caché del terminal.

La ambición por llevar Android a todo tipo de dispositivos se materializa en la creación de un protocolo compatible con electrodomésticos y máquinas de los gimnasios. En el primer caso para poder regular la luz del hogar, por ejemplo, en el segundo para hacer un seguimiento de la actividad cardiovascular en los entrenamientos.

Algunas de las críticas más frecuentes que ha recibido este software es la ausencia de uniformidad y el abandono de actualizaciones de sistema operativo en muchos aparatos. Hugo Barra confirmó que el Android para tabletas y el de teléfonos serán similares antes de que termine el año. También anunció una serie de fabricantes y operadores que tendrán preferencia para acceder a las últimas versiones de su sistema operativo. A cambio, se comprometen a actualizar sus aparatos siempre que el hardware lo permita. Estos son Verizon, HTC, Samsung, Sprint, Sony Ericsson, LG, T-Mobile, Vodafone, Motorola y AT&T.

Por último, Hugo Barra anunció el lanzamiento de una nueva versión de Android. Siguiendo la costumbre de nombrarlo igual que un dulce, en esta ocasión será un sandwich helado (icecream).

Desde su nacimiento en 2008 Android se ha activado en más de 100 millones de dispositivos, en más de 310 modelos diferentes por 36 fabricantes. Google tiene a 450 desarrolladores dedicados a crearlo. Android Market, su escaparate y tienda de aplicaciones cuenta con más de 200.000 aplicaciones. Cada dos meses registran 1.000 millones de descargas.

viernes, 16 de agosto de 2013

La mancha del silencio...


La mancha del silencio

Cada vez que muere un soldado en Afganistán, corro a una librería para ver si, entre las novedades, hay alguna novela que aborde, de una maldita vez, el tema de la implicación española en ese conflicto. Y siempre me llevo una decepción. Me ocurre lo mismo cuando busco obras de ficción que, habiendo pasado el suficiente tiempo como para hacerlo con la perspectiva necesaria, traten sobre la presencia de nuestras tropas en Irak, aunque en estos casos encuentro algunas honrosas excepciones, como Invasor de Fernando Marías, Las cenizas de Bagdad de Antonio Lozano y Sin cobertura de Eduardo Martín de Pozuelo y Jordi Bordas. Han pasado seis años desde el repliegue de nuestras tropas en aquel país y, que yo sepa, sólo existen esas tres novelas sobre un tema que llevó a todos los españoles a la calle, que motivó el mayor atentado de nuestra historia, que derrocó todo un gobierno... ¡Sólo tres novelas! Y, claro, ya en la tienda, acabo comprando alguno de los libros escritos por corresponsales de guerra, como El hombre mojado no teme la lluvia, de Olga Rodríguez, o Ninguna guerra se parece a otra, de Jon Sistiaga, y agradeciendo al periodismo lo que la literatura me niega.



A raíz de la muerte del soldado John Felipe Romero, víctima noventa y uno de las tropas españolas en la guerra de Afganistán (sí, he dicho guerra), he tratado de descubrir por qué los novelistas se despreocupan de un tema capital para nuestra historia y, tras hablar con escritores, editores y periodistas, he obtenido una repuesta: a los ciudadanos de este país les importa tres pepinos lo que pase en la Cochinchina y, por extensión, a los narradores les ocurre lo mismo. Pero también me han dado otros motivos. Alguien me ha dicho que los escritores vivimos -me incluyo- tan ensimismados que somos incapaces de levantar la cabeza para mirar qué ocurre realmente a nuestro alrededor. Otras personas me han asegurado que el problema está en el Ministerio de Defensa, que no facilita el acceso a información veraz. También me han comentado que la Guerra Civil continúa siendo una inmensa gamuza que se puede seguir escurriendo. Y el mejor argumento de todos, dado por un editor, ha sido que los conflictos contemporáneos, al contrario que Vietnam o la II Guerra Mundial, no venden.

Yo no sé si todas estas razones justifican la indiferencia de los escritores ante un drama de estas proporciones, pero estoy convencido de que en España persiste una actitud francamente absurda ante las escaramuzas ocurridas más allá de nuestras fronteras. Hace unas semanas, hablando con una autora de mucho prestigio, le comenté que estaba dándole vueltas a la idea de escribir sobre la guerra de Irak y ella, muy indignada, respondió: "Pues yo fui a las manifestaciones en contra de esa guerra". ¡Como si yo hubiera ido a las a favor! Pero lo que realmente subyacía bajo sus palabras era una actitud muy española: no interesarse por aquello sobre lo que se está en contra.



Gracias a Dios que los corresponsales no actúan igual. A ellos tampoco les gusta la guerra (al menos, a la mayoría), pero hacen lo que pueden por no cerrar los ojos ante una realidad que, cada cierto tiempo, escupe sangre sobre el silencio.

Álvaro Colomer (Barcelona, 1973) es autor de la novela Los bosques de Upsala (Alfaguara. Madrid, 2009. 216 páginas. 18 euros).

miércoles, 14 de agosto de 2013

Googlear...


Googlear, buscar información en la red o utilizar un motor de búsqueda es, desde hace tiempo, una técnica cultural.
  El engaño Google - Gerard Reischl

martes, 13 de agosto de 2013

Algo va mal - Tony Judt


Algo va mal - Tony Judt

Un apasionado llamamiento a resucitar los valores colectivos y el compromiso político.

Hay algo profundamente erróneo en la forma en que vivimos hoy. El estilo egoísta de la vida contemporánea, que nos resulta «natural», y también la retórica que lo acompaña (una admiración acrítica hacia los mercados no regulados, el desprecio por el sector público, la ilusión del crecimiento infinito) se remonta tan sólo a la década de los ochenta. En los últimos treinta años hemos hecho una virtud de la búsqueda del beneficio material hasta el punto de que eso es todo lo que queda de nuestro sentido de un propósito colectivo.

«¿Por qué nos hemos apresurado tanto en derribar los diques que laboriosamente levantaron nuestros predecesores? ¿Tan seguros estamos de que no se avecinan inundaciones?», se pregunta Judt, uno de los más importantes pensadores contemporáneos. Rechazando tanto el individualismo extremo de la derecha como la desacreditada pose retórica de la izquierda, Judt nos desafía a oponernos a los males de nuestra sociedad y a afrontar nuestra responsabilidad sobre el mundo en que vivimos.

Algo va mal es un inestimable obsequio para las futuras generaciones de ciudadanos comprometidos. Expresión concentrada de las preocupaciones de toda una vida, este libro pasará a formar parte de los grandes textos políticos de nuestra era.

domingo, 11 de agosto de 2013

Todo aquel...


Todo aquél que sea capaz de encontrarse ante un enjambre de datos y consiga seleccionar lo que merece ser noticia tiene todos mis respetos.
   Up in the air (En el aire)- Walter Kirn

sábado, 10 de agosto de 2013

El valor de una medalla...


El valor de una medalla

La mayor colección de cruces Victoria, la más célebre condecoración a la valentía, se exhibe en el Imperial War Museum de Londres. Una invitación a reflexionar sobre qué es el coraje

Es el contundente reverso de bronce de la pluma blanca de cobardía: la británica Victoria Cross, la Cruz Victoria. Lleva inscrita la somera leyenda "Al valor" -ahí es nada- y para ganarla hay que estar hecho de una pasta especial y dejarse la piel o casi. No hay otra. Está considerada la medalla militar más codiciada, respetada y solvente del mundo. Premia actos de suprema valentía y autosacrificio en presencia del enemigo. A los más valientes de los valientes. Se calcula que la posibilidad de sobrevivir a un acto acreedor de la Cruz Victoria es de una entre diez. No se gana ni por antigüedad, ni por servicio ni por enchufe. Bajo su fría y sobria superficie -la tradición establece que están hechas con el bronce de dos cañones arrebatados a los rusos en Sebastopol: no todas- duermen algunas de las historias de coraje humano más asombrosas de todos los tiempos. Un aviador que se arrastra sobre el ala de su bombardero incendiado en pleno vuelo para apagar el fuego. Un marino que se lanza a un mar lleno de tiburones durante un ataque a fin de salvar a un camarada. Un jinete que enfervoriza a sus hombres volviendo a galopar entre letales disparos ¡para recoger un guante! Dos centenares y pico de esas emocionantes peripecias, todas grandes aventuras, dignas de novelas y películas, las revive ahora a través de las condecoraciones originales una impactante exposición en el Imperial War Museum (IWM) de Londres, Extraordinary heroes, que invita de paso a reflexionar sobre el extraño (e infrecuente) don del coraje.

La exhibición, para la que se ha remodelado la sala en la planta superior del museo, tiene su origen en la cesión al IWM, inicialmente por 10 años, de la mayor colección de cruces Victoria del mundo, la de Lord Ashcroft, compuesta por 160 (que ya son hazañas), una décima parte de las concedidas. A ellas, que se muestran al público por primera vez, se suman en la exposición el medio centenar que posee el museo (también pueden verse unas cuantas George Cross, la denominada VC civil, instituida por George VI en 1940, de ambas colecciones).

El hilo conductor de la muestra (con un catálogo editado por Osprey), en la que uno discurre por entre tanta intrepidez que se siente capaz de asaltar las murallas de Seringapatam a pelo, es el valor entendido como uno de los atributos más preciados de la civilización occidental.

Las medallas están distribuidas en diferentes ámbitos que hacen referencia a alguna de las "siete cualidades de la valentía": agresividad, audacia, resistencia, iniciativa, liderazgo, sacrificio y destreza. Entre las VC que se pueden admirar, la de Geofrey Keyes, el oficial de comandos que trató de asesinar a Rommel, o la de William Rhodes-Moorehose, el intrépido piloto de la I Guerra Mundial (48 derribos) que dejó la siguiente meditación mientras se desangraba al bajarlo de su aeroplano ametrallado: "Es raro morirse, como el primer vuelo solo".

Signo de los tiempos, la exposición tiene un diseño moderno (del techo cuelgan un tiburón, un dirigible y un modelo de Lancaster entre otras cosas), una vertiente interactiva (con preguntas tan embarazosas como "¿has sido alguna vez valiente?"), recreaciones en comics animados de algunas de las hazañas, y un sorprendente despliegue de mercadotecnia, incluidos imanes de nevera con el lema "2 men 1 parachute. ¿How brave are you?", que será efectista pero te da que pensar.

Algunos le reprocharán a la exposición su exaltación de las virtudes castrenses y que no se muestre crítica con el horrendo fenómeno de la guerra. Rezuma un quizá inevitable, dadas las circunstancias de Gran Bretaña, aroma patriotero. A Kipling le encantaría y a Lord Kitchener ni te digo. Pero encuentras historias apasionantes y para hacértelo pasar mal ya está en la planta de abajo la conmovedora exhibición sobre el Holocausto.

Las medallas se exhiben en cajas y se acompañan de retratos de los ganadores y de objetos relacionados con el acto por el que recibieron sus cruces. Algunos de esos elementos son muy espectaculares, como el traje de goma con el que el buzo Magennis salió del minisubmarino XE-3 para minar el crucero japonés Takao, o los trozos del zepelín que derribó desde su aeroplano el teniente Robinson. Entre los objetos más emotivos, la chaqueta del oficial naval Drummond con manchas de sangre o el reloj que llevaba en el bolsillo Walter Hamilton, de los Guías, al ser despedazado por los afganos en la defensa de la residencia británica en Kabul mientras trataba de arrebatarles sable en mano un cañón.

Al pasear por la exposición en plan Gary Cooper en Llegaron a Cordura -donde escoltaba a soldados ganadores de la medalla de honor del Congreso y meditaba sobre el valor-, es inevitable tratar de extraer conclusiones sobre qué convierte a un hombre en valiente. Parece que hay algo esencial en el carácter que predispone, porque muchos héroes, sorprendentemente, repiten sus actos de coraje (siempre y cuando no hayan muerto a la primera). Atacan una ametralladora alemana y luego otra, o rescatan bajo el fuego a un camarada y al día siguiente vuelven a hacerlo. Que la mayoría de las veces no se trata de un arrebato irracional momentáneo, vamos. En su clásico The anatomy of courage (1945), Lord Moran observó que existen cuatro grados de valor y cuatro tipos de hombres medidos por ese estándar: los que no sienten miedo (y que suelen ser gente poco imaginativa y nada agradable), los que lo sienten pero no lo traslucen, los que lo sienten y lo demuestran pero hacen lo que hay que hacer, y los que lo sienten, lo muestran y salen corriendo, rehuyendo el deber. Sólo los últimos serían, claro, incapaces de ganar una VC (aunque siempre hay esperanza de redención, piénsese en Lord Jim y en el Harry Feversham de Las cuatro plumas.). Pero los héroes habitualmente estarían en las dos categorías intermedias: los que son capaces de vencer su miedo. "Claro que he tenido miedo", se sinceró a Moran el mariscal Lord Gort, ganador de una Cruz Victoria; "todos los animales sienten miedo". Otro condecorado, Leonard Cheshire (su medalla se exhibe), sentenció: "El valor es conquistar tu miedo".

Se han concedido un total de 1.355 de estas pequeñas cruces desde que creara la medalla la reina Victoria en 1856 para recompensar a los héroes de la guerra de Crimea (de lo correoso de esos valientes da fe que uno de ellos, Henry James Raby, aguantara impasible el dolor cuando la propia monarca atravesó inadvertidamente la tela de su guerrera y le prendió la insignia, ¡ay!, directamente en el pecho). Hasta entonces -para una buena historia de la medalla véase Bravest of the brave, de John Glanfield (2005)-, el ejército británico carecía de una condecoración que premiara actos de valor de militares de todos los rangos. En tiempos de Wellington, por ejemplo, se consideraba que la paga, el rancho y el orgullo de luchar por el rey ya eran suficiente recompensa (y si alguien se quejaba, pues unos azotes). De hecho los mandos británicos menospreciaban la pioneramente democrática Legión de Honor, considerándola "un apéndice de la vestimenta francesa".



Fue la opinión pública, sobrecogida por el testimonio de los corresponsales de guerra acerca de los sufrimientos y heroicidades de sus soldados (la de Crimea fue la primera guerra cubierta extensamente por la prensa), la que presionó para que se creara la medalla. El primer acto de valor premiado fue el del marinero Charles Lucas de 20 años que cogió en sus manos una bomba rusa sin explotar que había aterrizado en la cubierta y la tiró por la borda justo antes de que estallara, ¡pum!

La última cruz entregada hasta ahora -y la primera desde la guerra de las Malvinas en 1982, donde se concedieron dos, póstumas- es la del soldado de primera clase Johnson Beharry que, conductor de un vehículo blindado, salvó a sus compañeros durante dos emboscadas con cohetes y morteros en Al Marab (Iraq), en mayo y junio de 2004, resultando en la última malherido en la cabeza. Beharry, uno de los 12 únicos poseedores de la medalla vivos, se hizo tatuar una enorme VC en la espalda. La exposición exhibe su casco maltrecho.

En su siglo y medio de existencia la Cruz Victoria ha premiado a los jinetes de la alocada carga de la Brigada Ligera en Balaclava (siete cruces, una de ellas al sargento del 17º de Lanceros Charles Wooden, un hombre no muy sutil que años después falleció al dispararse en la boca para extraerse una muela por la vía rápida, y otra al teniente Dunn del 11º de Húsares, un mujeriego que acabó escapándose con la mujer de su coronel -otra clase de aventura-); y a los héroes del Motín de los Cipayos (¡182 cruces!, tantas como en toda la II Guerra Mundial). La han recibido también los empecinados defensores de Rorke's Drift contra los zulúes (11 cruces, el mayor número en una sola acción; entre los ganadores, el mayor Chard al que el general Wolseley describió paradójicamente como "el tipo más estúpido que he conocido" y el soldado Hitch que acabó conduciendo un taxi en Londres -su conversación sí que debía ser buena y no la de los que ponen ciertas emisoras de radio- y en cuyo recuerdo se instituyó un galardón para premiar la valentía de los taxistas.

En la guerra contra los bóers se repartieron 78 cruces, 626 en la I Guerra Mundial -180 póstumas: pero no la del sargento Carmichael que sobrevivió a su galante acción de salvar a su pelotón sentándose encima de una granada-. En cambio, en la Batalla de Inglaterra, los aviadores que se enfrentaron a la Luftwaffe recibieron solo una; claro que, como es sabido, eran pocos...

Si a un premio se le juzga por los que no lo han recibido, el gran baldón de la Cruz Victoria es T. E. Lawrence. Wingate lo recomendó, pero Londres negó la condecoración alegando que las acciones del rey sin corona de Arabia no habían sido ratificadas por dos oficiales británicos como era preceptivo. En fin, conociendo a Lawrence, que era muy suyo, es muy posible que no la hubiera aceptado o la hubiera devuelto.

La Cruz Victoria la han ganado solo cinco civiles y 14 extranjeros (cinco estadounidenses, tres daneses, dos alemanes, un belga, un sueco, un suizo y un ucraniano). Tres personas la han conseguido ¡dos veces! (se añade una barra a la medalla); entre ellos el capitán Upham, que en la II Guerra Mundial rescató camaradas heridos, mató personalmente en combate a 22 soldados alemanes, recibió tres heridas y hasta tuvo tiempo de tratar de escapar varias veces de Colditz. Era tan modesto (otro rasgo de los VC) que hubo que ordenarle que se pusiera la medalla. El más joven poseedor la ganó a los 15 años, el más viejo, a los 69: se puede ser valiente a todas las edades. Una familia reunió tres VC, los Goughs. La VC está abierta a las mujeres, pero hasta ahora no se la han concedido a ninguna. Mrs. Webber Harris recibió una réplica en oro por su indomable coraje durante el Motín.

No deberíamos dejar de citar al ganador de la VC con el apellido que le predisponía menos para ello: Georges Chicken. Su medalla se exhibe en la muestra. ¿Un favorito? Quizá el piloto Eric Nicolson, que en el momento de saltar de su Hurricane incendiado volvió a meterse en la abrasada cabina para derribar un último Meserschmitt 109.

En contadas ocasiones (ocho) la Cruz Victoria ha sido retirada a sus poseedores. El sargento Fowler la perdió por bigamia y John Daniel por "sodomía" con cuatro cadetes. Tampoco pareció bien que el gaitero Findlater de los Gordon Highlanders que ganó su VC por no dejar de tocar Cock o' the North durante una carga en la campaña de Tirah reuniese un peculio interpretando la pieza a 30 libras la semana en el Alhambra Theatre de Londres. George V estableció luego que una vez te la concedían la medalla ya no te la podían quitar y que un condecorado condenado por un crimen podía lucir la Cruz Victoria hasta en el cadalso.

Michael Ashcroft ha ido amasando poco a poco su metálica colección de gloria. Desde niño, estimulado por las historias que le contaba su padre, uno de los primeros en desembarcar en Sword Beach el Día D, le entusiasmaba la medalla. Consciente de la dificultad de ganarla, decidió un día, convertido en empresario de éxito, comprar una. Fue en Sotheby's y le costó 29.000 libras. Era la del buzo Magennis que en un mal momento en 1952 la había vendido por 75 libras (el precio récord de una cruz es de medio millón de libras). Ashcroft , autor también de libros sobre la VC (Victoria Cross Heroes, 2007, con prólogo del príncipe de Gales), siguió adquiriendo, en subastas principalmente, hasta reunir su impresionante colección, valorada hoy en 30 millones de libras.

Entre tanta testosterona militar y tanta trompeta, la inclusión en la exposición de las George's Cross, especialmente de algunas, pone un oportuno contrapunto a las hazañas bélicas. En última instancia, no es preciso llevar uniforme para ser valiente, ni pelear a sablazos con una horda encrespada de Fuzzy -Wuzzys . Sidney Purvis, un minero, la ganó por rescatar a sus compañeros. Y una niña, Doren Ashburnham, de 11 años, por salvar a su primo ¡enfrentándose a un puma! Extraña cosa el valor.

jueves, 8 de agosto de 2013

miércoles, 7 de agosto de 2013

Tras la pista de los patos (de goma) náufragos





Tras la pista de los patos (de goma) náufragos

Un periodista estadounidense reconstruye en un libro la aventura de 29.000 juguetes que se cayeron de un carguero en el océano y flotaron durante años.- Su destino sirvió a los oceanógrafos para estudiar las corrientes marinas

Probablemente al principio tuvieran miedo. Una cosa es una bañera. Otra, el océano. Pero finalmente debieron de cogerle gusto, dado que algunos siguen dando vueltas por el globo 19 años después. Ahora, los 28.800 patos amarillos (la mayoría), castores rojos, ranas verdes y tortugas azules de plástico que en 1992 cayeron de un barco que navegaba por el Pacífico, hasta podrían volver a encontrar a sus antiguos amigos. Ni que fuera Perdidos. El periodista estadounidense Donovan Hohn ha reconstruido, en su primer libro Moby Duck (que se puede adquirir en Amazon) trayectos y destinos de la mayoría de los juguetes y de otros objetos que flotaron por el mar, en una mezcla de ternura, picos sonrientes, corrientes oceánicas y polución. "Tenía que ser un trabajo corto. Me ha costado sin embargo cinco años y viajes por todo el planeta", cuenta el autor por teléfono desde Nueva York.

El 10 de enero de 1992 una tormenta sorprendió cerca de las Islas Aleutianas a un carguero que cruzaba el océano Pacífico de Hong Kong a Washington. 12 contenedores cayeron por la borda, uno se abrió y llenó el mar de miles de juguetes producidos por la compañía china First Years Inc. Los animalitos se dispersaron, presas de las corrientes oceánicas. Un naufragio conmovedor que una compañía de coches aprovechó años después para un video publicitario. Pero desde el principio el asunto cogió también otro camino, más serio.

Varios oceanógrafos se dieron cuenta de que los patos que tocaban tierra solían desembarcar en determinadas zonas. Hasta llegaron a realizar un mapa que se basaba en las corrientes y reconstruía los trayectos de navegación de los patitos. El oceanógrafo y cazador de juguetes náufragos Curtis Ebbesmeyer encontró el punto exacto en el que el container se había caído. Y, según contó a The Independent, aprovechó los movimientos de los juguetes para estudiar el giro oceánico (una gran corriente constante y circular) del Pacífico Norte, entre Japón, Alaska e Islas Aleutianas, descubriendo por primera vez que un objeto tarda tres años en completar el ciclo.

En 2005 Hohn, fascinado por esta aventura, empezó a tirar del hilo. Su investigación le llevó a contactar con Ebbesmeyer, del que recibió una sorprendente respuesta: "No puede cazar a los patos por teléfono. Tiene que salir de casa y buscar", como publicó The New York Times. Hohn le tomó la palabra. "Primero fui a China, a la fábrica donde construyeron los patos", explica. Y luego empezó a recorrer los sitios del mapa. Escocia, Hawai, incluso cogió un crucero para viajar por el mar Ártico. Una larga ruta con un imprevisto agradecido: "En una playa escondida y desierta, en Alaska, encontré a un castor de plástico, escondido bajo un árbol. No contaba con que a lo largo de mi ruta hallaría a uno de los animalitos".

El castor, que en un tiempo fue rojo y ahora es más bien blanco, está en su casa. Pero, ¿cómo puede estar seguro de que sea uno de los miembros de la flota de juguetes? "Por la marca, el color, el material. Hay pruebas ciertas. En cambio después de los primeros hallazgos se desató un entusiasmo por el que todo el mundo decía que había encontrado uno de los animalitos famosos".

La mayoría de los patos han acabado en las playas del mapa, tras un viaje largo y peligroso. Según Hohn, "la imagen más encantadora de todo esto es la de un minúsculo pato amarillo que desafía en solitario al océano salvaje". Muchos le han ganado el pulso a la naturaleza, a costa de perder su color original y están a salvo, en casas de coleccionistas o cazadores casuales. Centenares de juguetes sin embargo se han deteriorado y han acabado hechos pedazos. Pero "debe de haber cientos que todavía están flotando", sostiene Hohn. Y cuenta: "Varias veces me he imaginado estar tumbado en la playa y de repente ver aparecer en el horizonte un patito amarillo". Ese patito sería hoy 19 años más viejo y tendría el pico sonriente de quien ha sobrevivido al océano.

Una armada de objetos

Los patos no están solos. Uno de los objetivos del libro Moby Duck es llamar la atención sobre el problema de los objetos que se caen de los barcos y acaban dañando al medioambiente y al mar, degradándose o hundiéndose a lo largo de los años. Las cifras, según Hohn, son significativas: "Hay cientos de containers y en consecuencia miles de objetos que acaban en el océano cada año. Un cifra exacta es imposible dado que las compañías de transporte marítimo no están interesadas en contabilizarlo. A menudo estos incidentes pasan desapercibidos. En mis búsquedas me he encontrado con estimaciones de más de 10.000 objetos al año".

Un caso ejemplar se dio en 1998, cuando un carguero perdió en el Pacífico 407 contenedores. "Contenían de todo: bicicletas, teléfonos inalámbricos, ropa. Las consecuencias para el medioambiente son muy dañinas", sostiene Hohn. El daño proviene también de tierra, de los objetos abandonados en el mar. "Los más frecuentes son botellas, juguetes y zapatos".

lunes, 5 de agosto de 2013

Nosotros no tenemos el control...


Nosotros no tenemos el control, cariño, es sólo una ilusión.
Up in the air (En el aire)- Walter Kirn

domingo, 4 de agosto de 2013

La fortaleza de la soledad...


La fortaleza de la soledad – Jonathan Lethem

La fortaleza de la soledad - Jonathan LethemAtraído por algo que leí sobre otro de sus libros, “Cuando Alice se subiú a la mesa”, decidí probar suerte con este novelón de Jonathan Lethem, aficionado como soy a la narrativa norteamericana.
El resultado ha sido interesante, aunque en absoluto como esperaba. Y digo esto porque “La fortaleza de la soledad” es una novela sólida, que se lee de un tirón y engancha; lo cual, para un libro de más de seiscientas páginas no es moco de pavo. Sin embargo, Lethem cae en una trampa que parece aguardar a casi todos los escritores norteamericanos de nueva generación: la realización de la ‘gran novela americana’.

Quizá la tradición novelística estadounidense haya lastrado, por este motivo, a muchos buenos autores. Y es que Lethem, como otros antes que él (léase: Foster Wallace, Chabon, Eggers), pretende abarcar en “La fortaleza de la soledad” todo cuanto quepa en un libro: desde la clásica iniciación de un joven hasta las reflexiones sobre las drogas; todo ello bastante bien narrado, sí, pero demasiado ambicioso.

La historia que sirve como excusa para este libro es la de Dylan Ebdus, un chaval cuyos padres se instalan en Brooklyn a mediados de los años setenta, cuando el barrio está habitado casi en su totalidad por negros (perdón por no ser políticamente correcto) e inmigrantes de diferentes nacionalidades. El crecimiento del niño se verá marcado por los abusos a los que se ve sometido por parte de sus vecinos, que consideran el color de su piel como una afrenta en un barrio en el que ser blanco no era, precisamente, una buena idea. Sin embargo, la amistad que surgirá entre Dylan y uno de sus vecinos de color, Mingus, cambiará para siempre la vida del chico y le enfrentará con una realidad que desconoce.

Casi el argumento de una teleserie barata, sí. Pero Jonathan Lethem no cae en sentimentalismos y consigue crear una trama convincente… si no se le tienen en cuenta un par de detalles. Uno, y fundamental, es el ya citado antes. La intención de escribir una novela ‘total’ es muy encomiable, pero la historia que el autor ha elegido como motor de la acción no parece apropiada para sustentarla. La amistad entre los chicos no es tanto un punto principal del libro, cuanto una excusa para mostrar la evolución de una sociedad a lo largo de veinte o treinta años, pudiendo así tratar temas secundarios como el de las drogas, la segregación racial, el auge de la clase media acomodada o, incluso, las transformaciones de los géneros musicales populares. Y eso mismo ocurre con, por ejemplo, alguno de los personajes, como son la madre de Dylan, o la señora Vendle: su función es meramente figurativa, una oportunidad para que el escritor toque algún palo que, de otra manera, se le quedaba fuera de su campo de acción.

Otro motivo de incredulidad o desinterés es, justamente, la escasa entidad de los personajes secundarios, que no aportan casi nada a la novela y dejan en manos del protagonista todo el peso del argumento; y la figura de Dylan, por desgracia, no aguanta semejante responsabilidad. No tanto porque carezca de credibilidad, puesto que es un personaje muy bien definido, con una evolución natural, sino porque la trama en la que se ve envuelto quizá exigía una mayor ‘economía’ literaria, y no (y volvemos sobre lo mismo) una historia con propensión a la universalidad.
Quizá por esa peculiaridad “La fortaleza de la soledad” se queda en, simplemente, una buena novela (demasiado extensa) en lugar de haber llegado a ser una obra para ser tenida en cuenta. No obstante, Lethem ha resultado ser un narrador muy interesante, por lo que uno probaré suerte con algún otro libro suyo. Ya veremos.

viernes, 2 de agosto de 2013

jueves, 1 de agosto de 2013

Vigilantes del cielo...


Vigilantes del cielo

Una treintena de edificios tienen esculturas que sobrevuelan la ciudad

Una persona normal le llega a un dios por las rodillas. El mortal de talla media lo descubre trepando a las azoteas de Madrid, donde viven Minerva y Aurora, Pegaso, el Fénix y un puñado de ángeles.

Encaramadas a cúpulas y torreones de una treintena de edificios, estas esculturas desafían la lógica. Pesan toneladas, pero vuelan ligeras; son enormes, pero pasan inadvertidas para los peatones, más pendientes de cuestiones terrenales como el tráfico o los escaparates. "El madrileño no mira hacia arriba", dice el historiador Luis Miguel Aparisi. En su portátil tiene una base de datos con miles de esculturas madrileñas, la inmensa mayoría a ras de suelo. "Arriba hay muchas menos: una estatua necesita publicidad -si no se ve, nadie va a pagarla-, y tampoco tiene sentido homenajear a nadie sobre el tejado".

Los mitológicos vigilantes del cielo son pocos, pero todos tienen su leyenda.La madrileña más retratada es la Victoria alada del edificio Metrópolis. Los aurigas del antiguo Banco de Bilbao fueron protagonistas de la película La comunidad, de Alex de la Iglesia (aunque pocos saben que no están dentro del carro, sino en una plataforma, porque si no, desde abajo, solo veríamos su cabeza). Las esculturas que coronan una treintena de edificios de Madrid inspiran e intrigan. "¿Cómo nos verán ellos desde allí arriba?", se preguntó el fotógrafo Antonio Bueno, que para su libro Mitologías en los cielos de Madrid subió hace años a las azoteas y retrató de cerca a estos gigantes. "Gocé de una visión de la ciudad de la que pocos mortales han disfrutado", dice el fotógrafo en su estudio.

Descubrir lo que ven los vigilantes del cielo queda a riesgo de cada uno. Pero estas son algunas respuestas a sus misterios:

- ¿Cuándo aterrizaron?

Hay esculturas en lo alto de edificios madrileños ya en el siglo XVII. Desde entonces un ángel de mármol corona el actual Ministerio de Asuntos Exteriores que fue, no sin retranca retrospectiva, cárcel de nobles. Por ello, en el Madrid barroco, los criminales ricos no dormían "a la sombra" ni "en la trena", sino "bajo el ángel".

Aunque abundan las obras hasta bien entrado el siglo XX, solo encontramos una del XXI. "Debo de ser el único escultor que queda vivo", bromea Miguel Ángel Ruiz, autor de Accidente aéreo, un dios estrellado en un edificio del centro. El artista apunta una razón para el ocaso de estas estatuas: "esta es la era de los arquitectos, su ego no permite que se coloque nada por encima de sus edificios".

- ¿Quiénes son?

El habitante más común del cielo madrileño, con permiso de las palomas, es el Ave Fénix. Anida sobre siete edificios que fueron sede de la aseguradora La Unión y el Fénix. A veces aparece sola, pero casi siempre la cabalga un adolescente. Para algunos es Mercurio, para otros es Ganímedes raptado por Zeus (transformado en águila) y para los madrileños de los años cuarenta era "el Ángel de Fénix". También tiene varios nombres el gigante de Victorio Macho en Gran Vía, 60. Fue bautizado el Romano en la prensa de la posguerra, pero lo han llamado el Coloso, el Atlante... hay quien dice que el 21 de marzo el último rayo de sol atraviesa la casa que sujeta sobre su cabeza.

"Hay muchas leyendas", opina Luis Miguel Aparisi, a quien molesta sobre todo la que supone que la reina (Isabel de Farnesio o Isabel II, según la versión) mandó bajar las esculturas de la cornisa del Palacio Real porque soñó que se le caerían encima. "Tonterías, probablemente se debió a los nuevos gustos neoclásicos de Carlos III, lo único que sabemos es esto", dice mostrando la escueta nota de 1760 que ordenaba bajarlas sin explicar por qué.

- ¿Quién las firma?

Cuando uno ve la figura estrellada contra un edifico de la calle de los Milaneses con Mayor puede pensar que es Ícaro o el Ángel caído. Pero para eso está el artista: "Es un hombre alado que un día salió a dar una vuelta y al aterrizar en el prado de siempre se encontró que habían construido una ciudad en su lugar", explica Miguel Ángel Ruiz, que la realizó en 2005.

Accidente aéreo juega con la frontera entre el arte clásico y el contemporáneo, "porque el tiempo no existe ni para los dioses ni para el arte". Fue fabricada de la misma manera que el resto de sus parientes. Dibujada y esculpida en barro del que se sacaron ceras sobre las que se coló el bronce. "Igual que lo hacían los romanos", dice el artista, "no hay una manera más tecnológica, aunque ahora la normativa te obligue a ir disfrazado de la NASA".

Muchos de los autores de este tipo de esculturas fueron famosos en su tiempo (Agustín Querol, Higinio Basterra, Federico Coullaut, Luis Sanguino, Juan Luis Vasallo). Sin embargo, hay muchas esculturas que ni siquiera están acreditadas.

Rafael García lleva más de un año intentando demostrar que el Fénix de Virgen de los Peligros, 2, es obra de su abuelo, Vicente Camps Bru. En un par de sitios de Internet se adjudica la autoría a otro Camps, Josep Maria Camps i Arnau. No hay datos que acrediten ni lo uno ni lo otro en la prensa de la época. Tampoco en la memoria del proyecto del Colegio de Arquitectos, en la propia estatua o en la miniatura sin firmar que conservan en el hotel que ahora ocupa el edificio. "En mi casa siempre oí contar que era de mi abuelo e incluso tuve fotos de sus bocetos... No lo conocí, fue discípulo de Benlliure y me encantaría demostrar que es suya, pero por más que busco, no encuentro", se lamenta el nieto.

Incluso en obras con mucha literatura se omiten los nombres de los escultores. La inauguración de la iglesia de la Concepción de la calle de Goya mereció páginas enteras en Abc y La Construcción Moderna. Los artículos explican que la Virgen de la cúspide mide 5,50 metros y especifican incluso que lleva una corona con un "nimbo de luz de la marca Moore"; pero ni rastro del nombre del escultor. Tampoco cuentan que al colocar la corona se les olvidó ponerle bombillas. Como nadie quería encaramarse a la Virgen tuvo que hacerlo el cerrajero electricista de la obra, que se ofreció valientemente. Se llamaba Francisco Gosálvez (era mi bisabuelo; todas las familias tienen su leyenda).

- ¿Qué problemas dan?

Como vecinas, las esculturas no son nada conflictivas. "Está ahí y cuando llueve se lava: mantenimiento cero", dice Jorge del Río director del hotel Petit Palace Alcalá Torre, que tiene un Ave Fénix desde 1931. Desde la azotea apenas se ve al bicho, cosas de la perspectiva.

Lo que se ve estupendamente desde su nido son las cuadrigas del antiguo Banco de Bilbao, justo enfrente. Tampoco dan mayores complicaciones, según los actuales dueños, la inmobiliaria GMP.

Algo más caprichosa salió la Aurora que cabalga sobre la cúpula de la actual sede del Grupo Planeta. Colocada en 1927 fue restaurada hace tres años. Es de chapa de zinc, un material más barato y mucho más ligero que el bronce. Sus piezas están engatilladas por lo que el agua se coló hasta la madera. "Una vez restaurada no da trabajo", explica el jefe de mantenimiento del edificio. Por muy diosa que sea, para arreglarla hubo que tirar de fontaneros, que son los que saben manejar el metal.

Administrativamente quien vigila el buen estado de estas esculturas son las comisiones para la Protección del Patrimonio Histórico del Ayuntamiento y la Comunidad. "Depende mucho de la catalogación del edificio, de su antigüedad... pero en general si el inmueble está protegido no se permite retirar las estatuas y han de ser restauradas con materiales específicos y tras un informe favorable de las comisiones de expertos", explica Beatriz Lobón desde el Área de Urbanismo del Ayuntamiento.

- ¿Cómo se izaron?

Puede que una vez colocadas no den muchos problemas, pero izarlas a las alturas es un reto de ingeniería. Para subir a Minerva a la terraza del Círculo de Bellas Artes, a 58 metros sobre la calle de Alcalá, hizo falta una plataforma de hierro y cemento de 12 metros de superficie. También grúas y andamios especiales, y eso, después de un viacrucis para traerla desde la fundición de Arganda: el camión era tan grande que chocaba con los cables del tendido eléctrico. A pesar de estar hueca, los más de seis metros de la diosa pesan 3.000 kilos. Todo el asunto se describió en la prensa de los años sesenta como la Operación Minerva.

Las esculturas del actual Ministerio de Agricultura en Atocha se colocaron en 1905 con un andamiaje tan complejo que costó 30.000 duros, una fortuna para la época. Casi 70 años después un trozo del ala de un Pegaso cayó sobre la calzada. La Real Academia de San Fernando dictaminó que "en evitación de alguna catástrofe" se bajasen. Eran de mármol y pesaban 119 toneladas (cada Pegaso, 47), y se sustituyeron por una copia en bronce de 5.340 kilos.

A pesar de los avances técnicos, bajarlas fue casi tan complicado como había sido subirlas. "Nuestro miedo era el viento", explicó en Abc el escultor Juan de Ávalos, encargado del desmonte para el que se necesitaron 24 días y una grúa de 42 toneladas. "Se nos desmoronaban los bloques, no hubo más remedio que cortarlos, aunque hubo quien puso el grito en el cielo", explicó. El conjunto original se dividió y las figuras acabaron adornando la plaza de Legazpi y la glorieta de Cádiz.

No son las únicas que volvieron al suelo. Sobre la cúpula más emblemática de Madrid, planeó durante años el símbolo de La Unión y el Fénix. Cuando Metrópolis, otra compañía de seguros, adquirió el edificio en los años setenta fue sustituido por la Victoria alada. Durante la sustitución, ambas esculturas convivieron brevemente en la acera de la Gran Vía. El Fénix descansa ahora en un rincón de la Castellana, desterrado del cielo.