martes, 2 de diciembre de 2008

Más malos que la tele...

Vuelve a Cuatro Factor X, un programa que versa sobre un jurado más o menos cruel con un concurso de talentos de fondo. Un momento para recuperar a nuestros villanos catódicos, clásicos y modernos, favoritos.

SER malo en la tele ya no es lo que era. Antes del advenimiento de los reality shows, los concursos de talentos o incluso la prensa rosa, el campo de juegos para la maldad en la pequeña pantalla se circunscribía a la ficción, con pequeños cameos en los concursos y los programas infantiles. Hoy, cuando las series de televisión son el nuevo cine y los realities, el nuevo apocalipsis, el formato de malo se ha sofisticado. "El ejemplo de malo de ficción contemporáneo más notable es el de Tony Soprano", apunta Pepe Colubi, periodista experto en televisión y escritor. "Es ese malo que, en el fondo, admiras. Es un mezquino y un cabrón, pero no puedes evitar disfrutar con sus historias. Es un malo protagonista absoluto, ya no es el antagonista de un bueno, como sería, por ejemplo, Falconetti [villano de Hombre rico, hombre pobre, interpretado por William Smith], tal vez el gran malo de la historia de las series".

"Lo mío no es un personaje, sino un rol", explicaba Risto Mejide en una entrevista concedida a este medio con motivo de la presentación de su libro, Acierta mal y pensarás, que ya va por la sorprendente octava edición. "A la gente le gusta pensar que soy un buen tipo, pero eso a mí no me importa. Es un espectáculo y yo juego mi parte. No hay demasiada realidad en estos programas de telerrealidad". Risto encarna uno de los patrones más omnipresentes en la maldad televisiva contemporánea. Es el jurado cruel que dice lo que muchos piensan, pero que el miedo a perder el trabajo, la corrección política, o lo que sea, les impide verbalizar. Con su presencia, OT ha recuperado el tirón perdido tras su época de gloria, cuando hasta miembros del PP ejemplificaron en los concursantes del programa los valores que el partido defendía entre la juventud. "El papel de Risto es enganchar a los que miramos el programa, pero lo odiamos. Nos reafirma en todo lo chungo que vemos en OT, pero, a pesar de ello, somos incapaces de cambiar de canal", recuerda Colubi. Lo de Risto, como lo de Miqui Puig en Factor X, programa que arranca ahora su segunda temporada, es algo así como crítica televisiva dentro de la televisión. Simon Cowell, productor y manager musical, padre putativo de toda esta maldad, es un tipo capaz de recriminar a una aspirante que no le quitara la etiqueta del precio a la suela de sus zapatos, algo tremendamente relevante cuando estamos hablando de saber cantar o no."Es que pensaba devolverlos a la tienda después del casting", le respondió la cándida aspirante. No pasó ronda.

Finalmente, la telerrealidad más pura, dura y claustrofóbica, ha creado un engendro de malvado casi real. La sublimación del vecino que pone alta la música, riega las plantas cuando sales al balcón a leer la prensa, deja la basura maloliente en los descansillos y, aunque te vea correr hacia el ascensor, cierra la puerta y sube solo. El formato está agotadísimo, los guiones ya flojean y las carreras posteriores de villanos icónicos como Aída Nizar o Sonia Arenas ponen en cuarentena las capacidades de promoción de la nueva camada de conejillos de Indias. "Me da igual que seamos el único país que va a emitir la novena edición de Gran Hermano, o que la dirección del programa tenga preparadas 'grandes sorpresas', o que el casting sea 'fiel reflejo de los jóvenes españoles', algo que me niego a creer por mi propia felicidad", escribía el crítico televisivo Ferran Monegal al respecto de este programa, que no es que tenga malos entre sus concursantes o que haya redefinido la maldad cotidiana, es que representa en sí mismo la maldad posmoderna. "La existencia de un tipo como el militar ese de la pierna, Jorge [Berrocal], en Gran Hermano, un malo atontado, abrió la veda, y creo que por ahí se han colado muchos malvados de pacotilla. Los realities son como las series, necesitan también de su antagonista, un elemento que distorsione la realidad", apunta Colubi. Así pues, desde la complejidad emocional de Tony Soprano hasta la verdad disfrazada de juicio al talento ajeno de los hijos de Cowell, pasando por el vecino malo cuya velada aspiración es acabar compartiendo plató con Jaime Cantizano, la maldad domina la parrilla. A veces, incluso la podemos encontrar donde menos se espera: "El doctor Torreiglesias [Saber vivir, de TVE] es un tipo malvado, un personaje que va a crear una generación de ancianos fibrosos que dominarán el planeta. Es terrible, como Cocoon hecho realidad", recuerda Colubi, mientras en pantalla aparecen Los Lunnis y un sudor frío nos recorre la espalda.


El Coyote
El Coyote es el malo patoso y frustrado que todo el mundo ama. En esta serie de la Warner, creada en 1949 por Chuck Jones, este coyote con semblante de perdedor perseguía sin suerte alguna al Correcaminos, cuya irritante sonrisa de ganador e insufrible “bip, bip” jamás logró empatía. Ambientada en el más árido desierto, homenaje a las series del gato y el ratón y definida por su creador como “su realidad”, en contraposición a Bugs Bunny, que era “su meta”, la serie, tan repetitiva que hasta el Equipo A parecía Twin Peaks comparada con ella, se ha quedado como metáfora de la frustración capitalista por perseguir tus sueños y jamás ser capaz de alcanzarlos. Pura subversión roja.


La Ruperta
Un ser despreciable, cruel y traicionero. Bajo su inocente apariencia, amargó la vida y terminó con las esperanzas de poseer un apartamento en Torrevieja (Alicante) de muchos espectadores que empezaban a descubrir la crueldad de los concursos televisivos. Como las enfermedades venéreas, salía donde menos te lo esperabas. Así, mientras los Supertacañones y demás malvados de opereta ejercían de maniobra de despiste en 1, 2, 3… responda otra vez, el gran invento televisivo patrio —vendido a infinidad de países—, ella esperaba agazapada para acabar con la posibilidad del español medio de tapar agujeros. Por su culpa, incluso el inofensivo Naranjito tuvo que luchar contra los tópicos, debido a la mala imagen que había creado Ruperta de todo lo que fuera redondo y anaranjado. La frase “dar calabazas”, llevada hasta las últimas consecuencias.


Angela Channing
“Decías que no salías, porque tenías un examen y te veía con otro… eres mucho peor… ¡Que Angela Channing!”. Esto cantaban los Hombres G en No, no, no, un hit de 1987. Jane Wyman, ganadora de un Oscar por Belinda, primera esposa de Ronald Reagan y fallecida el pasado año, interpretaba a esta malvada latifundista del valle de Tuscany en Falcon Crest, la respuesta de la cadena televisiva estadounidense CBS al éxito de Dallas. A diferencia de su hijo, Richard Channing, un malo bueno de aquellos que tanto se llevan ahora, Angela era una malvada vintage, por edad y por idiosincrasia. Su pasión por el dinero, la propiedad y la familia, la emparentaban con los clásicos de la mafia, con coetáneos de la época como Margaret Thatcher y con clásicos del cine como Arsénico por compasión.


La Bruja Avería
Esta suerte de mutación genética, gorda, con un cutis pésimo, colmillos asimétricos y un amasijo de rastas en forma de cableado multicolor, fue el más guay de todos los malos habidos y por haber. Salida del programa La bola de cristal, su esencia revolucionaria sigue intacta, cuando los malos infantiles no pasan de ser Teletubbies. La Bruja era mala, provocaba interferencias y demás avatares de la era de las antenas de cuernos. Antes del apagón analógico y del directo con seis segundos de retraso, ella ya saboteaba emisiones. Defensora del mal y del capital, es recordada con cariño por una generación que aprendió a ser de izquierdas con ella, hasta que lo dejó. La generación de los anuncios de cola, las versiones de Spandau Ballet y los vaqueros nevados, gusta pensar que la tele era genial cuando eran pequeños, no ahora, cuando la hacen ellos.


El Conde Lequio
El noble italiano se debate entre su condición de ser superior y su cercanía con el pueblo llano. Cortesano posmoderno en el reino de Ana Rosa, Lequio es un tertuliano que, cuando debe ponerse soez, se pone; cuando debe marcar distancias y recordar que su sangre es de otro color, lo hace, sin pudor y obviando sus histrionismos. El problema es que su soberbia le hace creerse inmune a la mugre, olvidando que quien con la prensa rosa se acuesta, con caspa se despierta. Como el abusón del patio de colegio, el conde Obregón es capaz de robarle el bocadillo de mortadela a la Esteban, mientras es siempre el voluntario que va a por las tizas de la maestra A. R. Es uno de esos tipos que cada vez que abre la boca cree que está inventado la rueda o el fuego. Capaz de convertir las obviedades en titulares, el conde se gusta mucho.


Aída Nizar ('Gran Hermano')
Aún hoy, muchos nos preguntamos si realmente existe gente como ella, o si todo es un magistral montaje a lo Show de Truman. “El personaje más odiado de la televisión”, según una encuesta de un programa odioso, es un verdadero caso clínico. Habla de ella en tercera persona y, a pesar de todo y todos, de acumular fracasos, escarnios públicos y vergüenzas al aire, sigue dale que te pego, encantada de conocerse. Esta ex concursante de Gran Hermano, tras abandonar la casa por razones de salud pública, pronto se convirtió en cronista rosa y en cheerleader televisiva. Llegó a tener su propio programa en una tele y hoy se dedica a producir comentarios mordaces contra el devenir de la Liga de Fútbol Profesional en una radio. En su web da todo una pena tan grande que no puedes más que pensar que Darwin era un farsante.


María Patiño
“Para mí es como un perro faldero de esos que te muerden el pantalón y no te sueltan”, comenta Pepe Colubi sobre la más malvada del consejo de sabios que preside cada viernes ¿Dónde estás corazón? En el reparto de roles, Patiño parece que sacó la pajita más corta. Uno se quedó con ser un paparazzi con traje de buzo; otro, con ser un simplón bienintencionado; otra, con ser amiga de la Pantoja, e incluso a una le tocó decir que se dedicaba al periodismo. La vena de la Patiño es uno de los grandes iconos televisivos de la década. Periodista de raza, capaz de morir en el talión antes de revelar sus fuentes (muchos dirán que no las revela porque no existen, pero éstos son unos descreídos que no saben nada de periodismo), esta pequeña bomba sexual que anuncia planchas es el ejemplo de la tele que fue.


Risto Mejide
Este ejecutivo de publicidad seguramente llegó a la mesa de jueces sin saber distinguir un re sostenido de un fa, pero teniendo muy claro que todos aquellos chavales pensaban que la música empezaba y acababa en Luis Miguel y debían ser severamente castigados por ello. Como la ley había eliminado el castigo físico, se dedicó con fruición a la tortura moral. Los estilismos, los arreglos, la decoración y, sobre todo, la falta de talento de los participantes, le pusieron en bandeja de plata el papel de malo de esta sitcom. Utilizando su bagaje publicitario para valorar a los cantantes como lo que eran, marcas blancas, y para convertir cada frase suya en un eslogan o un titular, Mejide reventó las audiencias de un formato en capa caída. Por primera vez, nuestra versión era incluso más bestia que la del modelo anglosajón, el inefable Simon Cowell.


Miqui Puig
Un tipo fantástico, con cultura y un puñado de grandes canciones editadas. Con o sin Los Sencillos, se forjó un nombre en el pop nacional. Colaboró en la tele catalana para, luego, dar el salto. El autor de Bonito es ejerce de juez malote en Factor X. Menos confrontacional que Mejide, más circunspecto y con cuentas pendientes con sus compañeros de jurado, Puig se sabotea dando temas maravillosos que nadie entiende a sus grupos (los que menos, ellos) y asegurándose así de que el público los eliminará. Entre el hombre de empresa y el trabajador que debe pimplarse una botella de bourbon cada vez que sale del curro, Miqui aguanta, odiado por bastantes televidentes, recriminado por algunos viejos fans y adorado por los que siempre que le vemos nos preguntamos “¿de dónde ha sacado esa americana tan chachi?”.

- El Pais -

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