sábado, 23 de agosto de 2008
Hemos asimilado...
¿Hemos asimilado esto?
Sorteando la corrección política, el cine, la tele o el tebeo han mostrado una voluntad gradual de integrar lo homosexual a los gustos del gran público, aunque sea a veces a costa del potencial cómico de sus clichés. En vísperas del Día del Orgullo Gay, revisamos un imaginario visual tan pop como poderoso.
EL próximo 14 de septiembre, George Takei, el actor que encarnaba al timonel Sulu en Star Trek, irá adonde ningún hombre de la tripulación del Enterprise ha llegado jamás: a su propia boda gay, que hará oficial su unión con quien ha sido su compañero durante más de 21 años, Brad Altman. La noticia trasciende lo pintoresco: en el futuro imaginado a finales de los sesenta por Gene Roddenberry, creador de la serie, cualquiera podía sentirse incluido —todas las razas terrenas y extraterrestres—, pero el mapa de las relaciones seguía siendo tremendamente primario.
Star Trek era claro reflejo de lo que, durante muchos años, fue una de las señas de identidad de la ciencia-ficción como género: su pacatería. Por fortuna, todo fenómeno cultural tiene su nota al pie de página, y los trekkies, en un proceso que se aceleró con la eclosión de Internet, no tuvieron reparo en fortalecer el subgénero slash de la llamada fan fiction (relatos escritos por fans), donde Mr. Spock y el capitán Kirk intercambiaban libremente fluidos corporales vulcanianos y terrícolas. Con el tiempo, las cosas han cambiado sustancialmente en la ciencia-ficción televisiva orientada a un público familiar. En 2005, la BBC realizó la jugada maestra de contratar al guionista estrella Russell T. Davies, creador de Queer as folk (que narra con humor y sin remilgos las intensas aventuras nocturnas de un grupo de amigos gays en Manchester), para revivir la clásica serie Doctor Who, icono perdurable (y proteico) de la fantasía británica. La decisión tuvo sus efectos: pronto destacaría entre los personajes secundarios un bucanero galáctico, carismático y bisexual, el capitán Jack Harness, que al año siguiente obtendría su serie propia, Torchwood. Un prejuicio de larga tradición acababa de ser desintegrado.
La boda de Takei demuestra que, en cierto sentido, nuestro presente es más liberal que el futuro esbozado por los mundos de la Federación. Pero, quizá, a las puertas del Día del Orgullo Gay de 2008, conviene formularse una pregunta: ¿se ha conquistado realmente, la última frontera de la integración gay, lésbica y transexual?
“Gays y lesbianas todavía tienen muchas barreras que romper”, afirma Alfonso Llopart, director de la pionera revista Shangay. “No estoy a favor del outing, porque creo que la gente tiene que salir del armario por su propio pie. El ejemplo de gente como Nacho Duato, Jesús Vázquez, Jorge Cadaval, Boris Izaguirre o Jorge Javier Vázquez es muy positivo, pero estaría bien que hubiese actitudes de este tipo en muchos otros campos, como el deporte o la política”. Los desfiles del Orgullo Gay en nuestro país son, de hecho, un reflejo de este estado de las cosas, que aún mantiene zonas de sombra frente a puntuales explosiones de visibilidad: “Aquí la gente quiere salir de fiesta, y el carácter reivindicativo es más bien poco”, añade Llopart. “En el resto de Europa es habitual que en los desfiles participen grupos de policías, enfermeras, bomberos y militares, vestidos como tales y portando sus respectivas pancartas celebrando su pertenencia al colectivo gay dentro de su gremio. Aquí aún no nos atrevemos a dar ese paso”.
El Día del Orgullo Gay ha recorrido un largo camino desde ese 28 de junio de 1969, cuando una redada en el Stonewall, mítico lugar de ambiente en el Greenwich Village neoyorquino, desembocó en rebelión callejera. En los ochenta, los sectores más moderados del colectivo propusieron un lavado de cara para que la mirada hetero no descifrara estas manifestaciones públicas como amenaza y, poco a poco, la cosa fue adoptando ese aspecto de fiesta-a-la-que-todo-el-mundo-está-invitado que hoy conocemos. Para Carlos Areces, cómico y humorista gráfico bajo el nombre de guerra de Carlös que, entre otros papeles, encarna al joven Rappel en Muchachada nui, el Día del Orgullo Gay es “una procesión, como la de los picaos o la de la Macarena: con sus carrozas, sus devotos y su jarana. Sólo que en ésta nadie se flagela las espaldas ni acaba con la columna vertebral desviada por el peso”.
Jousi (José Fernández-Pacheco), el explosivo estilista del reality de Cuatro Supermodelo 2008 —esteta con la sobrenatural capacidad de determinar la fecha exacta del más infame complemento de moda—, tiene otra opinión disidente: “Esto está muy bien para Madrid o San Francisco, pero más heroico que cualquier cabalgata es ser marica en un pueblo de 5.000 habitantes, comprarte el clásico Calipo de Frigo y sentarte en la plaza del pueblo la tarde del 28-J a celebrar tú, ti, te, contigo tu orgullo un día al año. La cabalgata clásica de Madrid empieza a ser más de lo mismo, ¿no?”.
Y, quizá, las conquistas del colectivo no tengan tanto que ver con la erosión de los prejuicios como con la puesta de largo de la comunidad gay como deseable sector de mercado con razonable poder adquisitivo: “La asimilación de cualquier tipo de subcultura o cultura de guetos suele venir definida en base a su rentabilidad dentro del sistema general capitalista, como ocurrió con el rap o los graffitis. El gran público ha comenzado absorbiendo lo homosexual por la parte más estética: la música, la metrosexualidad, las drag queens y todo lo que suponga ingresos”, añade Carlos Areces.
“Es nuestra palabra para reírnos de vosotros. La necesitamos”, le decía un desesperado Homer Simpson al tendero gay John (interpretado por el cineasta John Waters) cuando éste usaba sin problemas el término marica. La escena pertenece al episodio Homer-fobia (Los Simpson, octava temporada), toda una lección magistral de tolerancia que no dejaba de aprovechar la comicidad de los tópicos homófobos. Sorteando los radares de la corrección política, el humor televisivo ha logrado formular una contemporánea voluntad integradora sin dejar de explotar el potencial cómico de la homosexualidad. En este sentido, Big Gay’Al, personaje de South Park, es otro caso de libro: un concentrado de amaneramientos caricaturescos al servicio de un mensaje de celebración de la diferencia.
En nuestro país, Muchachada nui tampoco se corta a la hora de bromear sobre lo que sus humoristas denominan el mundo gayer, aunque su registro exilia al Pleistoceno los códigos del tradicional chiste de mariquitas. “Nosotros hacemos bromas con el mundo gay de la misma forma que lo hacemos con la gente de los pueblos, con los progres, los neoconservadores…”, señala Joaquín Reyes, director del programa.
En las páginas del semanario El Jueves, tradicionalmente tan afines al humor gañán de gusto hetero, los vientos del cambio también se han hecho notar: la serie Sauna paradise, de Carles Ponsí, habla del mundo gay desde dentro y no hace falta entender para sucumbir a su comicidad. Según Ponsí, su trabajo “ha tenido muy buena acogida y creo que es porque no ha pretendido dar lecciones de nada. Gracias a eso se han recibido e-mails de lectores sorprendidos del concepto erróneo que tenían sobre la homosexualidad y la increíble semejanza que hay entre el mundo hetero y el gay. No sé si Sauna paradise ha roto tabúes, pero sí ha conseguido reivindicar el genero gay como cómic en el mercado español, donde sólo el cómic porno lucía erróneamente esta etiqueta”. Lejos, pues, de las hipérboles anatómicas de las ilustraciones de Tom de Finlandia o del detallismo lumpen del clásico Nazario, Ponsí propone un registro cotidiano que podría estar más cerca del modelo inmortalizado por Ralf König (autor de El hombre deseado o El condón asesino, ambos adaptados al cine). Entre tanto, el cómic lésbico, con nombres como Paige Braddock, Jennifer Camper o Alison Bechdel —con su Fun home funcionando en las librerías españolas como best seller de culto—, se afirma como la nueva potencia creativa a tener en cuenta.
En una reciente emisión del concurso Pasapalabra se proponía al concursante emparejar a cada superhéroe con su pareja sentimental. Lo significativo del caso es que la respuesta correcta para emparejar a Batman era... ¡Robin! Hace tan sólo tres años que al artista plástico Mark Chamberlain le costó caro bromear con esa idea: la DC Comics obligó a la galería neoyorquina Kathleen Cullen Fine Arts a que retirase las acuarelas de Chamberlain que mostraban a los míticos personajes en carnal intimidad. Si lo que estaba en juego era un arranque homófobo o un ataque de cuernos en cuestiones de copyright podría ser tema de largo debate.
La visibilidad gay en los medios tradicionales aún tiene que moverse en los cauces de lo aceptado por la mayoría hetero. Y, así, resulta complicado salirse del arquetipo, aunque éste tenga tanta chispa como el Fidel de Aída. “Los medios de comunicación gays, las diferentes firmas, etcétera, proponen y el gay dispone”, afirma Jousi. “Te pueden bombardear para que te compres un suspensor y, si te aferras a un boxer de algodón con estampado de ositos, no hay quien te mueva. Hay que buscar tu look, tu individualidad. Lo mejor es salirte del patrón de gay globalizado; hay todo un underground gay infinitamente más interesante estéticamente”.
El presente Día del Orgullo Gay va a poner su acento en la visibilidad lésbica. No obstante, una temporada que ha aportado ensayos tan provocadores y estimulantes como el Testo yonqui, de Beatriz Preciado, ha inmortalizado imágenes tan poderosas como la de Thomas Beatie —el primer hombre embarazado— o ha atendido en sus crónicas sociales los cambios de sexo de figuras públicas como los cineastas Michael Cimino o Larry Wachowski ya permite intuir dónde está el próximo tabú a demoler: el género como monolito, de momento muralla infranqueable para un futuro regido bajo el signo de Hedwig, donde las identidades sexuales serán tan fluidas como cada uno necesite.
-EL PAIS -
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