miércoles, 31 de agosto de 2011

Locos de la vida...


Locos de la vida

Los chicos malos ya no son lo que eran. Ahora, en vez de al infierno, van directos a la ‘blogosfera’, donde sus excentricidades son jaleadas casi a tiempo real. La cultura de la celebridad efímera, el atractivo del exhibicionismo, el famoseo porque sí y hasta las herencias mal digeridas generan toda suerte de juerguistas, bocazas y gamberros. Los méritos propios ya no tienen necesariamente tirón. El gancho está en otra cosa. En el siglo XXI la tipología de la fama es infinita. La inanidad de Paris Hilton. La autodestrucción paso a paso de Amy Winehouse. El zafio ‘hooliganismo’ del príncipe Harry. Hay quien los ve como reflejos de una colosal ausencia. Modelos de conducta para la que se ha venido a llamar ‘generación ni-ni’. Ni esto ni aquello. El relativismo total. El escándalo por el escándalo. La rebeldía, ahora sí, sin causa. Pasen y vean.

En términos generales, no existe actualmente un hogar al día que no cuente con una Ami Winehouse o una Paris Hilton. Puede que el concreto personaje familiar no sea tan feo, tan rico o tan mal peinado, como en estos dos casos ejemplares, pero lo sustantivo del modelo es ser "un adolescente malo" y comportarse tan caprichosamente como para sacar de quicio a padres, tíos y abuelos.

Hasta hace relativamente poco, la juventud se había erigido en el supremo valor, y todavía hoy los sectores más comunes y atrasados culturalmente tratan de rendir tributo al paradigma y esforzarse por parecer jóvenes. Las celebridades de las vanguardias, sin embargo, desde Emma Thompson hasta Sharon Stone, desde Sean Connery hasta Harrison Ford, cayeron hace tiempo en la cuenta de que parecer joven a toda costa es una actitud decadente y, todavía más, tan patética como improductiva para el equilibrio interior.

A la etapa, en fin, de parecer joven, sentirse joven, actuar como un joven y toda su cohorte simbólica se añadió, en las dos últimas décadas del siglo XX, el espectacular prestigio del niño. Fue un famoso programa de origen norteamericano donde la carne del niño es "carne de Dios" y una suerte de tabú divino acompaña tanto su respeto como la protección de cualquier roce por desconocidos, sin importar lo puros que éstos sean. Desde comienzos de los ochenta en EE UU fue creciendo la leyenda de que desaparecían alrededor de 50.000 niños cada año, fuera por descuido de la sociedad, fuera por secuestros y asesinatos o fuera por su ascenso natural a los cielos.

El fenómeno no llegó a España con toda su composición característica, pero el mismo hecho de que para este otoño Cuatro prepare un programa a lo Paco Lobatón para localización de desaparecidos, especialmente de corta edad, puede ser el principio de una operación significativa que prolonga la creciente atención al desamparo, la inocencia y la ternura infantil en cuanto seña de un mundo mejor y cercano, naturalmente, a la ecología. La adopción de bebés exóticos, infantes paupérrimos y ejemplares infantiles amenazados de extinción por parte de individuos famosos, gentes del espectáculo y del público enfatiza la misma idea de "adorar al niño".

En síntesis, pues, la oleada histórica que fijaba los ojos en el valor de la juventud ha ido girando hacia el universo natural de la infancia blanca y en consonancia con el aprecio por las firmas naturales, la comida de la huerta, la defensa del lince y el acompañamiento a base de perros y gatos.

Finalmente, tras estas etapas juveniles e infantiles, todavía presentes, ha surgido como una insólita novedad el escandaloso imperio de la figura adolescente. Los malos malísimos tienen en torno a 16 años, pero si tienen menos o más se comportan a la manera peculiar, irracional, ininteligible o temible de aquéllos. Adolescentes de apenas 12 años que violan a sus pares, incendian la casa de los padres o se convierten en asesinos en serie. No son niños, ni en mentalidad ni en deseos característicos de la infancia. Se han saltado la infancia para convertirse en adolescentes y siguen invadiendo terrenos de juventud como una epidemia de gamberros pijos.

Los tiempos juegan a su favor, porque ¿qué elemento humano más idóneo para expresar la irracionalidad de esta crisis que el delirio incontrolable de sus conductas, sus especulaciones, sus innumerables estafas, sean escolares, afectivas o pasionales? De hecho, el actual modelo adolescente (desbridado, encriptado, rebelde) constituye un patrón capaz de asumir un sinfín de metáforas contemporáneas, desde la egolatría de los políticos hasta la vacuidad del arte, desde los bonos basura hasta la banalidad del sexo, la lealtad y los compromisos.

En estos años, el ser del modelo adolescente va siguiendo una trayectoria tan dominante, que prácticamente todos los iconos de interés se comportan imitando el proceder, el styling, el habla y hasta el bailable corazón de esa edad simbólica que ni se quiere demasiado a sí misma ni está segura de querer a nadie más. Ni sabe cabalmente lo que quiere ni desea que se le ayude a saber: pasan de los maestros, les asquean los consejos de los padres, pasan de casi todo o de todo para exponerse ante la posteridad como el emblema propio de la gran crisis donde, efectivamente, ni se sabe nada ni hay acuerdo suficiente para calificar un buen hacer. Más bien su perfil malditista se ajusta como anillo al dedo de la duda y la depresión general.

La adolescencia constituye en sí misma, como explicaba Marañón en Las edades críticas, una típica experiencia de la crisis: crisis de dirección, crisis del sentido y extremo éxito del sinsentido. Bastaría preguntar a los padres con hijos o hijas adolescentes, escuchar el programa de la SER Hablar por hablar o hablar por hablar en una cena de matrimonios cuarentones sobre el proceder de Laurita o Fernando para comprender la amplia magnitud y homogeneidad del fenómeno.

Los casos de chicos y chicas famosos que muestra este reportaje son tan sólo luminarias mediáticas que, a estas alturas, pululan en diferentes versiones y tamaños por la mayoría de las familias, o como se diga. En consecuencia, están volviendo locos a padres y madres ricos y pobres, biológicos o de adopción, a maestros de mediana y avanzada edad, a jefes de marketing, políticos, policías, terapeutas y coolhunters de la tanda anterior.

El modelo joven que nació culturalmente en torno al 68 se entretenía con el sueño de la revolución: Althusser, Gramsci , el Tercer Mundo, Mao y cosas así. El modelo infantil de los noventa, muy propio de la prosperidad, inducía al cariño, la caridad, la ONG, la solidaridad y llevaba al sentido interés por las ballenas, los linces y el deshielo polar. Unos y otros contenían su propia protesta, movimientos contra el estado del mundo y la aspiración revoltosa por un planeta mejor.

El modelo adolescencia, sin embargo, no quiere ni esto ni aquello. El mundo es una porquería, como siempre, pero ¡encima otro más! Algunos sociólogos llaman a esta generación la ni-ni. Ni esto ni aquello. Sólo la trifulca por la trifulca, la droga por la droga o la negación por la negación. El sufrimiento, el desencanto y la arbitrariedad. No es raro que, ante su proverbial desarticulación, los padres pierdan el tino, como tampoco debe considerarse una extravagancia que en un tiempo carente de proyecto, su actitud más cool coincida con la destrucción.

¿Malos? Se reclaman independientes, imprevisibles, hastiados. ¿Es esto la maldad? Se trata precisamente de un fenómeno semejante al ser del accidente. Tanto más chic cuanto menos predecibles sean, tanto más mediáticos (como el terrorismo, la crisis, la gripe A) cuanto más inesperadamente proceden. Lo propio del accidente es la ausencia o invisibilidad del proceso. Lo característico de esta adolescencia patrón, elevada a categoría en boga, es su explosión, su escándalo. Lo súbito y extrañamente cambiante se corresponde con el espíritu del tiempo, la subida o la bajada de la Bolsa, el petróleo, el Euríbor, el ladrillo o el empleo. Estos malísimos y famosos del cine, la música, la literatura o el espectáculo son brillantes esquirlas de la época. Pero podría añadirse, además, que son reflejos de una colosal ausencia. Ausencia de valores, respetos, privaciones, pero, además, ausencia mayor aún de amor, de porvenir y de autoestima.

¿Están enfermos estos adolescentes, famosos o no? ¿Esta adolescencia reinante? Los protagonistas del modelo juventud vivían enarbolando banderas y creyendo en el porvenir. Los del modelo infantil se ocupaban especialmente de la famosa cultura del entretenimiento que ha llegado hasta nuestros días. Para tratar con ellos, para calificar incluso a los adultos, la agencia de publicidad Saatchi &Saatchi se guiaba en sus trabajos de hace media docena de años por un lema conocido como AABKA, Adults are becoming kids again (los adultos están volviéndose niños). Se guiaban, en suma, por el desconocido interés de las gentes, especialmente adultas o jóvenes, por juegos de todo tipo, desde las consolas hasta el pádel, y por su manifiesta inclinación a vestirse infantilmente y atiborrarse de chuches en el cine.

El canon adolescente, en cambio, es tanto o más vicioso si se trata de drogas o sexo, pero menos permisivo, más anoréxico que bulímico, más desgraciado que feliz, más violento, cruel y neurótico. Con la crisis, los adultescentes que apenas habían dejado el hogar paterno van regresando, y ahora, emparejados, parados, hundidos. Acaso allí se encuentren con el modelo de la hermana o del hermano adolescente en pleno auge. Adolescentes en los que su etimología se relaciona intensamente con la falta de guías consistentes. Gentes que se estrellan y pueden hacer estallar la casa, las aulas o las fiestas mediante un instinto que les impulsa a destruir y, no siempre metafóricamente, a matar o a morir en serie.


Famosa por ser famosa

Paris Hilton. Heredera petulante con perpetua mirada de éxtasis poscoital, aficionada al color rosa y a las razas caninas de capricho.

¿Un dibujo animado? Más bien, la caricatura del sueño americano. Paris Hilton (27 años) saca discos sin saber cantar, lanza colecciones sin saber diseñar y sale en películas sin saber actuar. Porque ella es. Ha levantado un imperio que gira en torno al cuestionamiento de su inteligencia. Su trabajo consiste en que nos riamos de ella. Como cuando declaró que estaba decidida a ayudar a la economía en tiempos de crisis “haciendo gasto. Viajando y comprando mucho”. ¿O es ella la que se está riendo de nosotros? Su empresa, Paris Hilton Entertainment, facturó cinco millones de euros en 2008. Su primera entrevista tras pasar 45 días a la sombra por conducir ebria y sin licencia se valoró en 744.000 euros (finalmente, compareció gratis en el programa de Larry King). Y su vídeo parodia Paris for president, en el que se presentaba como alternativa a Obama y a McCain para ocupar la Casa Blanca, fue visto por tres millones de personas en un solo día. Según la revista Forbes, es la celebridad más sobreexpuesta. Tanto, que en 2007 la agencia Associated Press decidió hacer un experimento: no hablar de ella durante una semana. Hasta no dar noticias sobre Paris se convierte en noticia. Comprometida en varias ocasiones, pero sin haber llegado nunca a pasar por la vicaría, se la vio por última vez en brazos de Cristiano Ronaldo. Después declaró que el futbolista era “demasiado gay para ella”. Su última fechoría es haberse exhibido por las playas de Dubai con un biquini tan explícito, que las autoridades del país le llamaron la atención.


Un canto a la rehabilitación

Amy Winehouse. Su voz de contralto le ha granjeado cinco Premios Grammy. El ‘hooligan’ que lleva dentro, la portada de todos los tabloides.

Con la justicia, las drogas, la báscula y ella misma. Deslenguada y arrabalera, Winehouse (25 años) ha tenido problemas con todo. Una cantante que se bebe la vida hasta sus posos más amargos y cuyos excesos ya no son noticia, sino rutina informativa. Empezó a descender a los infiernos haciendo eses cuando su relación con el asistente de videoclips Blake Fielder-Civil se convirtió en un tormento que a nosotros nos llegó en forma de fotonovela por entregas. La poética de la autodestrucción. Si un día la veíamos deambular por las calles de Londres con pinta de escombro (magullada, descalza y en sujetador), al día siguiente nos enterábamos de que sus disputas sentimentales solían acabar en batalla campal. En febrero de 2008, Winehouse ganaba cinco grammys que dedicaba “A mi Blake entre rejas”. En carne viva. Un año después le llegaba una petición de divorcio con membrete del penal. Blake la llamaba “diva basura del soul” y la acusaba de adulterio. El motivo: unas fotos publicadas por el diario News of the World en las que Winehouse aparecía haciéndose arrumacos con otro hombre en la isla caribeña de Santa Lucía. Allí permaneció de retiro hasta el pasado 23 de julio, día en que reapareció de mejor ver, con unos kilos de más “gracias al ron isleño”, en los juzgados de Londres. Acudía para testificar sobre el puñetazo que le pegó a una fan. “Yo no soy Mickie Mouse. Me intimidó y sólo quise apartarla de mí”, contó con un cigarro colgándole de la comisura. Fue absuelta. Lo último que se le ha oído decir sobre un escenario ha sido: “Que os den a todos”.


Hoy no duermo en palacio

Su alteza el Príncipe Henry de Gales. Más conocido como Príncipe Harry, a sus 24 años, las juergas y salidas de tono le han convertido en la criatura más belicosa de la familia real británica.

El príncipe se lo pasa pipa. ¿Qué tendrá el príncipe? Las pecas, la mirada traviesa (o, en este caso, difusa) y la gracilidad con que se entrega a los arrumacos de unas camareras no engañan: el tercero en la sucesión al trono se dibuja como el reverso oscuro del responsable William. En noviembre de 2004, a su alteza se le fue la mano a la salida de un club nocturno y un fotógrafo acabó con el labio partido. Demasiados flashes. Poco importa que con 18 años realizara un documental en África para llamar la atención sobre el sida; o que a principios de este año sirviera en Afganistán. La cámara de un móvil cualquiera bastó para reventar su credibilidad. En 2005 le pillaron luciendo una esvástica en el brazo en una fiesta de disfraces. “Harry el Sucio” confundía una vez más la diversión con el agravio. Como cuando una profesora de arte proclamaba ante un juez que sus superiores le habían obligado a redactarle un examen entero para que pudiera entrar en la academia Sandhurst. Como escribió Ingrid Seward, de la revista Majesty: “Él no tiene las responsabilidades de su hermano mayor. Puede permitirse pasarlo bien”.


Sí, voy a ser mamá

Jamie Lynn Spears. Con 16 años, la hermana de Britney Spears abrazaba la maternidad con orgullo.

Sirviéndose del surtidor, con unos tacones y un coche impropios de su edad, se dejó ver la mamá en ciernes un mes antes de dar a luz. Precavida ella, seguro que hasta tenía la maletita para el hospital preparada en el maletero. En según en qué foros, la hermana pequeña de Britney Spears podría figurar como un ejemplo a seguir. En diciembre de 2007, Jamie Lynn, que entonces contaba 16 años, anunciaba a la revista ‘OK’ que estaba embarazada de su novio de toda la vida, Casey Aldridge, y que pensaba concebir con normalidad a la criatura. El problema es que nadie en su entorno supo asimilarlo. Por entonces, la pequeña Spears protagonizaba la teleserie ‘Zoey 201’, el segundo programa más visto en Estados Unidos (después de ‘American idol’) por el público ‘tween’. Y Nickelodeon, la cadena que lo emitía, tuvo que improvisar un episodio especial sobre los peligros del sexo prematuro para apaciguar a las audiencias (o a sus madres). Pocas semanas después, Britney sufrió el infausto ataque de nervios que concluyó con su internamiento en un hospital psiquiátrico. Los tabloides más malpensados lo atribuyeron a un intento por recuperar el protagonismo que su hermana pequeña le había arrebatado.


Príncipes del ‘after-hours’

Andrea y Pierre Casiraghi. Los cachorros de la estirpe monegasca pasan más tiempo en Ibiza que en el Principado.

Por la sangre de los hijos de la princesa Carolina y de su segundo marido, Stefano, se nota que corren los genes de la tía Estefanía. Con sus cabelleras ensortijadas, cuerpos esbeltos y billeteras llenas, son crápulas de nuevo cuño. El relevo generacional de playboys otoñales tipo Flavio Briatore y de juerguistas como su padrastro, Ernesto de Hannover. En cuanto llega el verano, ellos se descamisan y dejan ver por las alegres noches de Ibiza y Formentera. Dilapidando su herencia. El mayor, Andrea (25 años), es, según la revista People, uno de los mejores partidos del mundo. La multimillonaria colombiana Tatiana Santo Domingo lo sabe y lleva más de cuatro años saliendo con él. Sobre estas líneas les podemos ver a la salida del club neoyorquino Bungalow 8 (a ella, de paso, también podemos verle las bragas, que se le transparentan bajo el vestido). Pierre, tres años menor, estudia Economía en la Universidad Bocconi (Milán). Pero sobre todo bebe. Como en la foto de la derecha: el benjamín de Carolina se lo pasa bien en una playa de la riviera francesa momentos antes de coger su yate hacia Montecarlo para ver la fórmula 1.


El lado oscuro de Disney

Lindsay Lohan. Anuncios de televisión a los 3 años, películas a los 10 y clínicas de rehabilitación a los 21. Una actriz mucho antes conocida por sus salidas de tono que por sus memorables interpretaciones.

La pelirroja y redondita Lohan (apodada LiLo) fue una niña prodigio del show bussiness, un activo de la factoría Disney que protagonizaba comedias biempensantes como Juego de gemelas. Luego se convirtió en reina adolescente. Y cuando iba para novia de América se descarrió. A día de hoy y con 23 años, su currículo erótico-delictivo es inabarcable: instantáneas que mostraban al mundo lo poco dada que era a llevar bragas, una comparecencia frente a Scotland Yard por robar un collar de Dior en una sesión fotográfica, sucesivos ingresos en programas de desintoxicación y detenciones por conducir “bajo la influencia” que culminaron con una estancia en la cárcel de exactamente 84 minutos de duración. En 2008 y tras definirse “sexual, a secas”, comenzó una relación con la disc jockey Samantha Ronson (en la foto) basada en la intermitencia. El pasado abril, Ronson contrataba a cinco guardaespaldas para que le prohibiesen a su ex la entrada a una fiesta que estaba celebrando en el hotel Chateau Marmont de Los Ángeles. Dos meses después, la pareja, aparentemente reconciliada, olvidaba sus llaves dentro de casa y tenía que llamar a un cerrajero. Una vez éste había forzado la puerta, ellas se colaron en la vivienda y, atrincheradas en su interior, amenazaron con no pagarle por sus servicios.


De pedigrí gamberro

Peaches y Pixie Geldof. Su padre es el pionero del punk Bob Geldof y su madre era la presentadora de televisión Paula Yates. Tienen 26 y 19 años, respectivamente, y son las ‘hijas de’ oficiales del Reino Unido.

Cuando Peaches (en la foto, la del pelo rubio) y Pixie (la del pelo rosa) eran pequeñas se desayunaban viendo transitar por su cocina a todos los dioses del rock de los años setenta. Y mientras, era la nación inglesa la que se desayunaba viéndolas a ellas asimilar escándalo tras escándalo. En 1995, su madre se fugaba del hogar familiar con un rockero australiano que poco después se suicidaba. Luego, era a la madre renegada a quien encontraban muerta a causa de una sobredosis de heroína. En algún momento entre ambas tragedias, las Geldof descubrían que su abuelo era Hughie Green, un mítico conductor de programas de la televisión inglesa. Miembros activos de la escena nocturna londinense, las hermanas, que no quieren vivir de los réditos del pasado (esto es: sus padres), quieren ser salvajes por derecho propio. Sus cafradas incluyen: susurrarle obscenidades a Pete Doherty antes de un concierto, para desconcentrarle aún más de lo que normalmente está, quitarse el tanga en una discoteca de Ibiza y lanzarlo a la pista de baile desde un podio (estas cosas las hizo la pequeña) o tatuarse el nombre de su novio y casarse con él en Las Vegas como mandan los cánones kitsch (esto otro, la mayor).


Modelo disoluta

Alice Dellal. La enésima niña mala de la moda parecía que se iba a comer la pasarela hasta que tropezó con el escándalo.

Lo llaman el “factor Kate Moss”. Y dicen que ella lo tiene. Frente a la uniformidad de las modelos eslavas, Alice Dellal se presenta como una belleza singular. La ahijada de Mario Testino y Mick Jagger tiene 21 años, viste como una ‘groupie’ trasnochada y exhibe como santo y seña una sien rapada. No estamos ante un lienzo en blanco, sino ante una maniquí que sólo trabaja para aquellos diseñadores que no le piden que modifique su aspecto. A estas alturas, todos.

De buena cuna, es nieta del millonario Jack Dellal, también llamado Black Jack por su afición al juego, y durante un tiempo tuvo mejor cama (fue novia de Pierre Casiraghi). Alice parece llamada

a suceder a Kate Moss no sólo en número de campañas, sino en escándalos. La que fuera la cara de la marca española Mango y el cuerpo de la inglesa Agent Provocateur cambió los focos de las pasarelas por los de los ‘paparazzi’ cuando se hicieron públicas unas “fotos de la vergüenza” en las que salía revolcándose por una alfombra con la siguiente parafernalia alrededor: una funda de DVD con polvo blanco esparcido, una tarjeta de crédito y un tique enrollado. Ante la evidencia, la prensa sensacionalista empezó a poner en duda su futuro como ‘top’.


El ‘rap’ ha ganado un pieza

Joaquin Phoenix. El mundo derramó lágrimas por la muerte de su hermano River. Ahora, él ha abandonado la actuación por el ‘rap’.

Sustituir el magnetismo de su hermano River Phoenix de la memoria colectiva le costó lo suyo. Pero Joaquin acabó alineado entre los galanes de Hollywood. Una posición que acabó por confirmarse con su encarnación de Johnny Cash para En la cuerda floja. Recién salido de rehabilitación por su afición al alcohol, comenzó entonces una transformación voluntaria que acabaría en lo que ven arriba. Phoenix firmó su certificado de defunción artística (o de renacimiento) el pasado febrero en el show de David Letterman. Desaseado y mascando un chicle que acabó pegando debajo de la mesa, el intérprete acudía a promocionar la que él mismo anunció como su última película como actor. Una comedia sin más que daba paso a su futuro como estrella del rap. Durante la entrevista aseguró, entre murmullos apenas perceptibles, que lo de músico iba en serio. Semanas después, en una actuación en Los Ángeles, saltaba sobre un espectador desde el escenario al grito de: “Tengo un millón de dólares en mi maldita cuenta del banco. ¿Tú qué tienes?”. Todo quedó registrado por su cuñado, el actor Cassey Affleck, que desde que Phoenix anunciara su mutación le ha seguido con una cámara a todas partes. La cuestión ahora es: ¿se presentará Phoenix con un falso documental sobre las rudas maneras de las estrellas? ¿O realmente ha optado por tirar de la cadena consigo dentro?


Sexo, drogas y Britney Spears

Russell Brand. El cómico británico de 34 años se ha convertido en el comunicador más lenguaraz a ambos lados del Atlántico.

En 2008 el mundo conocía a través de la MTV a Russell Brand. El entonces casi desconocido era escogido para oficiar la gala anual de la cadena, y lo contaba en un spot donde anunciaba el resurgimiento de Britney, “la Jesucristo femenina”. Su declarada condición de ex yonqui y sus visitas regulares a Alcohólicos Anónimos proclamaban que habíamos encontrado un repuesto (aún más) histriónico para el ex de Kate Moss Pete Doherty. A los 16 sufría bulimia, a los 17 fue expulsado de la escuela de interpretación por consumo de marihuana y LSD, a los 20 era un consumado heroinómano y se ganó la patada del prestigioso Drama Center de Londres por abrirse las carnes con una botella (literalmente) al escuchar una crítica negativa hacia su trabajo. Tras labrarse una controvertida carrera como monologuista humorístico, la MTV le contrató para presentar un programa con el que se recorrió los clubes de Ibiza. Presentar a su camello a Kylie Minogue en el set o aparecer vestido de Bin Laden el día después de los atentados del 11-S le valió la carta de despido. Tras lograr su propio programa en la BBC en 2008, la cadena le suspendía de empleo y sueldo por dejar un mensaje de voz al actor Andrew Sachs donde le contaba que se había acostado con su nieta, la bailarina burlesque Georgina Baille. El propio Gordon Brown calificó la broma de “inaceptable”.


Fue culpa de MySpace

Lily Allen. Con 20 años se convirtió en estrella sin haber publicado nada. Con 24, ha confesado sentirse “una caricatura de mí misma”.

Así, bajo el chorro de la ducha del yate de Flavio Briatore anclado en Cannes, luciendo carne y rubio oxigenado y custodiada por un apuesto joven, se diría que Lily Allen estaba predestinada a triunfar. La vocalista británica, hija del cómico Keith Allen, irrumpió como un elefante en la cacharrería del pop inglés en 2006. Airear sus filias y fobias en un blog le valió adhesiones incondicionales y rebotes varios. Pero pronto pasó de la fama a la infamia. Sus proclamas alimentaban la voracidad de los tabloides más rápido de lo que ella podía digerir, y sus apariciones públicas siempre acababan con una resacosa disculpa en Internet. Mandó callar a Bono, de U2, en una gala musical; se presentó en los Premios Glamour con el pelo rosa y un vestido estampado con bambis decapitados para acabar sacada en brazos por no poder ni andar, y hasta se encaró con Elton John por llamarla borracha en los Premios GQ con un tajante: “Que te jodan, Elton. Soy 40 años más joven que tú y tengo toda mi vida por delante”. Hoy ha cambiado el blog por Twitter porque, según confesaba a la revista i-D, “resulta más difícil que puedan sacar un artículo de tan sólo 140 caracteres”. Los conflictos con su cuerpo también son cosa del pasado: en el último número de dicha revista posaba desnuda con unas orejas de conejita de encaje. El estilismo lo firmaba Kate Moss, la que un día fue su enemiga acérrima y hoy es amiga.

EL PAIS

1 comentario:

Clari dijo...

cuantas historias de famosos que surgieron a lo largo del año..yo que habia sacado pasajes a Paris para irme a vivir deje de enterarme de algunas cuestiones pero en Argentina las Spears eran un tema de conversacion entre mis amigas.. ahora es justin bieber el que da que hablar por su comportamiento.. será el mundo artistico de allá que les genera todo eso a los adolescentes?