viernes, 7 de junio de 2013

Carlitos y Snoopy, 60 años después...


Carlitos y Snoopy, 60 años después

Muchas de las tiras de los Peanuts son tratados de filosofía existencial en dibujos. Dos libros recorren la biografía del autor, Charles M. Schulz, y su mundo creativo en 2.000 historietas.

Cómo evalúa un crítico algo que le ha acompañado, y que ha querido, desde hace tanto que ha perdido la cuenta del tiempo transcurrido? Éste es el problema al que se enfrenta en la presente ocasión quien escribe estas líneas. Porque ha sido fiel a la pandilla de los Peanuts, los Charlie Brown (Carlitos), Snoopy, Linus, Sally, Lucy, Schroeder, Peppermint Patty o Woodstock, el pajarillo de erráticos vuelos, desde hace tantos años que no puede recordar cuántos.

Antes de pasar a formar parte de la legión de seguidores de la pandilla Peanuts, había seguido a otros cómics legendarios, leyendo con avidez las aventuras del Capitán Trueno y del Hombre Enmascarado, los episodios de Hazañas Bélicas y también las historias de Disney (mis preferidos fueron siempre el pato Donald y el Tío Gilito), sin olvidar los que protagonizaban aquel ya casi prehistórico TBO, pero el grupo de Carlitos y Snoopy siempre tuvo para mí algo que ninguno de todos esos poseía: humanidad, una compleja y con frecuencia atormentada humanidad. Y además condensada en cuatro o cinco viñetas, no como las elaboradas historias de Tintín o de Astérix. Se trataba de un grupo de niños y de un perro, sí, pero ¡Dios mío, cuántos problemas y complejos sufrían!

Aun siendo muchas de sus historias inverosímiles -¿cómo va a ser posible encontrar a un perro que intenta componer una novela tecleando una máquina de escribir sentado encima de su caseta?-, algunas de sus angustias e inseguridades son también las nuestras. ¿Cuántos no se habrán sentido como Carlitos, que buscaba siempre cosas que nunca conseguía? ¿Es acaso difícil entender que Schroeder ame con pasión a Beethoven y que desee convertirse en un gran pianista, practicando sin cesar en su piano de juguete? ¿No hemos soñado cualquiera de nosotros -al menos alguna vez, ¡santo cielo!- ser más de lo que parece nos corresponde? Y el egoísmo inaguantable de Lucy, ¿es raro en el mundo del que formamos parte? Muchas de las tiras de los Peanuts son, como todas las viñetas de El Roto, tratados de filosofía existencial en dibujos.

El creador de ese mundo tan imposible como real, Charles M. Schulz, nació el 26 de noviembre de 1922, publicó su primera tira de los Peanuts el 2 de octubre de 1950 y no dejó de dibujarlas hasta su muerte: falleció el 12 de febrero de 2000, y el día siguiente apareció la última, en la que, sintiendo ya al lado el final, se despedía de sus lectores. Medio siglo imaginando y dibujando historias, construyendo un mundo social poliédrico que se fue diversificando a lo largo de los años.

Está bien que después de tanto tiempo, alguien, David Michaelis, se haya esforzado por producir una biografía bien documentada y argumentada de Schulz. Más allá de introducirnos en la historia personal del creador de Carlitos y Snoopy, algo que se hace y con bastante detalle (de hecho, con demasiado), el gran interés de este Schulz, Carlitos y Snoopy. Una biografía es que muestra el origen de algunos de los personajes de Peanuts. Así, comprobamos que Carlitos es poco menos que el álter ego del niño Charles Schulz y que el primer perro que éste tuvo se llamaba Snooky. El segundo, Spike, era, como Snoopy, un poco loco y un mucho payaso. La vieja cuestión de si los creadores inventan o se nutren, depurándolas, de sus vivencias, se decanta en el caso de Schulz por la segunda posibilidad.

Para celebrar los sesenta años de vida de los Peanuts se ha publicado otro libro que los homenajea mediante el sencillo procedimiento de reproducir, en gran formato, con una magnífica calidad y organizadas cronológicamente, casi dos mil de sus tiras. Incluido en un buen estuche, el libro pesa tres kilogramos y medio (una de mis hijas -que conoce bien a su padre- lo encontró en una librería de Zúrich y no dudó en emprender la en estos tiempos no tan sencilla tarea de incluirlo en su equipaje cuando vino unos días a Madrid en avión). Pero merece la pena, créanme, cargar con semejante tocho, esforzarse en mantenerlo abierto al ir pasando sus hojas. Junto a las tiras, los seguidores de este grupo encontrarán todo tipo de detalles. ¿Sabían, por ejemplo, que al principio la camiseta de Carlitos era blanca; la clásica con la tira en forma de zigzag, que ya nunca abandonaría, llegó el 21 de diciembre de 1950? ¿Qué Schroeder recibió su primer piano en septiembre de 1951 y que reveló su amor por Beethoven enseguida, el 26 de noviembre? ¿Que Lucy, la irascible hermana de Linus, la misma que aparta, una y otra vez, el balón de rugby a Carlitos cuando éste está a punto de patearlo, apareció por primera vez con su stand de psiquiatra el 27 de marzo de 1959? ¿O que en junio de 1968, poco después del asesinato de Martin Luther King, Robert Kennedy, un gran admirador de los Peanuts, animó a Schulz a que introdujese un personaje de color: Franklin, el niño negro, hizo su aparición el 31 de julio de 1968?

Desde hace tiempo suelo decir que si existiese semejante cosa, yo querría reencarnarme en cigüeña. Pero ahora que tengo en mis manos este libro, me entran dudas. Porque me ha dado la ocasión de recordar que el 10 de marzo de 1969 -cuatro meses, por tanto, antes que los astronautas Armstrong y Aldrin alunizaran en el Mar de la Tranquilidad con el módulo lunar del Apollo 11 -Snoopy llegó a la Luna. "¡Lo conseguí! ¡Soy el primer Beagle en la Luna!", decía en la tira de aquel día un Snoopy provisto de un casco espacial, añadiendo: "He vencido a los rusos... He vencido a todo el mundo... ¡Incluso he vencido a ese estúpido gato de la casa de al lado!". Dos meses más tarde, el módulo de mando de la misión Apolo 10 fue bautizado con el nombre Charlie Brown, y el módulo lunar, todavía no tripulado, que se utilizó para descender a la Luna, se llamaba Snoopy. Sí, me parece que si hay que reencarnarse, que sea en un perro, pero no en un perro cualquiera: ¡Quiero ser Snoopy!

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