viernes, 10 de mayo de 2013

Rant. La vida de un asesino – Chuck Palahniuk


Rant. La vida de un asesino – Chuck Palahniuk

Rant. La vida de un asesino - Chuck PalahniukHay fórmulas que pueden resultar un acierto para un creador, dotándole de una voz propia y característica, sirviendo para que sus obras (cabría decir «sus mensajes») calen de forma profunda en el ánimo de los lectores. Esto ocurría con Chuck Palahniuk y su peculiar narrativa, cargada de fuerza, con un estilo sobrio e hiriente que conseguía elaborar imágenes muy vívidas y que tenía como seña de identidad la violencia inherente que parecía rebosar de las páginas de sus libros; violencia no tan literal como metafórica, fiel reflejo de una sociedad histérica y carente de referencia alguna.

Todo lo anterior está dicho en pretérito porque “Rant. La vida de un asesino”, la última de sus novelas, no sólo no ofrece demasiadas novedades a los que ya se hayan acercado alguna vez al universo del norteamericano, sino que agota la fórmula que tan buen resultado le ha dado y se limita a forzar un tono que cumplía su labor en anteriores libros, pero que ha terminado por perder su energía al no renovarse. La fuerza de la narrativa de Palahniuk se basa, sobre todo, en su virulencia a la hora de enfrentar a sus protagonistas con una realidad en la que quieren encajar, pero que les rehúye de manera sistemática, impidiéndoles «socializarse» tal y como ellos desearían y generando así una respuesta que tiende a materializarse de forma salvaje e ilógica. Esto le dio excelentes resultados en lo que son sus dos mejores obras, “El club de la lucha” (epítome del reflejo literario de una generación desencantada y sin rumbo) y “Nana” (la mejor muestra del alcance que puede llegar a tener su estilo, mezclando la fantasía más absoluta con la mirada incisiva sobre la realidad).

En “Rant”, por desgracia, no se encuentra ni esa frescura, ni esa ambición. Palahniuk se ha limitado a reinventar una historia que ya ha puesto por escrito otras veces —protagonista que no acepta su realidad actual y trata de cambiarla—, aderezándola con algo de la fantasía surrealista de “Nana” y unos toques futuristas; el resultado es una enrevesada conjunción de factores que no acaban de cuajar y una trama que clama por algo de cohesión. En esta ocasión, el autor intenta conformar la narración a base de fragmentos de diferentes fuentes, al estilo de un reportaje periodístico; sin embargo, mientras que en “Diario: Una novela” el recurso de la escritura diarística, sin ser sublime, daba buenos frutos, esta novela hace aguas en todo momento. Las diferentes voces son demasiado iguales: de hecho, son absolutamente monocordes, ya que la prosa del escritor es tan idiosincrásica que se hace imposible separarla en distintas personalidades; Palahniuk asoma en todo momento, en cada personaje, en cada punto de vista. Lo que trata de ser un mosaico de piezas que van encajando hasta desvelar el secreto de la historia (que no revelaré aquí) no es más que un narrador cuasi-omnisciente jugando a ventrílocuo. Al lector se le hace evidente que los caracteres que constituyen la base de la trama son intercambiables (como narradores, se entiende): la sensación última es la de estar leyendo una novela desordenada al capricho de un autor juguetón y molesto.

No obstante, el trasfondo de “Rant”, como el de casi todas las obras de este autor, es muy interesante (aunque, una vez más, algo manido). La necesidad de experimentar nuevas sensaciones, la incertidumbre vital antes hechos insoslayables —la muerte— y la habitual presencia del desencanto social ante un mundo dirigido por medios de comunicación en el que nos vemos abocados al consumo extremo y a la satisfacción vicaria de necesidades, son temas que se entrecruzan en el libro y que afloran con lucidez, cinismo y furia. Nadie como Palahniuk para ilustrar la apatía moral de esta sociedad nuestra con su mezcla de absurdo y rabia, con sus protagonistas llevando al límite su pasión vital a través de actos cargados de sangre y dolor, actitudes desafiantes e irracionales, pero todo ello henchido de un profundo amor a la vida, a la libertad del individuo y a la necesidad de deshacerse de prejuicios y reglas. No hay metáfora más certera que las comidas que Irene Casey prepara, rellenas de chinchetas para obligar a sus comensales a disfrutar cada bocado, cada sabor.

Aunque en esta ocasión el resultado formal no sea muy logrado, el fondo tan vital de esta novela de Chuck Palahniuk consigue maquillar con cierta solvencia lo que de otro modo hubiera sido un fiasco absoluto. Está claro que el tono característico del escritor se ha agotado como recurso: quizá la pericia narrativa del norteamericano (limitada, seamos sinceros) no da más de sí, y las historias que puedan surgir de su cabeza se verán siempre constreñidas por un corsé elegante, pero poco efectivo. Se echa en falta algo de la camaleónica habilidad de un Foster Wallace, por ejemplo, para seguir ejerciendo un estilo literario homogéneo, pero mutante, adaptable a distintas necesidades y evolutivo. Si no es así, los futuros libros de Palahniuk sólo serán pastiches demasiado familiares para todos.

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