martes, 31 de julio de 2012
Broker de la información...
Google se ha convertido en un broker de la información que puede ofrecer servicios a empresas de cualquier sector y cobrar cantidades sustanciosas en todos los mercados.
lunes, 30 de julio de 2012
Yes we camp!!!
domingo, 29 de julio de 2012
Brillante y tenebroso,..
Brillante y tenebroso, Baudelaire reseña a Poe
“Edgar Allan Poe, su vida y sus obras” es el análisis que el gran poeta, Baudelaire hizo de un hombre al que admiraba en gran forma, Edgar Allan Poe, pero no solo al gran literato sino también al hombre controvertido que era Poe, y adentrarse en las reflexiones que un grande de la literatura hace a otro ícono de este bello arte, es todo un deleite ¿o no? Baudelaire, que merece un post aparte, se sentía inclinado a escribir sobre Poe, como lo hace poco después de la triste muerte del aclamado autor de “El Gato negro”.
No nos refiere Baudelaire nada nuevo, en realidad para los que hemos leido sobre Poe, las vivencias que marcaron su vida y su lamentable inclinación a la bebida, son del dominio de todos. Los “demonios” de Poe, que no pudo vencer, igualmente y esto es lo mejor, permitieron al autor que pudiera legarnos maravillosos relatos que lo sitúan como uno de los más importantes escritores de habla inglesa de su generación.
Nuevamente leemos en la reseña de Baudelaire, el nacimiento en la pobreza del autor, la viudez de su madre, su orfandad, su adopción, la juventud, el matrimonio, la bebida, sus primeros intentos de escritura, y su carrera periodística, y es que la vida de Poe está llena de facetas, un alma atormentada, un “desafortunado” le llama Baudelaire, un “desdichado” pobre víctima de “la mala suerte”. Sea lo que fuera, Baudelaire es generoso con el hombre, y reconoce la valía del literato, en eso está la grandeza de estos acercamientos de unos a la obra de otros, pese a ser y grandes genios por sí mismos, no pecan de egoísmos, reconocen y aplauden la obra ajena, bien por Baudelaire.
La reseña sobre la vida del autor, es una invitación a adentrarse no a la comprensión, de un talento literario desaprovechado por su cambiante personalidad, y esa malsana afición a la bebida, que lo llevo a la muerte, sino al disfrute de las obras inolvidables de un hombre que igual fue con gran talento, crítico, periodista, poeta, y escritor.
Lee “Edgar Allan Poe, su vida y sus obras” pinchando aquí
“Edgar Allan Poe, su vida y sus obras” es el análisis que el gran poeta, Baudelaire hizo de un hombre al que admiraba en gran forma, Edgar Allan Poe, pero no solo al gran literato sino también al hombre controvertido que era Poe, y adentrarse en las reflexiones que un grande de la literatura hace a otro ícono de este bello arte, es todo un deleite ¿o no? Baudelaire, que merece un post aparte, se sentía inclinado a escribir sobre Poe, como lo hace poco después de la triste muerte del aclamado autor de “El Gato negro”.
No nos refiere Baudelaire nada nuevo, en realidad para los que hemos leido sobre Poe, las vivencias que marcaron su vida y su lamentable inclinación a la bebida, son del dominio de todos. Los “demonios” de Poe, que no pudo vencer, igualmente y esto es lo mejor, permitieron al autor que pudiera legarnos maravillosos relatos que lo sitúan como uno de los más importantes escritores de habla inglesa de su generación.
Nuevamente leemos en la reseña de Baudelaire, el nacimiento en la pobreza del autor, la viudez de su madre, su orfandad, su adopción, la juventud, el matrimonio, la bebida, sus primeros intentos de escritura, y su carrera periodística, y es que la vida de Poe está llena de facetas, un alma atormentada, un “desafortunado” le llama Baudelaire, un “desdichado” pobre víctima de “la mala suerte”. Sea lo que fuera, Baudelaire es generoso con el hombre, y reconoce la valía del literato, en eso está la grandeza de estos acercamientos de unos a la obra de otros, pese a ser y grandes genios por sí mismos, no pecan de egoísmos, reconocen y aplauden la obra ajena, bien por Baudelaire.
La reseña sobre la vida del autor, es una invitación a adentrarse no a la comprensión, de un talento literario desaprovechado por su cambiante personalidad, y esa malsana afición a la bebida, que lo llevo a la muerte, sino al disfrute de las obras inolvidables de un hombre que igual fue con gran talento, crítico, periodista, poeta, y escritor.
Lee “Edgar Allan Poe, su vida y sus obras” pinchando aquí
sábado, 28 de julio de 2012
viernes, 27 de julio de 2012
jueves, 26 de julio de 2012
Meter la pata en twitter...
Meter la pata en twitter
Las redes sociales conceden el derecho a equivocarse. También a los famosos. Con todo, muchos reinciden. Los expertos alertan de los peligros de una cuenta mal llevada.
"Nunca se han visto las pirámides de Egipto tan poco transitadas, ojalá que pronto se acabe la revuelta". Son 102 caracteres, 901 menos que la letra íntegra de Ave María. Pero durante dos semanas han tenido más resonancia que cualquier canción de David Bisbal. Tanto que resulta redundante contar ahora cómo el cantante almeriense publicó esa frase en su Twitter el 31 de enero, para borrarla en cuanto se convirtió, junto a las incontables gracietas que propició ("Nunca se ha visto la luna tan poco transitada, a ver cuándo acaba la guerra de las galaxias", "Qué pena que no puedo ir a Londres porque solo aceptan libras y yo soy acuario"), en trending topic nacional, y cómo más tarde dijo de su público que "el insulto es lo único que os queda; bueno, y también mucho tiempo libre", lo que también borró al poco. Pero hay más que una anécdota en la historia. Hay una lección magistral sobre la integración de Twitter en España.
En los tres últimos meses, las polémicas ocasionadas por los tweets del famoseo español se han convertido en un fenómeno de creciente repercusión. Mientras en EE UU y Latinoamérica el uso de redes sociales ha puesto en el mapa a celebridades de segunda, en España ha servido para que Alejandro Sanz comparara los derechos de autor a los de los niños africanos con sida o para que Alex de la Iglesia dejara la Academia del Cine.
"No creo que sea una conducta típicamente española", opina Mar Chicharro, profesora de sociología y medios de comunicación de la Universidad Complutense; "en todas partes, estos personajes están sujetos a constantes procesos de evaluación por parte del público. La Red ha convertido las conversaciones informales con otros miembros del público en un medio de presión del espectador".
El nuevo fenómeno carga, pues, en los hombros de los propios famosos y en cómo lidian con esta nueva realidad. Y cada uno reacciona de forma diferente a su repentina notoriedad. ¿Será por eso que cada caso da que hablar?
Arturo Pérez-Reverte, que en octubre se vio en el ojo del huracán por decir que Moratinos "ni para irse tuvo huevos", salió bien parado bromeando sobre sí mismo hasta un extremo tan absurdo que la cosa perdió fuelle. En el caso de Bisbal, en cambio, su reacción fue una lección de desconocimiento del medio: "Bisbal se cargó un par de cosas de la cultura 2.0", explica Ángel Álvarez, de una de las principales agencias de social media españolas, Territorio Creativo. "Primero, se negó a reconocer lo desafortunado de su comentario. En un medio tan inmediato como las redes sociales está permitido el derecho a equivocarse. Pero conlleva la obligación de reconocerlo. Y Bisbal lo único que hizo fue borrar el tweet. Después de que se hicieran miles de capturas de pantalla y de que lo vieran docenas de miles de personas. Y segundo, decidió atacar a la audiencia. Peor todavía".
Pero la reacción viene a posteriori, cuando la polémica ya está en marcha. Lo cual obliga a retraerse al origen de los comentarios. La desaparición de un intermediario —que tercie entre un ídolo y el público— ha dejado al descubierto a una élite que, cual realeza, siempre ha hecho de la inaccesibilidad su bandera y se empeña en seguir así en un medio que va justamente de lo contrario.
"Sorprende la de gente famosa que tiene Twitter no porque le guste, sino por hacerse el entendido. Reina el 'No lo entiendo, pero sé que funciona y está de moda", alerta Gaby Castellanos, consejera delegada de la agencia de social media Sra. Burns. "Les dan un medio de comunicación creado para conversar. ¿Y qué hacen? Cuando no es 'Que lo haga un becario' —que termina resultando en publicar noticias del departamento de prensa—, es un 'Ya lo relleno con lo que se me ocurra'. Y así pasa lo que pasa. Esto no es vender una imagen de marca, tío: ¡es enseñar tu imagen personal! No se trata de decir que eres guay, se trata de hablar de tú a tú con el público. Los que te dan de comer. Pero no hay cultura de eso en los famosos españoles".
Desde luego, nadie dijo que dialogar directamente con tu público sea fácil. Andrés Calamaro, que manejaba su propio Twitter hasta el pasado 21 de agosto, lo abandonó porque sus usuarios "no tienen categoría moral".
"Lo bueno que tienen las redes sociales es que nos ponen a todos al mismo nivel, famosos o no", prosigue Castellanos. "Tu cuenta de Twitter es una democracia: no mandas tú, manda la gente que la lee. Y eso cambia las cosas a quienes no están acostumbrados a escuchar a sus fans. Me sorprende que en España haya tanto famoso sordo".
miércoles, 25 de julio de 2012
Dos canales de decisión...
martes, 24 de julio de 2012
lunes, 23 de julio de 2012
La generación instantánea...
La generación instantánea
Desde hace una década vivimos en la cultura del aquí y ahora, en la que la urgencia domina nuestra vida. Pero ¿vivir así nos hace más felices o sólo oculta el miedo a pensar?
Tanto antes de la crisis como durante la crisis, la sociedad del derroche ha penetrado hasta tal punto en todos los aspectos de nuestra vida, que el consumo compulsivo ya no se limita a lo que adquirimos en las tiendas. El consumismo se ha trasladado a las relaciones sentimentales, cada vez más efímeras, por no hablar de nuestra sufrida agenda diaria, que sobrecargamos de compromisos y actividades. Consumimos tiempo y recursos en una carrera alocada contra el ritmo natural de las cosas.
Todo lo queremos instantáneo. Antes, preparar un café en casa era un ritual que implicaba desenroscar la cafetera, llenar el filtro de café molido, volverla a cerrar, esperar a que el fuego hiciera emerger el café con un sonido inconfundible… Hoy ponemos una cápsula en la máquina y obtenemos en cuestión de segundos un café instantáneo.
El problema no es el café, sino que esta misma urgencia domina el resto de ámbitos de nuestra vida. Somos la generación Nespresso.
Con prisa y sin pausa: “Tanta urgencia tenemos por hacer cosas, que olvidamos lo único importante: vivir” (Robert Louis Stevenson)
La cultura de la impaciencia se empezó a gestar con la revolución industrial y ha llegado a su cénit esta última década. Con la implantación masiva de Internet y de la telefonía móvil, nos hemos acostumbrado a los resultados inmediatos. Escribimos el nombre de un restaurante en la ventanita de Google y antes de un segundo tenemos su ubicación exacta en el mapa. Mandamos un correo electrónico, y si no obtenemos respuesta rápida, llamamos para ver qué sucede.
Según el psicólogo Miguel Ángel Manzano, “las nuevas tecnologías nos han construido un mundo virtual con el que nos relacionamos la mayor parte del tiempo; por tanto, cada vez estamos más acostumbrados a esos tiempos de reacción y cualquier cosa que se dilate demasiado nos molesta”.
Nuestra generación exige resultados a cortísimo plazo. Pero ¿vivir así nos hace más felices? ¿Dónde está el placer de la espera? ¿Qué sentido tiene correr tanto cuando no sabemos hacia dónde queremos ir?
Antiguamente, la paciencia y la lentitud se consideraban virtudes capitales para hacer grandes obras, como copiar un manuscrito o edificar una catedral. De hecho, estudios modernos como el de Malcolm Gladwell y su ley de las 10.000 horas reivindican el tiempo y la dedicación como clave de la excelencia. La precipitación, en cambio, genera estrés, angustia y frustración. Tal como decía hace un siglo el escritor británico Chesterton, el problema de las prisas es que al final nos hacen perder mucho tiempo.
‘Speed dating’: “Las grandes leyes de la naturaleza son: no corras, no seas impaciente y confía en el ritmo eterno” (Nikos Kazantzakis)
La pasión por lo instantáneo explica el auge de fórmulas como el speed dating, en el que los singles disponen de siete minutos con cada persona en una multicita que les obliga a saltar de mesa en mesa. En cada minicharla, el emparejado/a debe decidir si va a marcar en la cartulina el nombre de quien tiene delante para un futuro contacto o bien termina aquí el encuentro.
Una sesión de speed dating comporta conocer de siete a 10 personas en una hora, aunque en versiones más aceleradas –con encuentros de dos minutos– se puede aumentar el número de citas a 25 por hora. En muchos de estos locales se promueve el fast food durante los encuentros, porque se ha comprobado que tener algo en la mano, por ejemplo un trozo de pizza, permite controlar mejor los nervios. La música machacona a buen volumen hará el resto.
La pregunta es adónde nos lleva todo esto. Aunque en esta cadena de flirteos elijamos a alguien que a su vez nos ha seleccionado, nuestro umbral de tolerancia en la próxima cita será más bien escaso. Quien no quiere perder más de siete minutos en conocer a alguien tardará ese mismo tiempo en desencantarse cuando se adentre en la complejidad del otro.
Esta misma prisa hace que los padres hayan perdido la paciencia a la hora de educar a sus hijos, además de sufrir constantes conflictos con familiares, amigos y compañeros de trabajo por una simple falta de tiempo para aclarar las cosas.
Antes o después tendremos que preguntarnos por qué estamos viviendo de esta manera y qué obtenemos con ello.
Lo que oculta la carrera: “La velocidad no sirve para nada si te dejas el cerebro por el camino” (Karl Kraus)
Detrás de la generación Nespresso se oculta un problema de ansiedad generalizada. Corremos sin cesar porque no sabemos adónde vamos ni qué queremos hacer con nuestra vida. Como detenernos a pensar nos da miedo –existe el riesgo de descubrir que andamos perdidos–, entre una cápsula de experiencia instantánea y la siguiente, seguimos a la carrera.
Sobre esto, el periodista José María Romera afirma que “la agitación que impera en nuestro tiempo deja poco espacio a la reflexión y al sosiego. Esperar es casi un acto heroico cuando la conducta más frecuente ante el rechazo o el fracaso es el abandono a las primeras de cambio. Sólo en la medida en que nos reconciliemos con la duración propia de cada cosa podremos obtener de ella el máximo beneficio”.
Hay una serie de hábitos que nos permiten pasar de lo instantáneo al lento y placentero rugido de la cafetera de la vida. Algunos de ellos serían:
Recuperar el hábito de esperar. Aunque haya cola en una tienda o parada del mercado, si es allí donde queremos comprar, no buscar una solución instantánea cambiando de lugar.
Congelar los correos electrónicos conflictivos. Al menos 24 horas, ya que una respuesta instantánea y en caliente puede destruir en cinco minutos una relación edificada en años.
Encargar un libro en la tienda del barrio. Como en los viejos tiempos, esperar su llegada una semana o dos aumentará la ilusión cuando lo tengamos en las manos.
Ver películas de arte y ensayo. Contra la velocidad que imprime el cine comercial, revisitar películas europeas de los sesenta y setenta, o bien optar por la filmografía oriental, nos educa en un ritmo más calmado y reflexivo.
Ejercitarnos en la espera y la lentitud tiene un valor adicional, ya que hay indicios de que el gran batacazo que ha supuesto para nuestro modo de vida la última crisis económica va a imprimir un giro radical al mundo.
El fin del ‘low cost’: “Uno puede estar a favor de la globalización y en contra de su rumbo actual, lo mismo que se puede estar a favor de la electricidad y contra la silla eléctrica” (Fernando Savater)
Antes de que nos cansemos de lo instantáneo, parece ser que el mundo va a encoger y nos obligará a vivir con un ritmo más pausado y natural. Esa es la tesis del analista económico Jeff Rubin, que en su libro Por qué el mundo está a punto de hacerse mucho más pequeño anuncia el retorno a una cultura basada en los productos locales.
“Cuando el barril de petróleo vuelva a costar tres dígitos, esto acabará con la cultura low cost y demostrará que la globalización ha sido un sueño o una pesadilla, pero, en cualquier caso, que es económicamente insostenible. Ya era ecológicamente inviable, pero ahora también lo será desde un punto de vista financiero. Tomaremos el avión, pero no para ir a Vietnam de vacaciones, sino en ocasiones muy señaladas y pagando un precio muy alto, tal y como sucedía antes.
La imposibilidad de transportar mercaderías baratas de una parte del mundo a otra, según Rubin, nos obligará a producirlo todo más cerca: desde los granos de arroz hasta los barcos. Lo que era exótico volverá a ser exótico, y caro. Dicho de otro modo, tener fresas en invierno se convertirá en un lujo de excéntricos. Nos tendremos que reacostumbrar a una cultura más local y artesana y, con ello, a los ciclos naturales.
La próxima generación: “Ha de haber algo más en la vida que tenerlo todo” (Maurice Sendak)
Si se cumplen estos pronósticos, nos aguarda un mundo más lento y pequeño que implicará viajar menos en coche y caminar más a menudo. Compraremos y trabajaremos más cerca de casa y, por tanto, nuestros vecinos y el barrio en el que vivimos recuperarán la importancia de antaño.
El fin de lo frívolo y lo inmediato tendrá gran repercusión en la psicología de la sociedad. Así lo asegura el periodista cultural David Barba, que prepara el primer ensayo sobre la generación Nespresso: “Nuestra visión de la escasez será sustituida por una mentalidad de abundancia. A lo largo de la historia, las sociedades tradicionales, mucho más pobres en lo material, han sentido como una bendición la posesión de alimentos u objetos de sobra, y jamás faltó un lugar en la mesa para el caminante que necesita un plato de comida. Sin embargo, nuestra sociedad de la opulencia siente como ninguna otra la idea de la escasez, el preconcepto de que no hay suficiente para todos y, por tanto, no es posible compartir el bienestar con los recién llegados o con los elementos ‘no-productivos’. En una sociedad moralmente mejorada, la solidaria mentalidad de la abundancia –más propia de la naturaleza humana, como han demostrado las psicologías humanistas del siglo XX– emergerá para quedarse”.
Por tanto, la buena noticia de la crisis es que, cuando pase el vendaval, seremos capaces de ver nuestras verdaderas prioridades, todo lo esencial que nos había pasado de largo en nuestra agotadora carrera hacia ninguna parte.
PARA DESACELERAR
1. Libros
- ‘El desierto de los tártaros’, de Dino Buzzati (Alianza).
– ‘Del caminar sobre el hielo’, de Werner Herzog (La Tempestad).
2. Películas
- ‘Hierro 3’, de Kim Ki-duk (Cameo).
– ‘Una historia verdadera’, de David Lynch (Vértice).
3. Discos
- ‘I’m the man’, de Simone White (Honest Jones).
– ‘Lhasa’, de Lhasa (Warner).
¿POR QUÉ CORREMOS?
“Una reunión del Club de Roma de los años setenta llegó a la conclusión de que cada solución que encontramos para un problema global genera de media cuatro problemas nuevos. La sociedad de la prisa corre para no dejarse atrapar por los problemas. Esta prisa es imprescindible para mantener la caldera del sistema en marcha, aunque cada vez da mayores signos de estar a punto de estallar, al tiempo que convertimos el bosque en hollín. En una dimensión psicológica, corremos por lo mismo de siempre: para escapar del dolor y de la muerte. Pero, ¡ay!, el dolor es un corredor de fondo. La gran diferencia es que la tecnología nos ha permitido multiplicar exponencialmente nuestra prisa hasta alcanzar velocidades de vértigo; una tecnología que, por cierto, sólo se ha ocupado de encontrar la manera de acelerar, pero se olvidó de los mecanismos de frenado”, afirma David Barba.
domingo, 22 de julio de 2012
Nadie da una mierda...
Nadie da una mierda por los buscadores.
Eric Schimdt: Presidente ejecutivo de Google.
sábado, 21 de julio de 2012
viernes, 20 de julio de 2012
Nueva sangre editorial...
Nueva sangre editorial
Un puñado de pequeñas o pequeñísimas editoriales independientes se ha instalado en el mercado con el aval de lectores, críticos, medios y redes sociales. Están abiertas a toda clase de géneros y son pioneras en una nueva y constante relación de ida y vuelta con su público
El espíritu pop, la mezcla de alta y baja cultura, la recuperación de joyas clásicas para un lector moderno, los textos combativos, el cuidado por el diseño, el contacto directo con el lector a través de las redes sociales... Unas u otras son características de una nueva generación de editoriales que han brotado en el panorama español. La agente literaria Carmen Balcells dijo en una ocasión que las pequeñas editoriales emergentes son hoy en día como setas: brotan muchas, pero son de temporada. Solo algunas aguantarán el paso del tiempo. Pues bien, un buen puñado de ellas se consolidan con fuerza: Alpha Decay, Blackie Books, Errata Naturae, Gallo Nero, Capitán Swing, entre otras, han arriesgado en tiempos turbulentos y han conseguido buena acogida por parte de lectores, crítica y medios de comunicación.
"El éxito radica en tener un buen catálogo", explica Rubén Hernández, editor junto a Irene Antón de Errata Naturae. "El surgimiento de las pequeñas editoriales es normal. Pasa en cualquier sector en el que la tecnología abarata los costes. Ocurre igual en el mundo del documental, por ejemplo: con una cámara y un Mac puedes trabajar de forma aceptable, y el número de documentalistas crece. Cada vez hay más posibilidades de crear una editorial. Además, muchas editoriales independientes han sido absorbidas por grandes grupos y sus programas de producción han cambiado, han abandonado determinadas líneas. La parte del programa menos rentable se ha liberado, porque los accionistas de grandes grupos quieren beneficios. Eso nos deja a nosotros margen para editar a Alain Badiou, Michel Onfray o Hans Magnus Enzensberger, que antes eran más complicados. De alguna manera hemos ido a cubrir ese vacío porque no buscamos un interés económico tan alto".
El citado espíritu indie, no solo en sus diseños, sino también en sus formas y contenidos, es otro de los hilos de unión entre algunas de estas editoriales. Alpha Decay rastrea jóvenes autores como el polémico Tao Lin, Micah P. Hinson, Fabián Casas o Pola Oloixarac, y ensayos sociológicos sobre los hipsters o lo cool. Blackie Books y Errata Naturae producen camisetas sobre sus títulos que venden en cajas de regalo junto a sus libros. Por cierto, las tres compartirán caseta en la próxima Feria del Libro de Madrid. Además, no tienen problemas en orquestar eso tan posmoderno que es la mezcla entre alta y baja cultura: libros de filosofía sobre superhéroes, Los Simpson o las series televisivas; o coloridas reediciones de autores con solera como Enrique Jardiel Poncela. Da igual la recuperación de un texto clásico o el descubrimiento de un autor joven e innovador. "Eso responde a un perfil social que, quizás, hace 40 años igual no existía y hoy en día sí. Ahora hay un público que está interesado en leer a Wittgenstein y dos horas después está viendo una película de zombis. Respecto al diseño de corte pop: el hecho de leer a Bertrand Russell no quiere decir que tenga que vestirme como él", bromea Rubén Hernández. "Reeditar un texto de hace dos siglos, volcando en el diseño lo que te ha sugerido es, en cierta manera, resucitarlo, darle nueva vida", dice Donatella Iannunzzi, de Gallo Nero, "el diseño cambia la percepción del título por parte del lector". Su editorial tiene una línea dedicada a la novela gráfica (por ejemplo, El caso Pasolini. Crónica de un asesinato, de Gianluca Maconi) y al libro ilustrado. Otro de sus libros bandera es Actas relativas a la muerte de Raymond Roussel, de Leonardo Sciascia.
Estas llamadas microeditoriales, en las que trabajan entre una y cuatro personas, algunas veces desde sus domicilios, tienen un público joven (en sentido amplio, o al menos joven mentalmente) con el que se involucran a través de las redes sociales. "Estamos en consonancia con el gusto de gente joven, que gracias al surgimiento de las editoriales pequeñas se está acercando a la literatura y quiere conocer a escritores de su franja de edad", dice Ana S. Pareja, editora, junto a Enric Cucurella, de Alpha Decay. "Ahora la lectura es un tema más de conversación para cierto público joven, gracias, quizás, a Facebook. Ahí veo conversaciones eternas sobre libros, de gente de diversa procedencia y pelaje, que no había visto nunca. Además, como paso muchas horas en el ordenador, en el perfil de la editorial en Facebook ya se ha fusionado lo personal y lo profesional". El editor ha dejado de ser una empresa sin rostro y su figura vuelve prefigurarse como la de una persona de confianza que selecciona para el lector buenas lecturas, como ocurrió en el pasado con Anagrama o Tusquets. "Hay un nuevo tipo de relación con los lectores", dice Jan Martí de Blackie Books. "Tenemos un contacto diario con gente que no conocemos, pero que leen nuestros libros o quieren leerlos. Nos dan feedback constante, nos proponen libros, nos enseñan los blogs donde nos han reseñado, preguntan cosas
... y nosotros les preguntamos cosas a ellos (incluso en un libro les pedimos que buscaran alguna errata para corregirlo rápidamente de cara a una reimpresión urgente) y les explicamos lo que estamos preparando. Es una gran comunidad que nos ayuda enormemente, nos da ánimos para seguir y nos indica qué estamos haciendo bien y en qué estamos fallando".
La nueva generación vendría a tomar el relevo de otras camadas de editoriales independientes precursoras, y ya consolidadas, como Lengua de Trapo, Melusina o las que formaron, en 2008, el grupo Contexto, que ganó ese mismo año el Premio Nacional a la mejor labor editorial cultural: Periférica, Barataria, Libros del Asteroide, Global Rhythm, Nórdica, Impedimenta y Sexto Piso. "Hemos llegado a un momento de aparente saturación pero también de normalización respecto a modelos editoriales vecinos; es decir, existen gigantescos grupos, por una parte, grandes y medianas editoriales independientes y, por último, pequeñas editoriales. Este sector es el que antes no existía en España, o apenas existía. Todos publican libros buenos, regulares y malos. Pero, curiosamente, son las pequeñas las que menos libros malos publican. ¿Por qué? Porque su programación es tan corta que pueden elegir solo lo mejor, lo más interesante, y porque su prestigio, aún en vías de consolidación, se fundamenta en la calidad constante", explica Julián Rodríguez, editor de Periférica, que ahora cumple cinco años.
Lo cierto es que embarcarse en la aventura de montar una pequeña editorial en estos tiempos inciertos podría catalogarse de cosa de locos o, al menos, de románticos utópicos. Pero aguantan. "Editorial joven o pequeña editorial no es sinónimo de proyecto económico suicida", opina Jan Martí, "sino que en muchos casos la parte económica está muy bien pensada, el modelo muy bien estructurado, a veces es más viable incluso que una gran editorial". La buena marcha de estas editoriales puede incluso contrarrestar los hachazos de la crisis: "Cuando empezamos con Alpha Decay", dice Ana S. Pareja, "la cosa no estaba tan mal. Pero la crisis ha coincidido con un momento de bonanza de la editorial, y ambas cosas se contrarrestan. Tenemos visibilidad, la gente se interesa por los libros, las cosas están funcionando. Empezamos a despegar con fuerza". "Para hacer libros nunca es buen momento, por razones estructurales, en este país se publica mucho y hay pocos lectores. Es muy interesante que haya cada vez más editoriales, de todo para todo el mundo. Se están rescatando muchos textos y espero que la cosa se anime y se creen nuevos lectores", opina Daniel Moreno, de Capitán Swing, muy centrada, aunque no exclusivamente, en el ensayo, pues creen que en el panorama editorial predominan las dedicadas a la narrativa. "En cualquier caso, el componente que une nuestros libros, ya sea de narrativa o ensayo, es que se comprometan, que tengan un espíritu crítico o político". Así mezcla textos recuperados de Nietzsche, Engels o Thomas Mann con ensayos sobre la serie televisiva Mad Men.
Algunos lectores siguen fielmente varios de estos sellos. "Puede que haya un lector joven que, aunque no de forma exclusiva, sí tenga un foco de atención en estas editoriales", opina Irene Antón, de Errata Naturae. "Compartimos inquietudes, somos lectores con el mismo perfil, algunos de nuestros títulos incluso serían intercambiables en nuestros catálogos", dice Iannunzzi, "textos con gancho, que sacudan la mente del público". "No creo que nos parezcamos mucho", disiente Jan Martí, "es cierto que hay mucha gente que prefiere gastarse dinero en un libro hecho desde una editorial pequeña, joven, antes que pagar por un best seller con una tirada de medio millón de ejemplares. Pero desde el punto de vista de las temáticas, criterios, colecciones y diseño, creo que no nos parecemos a ninguna otra editorial. Y luchamos por eso. Todas las editoriales pequeñas luchan por eso, creo, por distinguirse, por la particularidad, por destacar de algún modo, por tirar por un camino inédito, por tener un lenguaje propio, por enseñar las cosas de una manera muy personal. Nadie quiere abarcar lo que hace otro. Ahí está la gracia".
Acerca de la Universidad
Las editoriales universitarias se esfuerzan por acercarse al público general. Quieren dejar de estar restringidas al mundo académico y llegar a otras manos no especializadas. Para ello, durante los últimos años, han sufrido una transformación en la elección de contenidos, el diseño o la distribución.
"Ahora lo importante es la calidad del material", dice Francisco Fernández-Beltrán, presidente de UNE, que agrupa a 62 editoriales y servicios de publicación universitarios, la mayoría pequeñas (exceptuando a algunas como la Complutense o la UNED), pero que suman un 7% de la edición en España. "Antes se editaba todo lo que se proponía, tesis, apuntes de profesores. Ahora queremos acercarnos a lo que es una editorial al uso". Se esmeran en seleccionar textos atractivos o buenas traducciones, incluso producidas en otras universidades. Obras que huyan del lenguaje demasiado académico y farragoso. También un diseño más atrayente, evitando demasiadas notas a pie de página o aligerando la maqueta. Y, por último, la distribución: "Existía el problema de que cada universidad trabajaba con su distribuidora local, de manera que, a veces, era difícil conseguir en algunos puntos del país lo publicado en otras comunidades", explica Fernández-Beltrán. Han creado el portal www.unebook.es, donde se puede acceder desde un solo punto a todo el catálogo de las editoriales asociadas.
El libro electrónico es una buena noticia para este tipo de textos. Para los estudios universitarios resulta muy práctico llevar toda la bibliografía necesaria en un solo dispositivo, donde además se pueden hacer anotaciones o marcar páginas. Además, "los libros científicos (en sentido amplio, incluyendo las humanidades) se escriben con vocación de permanencia pero es normal que con el tiempo se queden desfasados. El libro digital es una oportunidad de revisar y actualizar los textos", dice Fernández-Beltrán.
Algunas obras que ejemplifican estas tendencias son el conjunto de ensayos Un modelo social para Europa. La agenda de Hampton Court (Anthony Giddens; Patrick Diamond; Roger Liddle, entre otros), publicado por la Universidad de Valencia; Voces del Islam, editado por Fátima Roldán (Universidad de Huelva); La poesía de Jorge Luis Borges: Historia de una eternidad, de Vicente Cervera (Universidad de Murcia), o Vargas Llosa y el nuevo arte de hacer novelas, de Helena Establier (Universidad de Alicante).
"En el mundo anglosajón la editorial universitaria tiene mucho prestigio, no es así aquí, donde se ve como algo académico, lejano y farragoso, para uso exclusivo en la docencia. Perseguimos ese modelo, publicando para especialistas pero también para el público general", concluye Fernández-Beltrán.
jueves, 19 de julio de 2012
Todo empieza con...
miércoles, 18 de julio de 2012
martes, 17 de julio de 2012
Banda sonora del descontento...
Banda sonora del descontento
Los barrios británicos escenarios de los disturbios son un vivero de músicas de estética nihilista - Surgen para retratar la frustración urbana y se exportan a todo el mundo
Una de esas coincidencias demasiado perfectas. Mientras ardían Londres y otras ciudades, estaba a la venta el último número del semanario New Musical Express, que lleva en portada a The Clash. Recordemos: en 1976, Joe Strummer y Paul Simonon, fundadores del grupo, participaron en las algaradas del carnaval del barrio londinense de Notting Hill, cuya chispa fue el intento policial de detener a un carterista. Al año siguiente, ellos invitaban a tomar las calles (White riot); también grababan Police & thieves, éxito jamaicano de Junior Murvin y Lee Perry. El Policías y ladrones, versión punki de The Clash, inevitablemente pone fondo sonoro -por lo menos, en los resúmenes televisivos- a los numerosos disturbios que han vivido los guetos británicos desde entonces. Según envejeció, Strummer moderó sus afanes incendiarios: aunque no hubiera muerto en 2002, cuesta ahora imaginarle haciendo "turismo revolucionario" por Hackney. Pero nunca faltan los adictos al radical chic: M.I.A., la vocalista de origen tamil, se declara dispuesta a llevar "té y barritas de chocolate Mars" a los alborotadores.
Posiblemente, M.I.A. ni siquiera esté en Reino Unido. En los últimos tiempos, disfruta de una vida privilegiada, como compañera de Benjamin Bronfman, heredero de una de las grandes dinastías norteamericanas (su padre, Edgar Bronfman, es el capo del Warner Music Group). Hace poco, avisaba a un periodista: cuidado con lo que escribes, que ahora me puedo permitir contratar asesinos a sueldo. Fuera de la música, toda una descerebrada.
Más cercano a la realidad está Gavin Knight, periodista que convivió con las bandas juveniles para escribir su Hood rat (Rata de barrio). Nos hace este repaso del consumo cultural de gente similar a la que estos días sale a las calles: "En los barrios desgraciados de esta Inglaterra dividida, la música que se escucha es el grime, el dubstep y el rap estadounidense. No se leen demasiados libros y se emplea el tiempo en videojuegos como Call of Duty y en ver programas de telerrealidad".
Dan Hancox, crítico musical del diario The Guardian, que identificó en el tema Pow, del músico de grime Lethal Bizzle, el himno de las recientes protestas estudiantiles, explica que esa clase de ritmos proviene de "partes deprimidas de la ciudad, y es inevitablemente en esos barrios donde los disturbios han estallado".
También recuerda que algunos de los practicantes de estos estilos se han mostrado muy preocupados ante la devastación de los barrios: los mensajes en Twitter de Mz. Bratt, Black The Ripper, Jamakabi y otros son contundentes en ese sentido. Lo que no ha impedido las jeremiadas del Daily Mirror, donde Paul Routledge proclama: "yo culpo al rap, que glorifica la violencia y el odio a la autoridad, exalta el materialismo más barato y delira con las drogas".
Son sentimientos que seguramente comparte el actual primer ministro, que ya en 2006 arremetía contra "el hip-hop que programa la BBC", haciendo un batiburrillo de causas y efectos, perpetradores y cronistas.
En realidad, Cameron también podía alabar a los creadores de las variedades inglesas de la urban music, por su inventiva a la hora de lanzar microgéneros que se prueban en discotecas punteras y contribuyen a las exportaciones de Reino Unido en cuestión de música popular.
Londres y otras ciudades británicas son verdaderos laboratorios de experimentación rítmica, donde los productores trabajan con máquinas y, con frecuencia, suman las aportaciones verbales de MCs (literalmente, maestros de ceremonias, aunque los profanos los describirían como raperos). Debido a la fuerte presencia de inmigrantes caribeños, en muchos de esos trabajos se detecta un ADN jamaicano, desde la alucinación sonora del dub al frenesí del dancehall. Cada equis tiempo, se aglutinan en un movimiento que llega al gran público: hardcore, jungle, UK funky, grime o -menos difundido, por su austeridad instrumental- dubstep.
Son obra de empresarios audaces, que controlan los medios de producción (estudios caseros) y comienzan por la autoedición. Se saltan, eso sí, la legislación cuando animan o apoyan las radios piratas, aunque algunos libertarios de la derecha radical aplauden esos desafíos al poder regulador del Estado.
Todo este proceso puede sonarnos demasiado underground, pero no se puede minusvalorar el inmenso poder de la máquina de vender pop que funciona en Londres.
Un guerrillero del grime como Dizzee Rascal puede pasar, en dos años, de la marginalidad al centro mismo de la industria musical, con ventas millonarias y todo lo que eso conlleva: premios prestigiosos, cabecera de cartel en grandes festivales, respetuosas entrevistas en televisión.
Respecto a su carga subversiva, está muy exagerada. Kieran Yates, periodista freelance, menciona a Giggs, rapero de Peckham que compara las calles del barrio con el Vietnam en guerra (por decirlo suavemente, una licencia poética). Las letras suelen ser ininteligibles o limitarse a invitaciones al sexo y la fiesta.
Los intentos de desarrollar un equivalente británico del gansta rap tienden a ser cortados de raíz. So Solid Crew, colectivo pionero del grime, sufrió la presión policial y tajantes condenas en tribunales: Carl Morgan, productor del grupo, está cumpliendo una condena a cadena perpetua por matar a un rival amoroso.
lunes, 16 de julio de 2012
Sin emoción...
domingo, 15 de julio de 2012
sábado, 14 de julio de 2012
La maldición del Brat Pack...
La maldición del Brat Pack
Se acaba de cumplir el 25 aniversario del Brat Pack (literalmente, “pandilla de mocosos”), que dotó al cine americano de carne fresca y, supuestamente, de un relevo interpretativo generacional. Para quien necesite un recordatorio acelerado, diremos que esta generación, bautizada así por David Blum en un artículo del New York magazine, tuvo sus pilares básicos en los Rebeldes de Coppola (1983), los niños díscolos de las comedias de John Hughes -con El club de los cinco (1985), cuyo reparto posa en la foto, en el top- y los preadultos de St. Elmo Punto de encuentro, de Joel Schumacher (1985). Todas estas películas supusieron una vuelta de tuerca en el cine de consumo teen cuya fórmula aún se replica hoy con éxito. Pero, ¿y sus protagonistas? ¿Perpetuaron ellos su éxito? ¿O se vieron eclipsados por la sombra de la juventud perdida? Si evitamos la mirada nostálgica y realizamos una disección fría de su presente, descubriremos que la maldición planea sobre sus carreras.
LOS QUE SÍ LLEGARON
Tom Cruise: Con Risky business (1983) se convirtió en el primer bratpack en subir su caché a un millón de dólares por película. Y sigue siendo el actor más famoso y cotizado del planeta. Pero desde El último samurai (2003) no ha rascao nada (a excepción del memorabilísimo productor cabronazo Les Grossman de Tropic Thunder (2008), donde demuestra que ya no le queda otra que reírse de sí mismo). Los pobres resultados de Noche y día han provocado un retraso indefinido del rodaje de Misión Imposible 4. Eso sí, los anuncios de Guitar Hero con Kobe Bryant o Heidi Klum en calcetines y calzoncillos a lo Risky business siguen siendo un hit.
Demi Moore: Nos encantaría evitar la broma, pero su última aparición con impacto planetario fue la foto de su culo que colgó su marido Ashton Kutcher en Twitter. Tras el rodaje de St. Elmo punto de encuentro fue conocida por ser la novia in-and-out de Emilio Estevez, la mujer de Bruce Willis y, por último, por lucir flamantemente al chavalito Ashton. Nos parece fenomenal, faltaría más. Lo que pasa es que se nos ha quedado atrancada en su carrera actoral tras haber puesto todo su empeño en demolir los tópicos sexistas con cintas ya de culto como Acoso (1994), Striptease (1996) o La teniente O’Neil (1997).
Sean Penn: Empezó junto a Tom Cruise en Taps, más allá del honor (1981). Mientras los otros mocosos se juergueaban en Hollywood y se jactaban de no haber pisado un cursillo de interpretación, él se ligaba a Madonna y ejercía de actor de método. El tiempo le ha dado la razón más que a nadie en esta lista: no contento con haberse convertido en el sucesor más señalado de Robert De Niro, pisa los talones a Clint Eastwood (dirigiendo) y a Sting (coleccionando causas sociales). Tras el Oscar por Mi nombre es Harvey Milk (2008) vive entregado al cien por cien a las actividades de reconstrucción de Haití.
Nicolas Cage: Los complicados rasgos físicos del sobrino de Francis Ford Coppola dieron más de un quebradero a los directores de casting. Cuando tenía veintipocos no sabían qué hacer con él y casi siempre acaba en el papel de mejor amigo –véanse La ley de la calle (1983), Birdy (1984) o Adiós a la inocencia (1984)-. Resulta significativo que los papeles recientes con los que su carrera ha recuperado el vuelo sean dos losers que rebasan lo autoparódico: el Teniente corrupto de Werner Herzog (2009) y el remedo tripón de Batman en Kick-Ass (2010).
LOS QUE SE QUEDARON A MEDIAS
Emilio Estevez: En el artículo fundacional sobre el Brat Pack, cuenta David Blum que Estévez era el que siempre sacaba la chequera cuando la pandilla salía de juerga y que él es quien solía desaparecer en la noche acompañado de playmates. La gloria frente a la pantalla le duró apenas un lustro -desde Rebeldes (1983) hasta Arma joven (1988)-. Y por más que muchos quieran atribuir su decadencia a su breve pero intenso matrimonio con Paula Abdul a principios de los noventa, en realidad su desvanecimiento se debió a que prefería estar detrás de la cámara. Actualmente se entretiene dirigiendo episodios de Mentes criminales, CSI: NY o Numb3rs.
Rob Lowe: St. Elmo punto de encuentro le trajo la gloria y también un Razzie al peor actor secundario. Después, al rompecorazones se le rompió el amor de tanto usarlo. Su película más famosa no la dirigió nadie: protagonizó una de las primeras celebrity sex tapes junto con dos jovencitas, una de ellas menor. Su difusión casi da al traste con su carrera. De repente cosas tan entretenidas como su romance con la Princesa Estefanía de Mónaco dejaron de suceder. Se rehabilitó del alcohol y la adicción al sexo, se casó con una maquilladora (con la que sigue veinte años después) y sólo Mike Myers (que lo rescató para El mundo de Wayne y Austin Powers) parecía encontrarle la gracia. Su redención pasa por una improbable carrera política televisada: primero, en El ala oeste de la Casa Blanca, después, como senador en Cinco hermanos y, próximamente, como conductor de un reality show sobre jóvenes trepas en Washington. En 2011, publicará sus memorias, Stories I only tell my friends. Promete.
Andrew McCarthy: Seamos honestos: tiene la expresividad de una gamba al vapor. Sin embargo, sus limitados recursos le permitieron saltar de St Elmo punto de encuentro a ligarse a La chica de rosa (1986) y a escenificar la juventud caída en Golpe al sueño americano (1987), la ramplona adaptación al cine de Menos que cero, la primera novela de Bret Easton Ellis. Isabel Coixet aprovechó sus horas bajas para buscarle relumbrón a su estreno americano, Cosas que nunca te dije (1996). Ahora escribe para revistas de viajes, dirige las obras de teatro que escribe su amigo Neil Labute y tiene sus escarceos tras la cámara. El más reciente dirigir un capítulo de Gossip girl.
Matthew Broderick: Ferris Bueller, su protagonista en Todo en un día (1986), de John Huges, representó el corte de mangas al mundo adulto con el que se identificó toda una generación. Pero esa eterna cara de niño se convirtió en un lastre. Después sólo ha dado tres pasos reseñables: poner voz a El rey león (1994), dejar que le jodan la vida Jim Carrey (Un loco a domicilio, 1996) y Reese Witherspoon (Election, 1999) y hacerse con un premio Tony por el musical Los productores, de Mel Brooks. Desde hace una década es, básicamente, el complemento menos fashionable de su esposa Sarah Jessica Parker.
LOS DESCOLGADOS
Matt Dillon: Mucho antes de robarle el papel a Nicolas Cage en Rebeldes, bordó el adolescente redneck que interpretó en la rescatable El abismo (1979). La vocación outsider le ha conducido siempre de vuelta a la casilla del éxito, ya fuera intimando con William Burroughs en el germen del nuevo indie (Drugstore cowboy, 1989), encabezando la generación X (Singles, 1992), apuntándose a la reformulación de la comedia cafre (Algo pasa con Mary, 1998), cuadrando el círculo del indie mainstream (Crash, 2004) o encarnando al mismísimo Hank Chinaski (en Factótum -2005-, la adaptación de la obra de Bukowski). Últimamente anda enredado en algunos thrillers de acción y comedietas tontas que no le favorecen nada.
Timothy Hutton: La estrella enterrada. Fue el intérprete más joven, con 20 años, en ganar un Oscar a mejor secundario (por Gente corriente, de Robert Redford, 1980). Su papel principal en Taps, más allá del honor, con los cadetes Sean Penn y Tom Cruise a su servicio resultó de lo más agorero. Mientras veía cómo sus dos colegas tocaban la estratosfera del éxito, él se tuvo que conformar con una caída suave. Su primer error: rechazar protagonizar Risky business. A partir de ahí su carrera es una sucesión de películas olvidables, con la excepción de Beautiful girls (1996) y La caja Kovac (2006), dirigida por nuestro ahora laureado Daniel Monzón.
Matthew Modine: Su inclusión en esta lista es discutible porque, al igual que Matthew Broderick y Kevin Bacon, vivía en Nueva York cuando explotó el fenómeno mocoso. Pero su aparición en esa exaltación de la heteroamistad titulada Birdy (1984, junto a Nicolas Cage) y, sobre todo, su doblete como violador y terrorista en el delicioso despiporre El hotel New Hampshire (1984) nos invitan a recordarlo. Después le hemos visto mil veces, pero no nos acordamos de ninguna.
Kevin Bacon: Vale, podemos considerar que ha tenido relativo éxito en su carrera. Pero a cualquiera que te pregunte “¿Quién es Kevin Bacon?”, le vas a seguir respondiendo lo mismo: “¡El de Footlose!”.
LOS REIVINDICADOS
Molly Ringwald: Se tuvo que morir John Hughes (que la dirigió en El club de los cinco, La chica de rosa y 16 velas, 1984) para que asomara de nuevo la cabeza –en el homenaje que le hicieron en los Oscar de este año-. La actriz de este pack que más culto ha generado quedó totalmente fuera de órbita. Ahora revela su transformación a escritora en el libro de memorias Getting the pretty back. También se ha hecho bloguera. Su delicioso desfase queda plasmado en entradas como ésta, en la que cuenta cómo Terry Richardson viene a fotografiarla al Chateau Marmont de Hollywood para la revista Love y ella, que no le conoce de nada, piensa que el que viene es otro Terry fotógrafo que ella trató en los ochenta. ¡Te queremos, Molly!
Ralph Macchio: El más blandengue de Rebeldes cimentó un icono para la posteridad y cavó su tumba al mismo tiempo con Karate Kid (1984). Ahora que el hijo de Will Smith se postula como niñato karateka para las nuevas generaciones junto a su particular Miyagi (Jackie Chan), le echamos de menos. Y aplaudimos su sentido del humor. En un capítulo reciente de Entourage intenta colarse en la mansión Playboy y no le dejan porque no es lo suficientemente famoso. Y en el hilarante falso documental Wax on, f*ck off hace todo lo posible para destruir su imagen de buen chico y verse involucrado en escándalos que saquen del coma su carrera.
Jon Cryer: Su papel de Duckie, el clásico pagafantas empeñado en ligarse a la chica de rosa, se ha revelado con el tiempo como el mayor catalizador de tendencias ochenteras todo-en-uno. Ese temperamento aglutinador, sin embargo, resultó algo abrumador e incomprendido en la era pre-MySpace. Hoy habría sido (y sigue siendo) un hit. En la actualidad comparte protagonismo en la sitcom Dos hombres y medio con Charlie Sheen, el hermano de Emilio Estévez, que a punto ha estado de obligar a su cancelación por sus constantes entradas y salidas en clínicas de desintoxicación.
LOS OLVIDADOS
Anthony Michael Hall: El nerd oficial de la clase. Protegido de John Huges (hizo con él 16 velas, El club de los cinco y La mujer explosiva (1985); y rechazó hacer de Duckie en La chica de rosa y participar en Todo en un día), su incipiente carrera como cómico (fue el más joven en pisar el plató de Saturday Night Live) se vio truncada por su afición al alcohol y a las drogas. Hasta Kubrick, que le había escogido para el papel que finalmente hizo Matthew Modine, le expulsó de La chaqueta metálica (1987) a los pocos días de rodaje. En los noventa regresó atiborrado de anabolizantes como matón de Eduardo Manostijeras (1990). Desde entonces, aunque resulte invisible, ha tenido una carrera hiperactiva y de lo más ecléctico. Alguien se ha acordado de él para una lista de los 25 actores que peor han envejecido en Hollywood. Él es el cuarto.
Judd Nelson: Otro al que el carnet vitalicio del Brat Pack le reventó la carrera. Tras El club de los cinco y St. Elmo punto de encuentro ha tenido una trayectoria mediocre. El único momento reseñable en esta última década se lo brindó Kevin Smith en Jay y Bob El Silencioso contraatacan (2001) al darle un papel de un poli fanático de sí mismo –o sea, del actor Judd Nelson- y de las pelis del Brat Pack.
C. Thomas Howell: Colega de Elliot en E.T. (1982), hermano de Rob Lowe en Rebeldes y sex symbol juvenil en Admiradora secreta (1985). Todo bien hasta que Michael J. Fox le usurpó el prota de Regreso al futuro (1985). Él se quedó a cambio con Carretera al infierno (1986), un ya clásico del terror que escoró su carrera hacia un género que le tiene atrapado hasta hoy. Su filmografía reciente tiene títulos tan “terroríficos” como El estrangulador de la colina (2004), Destino al infierno (2005), El códice Da Vinci (2006) -que no El CÓDIGO Da Vinci- o La guerra de los mundos 2 (2008).
Ally Sheedy: Una mujer incomprendida y siempre adelantada a su tiempo. En Juegos de guerra (1983) se enrollaba con un pirata informático (Matthew Broderick) mucho antes de que en internet se conjugara el verbo hackear. La dificultad de encajarle un partenaire romántico acabó derivando en una de las pasiones ocultas más progresistas de los ochenta: la suya con el robot protagonista de Cortocirtuito (1986). Parecía que levantaría cabeza con la fotógrafa lesbiana y drogadicta que interpretó en el aclamado drama indie High Art (1998) –según ha confesado, “el papel más parecido a mí en la vida real”-. Sin embargo, en 1999, mientras John Cameron Mitchell preparaba la adaptación al cine de Hedwig and the angry inch (2001), ella defendía en el off Broadway su papel, el del transexual rockero protagonista. Un gran golpe de efecto que la crítica vapuleó y liquidó definitivamente su carrera.
viernes, 13 de julio de 2012
La publicidad...
La publicidad no tiene que ser molesta sino divertida y a la medida del usuario...
Blyk
jueves, 12 de julio de 2012
miércoles, 11 de julio de 2012
En la cama con el móvil, la tele y el correo...
En la cama con el móvil, la tele y el correo
El dormitorio deja de ser íntimo y se va llenando de aparatos y actividades que obstaculizan el descanso y la sexualidad
A la cama, históricamente, se va para dos cosas: para dormir y para la otra. Ambas actividades del dormitorio parecen ir en retroceso ante la invasión del móvil y los ordenadores portátiles, sin olvidar el televisor, la bicicleta estática o del perro con morriña. Dormir en el dormitorio se está poniendo difícil (lo otro, imposible).
Antes de apagar la luz de la mesilla, lo último que hace uno de cada cinco norteamericanos no es despedirse de su pareja sino chequear su correo electrónico. Y lo primero al levantarse no es lavarse los dientes, sino chequear su correo. Estos hábitos no son cuestión masculina, también cae la mujer en la rutina del correo, aunque en menor medida (16% frente al 21%), según un estudio de Harris Interactive.
En España, sexólogos y clínicas del sueño comienzan a comprobar la conexión en la cama de insomnio y tecnología. "Los propios pacientes lo identifican: 'No desconectan", explica Eduard Estivill, director de la Clínica del Sueño.
"Las costumbres de vida actuales, con la creciente tecnología a nuestro alcance", añade Estivill, "conllevan pésimos hábitos para conseguir un buen descanso. El móvil como receptor de mensajes durante 24 horas, o las conexiones a Internet y redes sociales hasta el último momento antes de acostarnos son totalmente nocivos para el sueño".
A la decoradora Cuca Cermeño cada vez le llegan más encargos para que cada dormitorio tenga conexiones para todo. "Primero fue el televisor, pero luego las conexiones al teléfono y la red wifi; para los dormitorios de adultos y de niños".
El ordenador con Internet es el último aparato que ha entrado en el dormitorio para perturbar su paz; antes lo hizo el móvil, presente en el 93% de los hogares españoles, según el Instituto Nacional de Estadística. Es el segundo aparato del hogar, tras el televisor (99%), ambos cada vez más metidos en los dormitorios, apagados, encendidos o en stand by.
España no llega a tanto, pero en Estados Unidos el 67% de los hombres y el 64% de las mujeres se va a la cama con el móvil, según el Pew Research Center.
"El dormitorio es el santuario del descanso", explica Ángel García, consultor de la Escuela Europea de Feng Shui. "Todo elemento que recuerde los problemas del exterior debe quedar fuera de la habitación: libros de trabajo, tareas pendientes... El televisor, que mantiene psicológicamente activa a la persona. Las luces y pilotos también generan una atmósfera de actividad que interfiere en el sueño. Móvil, ordenador o agenda electrónica, fuera del dormitorio".
"La función dormir ha sido fagocitada por todas aquellas actividades que se desarrollaban en otros espacios de la casa", explica la arquitecta interiorista Blanca Mora Calderón. "En el dormitorio leemos el periódico, revisamos el correo, hacemos la compra, una transferencia bancaria... Desde la cama chateamos, escuchamos música, vemos la televisión... Y para todas las funciones, un aparato que se coge con una sola mano".
"Nuestras casas ya recuerdan a los hoteles, 'Habitación doble con uso individual', porque hemos hecho unipersonales los usos. Mientras tú haces la compra yo cierro una cita en París. Las nuevas tecnologías nos han hecho vivir en espacios más flexibles, pero también más solitarios", resume Mora Calderón.
"La mesilla se ha convertido en contenedor de las nuevas tecnologías donde los enchufes de recarga se multiplican", analiza la arquitecta María Martín-Escanciano. "Ya no hay hueco para la pequeña lámpara que acompañaba la última lectura. Tampoco encontramos el despertador, suplantado por el móvil. El dormitorio con escritorio, baúl, tocador y cómoda se ha reducido a la cama y a un mueble de apoyo".
Parece que cualquier vicio pasado fue mejor. "El televisor unía a la pareja. Los dos veían la misma película", recuerda la sexóloga María Pérez Conchillo. "Pero ahora uno ve la tele y el otro está con el portátil. Nos encontramos con problemas de aislamiento que tienen su causa en el móvil, en el ordenador y en Internet".
Para Pérez Conchillo, directora del Instituto Espill de sexología, la competencia de la pareja no es ahora una tercera persona, sino la máquina. "La videoconsola, el ordenador, el móvil están robando el tiempo que dedicábamos a interactuar con la pareja. Me han llegado casos en que la infidelidad se produce en la misma cama, con la pareja al lado, porque el otro, o la otra, está con su portátil chateando y flirteando virtualmente".
Pérez Conchillo interpreta que la actividad con estas tecnologías tiene a su favor una estimulación satisfactoria inmediata que, además depende de ti. "Tú tienes el poder, el control de decir cuando se empieza y cuando se acaba. Es más cómodo que escuchar a tu pareja, con quien no tienes el poder absoluto; sin embargo, cuando acaban su actividad virtual tienen una sensación de vacío, de insatisfacción emocional", dice la sexóloga.
La psicoterapeuta italiana Serenella Salomoni aun no ha analizado los efectos del portátil en el tálamo, pero asegura que en un dormitorio con televisor las cópulas se reducen al 50%. Según Salomoni, los italianos tienen relaciones sexuales dos veces a la semana, 104 veces año. Según Durex, los españoles, 118, a una velocidad media de 16 minutos, menos que un corte publicitario de Tele 5.
Estivill explica por qué la actividad perjudica al sueño: "El estado de vigilia está controlado por nuestra corteza cerebral y el sueño se produce en las estructuras más profundas de nuestro cerebro. Para que el sueño aparezca es preciso un periodo de desconexión de nuestra corteza cerebral, que puede durar un mínimo de dos horas. Si el cerebro está activado por los estímulos de las tecnologías es imposible que al entrar en la cama el sueño aparezca con rapidez".
La preocupación por el insomnio llegó al hotel Crowne Plaza, que encargó un estudio para saber qué estaba pasando. Chris Idzikowski, del Centro del Sueño de Edimburgo, lo achacó, aparte de a cenas copiosas, a la actividad profesional antes de dormir. Según él, comprobar los correos electrónicos antes de acostarse tiene el mismo efecto en el cuerpo que tomarse un café doble.
"Los estudios muestran que la luz de un portátil o una Blackberry está lo suficientemente concentrada como para indicar al cerebro que pare de producir melatonina, hormona natural que impide la alteración del sueño", explica Idzikowski. "Rodearse de un entorno relajado y tener tiempo para disminuir el ritmo vital es esencial para asegurarse una buena noche de descanso, junto con el silencio, la oscuridad y la comodidad", añade.
Estivill tiene su fórmula para un buen sueño: "No realizar ninguna actividad relacionada con el trabajo o vida cotidiana compleja al menos dos horas antes de acostarse. Por tanto, apagar el ordenador, el móvil, y todo lo que pueda activarnos".
martes, 10 de julio de 2012
La presencia de las emociones es...
lunes, 9 de julio de 2012
domingo, 8 de julio de 2012
Decálogo de valores culturales de la ciencia...
Decálogo de valores culturales de la ciencia
Extraído de la intervención de Ramón Núñez Centella en el Senado sobre Cultura científica durante la Reunión de Presidentes de Comisiones de Ciencia e Innovación de los Parlamentos Nacionales de los Estados miembros de la Unión Europea y del Parlamento Europeo celebrada el pasado día 25 de marzo, a la que asistieron más de 30 representantes de 19 países:
1. Curiosidad. La ciencia se basa, ante todo, en un insaciable deseo de conocer y comprender, que se puede manifestar de muchas formas; por ejemplo, en la búsqueda de datos complementarios y de su significado en cada situación. Albert Einstein sintetizó como nadie la necesidad de curiosidad: «Lo importante es no cesar de preguntarse cosas».
2. Escepticismo. La ciencia promueve la búsqueda y exigencia de pruebas, y la evaluación continua del conocimiento con espíritu crítico. En ciencia se ha de cuestionar todo y es imprescindible la honestidad, pues tarde o temprano se impone la realidad de los hechos.
3. Racionalidad. Entendiendo como tal un respeto a la lógica, así como la necesidad de considerar antecedentes y consecuencias de cada fenómeno analizado. Es la base para buscar causas y motivos de los fenómenos. Por ejemplo, la persona racional no es supersticiosa.
4. Universalidad. Es decir, que lo que es válido para uno es válido para todos, independientemente de la raza, la religión o la cultura. La ciencia y la tecnología constituyen un elemento común a las culturas del mundo, pertenecen a toda la humanidad.
5. Provisionalidad. Es una característica esencial del conocimiento científico. Aunque pueda resultar incómodo, debemos incorporar ese hecho como un valor, frente a esquemas de certeza, permanencia e inmutabilidad. Este es un punto crítico, porque a muchas personas les gustan las respuestas firmes, y la incertidumbre es difícil de aceptar. Hemos de acostumbrarnos -educarnos- a convivir con la provisionalidad: «No se llega a la certeza con la razón sino con la fe», nos dijo Guillermo de Occam.
6. Relatividad. Muy relacionado con lo anterior está la necesidad de matices que necesita una calidad en las afirmaciones. La incertidumbre de resultados, el margen de error, el borde de la indefinición o la frontera son terrenos habituales por donde se mueve la ciencia, y el transitar por ellos nos educa en la comprensión de los niveles de riesgo, el valor de las estadísticas y la capacidad de evaluar a priori el éxito o fracaso de una iniciativa.
7. Autocrítica. Es esencial en la ciencia el dudar de toda conclusión que uno mismo formula, comenzando inmediatamente a buscarle sus puntos débiles. La ciencia es crítica consigo misma, y también debe estar abierta al escrutinio social, histórico y cultural, tanto por parte de intelectuales como de la sociedad en general.
8. Iniciativa. La necesidad de revisión continua que tiene la ciencia y la posibilidad permanente de mejorar las soluciones tecnológicas obligan a una actitud de inconformismo y emprendedora, a la valoración y asunción de riesgos en la innovación, asumiendo los ensayos fallidos como pasos imprescindibles y útiles de un proceso.
9. Apertura. Es decir, la disponibilidad para escuchar y aceptar ideas de los demás, y también para cambiar las propias en función de las evidencias que se nos ofrecen. La apertura es imprescindible para la innovación y para que fructifique la creatividad.
10. Creatividad. Es clave en la tecnología, para buscar soluciones a problemas divergentes, y para establecer relaciones originales, diseñar experiencias, proponer hipótesis, inventar y diseñar leyes, crear modelos, teorías, aparatos, mecanismos, procedimientos, métodos…
Extraído de la intervención de Ramón Núñez Centella en el Senado sobre Cultura científica durante la Reunión de Presidentes de Comisiones de Ciencia e Innovación de los Parlamentos Nacionales de los Estados miembros de la Unión Europea y del Parlamento Europeo celebrada el pasado día 25 de marzo, a la que asistieron más de 30 representantes de 19 países:
1. Curiosidad. La ciencia se basa, ante todo, en un insaciable deseo de conocer y comprender, que se puede manifestar de muchas formas; por ejemplo, en la búsqueda de datos complementarios y de su significado en cada situación. Albert Einstein sintetizó como nadie la necesidad de curiosidad: «Lo importante es no cesar de preguntarse cosas».
2. Escepticismo. La ciencia promueve la búsqueda y exigencia de pruebas, y la evaluación continua del conocimiento con espíritu crítico. En ciencia se ha de cuestionar todo y es imprescindible la honestidad, pues tarde o temprano se impone la realidad de los hechos.
3. Racionalidad. Entendiendo como tal un respeto a la lógica, así como la necesidad de considerar antecedentes y consecuencias de cada fenómeno analizado. Es la base para buscar causas y motivos de los fenómenos. Por ejemplo, la persona racional no es supersticiosa.
4. Universalidad. Es decir, que lo que es válido para uno es válido para todos, independientemente de la raza, la religión o la cultura. La ciencia y la tecnología constituyen un elemento común a las culturas del mundo, pertenecen a toda la humanidad.
5. Provisionalidad. Es una característica esencial del conocimiento científico. Aunque pueda resultar incómodo, debemos incorporar ese hecho como un valor, frente a esquemas de certeza, permanencia e inmutabilidad. Este es un punto crítico, porque a muchas personas les gustan las respuestas firmes, y la incertidumbre es difícil de aceptar. Hemos de acostumbrarnos -educarnos- a convivir con la provisionalidad: «No se llega a la certeza con la razón sino con la fe», nos dijo Guillermo de Occam.
6. Relatividad. Muy relacionado con lo anterior está la necesidad de matices que necesita una calidad en las afirmaciones. La incertidumbre de resultados, el margen de error, el borde de la indefinición o la frontera son terrenos habituales por donde se mueve la ciencia, y el transitar por ellos nos educa en la comprensión de los niveles de riesgo, el valor de las estadísticas y la capacidad de evaluar a priori el éxito o fracaso de una iniciativa.
7. Autocrítica. Es esencial en la ciencia el dudar de toda conclusión que uno mismo formula, comenzando inmediatamente a buscarle sus puntos débiles. La ciencia es crítica consigo misma, y también debe estar abierta al escrutinio social, histórico y cultural, tanto por parte de intelectuales como de la sociedad en general.
8. Iniciativa. La necesidad de revisión continua que tiene la ciencia y la posibilidad permanente de mejorar las soluciones tecnológicas obligan a una actitud de inconformismo y emprendedora, a la valoración y asunción de riesgos en la innovación, asumiendo los ensayos fallidos como pasos imprescindibles y útiles de un proceso.
9. Apertura. Es decir, la disponibilidad para escuchar y aceptar ideas de los demás, y también para cambiar las propias en función de las evidencias que se nos ofrecen. La apertura es imprescindible para la innovación y para que fructifique la creatividad.
10. Creatividad. Es clave en la tecnología, para buscar soluciones a problemas divergentes, y para establecer relaciones originales, diseñar experiencias, proponer hipótesis, inventar y diseñar leyes, crear modelos, teorías, aparatos, mecanismos, procedimientos, métodos…
sábado, 7 de julio de 2012
viernes, 6 de julio de 2012
jueves, 5 de julio de 2012
Una vida así nadie debería vivirla...
Una vida así nadie debería vivirla
Daniel padecía una enfermedad degenerativa incurable y renunció al tratamiento. Eligió el día en que quería fallecer sedado. Como él, cada vez más enfermos graves y familiares apuran la ley y deciden su muerte. Sin dolor. Sin delito
En la imagen del vídeo hay un chico muy flaco, más que muy flaco, que musita cada palabra poco a poco, que piensa lo que dice, que sonríe después de casi cada frase. Apenas se le oye y responde a las preguntas de la psiquiatra con calma; su mujer le ayuda. "Yo era muy activo y fuerte y pensaba que era invencible, pero la ELA me ha vencido", cuenta el chico, Daniel Mateo Martínez, de 35 años, que en solo un año ha pasado de ser profesor de educación física a quedar postrado en una silla de ruedas. Daniel está en una de las últimas fases de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una enfermedad degenerativa sin cura, que debilita los músculos hasta dejarlos inservibles, pero que no impide que el enfermo siga lúcido. Una enfermedad cruel.
Y Daniel no puede más. Después de mucho luchar, se ha rendido. Explica a los médicos por qué se niega a que le realicen la traqueotomía -imprescindible para que respire- y la gastrostomía -fundamental para poder alimentarle, ya que empieza a tener dificultades para tragar-. Daniel está tranquilo. Quiere morir sin sufrir, no apurar cada hora de vida hasta que una flema le ahogue o que una infección acabe con él, algo inevitable si no prosigue con el tratamiento. "Me he dado cuenta de que la vida puede ser muy buena o muy mala según tengas o no salud", reflexiona. "Me gustaba la montaña y la vida. Ahora es difícil soportarla a cada momento. La enfermedad me ha hecho ser más humilde y darme cuenta de que no somos más que esa flor o la hoja que la mantiene". Y señala con un leve movimiento de cabeza a las flores de la habitación.
Cuando le preguntan qué le pide a los médicos, Daniel medita, se pasa la lengua por el labio superior: "Que respeten a cada persona diferente y en todo lo que queramos hacer con nuestra vida". A Daniel le preguntan por el testamento vital, el documento en el que uno puede dejar escrito que no le mantengan la vida artificialmente: "Cuando uno pierde su autonomía e independencia, es importante dejar escrito lo que uno quiere en su proceso destructivo de la enfermedad. Es como dejarlo todo controlado, e igual que uno deja hecho todo lo de su testamento, es importante pensar en cómo uno quiere morir. Igual que pensamos en la vida, la muerte está más cerca de lo que imaginamos. Puede llegar pronto o no, pero siempre está ahí, presente y posible".
El vídeo se grabó en el hospital de La Paz de Madrid -los psiquiatras pensaron que podía servir de ayuda a otros enfermos ver cómo un hombre lúcido afrontaba la muerte con serenidad- el 25 de noviembre de 2008, y Daniel falleció en su casa sólo unos días después, el 5 de diciembre de ese año, el día que él eligió, sedado por la Asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD). Estaba acompañado por familiares y amigos que le leían el Canto a mí mismo, de Walt Whitman, entre otros poemas que había elegido. Su madre afirma que en un momento dijo: "Estoy en la gloria y vosotros sois los ángeles".
Una de las psiquiatras del equipo que lo trató, Beatriz Rodríguez Vega, recuerda que hay más casos como el de Daniel: "Solemos pensar que solo hay una forma de afrontar la muerte, con angustia y miedo, pero no siempre es así. A veces, con el transcurso de la enfermedad, la gente acepta la situación, algo que es fundamental para morir con serenidad". La Paz es un centro de referencia de ELA, y un equipo de distintas especialidades médicas trata al enfermo y al familiar. Los psiquiatras valoran, entre otras cosas, que la renuncia al tratamiento no sea producto de una depresión, que no sea algo pasajero.
La madre de Daniel, Candi, enfermera de La Paz, no reprime las lágrimas cuando ve el vídeo, ni apenas su padre, Teodosio, repartidor prejubilado de Carburos Metálicos. La enfermedad llegó de improviso un año antes. "Primero tuvo molestias al caminar, que Daniel achacaba a la ropa y al calzado", recuerda Candi. Un día, al acudir al cumpleaños de su hermana, vieron que el estado de Daniel había empeorado. Fue al médico y este le remitió inmediatamente al neurólogo. Sus síntomas le delataban. El 12 de diciembre de 2007 le diagnosticaron la ELA, un mal del que se desconocen las causas. Candi cayó desmayada en la consulta al escuchar el diagnóstico.
"El deterioro fue muy rápido. Yo empecé a llevar sus papeles y en febrero me di cuenta de que ponía reparos a que mirara sus cuentas del banco", recuerda su padre. Daniel, profesor de educación física en un polideportivo de Madrid, sabía cuál iba a ser su fin y ya se había asociado, sin decir nada a nadie, a DMD. La entidad cuenta con unos 2.800 socios y busca "promover el derecho de toda persona a disponer con libertad de su cuerpo y de su vida, y a elegir libre y legalmente el momento y los medios para finalizarla, y defender el derecho de los enfermos terminales e irreversibles a, llegado el momento, morir pacíficamente y sin sufrimientos, si este es su deseo expreso".
Daniel y su familia se volcaron, pero los mazazos caían sobre ellos casi cada día. "Un día veía que ya no podía afeitarse y se hundía", cuenta Teo, el padre. En unos meses estaba en una silla de ruedas, dependiente para todo. Pasó meses con muchas dificultades para dormir. Ni los viajes a México en busca de plantas milagrosas, ni la compra de un "repotenciador celular" de Colombia que prometía una cura mágica a cambio de unos cientos de euros sirvieron, como era previsible, para nada. Naturistas de distinto pelaje hicieron su agosto sin que mejorara el pronóstico de Daniel. Pero él creía que le ayudaría, y sus padres probaron todos los remedios que él sugería.
El 5 de diciembre de 2008, el día elegido para llevar a cabo la sedación terminal, su familia alquiló una furgoneta y todos fueron a Peñalara, una zona de la sierra de Madrid que a él le gustaba mucho. Caía la tarde, todos lo pasaban bien y pensaron que no había prisa para volver a Madrid. "De repente, él dijo: 'Venga, vámonos, que nos están esperando", recuerda su hermano Rubén. La decisión estaba tomada. Fue sedado pasada la medianoche, justo después de felicitar a su hermana por su cumpleaños, y falleció por la mañana.
"No entendíamos al principio su deseo de dejarse morir y le intentamos convencer, pero luego vimos que era egoísta por nuestra parte pedirle que siguiera más tiempo soportando eso", cuenta Rubén. Daniel le dictó días antes sus pensamientos para tranquilizar a la familia. "La ELA ha acabado conmigo en un año. No puedo apenas moverme, comer, respirar ni hablar. Una vida así nadie debería vivirla. Nuestra inteligencia debe servirnos para decir NO al horror del lento proceso destructivo. He perdido la batalla. Según veo mi cuerpo debilitarse, y perdiendo autonomía e independencia, me hace cuestionarme si esto es vida. Para mí no lo es y no me asusta pensar en recibir la muerte. Tengo como opción mi sueño de morir plácidamente dormido y acabar con esta pesadilla". Los versos concluyen: "Me llevo un buen recuerdo de todos, también os queda mi recuerdo. Acepto mi destino y estoy en paz, sin miedo, odio, rencor, culpa ni ningún problema de conciencia. Acepto mi vida y mi muerte como algo inseparable. Nuestros planes no siempre suceden. Quizás no hay principio ni fin, sino un proceso infinito de creación y destrucción".
Aunque pueda parecer un caso de eutanasia, de muerte elegida, no lo es. Cuestión de matices, importantes en este tema. Daniel es un paciente que renuncia al tratamiento. Como lo fue Inmaculada Echevarría, que en 2007 falleció en Granada tras negarse a seguir con el respirador artificial que la mantenía con vida desde que, 10 años antes, quedó postrada y sin apenas capacidad de movimiento.
Al quitarle el respirador, Echevarría estaba abocada a una muerte horrible, incompatible con la dignidad de la persona recogida en la Constitución. Por eso los médicos le aplicaron una sedación terminal, una práctica que consiste en inducir con fármacos un estado de inconsciencia para reducir el dolor de los enfermos terminales aunque les acelere la muerte. El padre de Daniel cuenta que, al renunciar a la traqueotomía, habría fallecido ahogado por la dificultad para tragar: "Las últimas noches empezaba a toser con las flemas y creíamos que se ahogaba", recuerda.
La renuncia al tratamiento es legal desde la Ley de Autonomía del Paciente, de 2002, que establece: "Todo paciente o usuario tiene derecho a negarse al tratamiento". Miguel Bajo, catedrático de Derecho Penal de la Universidad Autónoma de Madrid, explica que esa norma convierte a España en uno de los países más avanzados en la muerte digna aunque no tenga regulada la eutanasia: "Solo Bélgica, Suiza y Holanda tienen legislaciones más abiertas. Convendría clarificar algunas cosas, pero se puede avanzar mucho por la vía de la renuncia al tratamiento".
El Código Penal sí persigue la eutanasia, aunque sin mencionarla. El texto impone "la pena de prisión de dos a cinco años al que coopere con actos necesarios al suicidio de una persona" y penas en grado menor a quien "cause o coopere activamente con actos necesarios y directos a la muerte de otro, por la petición expresa, seria e inequívoca de este, en el caso de que la víctima sufriera una enfermedad grave que conduciría necesariamente a su muerte, o que produjera graves padecimientos permanentes y difíciles de soportar".
Fernando Marín, presidente de DMD Madrid, defiende el tratamiento dado a Daniel: "Sin sedación, habría muerto con una neumonía por aspiración, aunque no sabemos en cuánto tiempo. ¿La sedación anticipó su muerte? Sí. Ahora bien, ¿la medicación provocó la muerte? No. Alivió su sufrimiento. En su caso no había un tratamiento alternativo porque él no quería, y esta sedación está admitida, aunque a muchos profesionales les sigue sonando a eutanasia". Matices.
Marín sigue discurriendo por la fina línea que separa el Código Penal de la Ley de Autonomía del Paciente: "Hay muchas muertes voluntarias que no son eutanasia. La de Ramón Sampedro era eutanasia porque iba a morir en unos años, y la de Daniel o Inmaculada Echevarría no, porque iban a morir pronto y necesitaban una intervención médica para seguir viviendo. Eso es un problema, un juego macabro por no aclarar las cosas y jugar con ambigüedades".
El caso de Daniel no entró en esa categoría penal, como tampoco el de Maribel Aragón Menéndez. "A Maribel le diagnosticaron un cáncer de ovario hace cinco años", cuenta por teléfono Fernando B. Scarpadini, su pareja durante 30 años y con el que se casó hace tres, ya enferma: "Estuvo con quimioterapia durante años de forma casi ininterrumpida y en octubre pasado decidió no darse más. Ya sabía cuál era su final".
En abril pasado, durante un viaje a Sepúlveda, ni la morfina aliviaba sus dolores por la metástasis, el riñón comenzó a fallar y tuvo una oclusión intestinal. "Había llegado el momento de dejar de disfrutar y de sufrir", cuenta Fernando. Fue sedada en casa una noche de madrugada y falleció al día siguiente por la tarde. El viudo pide respeto a su decisión: "Quien, por ser religioso o por lo que sea, quiera vivir hasta el final apurando la vida, que lo haga, pero que nos dejen a los que no queremos eso. Maribel tenía claro que prefería vivir menos tiempo, pero con un mínimo aceptable de calidad de vida, antes que prolongar su existencia a costa de dolores y sufrimientos".
Antes de ser sedada, Maribel grabó también para DMD sus impresiones: "Yo quiero vivir como la que más y me siento viva y tengo unas ganas de estar con mis amigos impresionantes, pero mi cuerpo me avisa de que ya no puedo más y he aprendido a escucharle". Sobre su relación con los médicos avisa: "No quiero que ellos decidan sobre mí ni sobre mi libertad". Allí Maribel aparece fumando, con pelo corto, resto de la cabellera plateada que lucía antes.
Ese es, según Bajo, uno de los problemas, que no todos los médicos han asumido que la voluntad del paciente, o de su familia si este está inconsciente, está por encima de la opinión médica: "Hay médicos anclados en el pasado y con un sentido de la medicina de que ellos son propietarios del paciente. Hay que hacer lo que quiera el paciente porque él es el dueño de su vida y no podemos sustituirlo".
Eso hace que muchas situaciones se resuelvan de forma oscura, incluso cínica. Es el caso de Antonio (nombre ficticio por petición de la familia). En el verano de 2008, un golpe de calor mientras corría lo dejó sin riego en el cerebro. Cuando la ambulancia lo reanimó, había estado ya demasiado tiempo sin actividad cerebral. Quedó en un estado vegetativo. Uno de sus hermanos recuerda cómo lo vivió: "La primera neuróloga que lo atendió en la UVI nos dijo que habíamos tenido mala suerte porque no había muerto. Estuvo nueve meses en el hospital y no reaccionaba a casi nada. De repente, un día le apreté el brazo y lo intentó retirar. Además, la máquina de afeitar le asustaba. Entonces me di cuenta de que sufría. Hasta entonces no nos importaba el tiempo que estuviera en esa situación, pero a partir de entonces...". La familia, sin creencias religiosas, como las anteriores, les insinuaba a los médicos si no habría una solución, ya que no se esperaba mejoría, algo para que "dejara de sufrir". "Nos decían que tuviéramos fe y esperanza, pero no lo veíamos. Sabíamos que nuestro hermano no habría querido estar así y, aunque nosotros preferíamos tenerlo con vida, no era justo con él", recuerda.
A los nueve meses de estar en el hospital, le ofrecieron llevarlo a un centro de cuidados paliativos. "Fuimos a verlo y nos pareció horrible. Una fila de enfermos para morir. No queríamos dejar allí a nuestro hermano". Pidieron el alta voluntaria para llevarlo a casa y el hospital no les hizo más preguntas. Ni qué iban a hacer con él ni para qué se lo llevaban. "Tenía la sensación de que hacía algo malo, de que me lo llevaba a casa para cargármelo", apunta uno de los hermanos. Los médicos de DMD lo sedaron en casa, donde falleció tres días después. El fallecido no había dejado un testamento vital en el que aclarara que renunciara al tratamiento.
Javier Barbero, psicólogo del hospital de La Paz de Madrid y experto en bioética, defiende que si el paciente no está consciente, la decisión la tome la familia "por representación". "El médico tiene que ver qué habría hecho, qué habría querido esa persona en función de sus preferencias y valores, no qué es lo que quieren los hijos. Y, sobre todo, hay que actuar con generosidad moral", añade. Aun así, insiste más en los matices para casos como este: "A una persona que está en un estado vegetativo se le puede retirar la alimentación por sonda nasogástrica si lo pide la familia, retirar el tratamiento antibiótico si tiene una infección, pero dudo de que se pueda acortar la vida, porque en un estado vegetativo persistente puede vivir durante años".
Es lo que le ocurrió a la madre de Dolores (otro nombre ficticio, que pide contar su caso por si sirve a alguien, pero no quiere que se reconozca a su familia). Hace nueve años, su madre, con 60 años, tuvo una meningitis mal tratada que le causó una serie de microinfartos cerebrales que la dejaron en un estado vegetativo. Después de mucha fisioterapia, logró comer muy poco a poco y mover un poco el brazo izquierdo y la pierna derecha. La familia vendió un piso, la tuvo en casa con cuidadores, con el equipamiento especial que necesita una persona completamente dependiente y que costaba más de 3.000 euros al mes. Aún esperan las ayudas de la Ley de Dependencia.
Hasta que, el 16 de mayo pasado, una de las hijas leyó en EL PAÍS la historia de la muerte de María Antonia Liébana, una mujer sin posibilidad de recuperación ni tratamiento tras un infarto cerebral a la que, en contra del criterio del hospital, la familia se la había llevado a casa y la había sedado. El juez incluso mandó a la policía al centro que la atendía para asegurarse de que la alimentaban, pero cuando los hijos pidieron el alta, el magistrado lo aceptó. El Ministerio de Sanidad avaló que en caso de enfermos terminales que no hayan dejado testamento vital, la familia decida qué quiere hacer.
"El reportaje me abrió los ojos. Pensé que ya no tenía sentido seguir así, que no podíamos seguir obligando a vivir a nuestra madre. Había ido a urgencias y le querían poner una sonda nasogástrica para alimentarla. Busqué a una hermana con la que tenía confianza y le planteé el tema. Dar el paso de decirlo en voz alta es muy doloroso", recuerda esta mujer en una cafetería en el centro de Madrid. "El tema", "qué hacer", "plantearlo", las elipsis son frecuentes en los familiares que han pasado por el trago de decidir la muerte de un allegado. Renunciaron al tratamiento, pidieron el alta y, de nuevo, fue sedada en casa. Pocos casos de sedaciones en pacientes cuya muerte no es inminente se dan en la sanidad pública.
Esta familia salió muy escaldada del tratamiento recibido: "¿Por qué salvan a una persona con daños cerebrales irreversibles si luego la sanidad pública no le va a dar recuperación porque tiene más de 60 años? ¿Por qué nadie te ofrece esta posibilidad y tienes que decidir algo superjodido por tu cuenta y sin hablarlo con el médico? Todo es de un gran cinismo. Lo puedes hacer, pero sin decirlo".
Daniel padecía una enfermedad degenerativa incurable y renunció al tratamiento. Eligió el día en que quería fallecer sedado. Como él, cada vez más enfermos graves y familiares apuran la ley y deciden su muerte. Sin dolor. Sin delito
En la imagen del vídeo hay un chico muy flaco, más que muy flaco, que musita cada palabra poco a poco, que piensa lo que dice, que sonríe después de casi cada frase. Apenas se le oye y responde a las preguntas de la psiquiatra con calma; su mujer le ayuda. "Yo era muy activo y fuerte y pensaba que era invencible, pero la ELA me ha vencido", cuenta el chico, Daniel Mateo Martínez, de 35 años, que en solo un año ha pasado de ser profesor de educación física a quedar postrado en una silla de ruedas. Daniel está en una de las últimas fases de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una enfermedad degenerativa sin cura, que debilita los músculos hasta dejarlos inservibles, pero que no impide que el enfermo siga lúcido. Una enfermedad cruel.
Y Daniel no puede más. Después de mucho luchar, se ha rendido. Explica a los médicos por qué se niega a que le realicen la traqueotomía -imprescindible para que respire- y la gastrostomía -fundamental para poder alimentarle, ya que empieza a tener dificultades para tragar-. Daniel está tranquilo. Quiere morir sin sufrir, no apurar cada hora de vida hasta que una flema le ahogue o que una infección acabe con él, algo inevitable si no prosigue con el tratamiento. "Me he dado cuenta de que la vida puede ser muy buena o muy mala según tengas o no salud", reflexiona. "Me gustaba la montaña y la vida. Ahora es difícil soportarla a cada momento. La enfermedad me ha hecho ser más humilde y darme cuenta de que no somos más que esa flor o la hoja que la mantiene". Y señala con un leve movimiento de cabeza a las flores de la habitación.
Cuando le preguntan qué le pide a los médicos, Daniel medita, se pasa la lengua por el labio superior: "Que respeten a cada persona diferente y en todo lo que queramos hacer con nuestra vida". A Daniel le preguntan por el testamento vital, el documento en el que uno puede dejar escrito que no le mantengan la vida artificialmente: "Cuando uno pierde su autonomía e independencia, es importante dejar escrito lo que uno quiere en su proceso destructivo de la enfermedad. Es como dejarlo todo controlado, e igual que uno deja hecho todo lo de su testamento, es importante pensar en cómo uno quiere morir. Igual que pensamos en la vida, la muerte está más cerca de lo que imaginamos. Puede llegar pronto o no, pero siempre está ahí, presente y posible".
El vídeo se grabó en el hospital de La Paz de Madrid -los psiquiatras pensaron que podía servir de ayuda a otros enfermos ver cómo un hombre lúcido afrontaba la muerte con serenidad- el 25 de noviembre de 2008, y Daniel falleció en su casa sólo unos días después, el 5 de diciembre de ese año, el día que él eligió, sedado por la Asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD). Estaba acompañado por familiares y amigos que le leían el Canto a mí mismo, de Walt Whitman, entre otros poemas que había elegido. Su madre afirma que en un momento dijo: "Estoy en la gloria y vosotros sois los ángeles".
Una de las psiquiatras del equipo que lo trató, Beatriz Rodríguez Vega, recuerda que hay más casos como el de Daniel: "Solemos pensar que solo hay una forma de afrontar la muerte, con angustia y miedo, pero no siempre es así. A veces, con el transcurso de la enfermedad, la gente acepta la situación, algo que es fundamental para morir con serenidad". La Paz es un centro de referencia de ELA, y un equipo de distintas especialidades médicas trata al enfermo y al familiar. Los psiquiatras valoran, entre otras cosas, que la renuncia al tratamiento no sea producto de una depresión, que no sea algo pasajero.
La madre de Daniel, Candi, enfermera de La Paz, no reprime las lágrimas cuando ve el vídeo, ni apenas su padre, Teodosio, repartidor prejubilado de Carburos Metálicos. La enfermedad llegó de improviso un año antes. "Primero tuvo molestias al caminar, que Daniel achacaba a la ropa y al calzado", recuerda Candi. Un día, al acudir al cumpleaños de su hermana, vieron que el estado de Daniel había empeorado. Fue al médico y este le remitió inmediatamente al neurólogo. Sus síntomas le delataban. El 12 de diciembre de 2007 le diagnosticaron la ELA, un mal del que se desconocen las causas. Candi cayó desmayada en la consulta al escuchar el diagnóstico.
"El deterioro fue muy rápido. Yo empecé a llevar sus papeles y en febrero me di cuenta de que ponía reparos a que mirara sus cuentas del banco", recuerda su padre. Daniel, profesor de educación física en un polideportivo de Madrid, sabía cuál iba a ser su fin y ya se había asociado, sin decir nada a nadie, a DMD. La entidad cuenta con unos 2.800 socios y busca "promover el derecho de toda persona a disponer con libertad de su cuerpo y de su vida, y a elegir libre y legalmente el momento y los medios para finalizarla, y defender el derecho de los enfermos terminales e irreversibles a, llegado el momento, morir pacíficamente y sin sufrimientos, si este es su deseo expreso".
Daniel y su familia se volcaron, pero los mazazos caían sobre ellos casi cada día. "Un día veía que ya no podía afeitarse y se hundía", cuenta Teo, el padre. En unos meses estaba en una silla de ruedas, dependiente para todo. Pasó meses con muchas dificultades para dormir. Ni los viajes a México en busca de plantas milagrosas, ni la compra de un "repotenciador celular" de Colombia que prometía una cura mágica a cambio de unos cientos de euros sirvieron, como era previsible, para nada. Naturistas de distinto pelaje hicieron su agosto sin que mejorara el pronóstico de Daniel. Pero él creía que le ayudaría, y sus padres probaron todos los remedios que él sugería.
El 5 de diciembre de 2008, el día elegido para llevar a cabo la sedación terminal, su familia alquiló una furgoneta y todos fueron a Peñalara, una zona de la sierra de Madrid que a él le gustaba mucho. Caía la tarde, todos lo pasaban bien y pensaron que no había prisa para volver a Madrid. "De repente, él dijo: 'Venga, vámonos, que nos están esperando", recuerda su hermano Rubén. La decisión estaba tomada. Fue sedado pasada la medianoche, justo después de felicitar a su hermana por su cumpleaños, y falleció por la mañana.
"No entendíamos al principio su deseo de dejarse morir y le intentamos convencer, pero luego vimos que era egoísta por nuestra parte pedirle que siguiera más tiempo soportando eso", cuenta Rubén. Daniel le dictó días antes sus pensamientos para tranquilizar a la familia. "La ELA ha acabado conmigo en un año. No puedo apenas moverme, comer, respirar ni hablar. Una vida así nadie debería vivirla. Nuestra inteligencia debe servirnos para decir NO al horror del lento proceso destructivo. He perdido la batalla. Según veo mi cuerpo debilitarse, y perdiendo autonomía e independencia, me hace cuestionarme si esto es vida. Para mí no lo es y no me asusta pensar en recibir la muerte. Tengo como opción mi sueño de morir plácidamente dormido y acabar con esta pesadilla". Los versos concluyen: "Me llevo un buen recuerdo de todos, también os queda mi recuerdo. Acepto mi destino y estoy en paz, sin miedo, odio, rencor, culpa ni ningún problema de conciencia. Acepto mi vida y mi muerte como algo inseparable. Nuestros planes no siempre suceden. Quizás no hay principio ni fin, sino un proceso infinito de creación y destrucción".
Aunque pueda parecer un caso de eutanasia, de muerte elegida, no lo es. Cuestión de matices, importantes en este tema. Daniel es un paciente que renuncia al tratamiento. Como lo fue Inmaculada Echevarría, que en 2007 falleció en Granada tras negarse a seguir con el respirador artificial que la mantenía con vida desde que, 10 años antes, quedó postrada y sin apenas capacidad de movimiento.
Al quitarle el respirador, Echevarría estaba abocada a una muerte horrible, incompatible con la dignidad de la persona recogida en la Constitución. Por eso los médicos le aplicaron una sedación terminal, una práctica que consiste en inducir con fármacos un estado de inconsciencia para reducir el dolor de los enfermos terminales aunque les acelere la muerte. El padre de Daniel cuenta que, al renunciar a la traqueotomía, habría fallecido ahogado por la dificultad para tragar: "Las últimas noches empezaba a toser con las flemas y creíamos que se ahogaba", recuerda.
La renuncia al tratamiento es legal desde la Ley de Autonomía del Paciente, de 2002, que establece: "Todo paciente o usuario tiene derecho a negarse al tratamiento". Miguel Bajo, catedrático de Derecho Penal de la Universidad Autónoma de Madrid, explica que esa norma convierte a España en uno de los países más avanzados en la muerte digna aunque no tenga regulada la eutanasia: "Solo Bélgica, Suiza y Holanda tienen legislaciones más abiertas. Convendría clarificar algunas cosas, pero se puede avanzar mucho por la vía de la renuncia al tratamiento".
El Código Penal sí persigue la eutanasia, aunque sin mencionarla. El texto impone "la pena de prisión de dos a cinco años al que coopere con actos necesarios al suicidio de una persona" y penas en grado menor a quien "cause o coopere activamente con actos necesarios y directos a la muerte de otro, por la petición expresa, seria e inequívoca de este, en el caso de que la víctima sufriera una enfermedad grave que conduciría necesariamente a su muerte, o que produjera graves padecimientos permanentes y difíciles de soportar".
Fernando Marín, presidente de DMD Madrid, defiende el tratamiento dado a Daniel: "Sin sedación, habría muerto con una neumonía por aspiración, aunque no sabemos en cuánto tiempo. ¿La sedación anticipó su muerte? Sí. Ahora bien, ¿la medicación provocó la muerte? No. Alivió su sufrimiento. En su caso no había un tratamiento alternativo porque él no quería, y esta sedación está admitida, aunque a muchos profesionales les sigue sonando a eutanasia". Matices.
Marín sigue discurriendo por la fina línea que separa el Código Penal de la Ley de Autonomía del Paciente: "Hay muchas muertes voluntarias que no son eutanasia. La de Ramón Sampedro era eutanasia porque iba a morir en unos años, y la de Daniel o Inmaculada Echevarría no, porque iban a morir pronto y necesitaban una intervención médica para seguir viviendo. Eso es un problema, un juego macabro por no aclarar las cosas y jugar con ambigüedades".
El caso de Daniel no entró en esa categoría penal, como tampoco el de Maribel Aragón Menéndez. "A Maribel le diagnosticaron un cáncer de ovario hace cinco años", cuenta por teléfono Fernando B. Scarpadini, su pareja durante 30 años y con el que se casó hace tres, ya enferma: "Estuvo con quimioterapia durante años de forma casi ininterrumpida y en octubre pasado decidió no darse más. Ya sabía cuál era su final".
En abril pasado, durante un viaje a Sepúlveda, ni la morfina aliviaba sus dolores por la metástasis, el riñón comenzó a fallar y tuvo una oclusión intestinal. "Había llegado el momento de dejar de disfrutar y de sufrir", cuenta Fernando. Fue sedada en casa una noche de madrugada y falleció al día siguiente por la tarde. El viudo pide respeto a su decisión: "Quien, por ser religioso o por lo que sea, quiera vivir hasta el final apurando la vida, que lo haga, pero que nos dejen a los que no queremos eso. Maribel tenía claro que prefería vivir menos tiempo, pero con un mínimo aceptable de calidad de vida, antes que prolongar su existencia a costa de dolores y sufrimientos".
Antes de ser sedada, Maribel grabó también para DMD sus impresiones: "Yo quiero vivir como la que más y me siento viva y tengo unas ganas de estar con mis amigos impresionantes, pero mi cuerpo me avisa de que ya no puedo más y he aprendido a escucharle". Sobre su relación con los médicos avisa: "No quiero que ellos decidan sobre mí ni sobre mi libertad". Allí Maribel aparece fumando, con pelo corto, resto de la cabellera plateada que lucía antes.
Ese es, según Bajo, uno de los problemas, que no todos los médicos han asumido que la voluntad del paciente, o de su familia si este está inconsciente, está por encima de la opinión médica: "Hay médicos anclados en el pasado y con un sentido de la medicina de que ellos son propietarios del paciente. Hay que hacer lo que quiera el paciente porque él es el dueño de su vida y no podemos sustituirlo".
Eso hace que muchas situaciones se resuelvan de forma oscura, incluso cínica. Es el caso de Antonio (nombre ficticio por petición de la familia). En el verano de 2008, un golpe de calor mientras corría lo dejó sin riego en el cerebro. Cuando la ambulancia lo reanimó, había estado ya demasiado tiempo sin actividad cerebral. Quedó en un estado vegetativo. Uno de sus hermanos recuerda cómo lo vivió: "La primera neuróloga que lo atendió en la UVI nos dijo que habíamos tenido mala suerte porque no había muerto. Estuvo nueve meses en el hospital y no reaccionaba a casi nada. De repente, un día le apreté el brazo y lo intentó retirar. Además, la máquina de afeitar le asustaba. Entonces me di cuenta de que sufría. Hasta entonces no nos importaba el tiempo que estuviera en esa situación, pero a partir de entonces...". La familia, sin creencias religiosas, como las anteriores, les insinuaba a los médicos si no habría una solución, ya que no se esperaba mejoría, algo para que "dejara de sufrir". "Nos decían que tuviéramos fe y esperanza, pero no lo veíamos. Sabíamos que nuestro hermano no habría querido estar así y, aunque nosotros preferíamos tenerlo con vida, no era justo con él", recuerda.
A los nueve meses de estar en el hospital, le ofrecieron llevarlo a un centro de cuidados paliativos. "Fuimos a verlo y nos pareció horrible. Una fila de enfermos para morir. No queríamos dejar allí a nuestro hermano". Pidieron el alta voluntaria para llevarlo a casa y el hospital no les hizo más preguntas. Ni qué iban a hacer con él ni para qué se lo llevaban. "Tenía la sensación de que hacía algo malo, de que me lo llevaba a casa para cargármelo", apunta uno de los hermanos. Los médicos de DMD lo sedaron en casa, donde falleció tres días después. El fallecido no había dejado un testamento vital en el que aclarara que renunciara al tratamiento.
Javier Barbero, psicólogo del hospital de La Paz de Madrid y experto en bioética, defiende que si el paciente no está consciente, la decisión la tome la familia "por representación". "El médico tiene que ver qué habría hecho, qué habría querido esa persona en función de sus preferencias y valores, no qué es lo que quieren los hijos. Y, sobre todo, hay que actuar con generosidad moral", añade. Aun así, insiste más en los matices para casos como este: "A una persona que está en un estado vegetativo se le puede retirar la alimentación por sonda nasogástrica si lo pide la familia, retirar el tratamiento antibiótico si tiene una infección, pero dudo de que se pueda acortar la vida, porque en un estado vegetativo persistente puede vivir durante años".
Es lo que le ocurrió a la madre de Dolores (otro nombre ficticio, que pide contar su caso por si sirve a alguien, pero no quiere que se reconozca a su familia). Hace nueve años, su madre, con 60 años, tuvo una meningitis mal tratada que le causó una serie de microinfartos cerebrales que la dejaron en un estado vegetativo. Después de mucha fisioterapia, logró comer muy poco a poco y mover un poco el brazo izquierdo y la pierna derecha. La familia vendió un piso, la tuvo en casa con cuidadores, con el equipamiento especial que necesita una persona completamente dependiente y que costaba más de 3.000 euros al mes. Aún esperan las ayudas de la Ley de Dependencia.
Hasta que, el 16 de mayo pasado, una de las hijas leyó en EL PAÍS la historia de la muerte de María Antonia Liébana, una mujer sin posibilidad de recuperación ni tratamiento tras un infarto cerebral a la que, en contra del criterio del hospital, la familia se la había llevado a casa y la había sedado. El juez incluso mandó a la policía al centro que la atendía para asegurarse de que la alimentaban, pero cuando los hijos pidieron el alta, el magistrado lo aceptó. El Ministerio de Sanidad avaló que en caso de enfermos terminales que no hayan dejado testamento vital, la familia decida qué quiere hacer.
"El reportaje me abrió los ojos. Pensé que ya no tenía sentido seguir así, que no podíamos seguir obligando a vivir a nuestra madre. Había ido a urgencias y le querían poner una sonda nasogástrica para alimentarla. Busqué a una hermana con la que tenía confianza y le planteé el tema. Dar el paso de decirlo en voz alta es muy doloroso", recuerda esta mujer en una cafetería en el centro de Madrid. "El tema", "qué hacer", "plantearlo", las elipsis son frecuentes en los familiares que han pasado por el trago de decidir la muerte de un allegado. Renunciaron al tratamiento, pidieron el alta y, de nuevo, fue sedada en casa. Pocos casos de sedaciones en pacientes cuya muerte no es inminente se dan en la sanidad pública.
Esta familia salió muy escaldada del tratamiento recibido: "¿Por qué salvan a una persona con daños cerebrales irreversibles si luego la sanidad pública no le va a dar recuperación porque tiene más de 60 años? ¿Por qué nadie te ofrece esta posibilidad y tienes que decidir algo superjodido por tu cuenta y sin hablarlo con el médico? Todo es de un gran cinismo. Lo puedes hacer, pero sin decirlo".
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