jueves, 29 de marzo de 2012

Lento adiós al piropo...


Lento adiós al piropo

La lisonja fugaz y pública pierde adeptos a medida que crece la concienciación en materia de igualdad - El límite entre el halago y el ataque verbal sigue generando debate

Lo de "¡guapa!" cada vez se escucha menos. La escena del albañil (o el taxista, ejecutivo o peatón) que piropea a una mujer en la calle, con más o menos intensidad y acierto, sigue presente en las calles españolas, pero en menor grado que en generaciones anteriores y, sobre todo, con cada vez menos aceptación. A medida que han evolucionado los papeles de hombres y mujeres -que se educan, conviven y se relacionan con mucha más fluidez que antes-, el piropo ha dejado de ser "la única puerta por la que un hombre se dirigía a una desconocida" -como lo describe Hermógenes Domingo, miembro del grupo Prometeo de Hombres por la Igualdad- y ha pasado a convertirse en una herramienta más excepcional y delicada, que fácilmente puede halagar u ofender.

En general, "los piropos han cambiado, y las expresiones sexistas se cuidan mucho más que hace 20 años", apunta Nina Infante, presidenta del Fórum Feminista. "Tenemos leyes, una cultura que va impregnando nuestro sentir. Yo creo que se nota el cambio en positivo. Pero todavía hay demasiadas expresiones, piropos, dichos, chistes, que van conformando un pensamiento discriminatorio que debemos erradicar", afirma.

El arraigo de estas expresiones, aun así, es evidente: "A los hombres jóvenes les gusta decir piropos a una mujer guapa que pase por la calle (...). [Ella] debería no hacer caso y mantener una cara neutra, para no animarlos. Después, puede reírse y contárselo a sus amigos", explica un artículo actual sobre costumbres típicas españolas en la página web de viajeros Trip Advisor. El lingüista alemán Werner Beinhauer ya hablaba en los años treinta de "comentarios lisonjeros con los cuales un hombre español alaba la belleza femenina".

¿Por qué se da en ciertos países y no en otros? La palabra viene del sustantivo griego pyros, que significa fuego. "Los piropos son como fuegos artificiales", compara Esther Forgas, catedrática de Lengua española en la Universitat Rovira i Virgili, "y estas expresiones se dan en sociedades extrovertidas porque se trata de una explosión hacia fuera". Aquellas sociedades que tienen tradición de piropo, como las mediterráneas y árabes, tienden asimismo a la hipérbole, al empleo habitual de la retórica y los juegos de palabras y a la proliferación de metáforas en el lenguaje, señala Forgas.

La aceptación del piropo sí ha cambiado, aunque todavía tiene la capacidad de hacer sonreír o sonrojar, como cuenta Ana Álvarez, que trabajó en la edición y montaje del corto Mi señora (2003): "En general me río. No hay que echarle tanta leña al fuego", opina sobre quienes se toman los comentarios como un ataque. "En una escuela de teatro a la que iba, teníamos una obra y las taquillas estaban en el pasillo donde pasaban los obreros. Nos pillaban a menudo en ropa interior. Había que verlos, mirando para abajo, abochornados. Cuando pasábamos por la calle, vestidas, gritaban desde lo alto de la obra. Allí se sentían en su lugar". El cortometraje en el que trabajó Álvarez versa precisamente sobre el piropo y ha ganado multitud de premios. Todavía hoy se proyecta en talleres para la prevención de la violencia de género.

Mi señora retrata a un hombre que se deshace en piropos más o menos originales, primero -y auténticas barbaridades después- hacia una desconocida que pasa por la calle. Es una historia totalmente real: "Me la contó una amiga. Me dejó alucinado el descaro del tipo. Además, pasó en medio de un atasco y nadie dijo nada", explica el director, Juan Rivadeneyra, quien cree que en el piropeo "hay una línea muy fina" entre el ataque y el halago y pretende, con su obra, hacer pensar sobre lo que considera una sociedad mayoritariamente "patriarcal". Siempre espera que quienes vean su corto piensen después en cómo se sentirían si la destinataria de los gritos fuese una novia, una madre o una hermana, porque el corto trata sobre la posesión de las personas. "El título no es casual, Mi señora. Es lo mío, no se toca. Pero yo sí puedo tocar lo de los demás, porque no es mío", reflexiona. "Y además, todos los hombres lo pensamos", añade Rivadeneyra.

Por lo general, el emisor del piropo "considera a la mujer un terreno, un objeto al que puede acceder libremente", señala Hermógenes Domingo. "De manera inconsciente creemos que tenemos una especie de derecho de acceso a una mujer que vaya sola o a un grupo de mujeres que camina por la calle sin compañía masculina". La mujer sigue pareciendo un destinatario mudo. O ni eso, según algunos expertos. Esther Forgas destaca que el piropeador no suele hablar para que le escuche (o para que le responda) la destinataria del mensaje, sino principalmente "por una necesidad de expansión, para un lucimiento personal", es decir, para que lo oigan los demás. "Generalmente, el hombre no dirige un piropo a una mujer si está solo, sino más bien cuando se encuentra acompañado de otros hombres, o donde pueden oírlo otros hombres", corrobora Domingo.

El piropo es todavía a menudo "lo que se espera del hombre, al menos cuando está en grupo", asegura la psicoanalista Clara Bermant. Y Esther Forgas añade: "Destacan de manera muy evidente los roles diferenciados de los dos sexos: hombre activo y mujer pasiva. Se espera que la mujer no conteste. De hecho, si lo hace, se pierde la gracia".

La manera de recibir el piropo, su calificación de halago o de ataque verbal sexista, coinciden los expertos, depende de tantos factores que prácticamente habría que estudiar caso por caso: "Habría que ver quién lo hace y quién lo recibe, qué, cómo, en qué momento...", subraya Nina Infante, del Fórum Feminista. Hermógenes Domingo distingue el piropo agresivo, "dañino, incluso insultante", que no tiene intención de halago, de los comentarios "benévolos", pero precisa que incluso estos últimos encierran, según él, una visión parcial de la mujer: "Suelen ir dirigidos casi exclusivamente al aspecto físico, estético. Se le da un valor exacerbado a ese aspecto en las mujeres. Lo hacen también las propias mujeres. A un hombre no se le suele decir 'qué guapo estás". "La mayoría de piropos cosifica o animaliza a la mujer", señala Esther Forgas.

La psicoanalista Clara Bermant tiene una opinión distinta. "Hay que distinguir entre el piropo con intención elogiosa y el comentario con función violenta y ofensiva. No creo que en todo lo que se dice con ánimo erótico haya intención de molestar. Los comentarios hostiles (no los considero piropos) apuntan a la fragmentación del cuerpo de la mujer, como "qué culo tienes" o suponen un ánimo exhibicionista a la destinataria, y lo que muestran, más bien, es más la impotencia del hombre por poseerlas que el deseo de hacerlo", asegura. Además de la intención de quien piropea, quien decide el sentido no es el emisor, sino la receptora: "El piropo es una expresión del lenguaje, está vinculado al juego de palabras, por lo cual está presente el malentendido, el equívoco".

La percepción suele ser distinta dependiendo del género: "En el corto Mi señora, los espectadores hombres no perciben las faltas de respeto asociadas a los nuevos valores de igualdad ("¿tú cómo no llevas un hombre al lado para lucirte?"), valores que las mujeres ya tiene incorporados y nosotros no. Eso sí, todos entendemos que utilizar palabras malsonantes ("vaya culo que tienes") es ya un insulto, algo que no se le hace a una desconocida en la calle", explica Hilario Sáez, de Hombres por la Igualdad, que proyecta el corto en sus talleres sobre violencia de género.

"Hay estudios sobre cómo los piropos no siempre tienen función de elogiar la belleza femenina, sino que se pueden hacer con el objetivo de denigrar a las mujeres, marcar diferencias de poder... Por ejemplo, en el caso de los jefes que acostumbran a piropear a sus subordinadas", dice Virginia Acuña, lingüista especializada en lengua y género. "Se podría decir que el piropo, de por sí, no se puede considerar abiertamente sexista, pero en muchos casos sí que puede formar parte importante de comportamientos sexistas", puntualiza.

La aceptación del piropo, coinciden muchos expertos, ha cambiado. Es el caso de las usuarias de Hollaback, una red social que se está extendiendo por varios países del mundo y que pretende denunciar el acoso a mujeres, un concepto que incluye los "comentarios lascivos", pero también los casos de "persecuciones, tocamientos, masturbación pública...", aclaran desde la organización. Nació en EE UU en 2005 y ya se ha implantado en Reino Unido, Francia, República Checa, Argentina, México e India, países en los que las internautas cuelgan sus historias (incluso, si se atreven, con foto de la persona que las molesta) y las localizan en un mapa interactivo. El portal reivindica el derecho a que las mujeres se sientan "seguras, confiadas y sí, incluso atractivas, sin convertirse en la fantasía de algún pervertido". ¿La diferencia entre un piropo y el acoso? "El piropo puede hacerte sentir bien. El comentario de un acosador asusta", distingue una de las fundadoras, Emily May. "Si lo sientes como tal, es acoso", sintetiza Inti Maria, coordinadora en Buenos Aires.

Hollaback sirve, además de para alertar de estas situaciones y subrayar que el acoso sigue existiendo en todo el mundo, para otorgar capacidad de respuesta a las mujeres: los fundadores usan el verbo to empower (lo que se ha dado en llamar "empoderar", algo así como "dar poder"). La traducción de Hollaback es, de hecho, una especie de "Hola a ti también", la respuesta femenina ante una situación que puede ser menos frecuente, pero que sigue teniendo la capacidad de dejar muda a la receptora.

La voz de la zalamería

Esther Forgas, catedrática en Lengua Española que coordina el posgrado de Feminismos, masculinidades y equidad de género de la Universidad Rovira y Virgili, clasifica en cuatro los factores lingüísticos que suponen un caldo de cultivo para que el piropo haya enraizado en nuestra sociedad:

Primero, el carácter expansivo o extravertido de la sociedad, compartido con los pueblos del Mediterráneo, que lleva a un uso generalizado de la exclamación y el apóstrofe.

En segundo lugar, la tendencia a la exageración y a la hipérbole, propia de la lengua española ("Me hielo de frío", "me muero de sed").

Un tercer elemento a tener en cuenta sería la tendencia a la retórica y los juegos de palabras. El español juega con el lenguaje (comparaciones inéditas, chistes, invención de nuevas palabras), se toma libertades con él. "No le tiene respeto, en definitiva, como aseguraba el hispanista alemán Werner Beinhauer", dice Forgas.

Por último, es una lengua con tendencia metafórica. Junto con la mayoría de lenguas semíticas y mediterráneas, en España metaforizamos, utilizamos parábolas, refranes... En la metáfora se toma como ejemplo algo compartido y conocido por la sociedad para definir otra idea de distinto, por ejemplo: "Nena, con estas pestañas no vayas por El Retiro, que están de poda"

EL PAIS

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