martes, 1 de abril de 2014
A la turba le sirve cualquier causa...
A la turba le sirve cualquier causa
Ni la pobreza ni el racismo pueden explicar por sí solos los saqueos de Londres - Robaron por igual pandilleros y clase media - Los analistas alertan, como Cameron, de una falta de cohesión moral
Natasha Reid no necesitaba un televisor nuevo. A sus 24 años y recién licenciada en Asistencia Social, vive con sus padres en un entorno desahogado del barrio de Edmonton, al norte de Londres. Pero la noche del pasado 7 de agosto vio la ocasión. En medio de la vorágine de saqueos que recorrió Inglaterra, se fijó en una tienda de electrodomésticos que había sido asaltada cerca de casa. Así que entró y robó una televisión de pantalla plana. No tenía necesidad, se la podría haber comprado. Solo entró y se la llevó. Ahora tiene antecedentes policiales. Aún se pregunta por qué lo hizo.
La historia de Reid, que llegó la semana pasada a la portada de The Times, es una más entre los cerca de 3.000 detenidos durante las revueltas, pero ejemplifica un segmento de los saqueadores que escapa de las causas que se aducen habitualmente. Aunque nadie parece tener una explicación para los disturbios de Londres, al contextualizarlos se suelen mencionar situaciones de pobreza y exclusión social, problemas de integración de las minorías étnicas o los drásticos recortes del Gobierno británico. Sin embargo, entre los detenidos hay muchos perfiles que en principio no encajan en el retrato del sospechoso habitual: una enfermera que intentó robar un televisor en un supermercado, un estudiante de Derecho que se sumó a una banda para asaltar restaurantes, una bailarina de ballet que se llevó un televisor e incluso la hija de un millonario acusada de robar electrodomésticos por valor de 5.700 euros. A medida que se han conocido las historias de los detenidos han surgido decenas de casos semejantes. La mayoría eran jóvenes, pero sin distinción de estrato social. ¿Qué les empujó a delinquir?
Los expertos destacan la importancia de las circunstancias que subyacen en estallidos de violencia como el de Inglaterra, que entre el 6 y el 10 de agosto se propagó desde Londres hasta Manchester, Nottingham y otras ciudades. Dejó cinco muertos y pérdidas que se elevan a 230 millones de euros. "Las revueltas juveniles en la Europa de hoy, y eso vale para la de los suburbios franceses de 2005, la de los airados griegos de 2008 y la de los indignados ibéricos y los suburbios ingleses de 2011, no son revueltas de la miseria sino del bienestar", razona Carles Feixa, catedrático de Antropología Social de la Universidad de Lleida. "No surgen por problemas de subsistencia material, sino por problemas de cohesión moral; por crisis de valores o más bien por nuevos valores que se visibilizan con la crisis. Los valores con los que las nuevas generaciones han sido educadas, que ya no son los de la ética puritana del ahorro sino los de la ética hedonista del consumo, se ponen en duda en momentos de crisis, pues la promesa del ascensor social desaparece de golpe. Eso vale tanto para los jóvenes pobres como para la clase media: todos ven sus expectativas en riesgo", añade.
La espoleta que encendió los disturbios, la muerte del joven Mark Duggan, abatido a tiros por la policía en el barrio de Tottenham, fue una razón o excusa para mostrar ira, sostiene Vicente Garrido, profesor de Criminología de la Universidad de Valencia. "La ira de las bandas ante la policía, la ira de los antisistema, de los delincuentes juveniles. Esa ira, si era lo suficientemente intensa, generaría un escenario de oportunidad único, una ventana hacia el robo y el pillaje", señala. "Entonces se formó una turba que devoró todo. La auténtica naturaleza del hecho se muestra por quienes eran las víctimas: sus propios vecinos. Ante ese movimiento autogenerado y arrollador acabaron por ceder todas las inhibiciones frente a la ley".
El primer ministro británico, David Cameron, avisó el pasado lunes de que la oleada de altercados es "una llamada de alerta" para todo el país y exhortó a atajar el "hundimiento moral a cámara lenta" de la sociedad británica. No obstante, negó rotundamente que las revueltas tuvieran que ver con el racismo, la pobreza o los drásticos recortes que ha llevado a cabo su Gobierno. "Estos disturbios no tienen que ver con la pobreza: eso insulta a los millones de personas que, cualesquiera que sean las dificultades, nunca soñarían siquiera con hacer sufrir a los demás de esta forma", dijo. Tras el toque de atención, añadió Cameron, el Gobierno de coalición de conservadores y liberaldemócratas planea un ambicioso plan de reformas para restaurar esa "sociedad rota". Entre las prioridades están las escuelas, las prestaciones sociales, ayudas a las familias y la educación en los hogares. "Si queremos tener alguna esperanza de reparar nuestra sociedad rota, la familia y la educación familiar es donde debemos empezar". Entre las medidas anunciadas prevé mejorar las condiciones de los 120.000 hogares más desfavorecidos.
Los estudios sociológicos serios sobre los disturbios están por llegar, avisa el filósofo, ensayista y pedagogo José Antonio Marina, pero considera muy significativa la cuestión de los valores que la sociedad transmite a los jóvenes. "La educación ética está desprestigiada, basta recordar lo que pasó en España con la asignatura ética de Educación para la Ciudadanía. Hemos sustituido la oposición importante -bueno o malo-, por una de emergencia -delictivo o no delictivo-, y hemos sustituido la ética por el Código Penal. Y eso no funciona", explica. "No se puede culpar a la familia y a la escuela de la ausencia de valores, en una sociedad conmocionada por las escuchas de Scotland Yard, la desvergüenza de muchos políticos, y una crisis económica indecente", dice el filósofo. Es una tarea que incumbe a toda la sociedad. "Para educar a un niño hace falta la tribu entera. Y la tribu somos todos", señala.
Es necesario, considera Marina, rescatar una educación global en valores. "Vemos el fracaso de la educación permisiva, después de haber visto el fracaso de la educación autoritaria. Necesitamos recuperar los valores morales fuertes, y transmitirlos también a través de la familia y de la escuela". Añade, sin embargo, un matiz importante: "A nadie se le oculta que la educación informal -la que se ejerce fuera de esas instituciones- es cada vez más poderosa. Creo que debemos insistir en la idea de que todos educamos -por acción y por omisión- y elaborar una Carta de los Deberes Educativos de la Sociedad, que señale los deberes de cada situación: familia, escuela, empresa, medios, policía, justicia, políticos, sanidad, sindicatos, partidos políticos, etcétera".
Los disturbios de Londres son una muestra más de un nuevo tipo de revueltas sin distinción de clases, según argumenta el antropólogo Feixa. "Lo novedoso aquí es la dirección de la protesta: normalmente las inician las clases medias y luego siguen las bajas, como sucedió en la revolución francesa y en mayo del 68. Aquí sucede lo contrario", señala. "Las revueltas populares siempre se han visto, al principio, como una forma de vandalismo, mientras que las burguesas suelen tener un componente ideológico. Quizá asistimos a una inversión de la hegemonía cultural: la sociedad de consumo no elimina las clases, pero las desclasa, es decir, las desvincula de sus valores tradicionales. Por eso hay jóvenes acomodados que parecen vándalos de suburbio; y seguramente hay muchos jóvenes pobres que actuaron como jóvenes conscientes, serios y respetables, aunque eso no se vio. En el fondo hay un mito: solo los pobres se meten en bandas. Mi experiencia demuestra que en las bandas hay mucha clase media, aunque no lo parezca".
Los tumultos han servido como llamada de atención sobre los problemas de la sociedad británica, pero estos no explican por sí solos la explosión de violencia, incendios y pillaje, según otros expertos. "No tienen reivindicaciones sociales o políticas", señalaba la semana pasada en este periódico Jim Waddington, profesor de Política de la universidad de Wolverhampton y experto en seguridad. Advertía de la diferencia respecto a las revueltas de Londres en los ochenta. "No se trataba solo de destrozar escaparates. Entonces el objetivo era atacar a la policía", añadía. Los manifestantes "representaban a clases trabajadoras que querían un cambio".
En la oleada de disturbios que recorrió Inglaterra, las reivindicaciones quedaron empañadas o diluidas. Los robos y saqueos convierten estas algaradas en algo diferente de otras oleadas de violencia callejera que tuvieron un propósito más definido, como la de los suburbios de París de 2005 y los de Grecia en 2008 -por no hablar de las recientes y masivas protestas pacíficas de los estudiantes de Chile y la de los indignados en España e Israel-. Las de París y Grecia consistieron fundamentalmente en enfrentamientos con la policía, quema de automóviles y destrozos del mobiliario urbano. No abundaron los robos.
En Reino Unido, las causas de la participación sin distinción de clases en las revueltas tienen mucho que ver con el comportamiento de masas, similar al que surge en algunas celebraciones de victorias deportivas, según indica Jason Nier, profesor asociado de Psicología del Connecticut College, en EE UU, y experto en la psicología social de los actos colectivos. Hubo quien se sumó a los destrozos por puro oportunismo. "Muchos -quizá la mayoría- de los saqueadores participaron por puro egoísmo y avaricia. Como necesitan o quieren cosas, sencillamente se las llevan, sin importar si lo consideran correcto o incorrecto", argumenta Nier. "Y luego parece que hay otros que justifican los saqueos argumentando que, a su modo de ver, todo el sistema político o económico es ilegítimo, así que sencillamente se aprovechan de un sistema que creen que ha estado explotándoles (o al menos ignorándoles)". Finalmente, están los que en otras circunstancias nunca habrían hecho lo que hicieron. "Son algunos, probablemente una minoría, que quizá se acercan a los disturbios o saqueos sin malas intenciones. Puede ser gente normal que pierde temporalmente su brújula moral en el frenesí de la multitud", apunta.
La psicología describe esta actitud como comportamiento de masas. Cuando el individuo se encuentra en medio de una multitud, su capacidad para sentir empatía y culpa se diluye, según indican los psicólogos. Entonces puede llegar a asumir los valores del grupo y los propios se atenúan, señala el profesor Nier. Si uno nunca ha vivido unos disturbios, no sabe cómo desenvolverse, así que observa lo que hacen los demás y lo asume como normal. Incluso hay quien puede elaborarse una moral propia para justificar sus actos. Tras el alboroto de la masa, hubo algunos de los propios saqueadores que fueron por su propio pie a devolver lo que habían robado. Como la joven Natasha Reid. Incapaz de dormir por el sentimiento de culpa, según recordaba su madre, acudió al día siguiente a la comisaría con el televisor bajo el brazo.
El componente lúdico de la protesta urbana también desempeña un papel. A los jóvenes implicados de entornos acomodados, estos destrozos les proporcionan "una situación de anonimato y riesgo muy excitante, en la que desaparecen las inhibiciones", sostiene Garrido, autor de Los hijos tiranos. El síndrome del emperador. "Les parece como una especie de parque temático con la emoción de enfrentarse a la policía". Avisa, con todo, que esos jóvenes ya suelen estar predispuestos a esa actitud, bien debido a una personalidad adicta al riesgo, a dificultades en los estudios o a problemas familiares. Han sido frecuentes las imágenes de los saqueadores entrando en las tiendas a través de lunas destrozadas y llevándose ropa o televisores. Muchos ni siquiera se cubrían la cara. Otros posaban con sus trofeos para tomar una fotografía y colgarla en su red social.
En conclusión, cada protesta urbana suele responder a una compleja mezcla de causas, y las de Londres siguen sin estar claras. En lo que coinciden los expertos es en que la enseñanza de valores es crucial y que sería un error subestimar las revueltas como una simple cuestión de delincuencia juvenil.
Reivindicaciones a pie de calle
Cada caso de protesta callejera responde a una combinación específica de elementos que permiten que el malestar cruce un determinado límite y se transforme un movimiento urbano, como recordaba recientemente la analista de Newsweek Saskia Sassen, a raíz de los disturbios en Reino Unido. Los tumultos de Londres suceden tras una serie de revueltas en las que la calle se ha convertido en el escenario para mostrar el descontento y las reivindicaciones de cambios políticos y sociales. En 2005, fueron los suburbios de París. La muerte de dos adolescentes electrocutados cuando huían de la policía fue la chispa que prendió la ira y el descontento social de los barrios marginales de las afueras de París y otras grandes ciudades francesas. Acusaban a las fuerzas de seguridad de discriminación racial. Se quemaron coches y edificios y hubo enfrentamientos con la policía. Sirvieron para dar voz a las minorías inmigrantes y a las dificultades que afrontan para integrarse. Las protestas resurgieron en 2008.
A finales de ese mismo año, en Grecia, la muerte de otro joven abatido a tiros por la policía en Atenas desató una protesta masiva. Cientos de estudiantes se echaron a las calles para protestar contra la violencia policial y especialmente contra el Gobierno y la falta de perspectivas laborales y los inaccesibles precios de la vivienda. Hubo disturbios y choques con la policía en varias ciudades.
En 2011, las protestas han proliferado. En España, el movimiento del 15-M ha aglutinado las críticas contra el sistema político y financiero como responsable de la crisis financiera global. Mediante concentraciones y manifestaciones, los llamados indignados han exigido reformas. En Israel, cerca de 300.000 indignados marcharon el pasado julio en Tel Aviv contra el paro, la precariedad laboral y los abusivos precios de la vivienda. Profesores, trabajadores sociales, médicos y madres solteras exigieron cambios al Gobierno de Benjamín Netanyahu.
Coincidiendo con los disturbios de Londres, en Chile cientos de estudiantes se han manifestado en la capital para exigir un cambio del modelo educativo impulsado por el Gobierno conservador de Sebastián Piñera. Quizá sean revoluciones menores pero, desde la calle y con un propósito firme, han obligado a los Gobiernos a escuchar sus reivindicaciones.
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