miércoles, 22 de mayo de 2013
Monstruos invisibles – Chuck Palahniuk
Monstruos invisibles – Chuck Palahniuk
Monstruos invisibles - Chuck PalahniukYa hemos comentado antes en esta página algunos libros de Chuck Palahniuk; la mayoría han sido reseñados favorablemente (y alguno que se me habrá quedado en el tintero), el último no. “Monstruos invisibles” es su tercera novela, tras el éxito que supuso “El club de la lucha” y, en menor medida, “Superviviente”. Reincide en el estilo y los temas en los que Palahniuk se mueve como pez en el agua: personajes estrambóticos, situaciones extremas y conflictos lisérgicos. Todo marca de la casa.
En “Monstruos invisibles” (advertencia para los que no la hayan leído: se desvelan algunos detalles de la historia) se nos cuenta la historia de Shannon, una modelo de segunda a la que su novio trata de asesinar a petición de la mejor amiga de aquélla, Evie, de la que se ha convertido en amante. La tentativa sólo consigue arrancarle a Shannon la mandíbula inferior y deformarla de manera brutal, por lo que se convierte en una especie de monstruo. En el hospital entabla contacto con Brandy, un transexual que espera su operación definitiva para convertirse en mujer, y que la convence de su potencial y su belleza interior. Tras recibir el alta, busca venganza prendiendo fuego a la mansión de Evie, atrapando a su ex-novio, Mangus, cuando trataba de rematar el encargo que no había cumplido. Junto a éste y Brandy, inicia un viaje por Estados Unidos en pos de la hermana de Brandy… que resulta ser ella misma. En fin, un auténtico enredo de lazos familiares y afectivos que culminan, como suele ser habitual en los libros del norteamericano, en una ensalada de sangre y verdades.
Uno es admirador de Palahniuk, debo confesar; o al menos lo era, porque “Fantasmas” me decepcionó muy mucho y esta novela no le llega a la suela del zapato a “Nana” o “Asfixia”. (Y eso que, vuelvo a decir, es la tercera de sus obras en orden cronológico.) “Monstruos invisibles” adolece de una sobredosis del «estilo Palahniuk»: frases cortas, repeticiones al estilo de mantras, acumulación de datos acerca del tema que trata (en este caso, medicamentos y cirugía se llevan la palma), narrador en primera persona… En fin, una reiteración de elementos que, usados con mesura, funcionan a la perfección —léase: “Nana”—, pero cuyo abuso desaforado convierte un libro en una carrera demasiado desenfrenada para que el lector pueda involucrarse en la historia.
Tratando de centrarnos en los puntos fuertes de la novela, hay que decir que Chuck Palahniuk hace muy bien lo que pretende: poner en el punto de mira el mayor número de convenciones sociales que sea posible. Al igual que ocurría en “El club de la lucha”, la protagonista renuncia a su pasado (lo cual implica abandonar su estatus social, sus posesiones materiales y —como recurso extremo— su propio rostro) para reconstruirse a sí misma desde una nada absoluta; si bien en la primera novela esta transformación era obligada y en ésta es voluntaria.
«No soy heterosexual ni soy gay [...]. No soy bisexual. No me gustan las etiquetas. No quiero meter mi vida entera en una sola palabra. En una historia. Necesito encontrar algo distinto, incognoscible, un lugar que no figure en los mapas. Una auténtica aventura.»
A mi parecer, es en esta toma de posición frente a la alienación social actual donde Palahniuk cobra fuerza, donde se destaca por encima de otros escritores contemporáneos, aferrados a unas convicciones morales conservadoras y previsibles.
Sin embargo, como comentaba más arriba, el fárrago anti-sistema en que se convierte “Monstruos invisibles” acaba por ser demasiado… Demasiado. Demasiado de todo. El autor tiene virtudes evidentes a la hora de narrar, pero el abuso de ellas conduce al aburrimiento. Mientras que “El club de la lucha” juega con sentimientos universales de aislamiento e inseguridad sociales, o “Nana” —y pese a elementos fantásticos, casi delirantes— con los deseos reprimidos y el peligro de la asunción de poder, “Monstruos invisibles” trata un tema claro (aceptación y reafirmación), pero se hunde por exceso de detalles. El intento de Palahniuk de poner por escrito el viaje hacia el autoconocimiento de Shannon termina resultando un vodevil satírico, una mala telecomedia donde, al final, se descubre que el hermano muerto no está muerto, o que el novio asesinado en realidad está vivo y es homosexual. Está claro que semejante desbarajuste se nota al leer, y no en vano ésta ha sido una de las novelas que más desapercibidas ha pasado.
Y con razón.
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