sábado, 1 de junio de 2013
Fantasmas – Chuck Palahniuk
Fantasmas – Chuck Palahniuk
Cuando uno comenta un libro de alguno de sus autores favoritos, puede ocurrir que se enceguezca y caiga rendido, sin más, ante la nueva creación. Palahniuk es uno de mis escritores predilectos, pero ello no obsta para que “Fantasmas” me parezca la más floja de todas sus obras.
La novela es, en realidad, una colección de cuentos narrados a la manera del “Decamerón”: varios personajes, reunidos por circunstancias azarosas en un viejo teatro (y retenidos allí), se dedican a contar historias, más o menos autobiográficas. En realidad, todos son aspirantes a escritores convocados a una reclusión voluntaria de tres meses por el señor Whittier, un viejo extravagante y misterioso. El terrorífico giro que comenzarán a dar los acontecimientos al poco tiempo de su estancia marcará sus objetivos… y las acciones que llevarán a cabo para que se cumplan.
Como en todas las novelas de Palahniuk, el componente trasgresor es evidente, aunque su manera de expresarlo comienza a ser, después de seis libros, un tanto predecible. Quizá esto no constituya un demérito en sí, pero si le añadimos el hecho de que las historias carecen de hilazón, la novela empieza a perder puntos. Es cierto que, como en el ejemplo del “Decamerón”, o de “Los cuentos de Canterbury” (comparaciones extremas, ya lo sé), las historias no han de guardar relación entre sí obligatoriamente; sin embargo, ese recurso es utilizado de forma un tanto rebuscada, por lo que el efecto final se atenúa. La trama principal, cuyo interés es alto de por sí, se diluye entre los cuentos de los escritores en potencia.
El cínico y, en ocasiones, terrorífico sentido del humor de Palahniuk se mantiene intacto: algunas de las historias, como ‘Reflexoputa’ o ‘Publicidad encubierta’, son realmente estupendas; otras, como la que abre el libro, ‘Tripas’ (cuyas lecturas públicas en Estados Unidos llevaban a los oyentes hasta el vómito), son meramente efectistas y se nota que el autor es capaz de poner el piloto automático a la hora de escribir, de tan archisabido como tiene su propio estilo.
En suma, una novela (o casi) floja, desmadejada y, a ratos, incluso aburrida. Incluso los incondicionales de Palahniuk se verán un tanto defraudados; hay que saber evolucionar como escritor y los lectores así deben demandarlo.
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