jueves, 2 de febrero de 2012

Julian y yo fuimos los mejores amigos...


"Julian y yo fuimos los mejores amigos"

Liberal, enérgico, genial. La personalidad del fundador de WikiLeaks es descrita en clarooscuro por Daniel Domscheit-Berg, 'Daniel Schmitt'. El que fuera su más cercano colaborador, hoy al frente de Openleaks, revela sus vivencias en la web más peligrosa del mundo

En su día, Julian y yo fuimos los mejores amigos o, como mínimo, algo muy parecido (a fecha de hoy no estoy seguro de que exista una categoría semejante en su mente). En realidad, ya no estoy seguro de nada en lo que a su persona se refiere. A veces le odio, hasta tal punto que tengo miedo de mí mismo, de la posibilidad de ejercer la violencia física en caso de que vuelva a cruzarse en mi camino. En otras ocasiones pienso que necesita mi ayuda, lo cual no deja de ser absurdo después de todo lo ocurrido. En mi vida he conocido a nadie con una personalidad tan fuerte como Julian Assange. Tan liberal. Tan enérgico. Tan genial. Tan paranoico. Tan obsesionado con el poder. Tan megalómano. Creo poder decir que hemos pasado juntos los mejores momentos de nuestras vidas. Y soy consciente de que es algo que no podemos recuperar. Ahora que han transcurrido un par de meses y los sentimientos se han aplacado, pienso que así tenía que suceder. Pero debo admitir abiertamente que no cambiaría estos últimos años por nada en el mundo. Por nada en absoluto. Mucho me temo incluso que, de poder volver atrás, haría lo mismo. (...)

Después del congreso de finales de 2008, Julian regresó conmigo a Wiesbaden (Alemania) y se hospedó dos meses en mi casa. Vivía siempre así: no tenía una residencia fija ni duradera, sino que se instalaba en casa de otras personas. Su equipaje consistía en una mochila, en la que llevaba sus dos portátiles y un sinfín de cables (aunque luego, cuando buscaba uno, no lo encontraba nunca). Iba siempre vestido con varias capas de ropa e incluso cuando se encontraba en espacios cerrados (aunque nunca he logrado comprender por qué) llevaba dos pantalones y a veces varios pares de calcetines. En Berlín habíamos pillado la "peste de los congresos", nombre con el que se conoce la epidemia de gripe que, tradicionalmente, en esa época del año, suele contagiarse en reuniones multitudinarias, cuando los asistentes comparten los teclados y el aire de los congresos. Con el rostro macilento, acatarrados y en silencio, el 1 de enero de 2009 subimos al tren rápido que nos llevó a Wiesbaden. En cuanto llegamos a mi piso la gripe nos obligó a instalarnos de inmediato en nuestros colchones; en realidad, y como yo me encontraba algo mejor que él, le cedí mi cama a Julian y me instalé en un colchón en el suelo. Julian se vistió con toda la ropa que fue capaz de encontrar y aun sacó unos pantalones térmicos de esquí de su mochila. En ese estado se metió bajo el edredón, se cubrió con dos mantas de lana y se deshizo de la fiebre durmiendo y sudando. Cuando al cabo de dos días volvió a levantarse estaba curado. (...)

Por aquel entonces recibíamos ya algunos donativos en nuestra cuenta de PayPal y habíamos adquirido el hábito de enviar regularmente mensajes en los que agradecíamos a nuestros benefactores la importancia de su donativo, que era en realidad una inversión en la libertad de información. Realizábamos esa tarea por turnos y en esa ocasión le tocó a Julian escribir el correo conjunto y añadir las direcciones de nuestros mecenas. Ahí estaba, sentado en mi sofá, bañado por la luz amarillenta y envuelto con dos mantas de lana, escribiendo sus mensajes. Yo oía el tecleo constante, incansable, pero de pronto el aria se interrumpió abruptamente con un "¡maldita sea!". Julian acababa de cometer un error. Como el mensaje iba dirigido a varios destinatarios, las direcciones debían incluirse no en el campo "Para", sino en el "CCO", para que los destinatarios individuales no tuvieran ocasión de ver los nombres del resto de benefactores. Julian se había equivocado precisamente en eso; y ya había enviado el mensaje. El error tuvo lugar en febrero de 2009 y supuso nuestra primera y única filtración propia. Las reacciones a ese correo de agradecimiento no tardaron en llegar. "Por favor, utilice copia oculta (CCO) para mandar correos como este...", o: "A menos que su intención fuera filtrar 106 direcciones de e-mail de personas que les han efectuado donativos, le recomiendo usar el CCO". Uno de los mensajes decía incluso: "Si no conoce la diferencia, no dude en ponerse en contacto conmigo y yo lo guiaré con mucho gusto a través del proceso". Julian escribió una disculpa. ¿Julian? No, lo hizo Jay Lim, nuestro experto legal de WikiLeaks Donor Relations, el departamento de donativos. Pero pronto constatamos que la casualidad es caprichosa. Entre los benefactores a quienes mandamos nuestro agradecimiento se encontraba un tal Adrian Lamo, un exhacker más o menos conocido que más tarde sería el responsable de la detención de nuestro supuesto informador Bradley Manning. "Fíjate tú, qué golfo", dijo Julian al descubrir la coincidencia. Abrí nuestro buzón de entrada y encontré un nuevo "documento secreto": Alguien nos había mandado nuestra propia lista de donativos como filtración oficial, acompañada por una nota bastante desagradable. Normalmente, no sabíamos quiénes eran nuestras fuentes, pero Lamo reconoció más tarde que había sido él quien nos había hecho llegar nuestra propia chapuza. Nos gustara o no, no teníamos más remedio que publicarlo. Aquella era una cuestión interesante. A menudo, filosofábamos sobre qué sucedería si un día debíamos publicar algo sobre nuestra propia organización; estábamos de acuerdo en que, llegado el momento, también debíamos dar a conocer informaciones negativas sobre nosotros. La prensa se hizo eco de la filtración de forma positiva; por lo menos éramos consecuentes. Ninguno de los responsables de los donativos se quejó.

(...) Julian era muy paranoico. Daba por sentado que alguien vigilaba la casa y por ello insistía en que nadie debía vernos salir ni regresar juntos. Yo siempre me preguntaba de qué servía aquello: si alguien se había tomado la molestia de vigilar mi casa, desde luego ya había descubierto que vivíamos juntos. Si salíamos juntos por la ciudad, Julian insistía siempre en que debíamos separarnos antes de llegar a casa. Él se iba por la izquierda, y yo, por la derecha; a menudo, al llegar a casa, debía esperarlo un buen rato porque se había perdido. (...) Julian tenía también una relación muy libre con la verdad; a veces tenía la sensación de que probaba hasta dónde le era posible llegar. En una ocasión, por ejemplo, me contó una historia sobre el origen de su pelo blanco. A los 14 años había construido un reactor en el sótano de su casa, pero había cometido un error de polarización. A consecuencia de ello, el pelo se le había vuelto blanco por culpa de los rayos gamma. (...)

La primera vez que una frase de Julian me dio realmente mala espina fue a principios de 2009, cuando nos estábamos planteando volar a Brasil para asistir al Foro Social Mundial. Un amigo me había dicho que le gustaría acompañarnos. Se lo conté a Julian, aunque en realidad a mí no me parecía muy buena idea; mi amigo no tenía nada que ver con el proyecto y nuestra intención no era ir a Brasil de vacaciones, sino a hacer contactos y a trabajar. A Julian, en cambio, le pareció una idea genial y comentó: "Sí, dile que venga". A continuación, añadió que siempre venía bien tener a alguien que cargara con las maletas. Entonces, por primera vez, me pregunté quién le llevaba las maletas en esos momentos; y no vi a nadie... salvo a mí mismo. Más tarde comprendí que, en numerosas ocasiones, Julian debió de tener la sensación de que yo adoptaba una actitud de subordinación, cuando, en realidad, yo tan solo intentaba mostrarme amable y considerado. Era evidente que a menudo me consideraba mucho más débil de lo que en realidad era. Eso se debía quizá a que yo soy un tipo optimista, que invierte mucho menos tiempo en las críticas que en los hechos concretos. En todo caso, a partir del momento en el que Julian tuvo la sensación de que yo había dejado de subordinarme a él, nuestra amistad empezó a resquebrajarse. En cuanto empecé a sacar a colación problemas concretos (porque esos problemas existían y no porque de pronto yo hubiera empezado a valorar nuestra relación de forma distinta), Julian empezó a referirse a mí como alguien al que había que contener, controlar y mantener a raya.


A principios de 2010 su actitud hacia mí había cambiado ya visiblemente. De hecho, llego a decirme que si cometía un error, me "cazaría" y me "mataría". Nunca nadie me había dicho nada parecido. Y por mucho miedo que tuviera de que algo pudiera salir mal, una amenaza de ese calibre no tiene excusa posible. Yo me limité a preguntarle si se había vuelto loco, solté una carcajada y dejé correr el asunto. ¿Qué otra cosa podía hacer? No recuerdo haber cometido ningún error grave. Solo en una ocasión se me olvidó hacer una copia de seguridad del servidor central. Cuando este se estropeó, Julian me dijo: "WikiLeaks sigue vivo tan solo porque no he confiado en ti". (...)

Conozco tres versiones distintas sobre su pasado y el origen de su apellido. Existen historias sobre, por lo menos, 10 antepasados distintos procedentes de diversos rincones del planeta, desde irlandeses hasta piratas de los mares del Sur, y durante una época en sus tarjetas de visita ponía "Julien d'Assange". Lo cierto es que urdió un verdadero misterio alrededor de su persona, que nunca dejó de añadir nuevos detalles a su pasado y que se alegraba cada vez que un periodista se hacía eco de ello. En cuanto me enteré de que tenía intención de escribir su autobiografía, mi primer pensamiento fue que el libro iba a tener que aparecer en la sección de ficción. Julian se creaba cada día de nuevo, como si fuera un disco duro que se formateara una y otra vez. Deshacer y reiniciar. A lo mejor era simplemente que no sabía ni quién era, ni de dónde venía. O a lo mejor había aprendido que siempre terminaba separándose de todo el mundo, ya fueran mujeres o amigos; entonces, si podía revisar su personalidad y darle al reset, todo era mucho más fácil. (...)

Y después, poco a poco, empezó a llegar el dinero. Habíamos declarado públicamente que íbamos a necesitar 200.000 dólares para cubrir los costes de explotación, e idealmente otros 400.000 dólares para pagar los salarios. En febrero o marzo de 2010 habíamos reunido ya los primeros 200.000 dólares, y estoy hablando tan solo de la cuenta de la WHS que habíamos abierto apenas en octubre de 2009. Había conocido a los responsables de la fundación en el Chaos Computer Club. Wau Holland era uno de los padres fundadores de los clubs de hackers y la fundación se dedicaba a la promoción de proyectos orientados a la libertad de información. Lo bueno de la fundación era que también se encargaba de garantizar que las donaciones se destinaran a causas oficiales. Todo aquel que nos hacía una donación desde Alemania podía desgravársela fiscalmente. Yo mismo organicé el encuentro con la fundación y me encargué de todo el papeleo. La mayor parte de las donaciones procedían de Alemania.

El vídeo titulado Asesinato colateral nos reportó en apenas dos semanas 100.000 dólares más en donativos. En verano de 2010 teníamos ya en nuestra cuenta 600.000 dólares y, según he podido saber, en el momento álgido, la fundación había recogido más de un millón de dólares. Hasta septiembre, es decir, hasta el momento en el que abandoné el proyecto, habíamos gastado 75.000 dólares en hardware y en costes de viaje. Durante los siguientes dos meses se retiró una cantidad varias veces superior a esa, seguramente también porque, finalmente, se encontró la forma de poder pagar salarios. (...)

La presión tuvo como resultado que cada vez cometiéramos más fallos. Y que ya no pudiéramos cumplir con la inmensa responsabilidad que nos habíamos cargado a las espaldas. Julian se limitaba a repetir su frase preferida: "No pongas en duda al líder en tiempo de crisis".

Esta frase casi tenía un potencial cómico. Julian Assange, el revelador de secretos en jefe y el crítico militar más mordaz en misión de paz global, se había acercado también de palabra a los poderosos a los que pretendía combatir. Parecía hallar cada vez mayor satisfacción en el lenguaje técnico extremadamente afilado y desalmado de los documentos, con sus absurdos acrónimos y códigos. Hacía mucho que calificaba a cualquier persona como "activo", concepto que se utiliza en el lenguaje empresarial para denominar el inventario, y en el ejército para referirse a los soldados que componen las tropas. La manera en que Julian utilizaba este término tampoco era simpática, sino que demostraba que para él las personas de nuestro equipo eran simplemente carne de cañón.

Cuando posteriormente quiso echarme, alegó lo siguiente: "Deslealtad, insubordinación y desestabilización en tiempo de crisis", todos ellos conceptos del Espionage Act (Ley del Espionaje) de 1917. Las cláusulas de esta ley se derivaron de la entrada de Estados Unidos en la I Guerra Mundial. Se trataba de lenguaje militar dirigido a traidores. -

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EL PAIS

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