jueves, 19 de junio de 2014
Stendhal y Astrud en el mismo libro...
Stendhal y Astrud en el mismo libro
Una nueva generación de autores abraza con éxito el pop para el ensayo
"Me hizo mucha ilusión la situación: el 'afterpop se encuentra con el 'pornopunk'. Con su decisión, los miembros del jurado, que son ensayistas, pusieron en común dos libros que, mas allá de sus evidentes diferencias, comparten algunos aspectos que en general están infravalorados, como la atención a las cuestiones de género o la lectura de los objetos de consumo en clave biopolítica". Eloy Fernández Porta recuerda así como, hace poco más de un año, su obra Eros. La Superproducción de los afectos, enmarcada en la categoría afterpop, creada y liderada por él mismo, ganó el Premio Anagrama de ensayo. El finalista fue Pornotopía. Arquitectura y sexualidad en Playboy durante la guerra fría, de la burgalesa Beatriz Preciado. Ninguno de los dos autores rebasaba la metafísica barrera de los 40. Más que el palmarés de uno de los premios de ensayo más prestigiosos de este país, aquello parecía la programación de un club o el cartel de un festival alternativo. ¿Qué habían cenado los miembros del jurado?
Un año más tarde, Jorge Fernández Gonzalo, poeta y estudioso que aún no ha alcanzado la última frontera de la juventud (los 30) resultaba finalista del mismo premio con una obra, Filosofía zombi, en la que se mezclaban Blanchot, Baudrillard, George A. Romero o The walking dead, resultando en un ensayo de naturaleza recia a partir de algo tan, aparentemente, blando como los muertos vivientes. "La obra camina por un terreno aún poco abonado; es un lugar de paso entre lecturas académicas y cultura pop. Si el ensayo pop está bien hecho, cambiará nuestra concepción del ensayo. Si no, será una moda más que acabará por dar la razón a quienes la desdeñaron", apunta Gonzalo al respecto de cierto cambio de paradigma anunciado por el éxito de una serie de propuestas de ensayo a partir de parámetros asociados a las subculturas y utilizando las posibilidades significativas de la cultura pop.
Estos autores no son los primeros en apuntar nuevas vías (por esta senda transitaron ya Jordi Costa, Francisco Casavella o Guillem Martínez), pero tal vez sí los primeros en poder forzar cierta crisis dentro del academicismo ensayista y en la forma en que los grandes medios perciben aún la realidad pop. Si las canciones no les convencieron, tal vez sí los ensayos. "Se suele reducir lo pop a una cuestión de referentes nominales y de nivel cultural, y así se difunde la absurda idea de que es un asunto generacional que diferencia a jóvenes de mayores", apunta Eloy Fernández Porta. Para el escritor, "el término pop es usado principalmente para apuntalar una jerarquía de los bienes culturales, de los referentes y de la edad". Según Gonzalo, "somos demasiado sectarios en cuestiones literarias. Lo veo mucho en poesía, que es el género en donde me he formado, y algo menos en novela, teatro o ensayo. Pero está ahí: nos aferramos a nuestra tradición literaria, a nuestros métodos de análisis y a nuestra ideología, y somos poco considerados con el resto de alternativas".
Tal vez la tensión entre alta y baja cultura sea irresoluble, pero las fronteras entre ambas aproximaciones están cada día menos claras -ya lo predijo Luis Cobos al mezclar tecno y clásica-, más cuando aparece un chaval de 22 años y, sin ningún tipo de pudor, decide entrar en el universo literario a través de un brevísimo ensayo confesional de poco más de 60 páginas titulado Padres ausentes. "¿Mi idea? Evitar la novela, la más desnuda expresión literaria concebida, como inicio. Con un ensayo autobiográfico todo la honestidad puede convertirse en un relato más elegante y fluido. Con la novela no quedan ya engaños o tretas. Todo está ahí, en el artificio y su verdad", dice Pablo Muñoz (alias Alvy Singer), estudiante, bloguero y ensayista.
De alguna manera, y confirmando la idea que apuntaba Porta al respecto de que lo pop va más allá de lo nominal o lo turístico, el ensayo aferrado a lo más popular de nuestra cultura moderna, no solo amenaza con abrirse paso dentro del género, sino con apoderarse de los códigos que hacían hasta hoy de la novela o incluso la canción como forma primordial de expresión del género. Incluso uno de nuestros literatos más abiertamente pop, Kiko Amat, acaba de publicar Mil violines, su libro de ensayos dislocados y confesionales. Eso sí, como con todo lo contemporáneo, hay que ir con cuidado y no confundir cambio con moda. Como dice Muñoz: "Hay una conciencia de que ciertas formas de expresión han alcanzado potencia y sofisticación, pero hay dos tentaciones: la de adoptar la lectura como algo indefectiblemente cool, y como tal sujeto a que la moda lo convierta en anacrónico, y la de adoptar la lectura del fan, celebratoria y acrítica. Hay que separar el grano de la paja, ser honesto".
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