martes, 16 de julio de 2013

Cuando somos lo que acumulamos...


Cuando somos lo que acumulamos

Museos y revistas analizan la fijación coleccionista en los tiempos de Google

El salto que va del Libro de los pasajes, de Walter Benjamin, a la última revista Colors, de Benetton, se justifica con una sola palabra: coleccionista, esa sensibilidad minoritaria y algo maniaca que, ligada al sufrimiento y a la pasión, consiste en el insaciable gesto de acumular cosas, generalmente de una misma clase. En los extremos se sitúan casos como el de los hermanos Collyer, que acumularon toneladas de objetos en una mansión que acabó convertida en su tumba (E. L. Doctorow les dedicó el libro Homer y Langley) o, entre las próximas novedades, las memorias a través de sus ceniceros de la académica y actriz francesa Florence Delay (la Juana de Arco de Bresson) que publicará en España Demipage.

Coleccionar es una afición (mejor, una obsesión) que puede convertir la suma de medallas, monedas o cucharillas en un gesto tan patológico como estético y filosófico. "El coleccionista siente aversión por los museos", afirmó Benjamin. Para el filósofo alemán "hay espíritus, o por lo menos pequeños genios, que se han encargado de que para él -un verdadero coleccionista, un coleccionista como debe ser- la propiedad sea la relación más íntima que se pueda tener con los objetos. No es que cobren vida en él, es él quien vive en ellos".

En el Atlas Walter Benjamin, proyecto del Círculo de Bellas Artes de Madrid, un programa de ordenador reúne parte de su pensamiento fragmentario. Una colección de citas que César Rendueles, uno de sus artífices, explica así: "hemos intentado hacer lo que habría hecho Benjamin con el Libro de los pasajes si hubiera tenido ordenador, formar un hipertexto para navegar por miles de conceptos de su obra, una lectura infinita".

Un caleidoscopio de conceptos. "Configuraciones que liberan los estratos más profundos de la psicomanía", dijo Aby Warburg en referencia a su Atlas Mnemosyne, obra cumbre de la historia del arte que algunos han equiparado, precisamente, con el Libro de los pasajes. El legado estético que instauró Warburg se indaga en una de las exposiciones estrella del momento. Atlas, en el Museo Reina Sofía (hasta se han agotado sus catálogos) bucea en la necesidad de componer el tiempo a través de imágenes con conceptos, manuscritos, fotografías o intervenciones como Archivo FX, de Pedro G. Romero, que elige una colección de postales: "la idea era reactivar la edición de postales que realizó Ángel Toldrá Vinazo en 1909, cargarla de otro sentido, sí, pero también ponerla de nuevo en circulación. La obra no puede exhibirse solo como objeto, no es parte de un coleccionismo que aquí identificaría la tienda de antigüedades con la galería de arte. Ser propietario de esta operación significa, de nuevo, volverla a poner en circulación, volverla a repartir".

Todo esto no debería chocar con el esfuerzo de una revista pizpireta que dedica su último número a esa extraña obsesión (José Carneiro tiene 200 árboles de plástico; Patti Gaal-Homes, 32.000 bolsas de té usadas; Meri Lao, 9.812 sirenas, y Becky Martz, 10.000 etiquetas de plátanos) que Benjamin analizó en su célebre ensayo Historia y coleccionismo: Eduard Fuchs, dedicado a un pionero en el arte de archivar. "Nos llegaron miles de casos y fue difícil elegir", explica Sam Baron, diseñador jefe de Colors. "Creo que el coleccionista es, ante todo, alguien que necesita contarse historias, como las que se contaba de niño, y coleccionar es lo único que le permite seguir con su narración. La mujer que colecciona bolsas de té lo hace porque cada una de ellas encierra el recuerdo de ese momento. Son la memoria de gente que conoció". Para Baron (que según explica ser diseñador le impide acumular objetos, "necesito espacios vacíos") la coyuntura económica ha favorecido a la recuperación de la figura del coleccionista. "Antes no resultaba atractivo. En los ochenta las colecciones se guardaban en una caja o se ocultaban. Pero la crisis económica ha favorecido la cultura del trueque, del reciclaje, de la conservación". En definitiva, entre una nueva economía y una vieja filosofía resurge la vida del objeto.

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