viernes, 8 de agosto de 2008
Neil Young, la tormenta perfecta...
Tras el principal escenario de Rock in Rio, con las abarrotadas terrazas de comida rápida a lo lejos y la música bacalao retumbando de fondo, Neil Young llega cojeando apenas cinco minutos antes de la hora prevista para el comienzo de su concierto. Su presencia, en mitad de un backstage enorme y semivacío, radia la gracia de un anciano venerable, vestido de blanco y con sus greñas canosas. Parece bastante indiferente al ruido que se adueña de un festival de música que más bien parece un parque de atracciones, y al cruzarse con una campana gigante, que se esconde entre instrumentos como un trasto viejo, se para, observa y tañe con fuerza y orgullo lo que para el resto del puñado de personas que nos encontramos entre bambalinas con él no era más que un objeto a la espera de que se lo llevaran a otra parte. La sonrisa que refleja su cara es el mejor indicativo de lo que espera a todos sus oyentes cuando cruce las lonas negras.
A sus 62 años y tras superar un aneurisma cerebral, Neil Young da la sensación de estar bastante cascado pero es sólo la calma aparente que precede a la tormenta. Con más de 35 años de carrera profesional, es difícil encontrar un músico con su energía y dedicación al rock. Tiene una voluntad forjada con carretera, al estilo de los músicos de siempre, que sustenta como el gran pilar de un templo la inquietud y pasión inquebrantables que desprende su obra. Son añadidos que marcan la excepcionalidad cuando un artista como Young ya viene sobrado de talento y experiencia.
Miles de personas esperan la salida de Neil Young y su banda. Apenas quedan unos segundos. Al otro lado de las cortinas, el músico canadiense, acompañado de su esposa, Pegi Young, echa unos tragos a una cerveza que una mujer de su equipo ha preparado con cuidado para él, depositándola en un vaso y añadiéndola limón. Luego, besa a su esposa, que es corista del grupo, y grita al resto de componentes de la Electric Band: "Venga, vamos a por ello".
Sobre el escenario
El arranque es pletórico. Descarga de watios con la electricidad, una de las señas de identidad del músico, inundando el escenario. Young abre el concierto rastreando su pasado más prehistórico al recuperar Mr. Soul, una de las piezas más celebradas de su primera gran formación, Buffalo Springfield, con los que se dio a conocer como el indio en la psicodelia californiana de los sesenta. Luego, se acerca a su primera época con I've Been Waiting y la trepidante Cinnamon Girl. Las guitarras eléctricas se rasgan con contundencia, solos concisos y fraseos emocionantes. Al acabar Cinnamon Girl, Young tira la púa después de no parar de moverse por dos metros del escenario.
Spirit Road pierde fuelle. Como otros temas de su último álbum, Chrome Dreams II, parece pensada para su banda por excelencia, Crazy Horse. El sonido de la Electric Band es algo menos crudo y robusto. Sin embargo, el último grupo de Young es un conjunto de vieja guardia, que sabe acoplarse al espíritu indomable del canadiense. De espaldas al público, Young se dirige al resto de la banda. No está contento con el sonido de uno de los altavoces, que señala con el dedo repetidamente y se lo hace saber con gesto serio a Mark, el encargado de sonido que nunca pierde la sonrisa. Pese a todo, con Love & Only Love, de su brillante Ragged Glory, los torrentes a la guitarra arrastran a una cascada eléctrica y distorsionada. No deja de ser sorprendente ver a un hombre de su edad con esa fuerza. Por su nombre, Neil Young podría estar semiretirado, grabando duetos con estrellas del pop y colocando discos de grandes éxitos en las estanterías, pero fiel a su concepto artístico elige la vertiente de la coherencia. Hey Hey, My My es el himno de este sentimiento. El rock'n'roll nunca morirá, canta Young.
A la lista de temas eléctricos, le sigue una acertada selección de cortes más tranquilos, donde prima el uso del pedal steel por parte de Ben Keith. Así se comprueba en el clásico The Needle and The Damage Done. Antes ha interpretado Mother Earth, al piano, sin las guitarras de la versión en estudio y con la voz arrimándose al gospel. Tras Get Back To The Country, Words constata posiblemente la mejor virtud del combo: la capacidad para extender las canciones, el rollo de improvisación jam, más propio de un garito que de un escenario monstruoso como el de Rock In Rio.
El ejemplo máximo termina siendo No Hidden Path, abrasivo cierre final antes del único bis de la actuación, la preciosa A Day In The Life, tema original de los Beatles. No Hidden Path se alarga sin fin, es una epopeya, que recorre senderos eléctricos que se cruzan quemando el alma. Neil Young y la Electric Band se concentran en apenas cinco metros cuadrados, hacen círculo, se miran, se ríen y se pierden en su fiesta particular. Llevan haciéndolo desde el primer minuto de concierto. Young brinca en su particular modo de entender el rock. Con la noche cerrada y el termómetro por las nubes, ese pequeño espacio es el epicentro de la tormenta perfecta.
- EL PAIS -
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