miércoles, 31 de julio de 2013

¿Está pasado ser moderno?


¿Está pasado ser moderno?

Ahora, lo que se lleva es odiar a los modernos. Incluso ellos reniegan de su condición. ¿Por qué? Desde coñas en Internet hasta sesudos ensayos mantienen abierto el debate.

Ahora, lo que se lleva es odiar a los modernos. Incluso ellos reniegan de su condición. ¿Por qué? Desde coñas en Internet hasta sesudos ensayos mantienen abierto el debate.

"Los primeros en posicionarse contra la moda y lo moderno son Voltaire y Rousseau. Dicen que la moda es mala porque hace que los pobres parezcan ricos y los hombres se comporten como mujeres. Ser moderno no es solo una opción estética, es una manera de subvertir los códigos de clase y género. Las mofas hacia los modernos no son solo burlas a un estilo, sino hacia cambios de posición social". Eloy Fernández Porta, premio Anagrama de ensayo por Eros. La superproducción de los afectos y adalid de la sociología pop, no termina de ver lo novedoso del alud de sátiras de la modernidad que campan por la Red y las calles de ciudades de todo el mundo, tomadas desde hace más de una década por una estirpe de creadores y veloces seguidores de tendencias. Al definir su existencia a través de la moda y con ello sentir cero apego a su penúltima encarnación parecen regenerarse. No como los punkis, hippies o incluso emos que al lustro de su nacimiento pasaron a ser secundarios en el mapa sociológico. Los hipsters son casi una casta. Vistiendo pitillos desde 1999.

"Lo que sucede es que la Red lo amplifica todo. Lo que antes estaba en el aire, en este caso cierto miedo y desprecio por el diferente, o por el moderno, se solidifica", recuerda Porta. Vídeos como Being a dickhead's cool (Ser un gilipollas mola), blogs como Look at this f*cking hipster (Fíjate en ese p*to moderno) o camisetas con "Odio a los modernos" se han convertido en las últimas maneras de satirizar a esta gente de aspecto ridículo, pero no mucho menos ridículo del que tenían Bowie o los Sex Pistols, hoy saludados como catárticos agentes de cierto cambio social y cultural. "Estas burlas son amargas, generalizan el odio hacia todo lo que es moderno", apunta Gavin McInnes, fundador de la revista Vice, acaso la publicación que inventó todo esto. Su sección do's and don'ts, en la que se empezaron a realizar comentarios elogiosos o profundamente crueles sobre el aspecto de individuos anónimos de peculiar y moderna estética, propulsó la definición del nuevo hipster, pero también la naturaleza de las sátiras que hoy florecen contra esta gente. "Las bromas hacen gracia porque nadie se considera un hipster. Pero mis bromas nacen del conocimiento y las actuales solo del rencor. No son divertidas. El problema es que muchos asumen que los chavales se toman muy en serio sus pantalones amarillos. Es falso. Hablamos de hipsters, no de góticos y heavies. Aquí el humor es parte importante de la historia". Para Mark Greif, editor de la revista n+1 y coordinador del libro What was the hipster? (¿Qué era el hipster?), en el que, a través de ensayos, se trata de explicar este fenómeno en tiempo real, estos modernos traen consigo mucho más que ironía mal metabolizada, estilismos irritantes ?y cada vez más exagerados y orientados hacia el feísmo? y la altiva sensación de que, para ellos, el éxito es un derecho inalienable. "El odio que se pueda sentir tiene que ver con elementos más allá de su apariencia. Los modernos han sido las tropas de choque de la gentrificación, son los hijos del neoliberalismo, de la victoria definitiva de la sociedad de consumo. Están fuera del sistema esperando poder entrar. En su comunidad hay más coolhunters o diseñadores que músicos y poetas".

Tal vez esto sea lo que provoque que, a diferencia de otras subculturas previas, el odio lo reciben no tanto de las anteriores generaciones, ya instaladas en el conservadurismo, sino de sus coetáneos, que los ven como agentes del blindaje del sistema. Sin quererlo ?es difícil otorgarles más profundidad intelectual que otras e igual de cazurras subculturas?, los hipsters representan algo más que el amor por los colores flúor y el electro. "Mi abuela vivía en el Lower East Side de Nueva York", recuerda Greif. "Cuando en 1999 empezaron a venir los modernos, se alegró. Con ellos venía más policía y calles limpias. Para ella eran monos. Jamás pensó eso de los punkis. No le gustaba ni la palabra".

En los setenta, punki aún era un insulto pero, en 1957, cuando Norman Mailer acuñó el término hipster en su cándido ensayo The white negro, era casi un halago. Hoy se huye de él como de Lady Gaga en una carnicería. Aquí es peor. Los llamamos modernos. ¿Desde cuándo es un insulto? "Aquí el vocabulario para definir este tipo de elementos es muy pobre y se actualiza menos. Tal vez sea consecuencia de que la sociología, y más la que trata estos fenómenos, es vista como algo menor. La culpa es de los grandes medios, que se niegan a entender muchas cosas", apunta Fernández Porta.

"¿Por qué hablamos de todo esto?", se pregunta McInnes. "Fácil, porque a los adultos cada vez les cuesta más aceptar que no son jóvenes. Juro jamás volver a hablar de hipsters ni con gente que habla de hipsters. Estos chavales no quieren nada diferente de lo que han querido todos los jóvenes desde siempre: follar".

Estética, música y cultura 'hipsters'

Cuando anunciamos que parte del libro provendría de un debate en la New School de Nueva York, recibimos muchos e-mails. Un chico pedía las conclusiones, pues podrían ayudarle en la vida; pero la mayoría se quejaba de que la sagrada Universidad acogiera un debate sobre los hipsters". Así recuerda Mark Greif la génesis de What was the hipster?, donde se recogen su ensayo y los de Curtis Lorentzen (editor del New York Observer) o DJ /rupture. Aquí, otras inspiraciones del libro.

1. "El bigote de pederasta, tomado de Terry Richardson, refleja una aproximación irónica a lo decadente, desde la pornografía hasta fumar puros. Pero siempre desde una óptica irónica. Quieren acabar con la corrección, pero caen en el racismo o el sexismo, como en la revista Vice. No olvidemos que el movimiento es blanco y, esencialmente, masculino", apunta Greif. "¿Racista yo? No me importa ni una pizca de negrata lo que una lesbiana judía pueda pensar sobre mis bromas a costa de los pakis", responde McInnes.

2. Las conexiones culturales del movimiento hipster arrancan con las novelas de Dave Eggers y los discos de Johnny Cash producidos por Rick Rubin. Mutan hacia el rock de los Strokes y abrazan la ensoñación retro y la ironía con Wes Anderson. Luego se abandonan a los ochenta, para caer en el ardillismo, Fleet Foxes y las bicicletas sin marchas. "Con respecto a la época Strokes, hay menos heroína y más colores vivos. Los chicos comen mejor y por eso pueden conducir bicicletas sin marchas", apunta McInnes.

3. "American Apparel ha estado en el epicentro del movimiento hipster", dice Greif. No solo por la estética de la firma, también por su activismo social, adosado a causas cool. No olvidemos que el movimiento hizo turismo en los disturbios de Seattle o Génova y en las manifestaciones antiguerra de Iraq. Dov Charney, fundador de la marca, es como un ejemplar de Vice con patas. "No debemos olvidar que en sus tiendas trabajan muchos hipsters. Los empleados tienen hasta su intelectual de cabecera: Slavoj �i�ek". n

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