miércoles, 5 de diciembre de 2012
Sobre el amor y la muerte...
Sobre el amor y la muerte
Releer a Tolstói permite no perder de vista la Gran Literatura. En Anna Karénina, en la que el autor despliega su minucioso sentido de la narratividad, hay que adentrarse con el asombro y la admiración que producen las obras mayores. Una nueva traducción de la novela se añade a la publicación de sus obras en el año del centenario de su muerte
En este año del centenario de la muerte de Tolstói, nada más oportuno que una nueva traducción de la inmortal Anna Karénina para celebrarlo. Al término de la lectura que nos propone Alba, el lector agradece a Víctor Gallego un trabajo que ha debido dejarle exhausto. Últimamente han venido apareciendo varias ediciones de las obras de Tolstói, unas dedicadas al propio autor (los Diarios y la Correspondencia, en la editorial Acantilado) y otras de piezas cortas como Los cosacos (Atalanta) y Hadjí Murat (Verticales) y El cupón falso (Nórdica), a las que habría que añadir, como ediciones de referencia, los Relatos (Alba), la traducción de López Morillas de La muerte de Iván Ilich (Alianza), las Memorias de Sebastopol (Gredos), la versión completa de Resurrección (Pre-Textos) y, cómo no, Guerra y paz (del taller de Mario Muchnik).
Que Tolstói es un gigante de la novela no lo duda nadie, pero así como no conviene olvidarlo es absolutamente pertinente leerlo de vez en cuando para no perder de vista lo que es de verdad la Gran Literatura. Es un ejercicio muy sano porque permite colocar todo lo que actualmente reluce a la debida distancia. Una obra como Anna Karénina produce en el lector atento una sensación tal que todo parece empequeñecerse a su alrededor y cobrar su verdadero tamaño y no el que suele otorgar la promiscua y rendida actualidad a las obras del momento. Ésta es una novela en la que hay que adentrarse con el asombro y la admiración que producen las obras mayores, como el Panteón de Roma. La comparación no es gratuita, pues ambos -novela y monumento- se asemejan en su deseo de abarcar una totalidad.
¿De qué trata realmente Anna Karénina? Pasa por ser una de las mejores novelas de amor de todos los tiempos. Lo es, en cuanto que ofrece una reflexión sobre el amor extraordinariamente ambiciosa, pero no se centra sólo en la figura emblemática, la de Karénina, sino que contrapone dos parejas (la de los amantes Anna Karénina y Vronski y la del matrimonio Kitty Scherbaski-Konstantin Levin), situando como referencia a una tercera, la que forman la hermana de Kitty, Dolly, y el hermano de Anna, Stepán. Este artificio le permite desplegar el mundo de la aristocracia y el de la vida en el campo por medio de un centenar largo de personajes que configuran el escenario humano del libro, personajes todos ellos singularizados y caracterizados, lo que nos señala una de las cualidades sustanciales de Tolstói, su maravilloso detallismo descriptivo, producto de una mirada excepcionalmente dotada para lo significativo. En comparación con Guerra y paz, Karénina es una novela intimista, pero, aparte de coincidir ambas en el deseo de crear un mundo completo, la intimidad de Anna Karénina está concebida dentro de una búsqueda del sentido del amor que necesariamente se convierte, por su ambición, en una búsqueda del sentido de la vida, y para ello Tolstói se va a valer de toda una sociedad a la que personaliza en torno a los personajes centrales. Intimidad, sí, pero encuadrada en un arco social sin el cual sería menor o irrelevante.
El segundo elemento con el que juega el autor es el espacio y el tiempo. La novela transcurre -el lector lo advierte enseguida- en un orden sucesivo que integra al lector en el fluir del propio tiempo y espacio de los personajes. Leyendo Anna Karénina uno tiene la sensación de hallarse dentro de la novela o, más precisamente, dentro del transcurso del tiempo de la novela. No importa que, por razones de estrategia de construcción, se produzcan saltos de tiempo entre las partes: la sensación de presente continuo de la novela es un acto de magia narrativa, un acto integrador que, sin embargo, permite en todo momento mantener la distancia necesaria de lectura para abarcar toda la historia sin identificarse con ella, como haría un lector ingenuo; no, no hay identificación sino acompañamiento, pero ese acompañamiento parece la invitación a un acto de magia.
La descripción se mueve entre la exterioridad y la interioridad en las dos parejas centrales. Tanto el escenario físico como el mundo de la mente están descritos al detalle, sin perdonar lo importante y sin añadir lo superfluo. La convincente elocución con que muestra la vida de las cosas y el desarrollo de los pensamientos es su primer arma, pero lo que consigue poner en marcha y mantener en rumbo toda esta escritura es un minucioso sentido de la narratividad. Hay un momento en el que Levin, frustrado por un primer día de caza calamitoso, escapa solo a los pantanos con su perra Laska para resarcirse. Para relatar esta simple escena, Tolstói cruza los pensamientos de Levin y de su perra. Sólo están al acecho de unas becadas, pero el relato de ese acecho desde la cabeza de la perra y los movimientos de Levin adquiere un vigor narrativo de verdadero tempo dramático. Si es capaz de hacer esto con el simple acecho de una perra de caza ¿qué no conseguirá con una historia doble de amores desdichados?
Más que una historia de amor yo diría que ésta es una historia sobre el amor y la muerte. La diversidad de puntos de vista que va concentrando sobre el verdadero asunto del libro requiere una laboriosa construcción que ha de converger en la intención central y a ello se aplica. Tolstói fue un hombre de convicciones firmes y de conciencia rotunda, lo cual antepuso a cualquier otro interés en su propia vida y la de su familia, pero también un hombre lleno de dudas dolorosas a las que no rehusaba enfrentarse. De hecho, hay una clara coincidencia en que Levin es un trasunto del propio autor. La defensa de la libertad y del bien común está en boca de Levin lo mismo que el miedo a la muerte. Tolstói aspiró a crear una "religión de Cristo sin fe y sin pecados" que le costó la excomunión de la Iglesia ortodoxa y, de hecho, en las reflexiones finales de Levin ésa es la idea que expone. Se reprocha a Levin ser portaestandarte de las ideas de Tolstói , pero lo cierto es que no se trata de una mera exposición de las mismas sino que a través de ellas se advierte narrativamente la evolución del personaje; no son un mero pegote. Si acaso, la parte octava (una suerte de recuento tras la muerte de Anna) sí puede considerarse un añadido que no añade nada, aparte de facilitar alguna salida endeble a la situación.
La perspicacia de Tolstói en el desarrollo psicológico de los personajes es una verdadera obra de arte. La mediocridad de Vronski, la sensibilidad y el deseo de Anna, la zozobra infantil de Kitty, la emotiva ingenuidad de Levin y su entereza ante el desaliento, el sometimiento de Dolly a su función de madre y esposa entregada y dolorosa, la alegre inconsciencia consciente del tarambana de Stepán Oblonski, la progresiva miseria moral de Alekséi Karenin, cuya frialdad acaba siendo pareja de su cobardía vital... nos llevan a una doble visión de la vida amorosa: si el amor es sobre todo carnal, está condenado a morir; si es un acuerdo de convicción, arrastra consigo una dependencia gravosa. Todo el mundo interior que se desprende de este planteamiento lo construye Tolstói con una habilidad de filigrana y cogiendo al toro por los cuernos, es decir, afrontando todos y cada uno de los problemas que suscitan sus personajes. La entereza del Tolstói escritor es tan grande como la del Tolstói persona y por eso su vida será tan violentamente compleja como la de sus personajes. Y el esfuerzo expresivo al que se somete para dar cima a su obra lo empuja hasta donde haga falta: al final de la séptima parte, con Anna Karénina perdida en sus pensamientos y en su propia desdicha, en la estación fatídica, Tolstói la hace hablar nada menos que en forma de monólogo interior cruzándolo con la presencia de lo exterior al pensamiento, de lo que sucede a su alrededor. El sueño de Virginia Woolf era el de situar la voz dentro de la mente, lo que consiguió al fin en el relato Mrs. Dalloway in Bond Street; Joyce lo pudo llevar aún más lejos por medio del stream of consciousness, pero asombra hallar esta experiencia en Tolstói, tan canónico en su escritura. Y es que en un creador de su talla no hay barreras ni costumbres que puedan oponerse a la libertad misma del acto creador.
Anna Karénina es un drama doméstico y en ese ámbito se desarrolla, pero es un drama doméstico que hunde sus raíces hasta lo más hondo de la tierra. Todas las conductas tienen una doble cara y de ese juego constante surge la calidad y complejidad de los personajes. Todos los escenarios cubren el espacio en que transcurren hasta el último rincón: el baile (verdadera representación del drama), la lección de siega, la cacería en la finca de Levin... Y todo fluye por la vía de una constante precisión de palabras que se trasmutan en imágenes como ésta, por ejemplo: "En ese momento la serenidad y la suficiencia de Vronski chocaron, como una hoz sobre una piedra, con la fría altivez de Alekséi Aleksandróvich".
Anna Karénina es una experiencia literaria tan rica y amplia que no debe de faltar en la vida de una persona culta.
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